miércoles, 10 de agosto de 2011

LVDLL IV. Gyenhäll. (II)

¿Improvisar? La sorpresa del samurai fue evidente. De acuerdo que era su manera preferida de hacer las cosas, a ambos les encantaba cuando una misión no salía bien y podían pasar al plan B, que solía ser golpear antes de preguntar. Pero, en aquella ocasión, había esperado algo más. Una directrices al menos. Clyven había tenido tiempo de sobra para elaborar una estrategia, por precaria que fuese.
- ¿Ni siquiera tienes pensado cómo salir de aquí? Porque hacernos con la Gema no nos servirá de nada si no tenemos una vía de escape.
- Por el mismo sitio por el que hemos entrado. Tampoco creo que sea tan difícil.
- ¡¡Claro!! Es que lo más normal del mundo es ver salir a dos tíos cubiertos de sangre.
- Pues procura no mancharte.
- ¿Eso es todo lo que se te ocurre decir? ¬¬
- ¿Qué quieres que te diga? Yo no suelo tener problemas en las huidas. O no queda nadie que intente detenerme o simplemente me transformo y me largo sin más.
- Y a mí que me den ¿no?
- Tú no estabas cuando planeé esto.
- ¿A esto le llamas plan?
- Sí.
- Tsk. Será mejor que nos vayamos a dormir, que nos espera una buena. Ya pensaré en algo mañana para salvar mi culo, porque tú el tuyo lo tienes fácil.
El licántropo se encogió de hombros, sin entender qué tenía de malo hacer las cosas como siempre, y se marchó a buscar la otra habitación, al otro lado del pasillo, ya que Cyrus había tomado posesión de la cama en la primera.

La noche pasó tranquila. Demasiado lenta para lo que a Clyven le hubiese gustado. En parte quería acabar con todo aquello de una vez por todas y regresar a casa. ¿A casa? Soltó una solitaria carcajada cargada de sarcasmo. Él ya no tenía casa, no sólo porque el edificio donde vivía hubiese sido devorado por las llamas, sino porque ya no quedaba nada que lo atase a aquel lugar. En realidad no quedaba nada que lo atase a ningún lugar.
Sin embargo, otra parte de él sentía temor por la venganza. No por la muerte, ni por el dolor, ni por la sangre. Por el vacío. Esa sensación de vacío que queda cuando todo lo que da sentido a tu vida desaparece.
Tal vez hubiese llegado el momento de regresar a Parakalia, al clan de sus padres, si es que aún quedaba algo de él después de la guerra. O a Icarión, al Refugio de la Manada, suponiendo que siguiera estando allí. Sus labios se curvaron en una sonrisa triste al recordarse a sí mismo que su cabeza tenía precio en las Islas Eneídicas, que había sido desterrado bajo pena de muerte y que las pocas veces que había regresado para que Pallas pudiese estar con su familia había tenido que andar con mil ojos para proteger sus espaldas.
¿Y qué iba a hacer allí? ¿Presentarse en Kálintegth y decirle a Valrasian y Praésepe que no había sido capaz de proteger a su hija ni a su nieta? Ni siquiera les había escrito para decírselo. No había tenido fuerzas, ni sabía encontrar las palabras para darles la noticia. Pero en algún momento tenía que hacerlo. Tal vez, sólo tal vez, cuando emprendiesen el regreso hacia ninguna parte, le pidiese ayuda a Cyrus para eso. La retórica del oriental era mucho mejor que la suya.

Cuando los rayos del sol lo despertaron, el licántropo se desperezó, bostezando ruidosamente y se dio media vuelta para bajar de la cama. Se vistió con la misma ropa que había llevado el día anterior. No tenía más que un par de camisas además de aquella y prefería dejar la única que aún se conservaba limpia para después de quitarse la sangre. Antes de abrir la puerta para salir, supo que Cyrus estaría al otro lado. Al girar la hoja de madera el samurai apareció ante sus ojos, con la mano levantada y el puño suavemente cerrado, a punto de llamar a su puerta.
- Vaya. Venía a llamarte. Se te han pegado las sábanas hoy, ¿eh?
- Quiero que estén bien despiertos. Que sepan lo que va a ocurrirles y no puedan hacer nada por evitarlo.
- Pues en marcha.
- Vayamos a comer algo primero.
- ¿Ahora? Pero... ¿a qué hora piensas tú ir a por esos soldados?
- No puedo pelear con el estómago vacío.
- Tú no puedes hacer nada con el estómago vacío - respondió el oriental.
- Bah, tu haz lo que quieras. Yo voy a comer y de paso a enterarme de qué hay tras esas murallas - sonrió de medio lado pasando por delante de Cyrus con las manos en los bolsillos.
El rubio guerrero imperial le devolvió la sonrisa, tiró de la puerta que el lobo no se había molestado en cerrar y lo siguió hasta la taberna. No fue difícil convencer al anciano que había hablado con ellos la noche anterior para que les contase cómo era por dentro el castillo de Gyenhäll. Al parecer, aquel hombre pasaba más tiempo en la taberna que en ningún otro lugar, aunque consumía más bien poco y aprovechaba cualquier excusa para entablar conversación con la primera persona que tuviese a mano. Puede que por eso estuviese enterado de casi todo lo que ocurría en la ciudad.
Cuando, tras lo que Clyven consideró un frugal desayuno, pagaron lo que debían y devolvieron las llaves a la posadera para abandonar el lugar, el anciano ya comentaba orgulloso que iban a tener dos valientes soldados para defender su ciudad gracias a que él los había convencido para ir a ver al comandante. Clyven puso los ojos en blanco. Estuvo tentado de ir y susurrale al viejo sus verdaderas intenciones, pero prefirió dejarlo estar y salir de la taberna tras el samurai.
Se mezclaron entre la gente, aunque no podían pasar del todo desapercibidos, en especial Cyrus, cuyo atuendo, tan diferente a cualquiera que pudiesen haber visto las gentes de aquella ciudad atraía todas las miradas. Él, sin embargo, lejos de mostrarse molesto, se dedicaba a lanzar sonrisas y guiños a cuanta mujer hermosa se cruzaba en su camino hacia el puente de Gyenhäll.
Por suerte para él, no estaba lejos, pues Clyven empezaba a perder la paciencia y por su mente pasaba la idea de darle a su compañero un "suave recordatorio" de que tenían que ser discretos, porque no estaban allí para hacer amigos.

El hombre lobo arrugó la nariz al cruzar la plaza en dirección a la entrada del castillo que, al parecer, hacía las veces de templo y cuartel de la guardia. Una extraña combinación fruto del imperioso celo con que las gentes de Gyenhäll querían proteger a sus sacerdotisas y, ahora, la Gema de Asanda que coronaba la fuente interior del Templo.
- Puag. Apesta a incienso.
- Es una iglesia, Clyv. ¿A qué esperas que huela?
El licántropo puso los ojos en blanco. Para Cyrus era muy sencillo. A él no se le metía aquel apestoso olor hasta lo más profundo del cerebro, ni le provocaba aquella sensación de agobio y mareo que sentía él. Y sobre todo le molestaba porque anulaba por completo su sentido del olfato y le impedía diferenciar a las personas o saber si había alguien en algún lugar que no pudiese ver. Si no fuese porque aún le quedaba el oído, sería en esos momentos como un humano más.
Cuando cruzaron las puertas de entrada, los ojos del lupino necesitaron varios segundos para acostumbrarse al cambio de la claridad del mediodía que iluminaba la plaza a la penumbra reinante en el interior del edificio. Había un puñado de personas, en su mayoría mujeres, que oraban frente a la imagen de la Diosa de la Curación. Otros pocos hablaban en susurros mientras se dirigían a la salida y los miraban de arriba a abajo, preguntándose qué harían aquellos dos extraños allí.
Antes de que el último de aquel grupo abandonase el lugar, Cyrus lo retuvo.
- Disculpad. ¿Podríais indicarnos dónde encontrar a Ëleon?
- ¿Al comandante? Estará en la parte de arriba, o en el patio de armas con el resto de los soldados... - respondió señalando con la mano una pequeña puerta de madera, semiescondida tras una estatua - ¿Para qué lo buscáis?
- Cuestiones de trabajo - sonrió el oriental sin querer dar más explicaciones - Gracias.
El hombre se marchó sin preocuparse por más. Últimamente estaban llegando algunos hombres de diversos puntos de la región para ponerse al servicio del comandante, atraídos por la fama que había alcanzado después de su viaje a Camelot, por lo que no le extrañaba que quisiesen hablar con él.
Con paso calmado, sin prisas, sin llamar la atención, Cyrus y Clyven atravesaron la iglesia por el lateral, entre la pared y la fila de bancos de madera, hasta alcanzar la puerta señalada. Estaba cerrada, pero no atrancada. Cyrus la abrió para descubrir un amplio corredor, que se bifurcaba en dos, uno justo frente a él, que recorría un par de decenas de metros para girar a la derecha, el otro, perpendicular a su costado derecho, desembocaba en unas escaleras que subían al piso superior. Rodeaba el patio de armas, y servía de soporte a la plataforma construida para que los soldados pudiesen defender el castillo desde la parte superior del muro y para resguardarse si llovía, pues allí no había sala alguna. El samurai avanzó por el pasillo que tenía de frente. La pared que quedaba a su derecha
tenía una extensa arcada acristalada, por la que se veía el patio de armas, y que continuaba por todas las paredes que lo bordeaban. Varios soldados se hallaban allí, sentados al sol, charlando alegremente mientras fingían afilar las espadas, porque en realidad los filos descansaban olvidados en sus regazos.
- El tal Ëleon debe estar arriba - dijo Clyven señalando la escalera con un cabeceo.
- Sí - asintió el samurai - no creo que los soldados estuviesen tan ociosos de tener a su comandante aquí abajo.
- Supongo que habrá más soldados allí. No creo que estos pocos sean todos los que hay. Menuda decepción, entonces.
- ¿A dónde llevará ese pasillo? Parece que sigue hasta detrás de lo que es la iglesia. Más o menos es donde dijo el viejo que estaba la fuente, en una especie de patio o algo así. Nos separaremos. Tú iras por ahí - dijo señalando la escalera - y les partirás las piernas y yo mientras iré a la dichosa fuente a buscar la piedra.
- ¿Aún con eso? No pienso guardarte ninguno si tardas demasiado.
- Ansioso - dijo entrecerrando los ojos - Te recuerdo que esa Gema es lo que va a garantizarnos salir con vida de la ciudad.
El licántropo alzó la ceja. No creía que su salvación dependiese de un trozo de roca, pero ya que Cyrus estaba tan seguro, no insistió y le dejó hacer lo que quisiese. Cyrus dejó que Clyven subiese las escaleras a la carrera, pasando los peldaños de dos en dos, de tres en tres, y se dispuso a recorrer el pasillo en dirección al jardín que decoraba el patio interior del edificio y que el viejo les había explicado se hallaba justo detrás de la capilla, con la no-dachi a punto por si tenía que darle a alguien una explicación de por qué estaba allí.
La vida de la ciudad dependía de aquella fuente, por eso la consideraban sagrada, por eso la protegían con tanto celo, por eso la habían situado en el patio del edificio que acogía las tropas de la ciudad. Si conseguía hacerse con ella, tendrían asegurada la huida de Gyenhäll con la cabeza sobre los hombros. Se habían colado en un cuartel e iban a matar a demasiadas personas para que les dejasen escapar impunemente, así que aquel pequeño objeto era su seguro de vida.
Al girar al final del pasillo se topó con una pareja de soldados que hacían la ronda y, nada más ver a un extraño recorriendo los corredores internos del castillo, se apresuraron a interceptarlo.
- ¿Quién sois? ¿Qué hacéis aquí, cómo habéis entrado? - dijo uno.
- ¿Y por qué vais armado? - añadió el otro.
Cyrus los miró alzando una ceja, como si no hablase su mismo idioma, y apartó con un ademán aburrido de la mano la punta de las dos espadas que se dirigían hacia su garganta.
- Mi nombre - empezó el oriental, hablando con parsimonia, degustando las palabras antes de que escapasen entre sus labios - es Cyrus Zeal. Entrar, he entrado por la puerta, como es obvio, aunque no sé si sois lo bastante inteligentes para deducirlo vosotros mismos, en vista de las preguntas que hacéis, y estoy aquí, - hizo una pequeña pausa, como si quisiese dejar tiempo a los dos soldados a asimilar toda la información que les estaba suministrando - armado, - especificó cogiendo la no-dachi con la mano izquierda, por la vaina, bajo la empuñadura - para coger la Gema de Asanda. Por las buenas... - informó con una amable sonrisa que hacía que sus ojos casi se cerrasen del todo mientras separaba ligeramente los pies para tener mayor superficie de apoyo y flexionaba las rodillas para lo que iba a ocurrir a continuación - o por las malas - sentenció llevando la mano derecha hacia la empuñadura de su katana y desenvainando en un rápido movimiento que le permitió parar con su acero los dos filos que se dirigían hacia él.

Completó el giro hacia la derecha para escapar de la presión de los dos soldados. El primero de los soldados de Gyenhäll no tuvo tiempo de recuperarse del golpe cuando notó la hoja del Imperio del Amanecer abrirse paso en su costado. El frío acero se tiñó con el rojo de la sangre y sólo el hueso que se interpuso en su camino evitó que la no-dachi se cobrara su primera vida en aquel lugar. Su compañero salió en su defensa, otorgándole esos preciosos segundos que separan la vida de la muerte. El entrechocar de los metales reverberaba en el pasillo, atrayendo la atención del resto de soldados que había cerca: cuatro entraron desde el patio y otros tres llegaron desde la escalera que subía a las almenas. Por suerte para Cyrus, no podría enfrentarse a todo los adversarios a la vez, pues la amplitud del corredor no permitiría libertad de movimiento si más de dos se sumaban a la trifulca por cualquiera de los dos lados del pasillo. Uno de los recién llegado arrastró al herido para ponerlo fuera de peligro mientras el samurai intercambiaba estocadas fallidas con su oponente, al que parecía dársele mucho mejor la esgrima que la lógica. 
Otros dos de los que habían llegado desde el patio empuñaron las espadas para cruzarlas con la no-dachi. Sin embargo, uno de ellos tendría que retirarse para no estorbar a los demás. Ninguno parecía querer ceder su posición, así pues, Cyrus les dio la solución al atravesar de parte a parte el hombro de su rival. El samurai aprovechó que el herido cayó al suelo delante de sus compañeros y saltó por encima de él para ganar un poco de terreno.
No había tenido tiempo de darse la vuelta para quedar de frente a los soldados cuando dos espadas trazaron arcos hacia él por la espalda, una desde arriba, directa a su hombro derecho, la otra por el lateral izquierdo, a la altura de su cadera. Flexionó las rodillas y giró sobre las puntas de sus pies, para encarar la hoja que venía por el costado y bloquearla con su no-dachi. Sus manos completaron el círculo, seguidas del filo de la katana, desviando la espada que se dirigía hacia su hombro. Su armadura habría resistido uno de los dos golpes mientras él se defendía del otro. Pero Cyrus no estaba dispuesto a tener que arreglar el boyo. Las espadas de Gyenhäll tintinearon al chocar la una contra la otra, empujadas por el giro del rubio oriental, cuya despreocupada sonrisa crecía, radiante, con cada movimiento.
Levantó la katana sobre su cabeza, arqueando la espalda para evitar el envite de otro soldado, colocando su hoja paralela a su columna vertebral. Haber avanzado lo había dejado en medio de cuatro soldados que podían atacarle a la vez. El propio impulso que llevaba el atacante lo hizo caer sobre la espalda del samurai, que volvía a echarse hacia delante para provocar que el soldado pasase sobre él y cayese por el otro lado. En el trayecto, Cyrus atrajo su espada hacia su pecho, realizando un profundo corte en el pecho del otro hombre, que con un gorjeo de sorpresa y los ojos desorbitados por el dolor, cayó boca arriba en el suelo, sangrando y, tras convulsionar unos rápidos segundos, su alma pasó al Reino de los Muertos.
- Puag - se quejó Cyrus asqueado al notar el calor húmedo de la sangre resbalando lentamente por su cuello.
Su largo cabello rubio y la parte posterior de su armadura y su kimono estaban también ensangrentados. Sin embargo, no tenía tiempo de limpiarse. Tenía asuntos más importantes que atender. En concreto dos afilados asuntos que se cruzaron en el lugar donde apenas un segundo antes había estado su cuello.
Pasó sobre el cuerpo del caído, que en seguida fue sustituido por otro hombre, para enfrentarse de nuevo a cuatro soldados. A pesar de la clara desventaja numérica, Cyrus equilibraba la balanza gracias a su habilidad, a la ligereza de su mortal no-dachi, y a que, a pesar de ser más joven que la mayoría de sus oponentes, que podían rondar la treintena, como Clyven, contaba con más batallas a sus espaldas que toda la tropa de Gyenhäll junta.
Estocada a estocada, Cyrus fue comiendo terrero hacia la siguiente curva del pasillo, dejando a dos soldados de un lado y al resto de otro. Una espada no iba a ser suficiente para bloquear las que tenía en contra, por lo que aprovechó que los cuatro hombres descargaban sus espadas sobre él, quedando cruzadas sobre el filo de su katana, para empuñar el wakizashi con la izquierda. La presión de sus cuatro oponentes le obligó a encogerse, pero lejos de sucumbir, el oriental empleó aquella fuerza para impulsarse, rodando hacia un costado hasta los pies de uno de ellos, al que atravesó el estómago desde abajo con el puñal, a la vez que se ponía en pie, apoyándose en su espada para evitar el ocasional ataque de alguno de los otros soldados.
El arma, la mano, y la manga del kimono se tiñeron de un oscuro granate y el bajo del hakama quedó salpicado de miles de gotitas rojas que salpicaron al estrellarse el cuerpo sin vida del soldado contra la fría piedra del suelo.

Ya únicamente quedaban cinco oponentes, dos a un lado, tres a otro. La batalla ya no se alargaría demasiado. Tras varias series de estocadas fallidas y entrechocar de espadas, avanzando y retrocediendo por el pasillo, Cyrus se vio acorralado cerca de la esquina. Si retrocedía medio metro más ya no tendría libertad de movimiento. Tenía que salir de allí como fuese, así que decidió recurrir a un viejo truco que, si salía bien, podría librarle de todos sus adversarios en un momento, pero que, si salía mal, podría costarle caro.
Tomó impulso y saltó. En el aire abrió las piernas a ambos lados, golpeando a los dos soldados que tenía más cerca, a uno en el estómago y a otro en la barbilla, haciéndolo caer hacia atrás y golpearse con la pared. Apenas sus pies tocaron el suelo, el samurai se encogió sobre sí mismo, cruzando los brazos para que sus espadas hiciesen el trabajo para el que habían nacido: matar. Los hombres de Ëleon que quisieron sacar partido del aparente error del samurai al encogerse y degollarlo, sintieron cómo el acero del Imperio del Amanecer les atravesaba por completo.
A pesar de su velocidad, Cyrus no pudo salir ileso de aquella contienda. No había tenido tiempo de ponerse de nuevo en pie cuando notó como el frío metal se clavaba en la parte posterior de su muslo, por debajo de la armadura, que de nuevo no vestía por completo. Apretó la mandíbula para hacer frente al dolor, aunque su gesto no tuvo testigos, pues los largos mechones de su rubio cabello caían por delante de su rostro al tener inclinada la cabeza e impedían que los soldados de Gyenhäll pudiesen ver que su sonrisa lo había abandonado unos segundos.

Cuando sintió cómo el soldado tiraba con fuerza de la espada y la arrancaba de su cuerpo, Cyrus se giró irguiéndose y su wakizashi sesgó la garganta del hombre de Gyenhäll, que dio un par de pasos hacia atrás en ese escaso segundo que le quedó de vida y se desplomó al tropezar con otro cadáver.
Sin detenerse a pesar de su herida, el samurai avanzó hacia su último oponente. El único que aún se mantenía en pie, pues el resto estaban muertos, heridos o inconscientes. Apenas el oriental apoyó el pie por segunda vez, el soldado arrojó la espada y huyó. Mas no llegó demasiado lejos. El afilado puñal que surcó el aire y se clavó en su espalda le impidió dar la voz de alarma.
Cyrus dio una vuelta sobre sí mismo, para comprobar que no había dejado ningún cabo suelto. No remató a los heridos. Tenía que llegar hasta la Gema de Asanda antes de que a otro grupito de militares se les ocurriese hacer acto de presencia.
Siguió caminando por el pasillo. Al llegar junto al cuerpo del que sobresalía su puñal, lo recuperó de un seco tirón.
- Tsk. Mierda. Ya me han destrozado otro hakama. ¡Cómo si aquí fuesen fáciles de conseguir! 
Se tomó unos segundos para vendarse la herida con trozos cortados de la camisa del soldado y salió de allí, atravesando el arco que le llevaría al siguiente corredor. No se encontró con nadie, ni en el pasillo que cruzaba hasta el otro lado del edificio, tras la iglesia por donde habían entrado, ni en la habitación que había en el centro y que lo comunicaba con el patio interior.
- El viejo dijo que la Gema estaba en una fuente. Tiene que ser por aquí - se dijo cruzando la sala de piedra en la que únicamente había un armario, una mesa y varias sillas y que, dedujo, sería donde se resguardarían los soldados de guardia entre ronda y ronda.
Al salir por el lado contrario se encontró en un amplio patio, con una arcada alrededor, por cuyas columnas trepaban enredaderas que se colaban por las celosías que coronaban cada arco. Avanzó sobre la fría piedra, hasta el centro, donde el arco era más grande que el resto y no habían dejado que las plantas creciesen más allá de unos pocos centímetros. En el centro había una pequeña fuente circular, de tres pisos, por los que el agua caía como una fina cortina, sobre la Gema de Asanda, que reflejaba el brillo del claro sol de la mañana.
Sin embargo, Cyrus Zeal no podía prestarle atención a la arquitectura, ni a las cuidadas plantas que decoraban el lugar, ni siquiera a la joya que coronaba la fuente. Allí había algo inesperado. Algo que había provocado que sus ojos claros se abriesen por la sorpresa, que sus labios se separasen como queriendo articular las palabras que no salían de su garganta. Su mente trabajaba a toda velocidad y aún así, no podía creer lo que sus iris azules estaban viendo.
Allí, en un patio de un castillo, en la lejana cuidad de Gyenhäll, jugando con cáscaras de nueces en el agua, como si de barquitos se tratase, se encontraba una niña. Apenas sobrepasaba los cinco años, vestía un sencillo vestido blanco, de paño grueso para soportar el frío del invierno, que se cruzaba delante y se ataba con un lazo a la espalda, y llevaba el cabello largo, oscuro y ondulado, recogido en dos graciosa coletas. Pero lo que más sorprendió al samurai fueron sus ojos. Unos grandes ojos castaños, oscuros, de largas pestañas y un brillito travieso. Y sin embargo, tan iguales a aquellos de mirada fría que tenía Clyven. Cyrus observó con detalle cada rasgo de la pequeña en décimas de segundo. No cabía duda. Era ella, Niké. Aunque hiciese mucho tiempo que no la veía, a pesar de lo mucho que había crecido, resultaba imposible confundirse. Era el vivo retrato de su padre.


Continúa en: V. Ëleon.

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