tag:blogger.com,1999:blog-5979940104020139542024-03-13T01:02:05.656+01:00Las Islas Enéidicas.Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.comBlogger60125tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-22636174673579230352014-12-17T20:01:00.004+01:002014-12-17T20:23:07.017+01:00RP. Cuando Shyd no ilumina el cielo.<div style="text-align: justify;">
No tengo ganas de editarlo. Es un rol, para matar el aburrimiento, y va tal y como sale.</div>
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Clyven: Tsk. Allí estaba de nuevo, caminando hacia el bosque, como una sombra envuelta en tela oscura. Con el ceño fruncido, más de lo normal. Habían vuelto a discutir, como cada vez, pero iba allí, a su lado. ¡¡Y cómo la odiaba en ese momento!! Por ser tan obstinada y cabezota, por no atender a razones, por preocuparse de cosas insignificantes como la vida de otro. ¿Qué importaba la vida de otro, quién fuera, si había que elegir entre esa y la propia? Resopló frustrado, demasiado. Y soltó el puño contra uno de los árboles al pasar.</div>
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-No sigas por ahí, Clyv. Ya lo hemos hablado. Demasiadas veces. </div>
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-Y tú te empeñas en seguir con esto. </div>
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-Ajá. </div>
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-Grrrr. Eres odiosa. </div>
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-Vaya, gracias, yo también te quiero. Pero deja de gruñir, eso no va a cambiar nada. </div>
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La discusión siguió mientras se alejaban cada vez más de las murallas, hacia lo profundo del bosque, donde los demás podían estar a salvo.</div>
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Thorsteinn caminaba hacia el bosque, las manos en los bolsillos, distraído, silbando una melodía con tintes nostálgicos. Normalmente no se internaba en el bosque a esas horas de la noche, pero tenía ganas de pasear, de estar a solas con sus pensamientos y poder escucharse a sí mismo. Estaba harto de la muralla, de la gente y el bullicio de la ciudad, quería estar en un sitio donde sólo se oyera el correteo de los animales, la brisa moviendo las hojas y el alegre cantar del agua de los arroyos. Pronto alcanzó los primeros árboles y se metió entre ellos con decisión, un largo paseo y quizá un chapuzón en el lago le servirían para relajarse. En cuanto se hubo alejado lo suficiente comenzó a silbar más alto, daba zancadas largas, como si supiera adónde se dirigía, aunque no tenía un destino concreto, caminaba por caminar.</div>
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Clyven: La vegetación era cada vez más espesa, los árboles se apiñaban más y crecían enredando sus ramas unos con otros.</div>
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-¿Cómo vas? </div>
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-Jodido. ¿Tú qué crees?</div>
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La hechicera puso los ojos en blanco, estaba más que acostumbrada a aquella situación. No era un trance agradable, pero era algo que tenían que sobrellevar juntos.</div>
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-Vamos -forzó una sonrisa, deteniendose en un lugar aleatorio-, va a salir bien, siempre sale bien. </div>
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El hombre se le acercó y la atrapó contra uno de los árboles.</div>
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-Lo sé, pero eso no hace que me guste -sus dedos acariciaron la cicatriz en el cuello de la mujer-. Ojalá pudiera ser diferente. </div>
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-Pero no lo es. </div>
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La conversación acabó, como siempre, con un beso. Intenso y salvaje, que sabía a amor, a lujuria, a esperanza, a despedida.</div>
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Thorsteinn llegó a un pequeño claro, de los pocos que habían en el bosque, pues era muy frondoso y los árboles eran muy altos. Decidió tumbarse en la hierba y mirar al cielo, con las manos tras la cabeza, dejando de silbar, notando cómo el profundo silencio del bosque inundaba sus oídos, roto de vez en cuando por el ulular de algún búho o el correteo veloz de algún zorro persiguiendo una liebre o algo similar. Sonrió, pensando en lo curiosa que era la vida. Los humanos no eran tan diferentes de los animales, en un aspecto o en otro, todo se reducía a cazar o ser cazado, unas veces se era el cazador y otras tocaba ser la presa, pero siempre era lo mismo.</div>
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Clyven: La abrazó con fuerza, con un sentimiento de absurda protección, pues él estaba allí precisamente para hacerle daño. Impotente y frustrado, sentía ganas de arrasar todo a su alrededor. Todo menos lo que albergaba en sus brazos. Pero los errores se pagan y él los pagaba de la peor forma posible. La empujó para separarla se llevó las manos a la cabeza. El cambio comenzaba.</div>
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-Huye -le dijo, aunque sabía que no lo haría, que esperaría allí, a su lado, viendo cómo su cuerpo cambiaba, sin moverse ni un ápice. </div>
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Cayó de rodillas en el suelo, agarrándose con fuerza el pelo, tirando de los mechones entre sus dedos, intentando paliar el dolor que le atacaba desde dentro, que bullía en sus venas. Echó la cabeza hacia atrás y aulló. Un aullido largo, profundo, cargado de furia y al mismo tiempo con un deje lastimero.</div>
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Thorsteinn oyó el aullido, sonaba lejos pero no lo suficiente para estar tranquilo. Se incorporó, apoyándose sobre los codos y mirando a su alrededor, algo totalmente inútil, pues no veía lo que tenía cerca más allá de un metro. Inquieto, se levantó, quizá no hubiera sido buena idea ir al bosque, al menos sin un arma, ahora se encontraba cerca de un lobo, sin nada con lo que defenderse en caso de ser atacado. Intentó orientarse y salir de allí, pues no se había fijado muy bien por dónde iba.</div>
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Clyven: La piel se le desgarró y los huesos le crujieron. Dolía. Demasiado. Apretó los dientes y se pasó las manos por el pecho, como si tratase de arrancarse la carne para liberar así a la bestia. No había vuelta atrás y lo sabía. El hombre había desaparecido. Allí sólo estaba él, el licántropo. Grande, fuerte, imponente y poderoso, con garras y colmillos afilados, destacando contra el negro pelaje. No había sentimientos, no había consciencia, sólo instinto. Y el instinto le pedía algo. Una presa. Una presa deliciosa que ya olía, demasiado cerca, al alcance de su mano. Una presa que adoraría masacrar y someter. Porque él era el macho, el líder, el alfa, el que ostentaba todo el poder allí y podía hacer con ella lo que quisiera. La agarró y no tuvo resistencia. La empujó contra el árbol contra el que antes habían compartido un beso. Buscó su pulso, sobre la cicatriz que tantas veces había reabierto. Pasó la lengua por su cuello en una lenta y tortuosa caricia que hizo que se estremeciera bajo sus manos, y mordió con fuerza. Lo que desgarró el silencio no fue un aullido, sino el grito de la hechicera.</div>
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Thorsteinn oyó un grito de mujer y corrió hacia el lugar del que provenía, haciendo caso omiso de lo que le ordenaba su instinto de supervivencia. No era tonto, sumando dos y dos le daban cuatro, el aullido y el grito de la mujer estaban íntimamente ligados. Cuando los encontró, la imagen fue dantesca, la criatura la tenía aprisionada contra un árbol y la mordía en el cuello. Pensando a toda velocidad, miró alrededor, sopesando opciones, quería que la dejara para así facilitarle la huida, que se centrase en él, aunque dudaba que saliese vivo de aquella. Localizó una piedra de un tamaño considerable y se la lanzó, dándole de lleno en el lomo.</div>
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Clyven: Los ojos de la bruja estaban cerrados con fuerza, mientras notaba cómo la rugosa corteza del árbol se le clavaba en la espalda a través de la ropa. Los abrió, atónita, cuando sintió que la criatura aflojaba el agarre sobre ella. La dejó caer y las piernas no pudieron sostenerla. Se llevó la mano a la herida, incapaz de hacer cualquier otro movimiento. Todo el cuerpo le dolía. El licántropo, sin embargo, parecía enardecido por la sangre. Se relamió el hocico teñido de rojo, brillante, y encaró al intruso. Aulló, amenazante, y se lanzó a por él, con las garras por delante, buscando echarle mano y retenerse a su merced.</div>
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Thorsteinn echó a correr en dirección contraria para alejar a la bestia de allí, esperando que la mujer tuviese la cordura suficiente como para huir de allí tan rápido como le permitiesen las piernas. La bestia no tardaría en darle alcance, por lo que se resignó a su suerte y cuando se hubo alejado lo que estimaba suficiente, se detuvo, encarándolo, desafiante, para infundirse coraje de alguna forma, aunque estaba lejos de sentir valor.</div>
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Clyven: La carrera se volvió frenética. No parecía importarle que le golpeasen las ramas de los árboles o tropezarse con las raíces. No había nada a su alrededor más que lo que tenía delante, ese cuerpo lleno de sangre caliente. Podía escuchar su respiración agitada, su corazón desbocado, sus pasos presurosos. Y le excitaba la idea de sentirle morir bajo sus fauces, la idea de ser él quien detuviera ese corazón palpitante, drenando cada gota de su sangre, sintiéndola bajar caliente y húmeda, espesa, por su garganta. Sus ojos oscuros se entrecerraron, aguzando la vista. Corrió tras Thorsteinn, sin descanso, sin cuartel. Dispuesto a saltar sobre él a la menor oportunidad de derribarle.</div>
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Thorsteinn cogió una rama gruesa con ambas manos para enfrentarse al animal, quizá muriera en el intento, pero vendería cara su piel. Con una sonrisa, le animó a ir hasta él, preparado para golpearle con el trozo de madera que sujetaba como si en ello le fuera la vida.Vamos, bestia, ven, quiero ver de lo que eres capaz.Movió los pies sin desplazarse, inquieto, esperando hacerle daño para no morir sin hacerle daño también, un parco consuelo, dado que, una vez muerto, lo mismo daba.</div>
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Clyven: Saltó los pocos metros que le separaban de Thorsteinn, llegando hasta él desde arriba, arrollándole con su mayor peso y la fuerza del impulso. Rodaron por el suelo apenas medio metro, hasta chocar contra un árbol. Clyven había quedado debajo, lo que le permitiría a Thorsteinn hacer uso de la madera que había cogido y golpearle. Pero también le dejaba demasiado cerca de sus garras y colmillos. Era una elección, protegerse o atacar. Y el licántropo lo tenía demasiado claro. Para él sólo había un sentido, hacia adelante. Hasta el final, hasta sentir la muerte de todo a su alrededor o la propia. Una lucha por la supervivencia. Intentó, claramente, hacer presa sobre el brazo armado.</div>
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Thorsteinn trató de defenderse pero no pudo, el peso del animal era excesivo, además estaba empezando a morderle el brazo con el que sujetaba la rama, haciéndole imposible toda defensa, por lo que optó por cubrirse como pudo, esperando el final.</div>
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Clyven: Sin más, decidido a no dar coba al asunto, el licántropo agarró con una mano cada una de las muñecas de Thorsteinn y tiró de ellas para hacerle caer, sin preocuparse lo más mínimo de la presión que ejercían sus dedos en la herida que ya había abierto. Se relamió, le miró a los ojos un instante, dejándole ver cuánto disfrutaba con aquello, cómo le invadía su olor, su miedo, y cómo iba a degustar cada gota de su sangre. Bajo su cuerpo, rendido, así le tenía ya cuando le agarró del pelo, por la coronilla, y de un seco tirón descubrió su cuello. Bajó la cabeza, sus fauces cerniéndose sobre la piel caliente. Lamió, con pasmosa lentitud, disfrutando el estremecimiento que provocaba, y clavó los colmillos, con fuerza, profundamente, desgarrando la carne, dejando salir la sangre que recogía con avidez. El tenso silencio del bosque les envolvía. Lejos de la ciudad, sin más testigo que dos ojos oscuros entre la vegetación, Clyven había cumplido una vez más con la maldición de la luna. Aulló, bañado en sangre, gritando en un mundo de sordos su propia desgracia.</div>
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[16-12-2014]</div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-74207195041166284572014-10-16T16:25:00.000+02:002014-10-16T16:26:15.440+02:00La creación de las Siníades.<div style="text-align: justify;">
Ignorando las apremiantes llamadas de sus hijas, Pallas Atenea apiló los platos y los vasos que habían sido usados en la cena. Los dejó caer en el barreño de agua espumosa y los lavó a conciencia, hasta que no quedó en ellos rastro alguno de comida.</div>
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El suave tarareo con que acompañaba su tarea le permitía escuchar, con una sonrisa que nadie veía, las quejas de las pequeñas, que esperaban impacientes junto al fuego a que llegase su madre para contarles el tan ansiado cuento antes de ir a dormir.</div>
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Clyven había supervisado personalmente, desde la butaca que había arrastrado hasta cerca del hogar y con Áyax sentado en sus piernas, agitando un pequeño caballito de madera, cómo Niké y Clío habían colocado las sillas alrededor de la mesa y tirado de la alfombra para acercarla a las brasas. Ambas estaban sentadas sobre ella, mirando hacia el armario donde la hechicera iba colocando los enseres.</div>
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―Mamiiii ―llamó una vez más Niké.</div>
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―Ya voy, ya voy.</div>
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Sin apresurarse más de lo necesario, acabó de colocarlo todo y fue, por fin, a sentarse en el suelo, entre las niñas, apoyada contra una de las piernas de Clyven. Él le acarició distraídamente una mejilla y sujetó la mano del pequeño, para que no golpease con el juguete a su madre por accidente.</div>
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―Bien, ¿habéis pensado qué cuento queréis oír?</div>
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―¡El de Shyd! ―exclamó Niké.</div>
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Clío frunció el ceño, exactamente igual que hacía su padre. Pallas rió y levantó los ojos hacia el lobo.</div>
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―Desde luego, es hija tuya.</div>
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Como respuesta, recibió un simple arqueamiento de ceja.</div>
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―Yo no quiero ése ―se quejó la pequeña.</div>
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―¿No? Es un cuento muy bonito. A Niké le gusta mucho ―Pallas le cogió la manita―. ¿Cuál quieres escuchar tú?</div>
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―¡¡El de Shyd!! ¡Yo lo pedí primero! ―se quejó Niké―. Papá, dile que yo lo pedí antes.</div>
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―Niké, cariño ―respondió su madre en su lugar―, lo contamos hace nada. Espera, a ver qué quiere Clío.</div>
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―Jo.</div>
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―El de Nedontre ―todavía le costaba pronunciar algunas palabras.</div>
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―¿De Necreonte? De Necreonte hay muchos. A ver... ¿Qué os parece si os cuento uno nuevo?</div>
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Las niñas se miraron entre ellas, con los ojos brillantes de ilusión, y asintieron, acomodándose cada una a un lado de la bruja. Niké contra su brazo, Clío con la cabeza en su regazo, para que le tocase el pelo mientras contaba el cuento. Sonrió. Eso lo había heredado de ella. Movió ligeramente la cabeza, buscando que la mano de Clyven se perdiese entre sus rizos, y comenzó la historia:</div>
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―Hace mucho tiempo, Albórean creó las islas para Eriaclea y ésta las llenó de vida. Creó los árboles, las plantas, a los humanos, los cíclopes y todos los demás seres que habitan en ellas.</div>
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―¿Y las hydras?</div>
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―Sí, Niké, y las hydras. Luego, cada Dios fue añadiendo criaturas, poco a poco, según fue pasando el tiempo. Eran criaturas mortales y, como tales, sólo vivirían un periodo determinado. Pero ninguno de los dioses quería marcar el fin de sus creaciones, así que crearon un lugar, junto a Naxes, donde cada uno de ellos dejó un diminuto cristal por cada una de sus criaturas. Sinorian fue el encargado de cuidar que esas semillas de vida creciesen hasta convertirse en un frondoso bosque de cristal. Cada árbol representa una persona, según cómo crece, así es su destino. Los hay que crecen rectos y fuertes, con muchas ramas, los de las personas buenas. En cambio, otros son retorcidos y nudosos, como los corazones mezquinos. Sinorian dejaba crecer los árboles a su libre albedrío. Las ramas se cruzaban unas con otras, se entrelazaban y separaban, determinando las personas que iban a conocerse, las que iban a enamorarse o las que iban a odiarse a muerte.</div>
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―¿Cómo papá y tú?</div>
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―Sí, como papá y yo ―sonrió―. Él se limitaba a verlas crecer. Se había impuesto no alterar el equilibro con el que se desarrollaban los destinos y sólo cuando otro dios se lo pedía, por capricho propio o escuchando las súplicas de los mortales, influía sobre ellos. Pero los dioses nunca hacen nada por nada si no es su voluntad. Y Sinorian tampoco.</div>
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>>Para mantener el equilibrio en el Bosque de Cristal, el Señor de los Destinos había determinado que, además del tributo que hubieran de pagar los mortales a los dioses que les favoreciesen, para mejorar un destino debía empeorar otro, y viceversa. Por cada criatura que los dioses salvaran, otra moriría, por cada una que se enriqueciera, otra se empobrecería. Para marcarlos, los árboles del destino de cada uno de ellos cambiaban del blanco que mostraban siempre, como si estuviesen llenos de niebla, a mostrar un tono azulado o amarillento. El Dios no permitía que, una vez que un destino había sido alterado, volviera a cambiarse. Y ésos cuyos sinos habían quedado marcados a la vez, se cruzarían en algún momento de su vida. Se cruzarían y sabrían quién era el causante de su desdicha y el que permitía su ventura. Si aquel a quien los dioses habían ayudado pagaba su deuda con el otro, si le compensaba por el sufrimiento que había padecido y compartía con él su felicidad, ambos eran liberados y sus árboles volvían a ser blancos, quedando de nuevo sometidos al azar. Si no lo hacía, sus destinos chocaban y aquel que tuviera un cuerpo, un alma o una voluntad más fuerte, salía victorioso, mientras que el otro moriría.</div>
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>>Sinorian controlaba el Bosque desde el tapiz del Palacio de Espuma, donde podía ver hacia dónde evolucionaban cada tronco y cada rama. Sólo llegaba a la isla junto a Naxes cuando era necesario influir sobre alguno de ellos. El tapiz mostraba cada detalle que él quisiera ver acerca de cualquier criatura: su pasado, su presente, su futuro. Los únicos que no quedaban expuestos a sus ojos eran los propios dioses, porque, aunque no ejercía su influencia sobre ellos, también podía ver hacia dónde se encaminaban las vidas de los inmortales que les servían. A veces la visión se nublaba con una suave bruma, cuando el azar o los hechos del propio mortal hacían más incierto el resultado de sus actos. El futuro siempre es cambiante.</div>
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>> Sin embargo, había muchos momentos en los que nadie estaba pendiente de lo que reflejaba el tapiz. El equilibrio se mantenía. Los mortales nacían, crecían y morían según marcaba su destino. Todo iba bien. Hasta que un día, algo llamó su atención en el tapiz. Una pareja de árboles brillaba con especial intensidad. Sus ramas se retorcían las unas contra las otras. Sinorian desapareció del Palacio de Espuma para poder ver lo que ocurría en el Bosque de Cristal: uno de los árboles, grande y de un azul tan intenso que le obligó a apartar la mirada, rodeaba con sus ramas a otro más pequeño y débil, cuyo interior mostraba un tono anaranjado que se iba apagando por momentos. Puso la mano sobre él y al instante pudo ver lo que ocurría a los dueños de aquellos destinos.</div>
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>>Vio a una muchacha, que apenas pasaba los catorce años, llegar a uno de los Templos en Aqueloo. Ni siquiera se molestó en saber en qué ciudad. Iba llorando, caminando con dificultad, apoyándose en los muros, con la ropa ensangrentada y un recién nacido contra el pecho. Y supo todo lo que había sufrido en su vida. Supo que había estado sola, que había sentido hambre, frío y miedo, que había pagado con su dolor que la suerte de su señor cambiase y él en lugar de ensalzarla a su lado, la había humillado y ultrajado, maltratado y golpeado sin piedad. Abandonó la isla junto a Naxes y se dejó ver junto a ella. Le tomó la mano, sostuvo su mirada y leyó en ella una súplica: su bebé.</div>
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<br /></div>
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>>Por primera vez, Sinorian optó por ayudar a un mortal en concreto y tomó en brazos al bebé. Era una niña, de cabellos rubios y ojos castaños. Se la llevó con él al Palacio bajo Hárpago y la llamó Selín. A pesar de ser humana, la niña fue criada junto a los inmortales y Sinorian le enseñó cómo interpretar los destinos en el tapiz, cómo influir en ellos y cómo guiar las almas a Arges y Astéropes. Pero Selín no podía hacer todo aquello sola, al ser mortal. Lo único que podía era estar junto a Sinorian, al que había empezado a llamar padre, cuando éste lo hacía. Él habría sido feliz teniéndola a su lado para siempre, pero Selín era mortal y, como tal, debía volver a su mundo para ser feliz allí, con los suyos. Vivió una vida plena y fue dichosa muchos años, hasta que le llegó el momento de atravesar, de la mano del que había sido su padre, los fuegos del Abllos, para llegar al Reino de Triónidas y enfrentarse al Juez.</div>
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<br /></div>
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>>Frustrado por no poder tener a Selín a su lado, Sinorian tuvo que conformarse con ver sus sucesivas encarnaciones con el correr de los tiempos. Hasta el momento en que la nueva vida de la que él consideraba su pequeña se truncó de una forma horrible. El Dios descargó su furia y su frustración en el Bosque, alterando los destinos. El caos se adueñó de las islas. Las vidas de los mortales cambiaban erráticamente y tan pronto les asolaban enfermedades o catástrofes como épocas de bonanza, si bien éstas eran muy breves y sólo servían de preludio a una desgracia aún mayor. Los dioses no podían permitirlo y encerraron a Sinorian durante cien años en el Palacio de Espuma, en la última torre de la larga pasalera que se extendía en su parte posterior.</div>
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>>Pero el Destino seguía alterado sin su guardián. Por mucho que Albórean y Eriaclea trataban de calmar su ánimo, por mucho que Laetania cantase entre los suaves murmullos del mar, por mucho que Atlaness y Necreonte intentaran hacerle volver ante el tapiz, todos los intentos eran en vano. Sinorian no se perdonaba a sí mismo el no haber podido proteger al único ser del que se había hecho responsable. Tras mucho meditarlo, los dioses decidieron intentar devolverle a Sinorian aquello que le había sido arrebatado y, de las lágrimas que éste había derramado por Selín, crearon un pequeño bebé, una niña de ojos azules y cabello castaño, que convivió con Sinorian en su encierro bajo Hárpago: Akrótiri.</div>
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<br /></div>
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>>A pesar de ser tan distinta a Selín, Akrótiri supuso una nueva luz para Sinorian. Ocupo su tiempo, reclamó su cariño y toda su atención. Le enseñó a caminar y hablar, a leer y escribir, a interpretar el tapiz e influir en los destinos, como había hecho con Selín. Pero, además, pudo enseñarle todo aquello que le permitía su condición de inmortal. Podía volar, podía atravesar el Abllos sola, podía cambiar su cuerpo y su voz, fundirse con el viento y el agua, adentrarse en la tierra. Akrótiri dominó pronto su condición de siníade, hija del Destino, y asumió sus funciones para ejecutar los designios de su padre y acompañar a las almas de los mortales a través de los fuegos de Astéropes. Pero únicamente aquellas cuya muerte era pacífica, pues las caídas en el fragor de la batalla competían a Necreonte, Señor de la Guerra.</div>
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<br /></div>
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>>Pero Akrotiri era una niña y Sinorian echaba en falta verla jugar como había visto hacía demasiado tiempo a los hijos de Eriaclea y no hacía mucho a Atlaness y Necreonte. Por ello, una noche, en la soledad de su alcoba, cuando Akrótiri dormía, Sinorian arrancó uno de los cabellos de su hija y lo ató con uno de los suyos. A partir de ellos creó una hermana para Akrótiri, Dekhelia. Hermosa y dulce, de cabello azabache y ojos claros, como la miel, fue la compañera ideal de juegos y travesuras para la mayor de sus hijas.</div>
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<br /></div>
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>>Los tres abandonaron el Palacio de Espuma y ocuparon el Bosque de Cristal, llenando lo que antes había sido un lugar silencioso y frío de cálidas risas y juegos. Juegos que se fueron apagando a medida que las siníades crecían. La confianza que Sinorian tenía en ellas no tenía límites, hacía ya demasiado tiempo que iban y venían solas de las islas a Astéropes o se perdían entre los mortales para conocer de ellos. Mas su responsabilidad era tanta, había tantas almas que guiar, tantos destinos que cuidar, que Akrótiri y Dekhelia pidieron a su padre que crease una hermana para ellas. Y así fue como, sangre de su sangre, el Señor de los Destinos brindó al mundo su mayor regalo: Zanthe.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
>>Sinorian tenía tres hijas que eran su orgullo. Las miraba siempre con ojos cargados de amor, pero había en ellos un reflejo de añoranza. Habían crecido y recorrían las islas a su antojo. El Bosque de Cristal había vuelto a quedar en muchos momentos silencioso. Ya no frío, pero carente de risas y juegos. Más de una vez las siníades habían sorprendido a su padre paseando entre los altos troncos de cristal, donde tiempo atrás habían correteado ellas. Y como regalo para su padre, para que jamás estuviese solo en el Bosque junto a Naxes, Akrótiri, Dekhelia y Zanthe cortaron un mechón de sus cabellos, los trenzaron y crearon a partir de ellos a Une, la menor de las siníades.</div>
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<br /></div>
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Pallas miró a las pequeñas, ambas estaban ya dormidas sobre ella. Al igual que Áyax lo estaba sobre su padre, con la cabeza apoyada en su hombro y el cuerpo contra su pecho. Clyven se levantó, con cuidado de no despertar a Clío, y entró en el dormitorio que compartía con la bruja para dejar al pequeño en la cuna. Luego volvió a por Clío y la levantó del suelo, llevándola a su cama. La arropó y besó su frente.</div>
<div style="text-align: justify;">
―Buenas noches, princesa.</div>
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Hizo lo mismo con Niké.</div>
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Cuando regresó a la sala principal, Pallas estaba ya echando agua sobre el hogar para apagar cualquier rescoldo. En silencio, la abrazó por la cintura y dejó un beso en su mejilla.</div>
<div style="text-align: justify;">
―Deja eso, ya acabo yo.</div>
<div style="text-align: justify;">
―No tardes.</div>
<div style="text-align: justify;">
Negó con la cabeza. Cuando estuvo solo, se quedó observando el reflejo de la luz de la luna en el suelo. Apretó los dientes y dejó ir una idea antes de entrar a dormir. Su árbol no era blanco.</div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-2581340970837593372014-02-14T10:43:00.001+01:002014-02-14T10:49:58.147+01:00Escena suelta 3. <div style="text-align: justify;">
[Inciso en el Juicio.]</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al caer el sol, el mercenario buscó una vez más la luna menguante, que se alzaba blanca entre las estrellas, una tajada de sandía rodeada de millones de pepitas, como si quisiese asegurarse que seguía brillando en el cielo. Había dejado a Pallas dormida entre las mantas en la habitación que compartían en el Refugio y había bajado por las pasarelas de madera que unían las plataformas de piedra hasta que sus pies descalzos notaron la fría humedad del mar de finales de invierno. Cuando la marea bajaba se podía llegar hasta una gruta que daba al exterior y que quedaba totalmente inundada cuando el mar subía. En un principio había pensado abandonar la seguridad que le ofrecía la roca del acantilado y perderse entre los árboles del bosque que se extendía en su interior, hasta llegar cerca del templo de Briseida. Pero no era buena idea. De noche, las brisalias, como llamaban a las icariontes que custodiaban el edificio de piedra blanca, disparaban las lanzas al mínimo atisbo de movimiento.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se dirigió al exterior. Tenía tiempo suficiente para regresar antes de que la marea subiese del todo. El agua le cubría hasta la altura de los gemelos y la marea estaba bajando. La oscuridad del enorme pasillo de piedra que estaba atravesando no suponía apenas obstáculo para sus ojos de lobo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Estaba a punto de sentir de nuevo la luz de la luna en su piel cuando el olor de Esthia llegó hasta él. Su rastro había sido borrado por las olas y el aroma del salitre. Chasqueó la lengua. Habría preferido pasar un rato a solas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Clyven, ¿me buscabas? —lógicamente él también había sido descubierto, así que se dejó ver.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pensaba que aquí no encontraría a nadie.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Suelo venir aquí cada noche, cuando baja la marea. Me gusta echar un vistazo. Saber que todo está bien. Ésta es la única entrada al Refugio que no podemos tener vigilada. No nos conviene que alguien descubra por casualidad qué esconde el acantilado.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Te has vuelto responsable y todo —ironizó subiendo por las rocas hasta sentarse algo más de un metro sobre el nivel del agua, junto a Esthia. El olor que desprendía su piel dejaba claro que no había estado precisamente solo en aquel lugar. Agradeció internamente a los dioses por no haber llegado antes, interrumpiendo el encuentro entre Esthia y Cessy. Tenía confianza con Esthia, le aceptaba tal y como era, compartía sus secretos. Pero todo tenía un límite. Y pensar en toparse con los dos enzarzados en una guerra de besos y caricias no era lo que más le apetecía.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tengo que cuidar de las niñas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Seguro.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Y tú qué haces aquí?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Quería estar solo un rato, pero me alegro de haberte encontrado... Hay algo que no os he contado...</div>
<div style="text-align: justify;">
—Jum. ¿Secretos con los amigos? Muy mal, Clyven.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Recuerdas aquella pareja que hallaron muertos unos días antes de que nos encontrásemos?</div>
<div style="text-align: justify;">
Esthia asintió con un cabeceo y al instante sus ojos se abrieron por la sorpresa que le producía la idea que había surgido en su mente.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Eh! ¡Espera! ¿Me estás diciendo que...?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Sí, fui yo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Joder, joder, joder. Así Níoster decía que los cuerpos tenían un olor extraño. Era el tuyo, pero como te hacíamos lejos de las islas no lo relacionamos. También nos extrañó que un lobo llegase a Icarión y no acudiese aquí. Es el mejor lugar para esconderse. Clyven, ¿cómo no nos buscasteis? Los habríamos hecho desaparecer o algo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No tenía ni idea de quién ocupaba el refugio. No soy muy bien recibido por estos lares, ¿recuerdas? Otros no se hubiesen tomado a bien tener bajo su techo a un asesino.</div>
<div style="text-align: justify;">
El lobo blanco alzó la ceja.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Como si nosotros no lo fuésemos. Clyven, todos matamos durante la guerra. Fuimos entrenados para ello.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero eran objetivos, teníamos un motivo. No es una muerte al azar.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Una muerte es una muerte. Sea de quien sea.</div>
<div style="text-align: justify;">
Clyven desvió la mirada. Aquella frase llegó a sus oídos con la voz de Esthia y a su cerebro con la de Viktor. Tendrían aún que pasar muchos años para que entendiese por qué no debía sentirse culpable por su muerte. La mano de Esthia apretando su hombro le hizo volver a mirarle.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Por mucho que hayamos cambiado, hagamos lo que hagamos, la Manada siempre protege a sus miembros.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Yo ya no estoy con la Manada.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No, no estás con nosotros, pero eres de los nuestros. Y siempre lo serás. ¿Qué pasó para que matases a esas personas?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Es una historia demasiado larga.</div>
<div style="text-align: justify;">
—La marea aún tardará unas horas en subir lo suficiente como para que no podamos entrar. Así que, a menos que te dé miedo mojarte, creo que nos dará tiempo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y allí, con el suave canto de Laetania envolviendo sus palabras, con la Dama de Plata como único testigo, Clyven se preparó para compartir, por primera vez, su secreto mejor guardado. Se tomó unos largos segundos, con la mirada perdida en el vaivén de las olas, buscando cómo empezar.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Recuerdas lo que nos contaba Hocumie sobre el Bosque de Cristal? —preguntó al fin.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Sí.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pues es cierto. Lo he visto.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿En serio?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tras la muerte de Víktor, cuando me marché con el ejército de Verana. Ya sabes, mi traición y todo eso.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Oh, vamos. Todos sabíamos que era cosa de Víktor que te marcharas. Hocumie nos lo contó.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Ah, sí? ¿Qué más os contó?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Nos dijo que todo era parte de una estrategia de Viktor, que tú y él ibais a iros con el ejército, pero que a él le descubrieron y le mataron y tú ibas a seguir solo. Todos te admiramos por ello.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Aunque Víktor muriera?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Sí. Pero no podíamos contárselo a nadie. Te habríamos puesto en peligro. Por eso para los clanes eres un traidor. Aunque ahora tal vez...</div>
<div style="text-align: justify;">
—No. Déjalo estar. Yo tengo una vida lejos de aquí y no he vuelto para quedarme, así que tampoco importa.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero, Clyv...</div>
<div style="text-align: justify;">
—Esthia, no. Viktor fue despedido como un héroe. Además, realmente yo lo delaté. Estaba furioso con él y dejé que lo atraparan.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Os habrían descubierto a los dos y habríamos llorado dos muertes. Hiciste lo que tenías que hacer. Para ninguno de nosotros eres un traidor. Y estoy seguro de que tampoco para Viktor.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Bah.</div>
<div style="text-align: justify;">
Esthia sonrió y apoyó la mano en el hombro de Clyven. No tenía por qué, pero había llevado la muerte de Viktor como una pesada carga a la espalda. Se sentía culpable, se le notaba en los ojos, en cómo bajaba la mirada cada vez que mencionaba su nombre.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Va, venga —quiso cambiar de tema para aligerar el ambiente—. Cuéntame eso del bosque, que no quiero que nos pongamos sentimentales, que luego Cessy se tira horas preguntándome qué ha pasado y no tengo ganas de darle explicaciones.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Dando explicaciones? Por lo que veo, el asunto es serio.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No te burles y cuéntamelo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No me burlo, imbécil, me alegro por ti.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Ya, ya, pero ¿viste a las siníades? Dicen que son preciosas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No, pero vi a Shyd.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿La Dama de Plata?</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Cuántas Shyds conoces? —Esthia bufó en respuesta. Clyven puso los ojos en blanco—. Sí, esa Shyd. Y te juro que entiendo a Hiperión. Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Más que Pallas?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Ésa es una pregunta trampa, cabrón. Pero sí, más que Pallas incluso. Aunque delante de ella lo negaré, aviso.</div>
<div style="text-align: justify;">
Esthia rió con ganas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—El caso es que Verana me siguió hasta Naxes. Había descubierto mi secreto y quería venganza. Me dio donde más me dolía; casi mata a Pallas. No lo supe hasta después de acabar con ella, así que habíamos perdido un tiempo precioso. No parecía que pudiéramos hacer nada más que verla morir. Entonces escuché a Seldey y Raíf, dos humanos que viajaban con Pallas —aclaró al ver el interrogante gesto de Esthia, que no reconocía aquellos nombres—. Les escuché hablar de que desde allí, al amanecer, podía verse el sol sobre el Bosque de Cristal.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero es tan inaccesible como Arges y Astéropes, ningún mortal puede llegar hasta él.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Se supone. Pero yo estaba desesperado y no tenía nada que perder. Así que crucé el pequeño estrecho que separa las dos islas. Dicen que hay criaturas horribles defendiéndola, pero yo no encontré ninguna. O quizás Sinorian decidió dejarme pasar, no lo sé. Nadé y nadé hasta que alcancé la orilla, casi exhausto. Y cuando abrí los ojos vi ante mí...</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡¡A Shyd!! —interrumpió Esthia, ganándose una mirada molesta de Clyven.</div>
<div style="text-align: justify;">
—A Necreonte. Traía consigo un libro negro y, no sé cómo, pero supe que venía a ofrecerme un trato. Conoces las leyendas tan bien como yo, sabes que los pactos con los inmortales no suelen acarrear nada bueno, pero acepté. Necreonte me guió por el Bosque de Cristal hacia el hogar de Sinorian. Ese lugar es impresionante. Altos árboles de cristal. Sus ramas se mezclan unas con otras y el sol pasa a través de ellas. Incluso se ven brillar los destinos marcados.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tuvo que ser sobrecogedor.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Más de lo que te puedas imaginar, sí. Entonces Necreonte se detuvo ante un árbol concreto y me ofreció alargar la vida de Pallas a cambio de servirle. Yo acepté sin dudarlo y el Mensajero de la Muerte desató mi furia. Me hubiese quedado así para siempre, pero Shyd lo impidió. Ella me protege, por eso sólo me asalta la furia en las noches en que la Dama de Plata no vigila el cielo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Oh —Esthia sopesó un momento si hacer o no la siguiente pregunta, pero finalmente la curiosidad pudo sobre la prudencia—. ¿Y no temes que en una de ésas vayas a por tu mujer?</div>
<div style="text-align: justify;">
El rostro de Clyven se ensombreció y Esthia supo que había dado en el blanco, que precisamente eso era lo que atormentaba a su compañero.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Siempre voy a por ella. La cicatriz de su cuello es obra mía. Ella insiste en repetirlo ciclo a ciclo. Conoce un hechizo que hasta ahora ha impedido que la mate, pero ya he perdido la cuenta de las veces en las que he estado a punto de hacerlo. ¡Jum! Es irónico, ¿sabes? Intenté salvarla y la he condenado.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Por eso eres tan jodidamente protector con ella?</div>
<div style="text-align: justify;">
—En parte.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Y en parte porque eres un estúpido celoso.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No me jodas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero si es verdad. Mírala. Es preciosa. Y si es capaz de aguantarte a ti, no hay duda de que es una gran mujer, podría tener a cualquiera que quisiera. ¿Por qué iba a querer quedarse al lado de un hombre que intenta matarla cada dos por tres?</div>
<div style="text-align: justify;">
—No estás ayudando.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Esta conversación ya la tuvimos hace años, Clyv. Si ella te ha elegido, será por algo. No te compliques tanto la existencia.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Odio cuando te tomas todo con ese absurdo optimismo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Esthia se encogió de hombros.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Y yo odio que te comportes como un viejo amargado cuando deberías estar feliz. Tienes una mujer maravillosa que va a darte un hijo. ¿Qué más puedes pedir?</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿No sentir instintos de matarla?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Imposible. Es una mujer. Son adorables, pero a veces entran ganas de abrazarlas hasta que dejen de respirar.</div>
<div style="text-align: justify;">
Clyven rió como hacía tiempo que no hacía. Era bueno estar de nuevo en la manada.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Vaya, casi se me había olvidado lo guapo que estás cuando te ríes.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Esthia...</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Qué?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Eres idiota.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero soy un idiota al que quieres mucho.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Alguien tiene que hacerlo, supongo. Pero no esperes que te lo diga a menudo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Bah.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Hay otra cosa...</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Más? Clyv, por todos los Dioses, desde que dejaste la Manada te has vuelto un irresponsable —reprendió, imitando a Níoster.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Hablo en serio. Necesito que me ayudes. Pallas no puede hacer magia, así que, en la próxima luna nueva necesitaré alejarme de ella. Y a ser posible, de vosotros. Prefiero que, si tiene que morir alguien, sea alguien a quien no haya visto en mi vida. Así sólo será uno más en la lista.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No seas dramático, si Pallas puede soportarlo, yo también.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Qué? Estás loco.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Por qué? Siempre quise que me mordieras en el cuello. O donde quieras.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Recuérdame por qué no te he matado todavía.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Porque soy adorable.</div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-72800789209119695592014-01-26T20:18:00.001+01:002014-01-26T20:18:24.077+01:00Escena suelta 2.<div style="text-align: justify;">
Alecto se sentó en un banquito de la plaza, apartado del centro, envuelto en aquella gruesa capa de paño verde oliva que cubría su cuerpo hasta las caderas. La enorme capucha caía a su espalda, arrugada entre sus prominentes omoplatos. La tela caía bastante más por detrás que por delante, ya que había estado pensada para ocultar algo más bajo ella. Algo que ya no existía.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos por encima de las rodillas, las manos rozándose entre sus piernas ligeramente separadas. Levantó la vista al cielo y sonrió. Una noche despejada. Si estuviera en mitad del campo podría ver muchas más estrellas. En un tiempo que le parecía demasiado lejano las había tenido al alcance de las manos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Si tan solo pudiese buscar refugio en la niebla... Pero hasta eso le era negado en esa noche. Sonrió y se pasó la mano por el pelo, corto y oscuro, despeinándolo. Condescendiente consigo mismo. Un iluso. Y lo sabía. Tal vez una jarra de algo fuerte le calentase el ánimo, o el fuego de la taberna tibiase su piel, ya que era lo único que se calentaría aquella noche.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se levantó del banco y se sacudió los pantalones. Hizo ademán de colocarse la capucha. Siempre le había gustado eso de entrar en los sitios desconocidos haciéndose el misterioso, le resultaba divertido. Pero recordó por qué llevaba aquella capa casi rozando sus corvas y lo dejó estar. Caminó hasta la taberna y empujó la hoja de madera con ambas manos. Grandes, rudas, masculinas. Sin poder evitarlo, mientras se dirigía a un sitio vacío, miró su palma, la derecha, y la cerró, apresando el aire. El aire... Ojalá pudiera sentirlo de nuevo como antes.</div>
<div style="text-align: justify;">
Sonrió. Al menos tenía el premio de consolación. Un premio precioso, de largas piernas, con ojos oscuros y piel clara, que se fundía con sus caricias como hielo entre las llamas. Un premio impredecible y compartido. Un premio que adoraba desenvolver despacio, sin preguntarse cuántas veces otros habían hecho aquel mismo gesto, sin indagar cuántos lo harían después. Porque no era tan iluso como para pensar que era el único. Él era el único fiel en aquella tortuosa relación. Pero jamás habían hecho promesas. Jamás le había pedido que fuera sólo para él. Jamás lo haría. Porque ella era así. Era hermosa y libre, como el viento. Se había enamorado de ella como un adolescente. De sus ojos sabios, de su sonrisa madura, de sus manos expertas. De la forma en que los zarcillos de niebla se enganchaban en sus manos hasta formar dedos enlazados. De el viento contra su rostro. De su olor a libertad. Y así sería siempre. Esperando, con el corazón martilleando, con la respiración entrecortada al sentir el frío en la nuca, con las manos intentando atrapar retazos de niebla. Con su nombre en los labios. </div>
<div style="text-align: justify;">
-Zanthe.</div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-27543609284297111512013-12-16T21:05:00.001+01:002013-12-16T21:46:48.553+01:00Escena suelta 1.<div style="text-align: justify;">
El sol brillaba en el cielo azul y despejado. La brisa era fresca y el campo estaba cubierto de flores. El estallido de la primavera. No reconocía el lugar, pero era precioso, tranquilo, cálido y extrañamente... Familiar. Nunca había estado allí antes, de eso estaba seguro, pero sentía que era allí, justo allí, donde debía estar. Justo en ese lugar, en ese momento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Vio dos lobos correr, jugando entre las flores, arrancando a su paso pétalos de colores que se llevaba el viento. Corrieron hacia él. Y lo sintió correcto. No se asustó, al contrario, se sintió relajado ante lo que, en otro tiempo, habría considerado una amenaza.</div>
<div style="text-align: justify;">
Conforme se iban acercando hasta él, los animales habían dejado de serlo y podía distinguir claramente a dos personas. Rió cuando ambos cayeron sobre él. Le aplastaban y hacían que le costase respirar, pero aquellos cuerpos cálidos contra el suyo le hacían inmensamente feliz.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se separaron de él lo justo para que pudiese ver sus sonrisas, con el azul de fondo. Les miró alternativamente. Córbad y Lykaios.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Unos pasos les hicieron mirar hacia sus pies. Las cabezas juntas, impidiendo a Clyven ver quién se acercaba. Sin dejar de reír, se dejaron caer a sus costados, permitiéndole por fin elevarse sobre los codos y ver a otras dos personas, de pie, a unos metros de él, que seguía en el suelo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Él, un hombre alto y fornido, puede que incluso unos centímetros más alto que el mismo Clyven, de cabello y ojos oscuros, que rodeaba con el brazo, protectoramente, los hombros de ella. Ella. No tenía palabras para describirla, más allá de la que acudió a sus labios.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Mamá.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se levantó más rápido de lo que fue consciente, para dejarse envolver entre ellos, como le habría gustado hacer de niño, y perderse en su olor y su calor, sintiéndose a salvo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sin embargo, no duró demasiado. Sus padres se apartaron, dejándole un repentino vacío helado, que en seguida fue llenado por una sonrisa, una maraña de rizos oscuros, dos ojos castaños cargados de paz y unos labios que jamás se cansaría de besar.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Bienvenido a casa, Lobito.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El frío helado de la noche le arrancó de su sueño abruptamente. Maldijo entre dientes y encaró la ventana como si pensase asesinarla de todas las formas posibles. La brisa que se colaba por ella traía retazos de niebla. Niebla que se arremolinaba entre él y la ventana y, poco a poco, iba formando una figura. Una mujer.</div>
<div style="text-align: justify;">
La observó con el ceño fruncido, mientras ella extendía su mano hacia él, invitándole a cogerla.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Es hora de irse, Clyven.</div>
<div style="text-align: justify;">
Él no se movió.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Te está esperando.</div>
<div style="text-align: justify;">
Clyven comprendió. Abandonó el lecho y tomó la mano blanca y fina, cálida, de aquella mujer.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Gracias... eh...</div>
<div style="text-align: justify;">
-Zanthe.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-21857478999490413192013-05-16T21:45:00.000+02:002013-05-16T21:45:11.881+02:00Llamas y Sangre. (III)<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clink. Clank. Clank.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Metal contra metal. La espada del jinete caía una y otra vez sobre el hacha que aún empuñaba Hamal, obligándole a retroceder hacia el círculo que habían formado sus compañeros. Ambos filos estaban ya mellados por los choques, pero no era el momento de preocuparse por eso. Los licántropos tenían suficiente con mantenerse lo más alejados posible de las armas enemigas. Aquellos hombres, icariontes o lo que fueran, sabían a lo que venían, pues todas sus armas habían sido metidas en plata fundida hasta la mitad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La defensa de los clanes estaba bien concebida. Dos círculos concéntricos. En el exterior, los licántropos, en sus diversas formas, defendiéndose con armas o con sus propias garras y colmillos. En el interior, los humanos, con armas largas y arcos, para mantenerse a una distancia más segura. Pero no parecía ser suficiente contra enemigos que podían moverse en cualquier dirección o pasar sobrevolándolos. La defensa exterior recibió una andanada de virotes. Algunos se clavaron en la tierra, quebrándose al ser pisados. Otros atravesaron piel y músculo y cayeron ensangrentados e inertes. Otros permanecieron clavados en brazos, piernas, torsos y espaldas, haciendo caer de dolor a los guerreros. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La plata quemaba en contacto con su sangre. Ésta se volvía negra conforme la infección se extendía. Los músculos iban entumeciéndose y volviéndose pesados. La fiebre subía hasta el delirio. Pocos eran los que sobrevivían a heridas de plata. Ninguno lo haría esa noche, pues no había tiempo para sacarla de sus cuerpos y aplicarles los cuidados necesarios.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sin embargo, todos los que pudieron levantarse tras la andanada lo hicieron. Los que empleaban su forma animal se dispersaron por la plaza, atacando a las monturas cuando se acercaban para que sus jinetes pudieran atacar a los que mantenían sus posiciones. Si conseguían que uno cayese al suelo, ya no tenía escapatoria.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por desgracia para ellos, a pesar de que, cuanto más se alargaba el enfrentamiento, mayores eran las opciones de acabar con los jinetes al acabarse los proyectiles de las ballestas, el cansancio y las heridas añadían un peligro más a aquella noche. La Furia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hacía mucho tiempo que nadie había sucumbido a la desesperación y había liberado su bestia interior, aquella que apagaba su consciencia y únicamente se sentía satisfecha cuando cualquier rastro de vida a su alrededor se había extinguido bajo sus garras. Era su último mecanismo de defensa, su última oportunidad. Cuando la furia de un licántropo se desataba era puro instinto. No le detenía la sangre ni el dolor de sus heridas, atacaba guiado únicamente por la rabia y la imperiosa necesidad de sobrevivir y no distinguía a enemigos y aliados. Cualquier ser que se moviese era una amenaza y, como tal, debía ser eliminada. Al final, cuando se hallaba solo, bañado en sangre, cuando ya no percibía ningún peligro, caía en la inconsciencia hasta que volvía a despertar, incapaz de recordar qué había pasado y quienes habían caído a sus manos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El primero en sentirla fue Lycos. La herida de su brazo se había infectado y ya se había oscurecido la piel hasta su hombro. Sudaba por todos sus poros a causa de la fiebre y la vista se le nublaba. Además, tres virotes se veían clavados en su cuerpo: uno bajo el pectoral derecho, profundo, disparado a bocajarro, los otros dos debajo, hacia su cadera, recibidos mientras caía a causa del primero. Se había levantado para seguir luchando, pero no podía soportarlo más. Estaba acorralado entre el muro de una casa en llamas y dos jinetes, que le acosaban con lanzas plateadas a lomos de sus monturas, mientras que él había perdido su arma y no tenía forma de recuperarla. Un aullido desgarrador que hizo sangrar su garganta y atrajo sobre sí un gran número de ojos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por un instante, el tiempo parecía haberse detenido para que recrearse en el cambio experimentado por el cuerpo de Lycos. El muchacho, que pasaba por poco la veintena, siempre alegre y con el rubio cabello revuelto, cayendo sobre sus vivos ojos castaños, se retorcía, con la ropa hecha jirones y manchada de sangre oscura. Apretaba los dientes hasta que rechinaban y se pasaba las manos por el pecho, como si quisiera arrancarse la piel para poder respirar. Sus pulmones ardían intensamente y las entrecortadas bocanadas que lograba tomar cuando conseguía relajar la mandíbula eran insuficientes. Sus rasgos se afilaron, su piel quedó cubierta por un espeso pelaje, sus músculos se hincharon y su cuerpo se adaptó a una nueva y dolorosa morfología. Pero la diferencia la marcaban sus ojos. Seguían siendo castaños, pero lucían un tinte ambarino alrededor de la pupila. Miraban a todas partes, como si contasen cuántas vidas era necesario quitar. Cada bulto era una amenaza. No importaba si antes de aquel instante habían sido rivales o aliados. Todos iban a morir bajo sus garras y sus colmillos. La saliva cayó por el lateral de su boca cuando se lanzó al ataque.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Corred, muchachos —apremió Orión, sin mirar hacia atrás, en su carrera, guiando a los más pequeños del clan hacia el Templo de Shyd.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En otro tiempo había sido un gran guerrero y un buen líder para los Argales. Ahora seguía manteniendo el mismo espíritu, pero los años ya no le permitían luchar con la misma agilidad que antes. No quería reconocerlo, pero así era. Y por ello se encontraba a la cabeza de la huida de los más pequeños hacia un lugar seguro, junto al lago central de la isla. La Dama de Plata les protegería, como siempre había hecho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Abuelo, los botes para cruzar el lago están por allí —el joven lobo castaño que corría a su lado giró su cabeza hacia atrás, levantando el hocico para señalar la dirección.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los Argales siempre habían ido hasta el templo atravesando el lago para evitar poner un pie en Delfas. Sus clanes estaban enfrentados desde hacía tanto tiempo que ya nadie recordaba el verdadero motivo que aquella disputa, pero ninguno estaba dispuesto a renunciar a su orgullo y proponer la paz.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—No iremos por el lago, Viktor —respondió Orión, sin detenerse más que para comprobar que los demás le seguían—. Ahí seríamos un blanco demasiado fácil. Seguiremos por el bosque hasta el templo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—¿Por Delfas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Ahora los clanes debemos estar unidos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Déjame volver. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No recibió respuesta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Puedo luchar —insistió—. Y tú también. Eres el mejor guerrero que han tenido los Argales.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Proteger a los demás ya es suficiente responsabilidad para los que estamos aquí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Viktor paseó la vista por el heterogéneo grupo de humanos, híbridos y lobos. Le frustraba tener que quedarse cuidando cachorros mientras los demás peleaban. Había renegado todo el camino, al igual que los otros cuatro jóvenes que habían sido arrastrados hasta allí por los ancianos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Pero... —iba a protestar una vez más, pero el seco gruñido del lobo gris le hizo callar, agachar las orejas, y continuar corriendo en silencio. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En su interior, albergaba la esperanza de que, al llegar al Templo y tener a los demás al salvo, les llegaría a ellos la oportunidad de pelear. Aunque fuera codo con codo con los delfarios.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los golpes se sucedían demasiado deprisa. Concentrado como estaba en su propia pelea, en resistir el dolor de sus heridas abiertas y, sobre todo, la plata que se escondía en su muslo derecho, Hamal no fue consciente de cómo los demás se apartaban del camino del furioso Lycos. Los ojos desorbitados del jinete le indicaron que algo ocurría tras él, pero no estaba en situación de girarse para comprobar de qué se trataba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El pegaso se encabritó, asustado al ver venir hacia él la mole cubierta de pelo en que se había convertido Lycos. Tiró de su lomo al jinete con un largo relincho y se elevó volando para escapar de allí. Otras monturas le siguieron, algunas liberadas de su carga, otras peleando contra las órdenes de su jinete para que volvieran.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hamal no desaprovechó la ocasión y dejó caer su hacha sobre el cuerpo tendido en el suelo, con toda la potencia de sus dos brazos y el impulso de su cuerpo. La sangre salpicó a su alrededor cuando degolló a su enemigo. Obedeciendo un impulso se giró para ver qué era lo que había hecho huir al pegaso, justo para ver a Lycos saltar hacia él desde una distancia cercana a los dos metros. Lo tenía encima y no tenía tiempo para reaccionar. Cayó bajo el peso del licántropo, sintiendo cómo el virote de plata se hundía aún más en su carne y cómo las afiladas fauces de la bestia hacían presa sobre el brazo que, en un acto reflejo, había levantado para protegerse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La sangre y la saliva se mezclaron y cayeron sobre su rostro, impidiéndole ver con claridad. Gritó de dolor cuando sintió el chasquido del hueso y cómo se desplazaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estuvo a punto de rendirse, de cerrar los ojos y dejarse devorar por la furia de Lycos, cuando, de repente, éste le soltó y echó la cabeza hacia atrás, con un largo aullido. Pudo entonces ver a Arioto a su lado, empujando la lanza que se perdía en el costado de su hermano. Todavía apresado por el peso de Lycos, Hamal buscó a tientas la daga que llevaba al cinto y que había caído al suelo, a pocos centímetros de su cadera. La clavó donde pudo, bajo las costillas. Fue sólo de refilón, pero lo suficiente para obligarle a doblarse y permitir a Arioto sacar la lanza de su costado y atravesarle con ella el cuello.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El cuerpo de la bestia convulsionó y cayó hacia el lado contrario al que estaba Arioto, a la izquierda de Hamal. La mancha de sangre iba creciendo a su alrededor conforme se iba desangrando, pero la herida que le había hecho Arioto había sido mortal.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Arioto...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Pelea —atajó éste, tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse, una vez liberado del peso de Lycos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No era momento para llorar ni lamentarse, era el momento de luchar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estaban ya cerca. Podían ver a lo lejos, entre los troncos de los árboles, el claro que se abría al lago, donde se alzaba el Templo de la Loba Blanca. Un edificio sencillo y pequeño, de una sola planta, con muros de piedra y tejado a dos aguas. La parte trasera daba al lago y había un pequeño camino de tierra marcado en la hierba a fuerza de ser pisado por los argales. Se escuchaban gritos, la batalla debía de haber alcanzado incluso los alrededores del lugar sagrado que nadie se atrevía a mancillar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Viktor se detuvo un instante, levantando las orejas y la cola y con los ojos fijos en un lugar entre la maleza. A pesar del jaleo le había parecido escuchar algo. Un llanto lastimero. Y un fuerte olor a sangre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Viktor —apremió Orión.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Ahí hay alguien —sin dar tiempo a su abuelo a darle una negativa, saltó hacia el lugar del que provenía el olor para descubrir el cuerpo de una mujer sin vida sobre un charco de sangre. Levantó los ojos y vio un par de ramas rotas. Fuese quien fuese, había caído desde ahí arriba. Y por su aspecto, desde mucho más arriba. El llanto provenía de una niña pequeña, que se acurrucaba en el suelo, pegada al costado de su madre. Al escuchar llegar al lobo, le miró con unos enorme ojos, enrojecidos y llenos de lágrimas, suplicándole ayuda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Viktor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El ladrido de Orión le instó a tomar una rápida decisión. Cogió a la pequeña de la ropa y la arrastró en volandas hacia el resto del grupo, al que tuvo que correr para alcanzar. Al verle llegar con la niña, el anciano decidió que no merecía un regaño y olvidó lo sucedido. Si podían salvar una vida más, mejor que una vida menos.</span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-63861455592714581632013-03-28T01:38:00.000+01:002013-03-28T01:38:03.683+01:00RP: Clyven vs. Kael.<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>Aquí subo un fragmento de una historia que hicimos en el foro de Héroes de Camelot, que me gusta particularmente. Estoy "enamorada" de este fragmento, porque creo que refleja muy bien cómo es Clyven por dentro.</i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i><br /></i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>Es una historia muuuuuuy larga, así que lo dejaré en un escueto resumen.</i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>Clyven y Pallas se han visto obligados a enfrentarse a antiguos amigos para proteger a Niké, entrando al servicio de un brujo. Posteriormente, dado que la niña escapó, pudieron cambiar de bando, con la consiguiente tensión con aquellos que antes habían sido sus enemigos. A lo que hay que sumar que el líder del grupo, Kael, descubre que Clyven, tiempo atrás, compró a Leyren, su chica, en un mercado de esclavos. Lo hizo para liberarla, pero Kael, sólo conoce la parte en que la compró. Por ello ataca a Clyven.</i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>La pelea es interrumpida y el malentendido aclarado, pero Kael aún guarda recelos Clyven y él deciden terminar la pelea.</i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡Rayo gélido! -exclamó Kael. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El hechizo no era suficientemente potente como para causarle gran daño ni congelarle por completo, pero el chico había apuntado a sus botas y sus piernas pronto aparecieron aprisionadas, además de sentirlas frías como el demonio</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tsk... Cobarde... -masculló girándose hacia él, justo para notar sus pies pegarse al suelo, envueltos en hielo. Ni corto ni perezoso, el lobo apretó los puños con fuerza, sus ojos se volvieron ambarinos y un espeso pelaje negro cubrió su cuerpo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al ver el cambio de Clyven, Kael retrocedió un paso; aferrando su vara y con frustración en la mirada. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Yo soy el cobarde? -dijo al observar cómo se transformaba en lupino. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No era algo que hubiera esperado, ni que considerase justo, de una pelea "amistosa". Aún así, no se iba a amilanar por eso; pero veía las cosas peor, sin estar descansado</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pero en ese momento, después de que el hielo que atrapase sus piernas se rompiese, la transformación comenzó a revertir. Al principio no estaba seguro de si era así, porque no la había observado con la frecuencia necesaria como para distinguir la dirección del cambio. Cuando comprendió que la transformación y detransformación del hombre lobo habían sido para romper el hielo que apresaban sus piernas, Clyven ya estaba libre. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Eso no podría detener ni a mi hija a sus seis años -gruñó dando un par de pasos hacia él-. ¿Con eso piensas enfrentarte a Falon? ¿A Sheil? ¿A Arnagur? Suicídate y nos ahorramos el viaje.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El chico aferró su vara con fuerza pero se obligó a mantener la calma, intentando pensar la mejor estrategia para vencerle sin usar hechizos demasiado devastadores. No quería realmente hacerle daño, y Leyren y sus compañeros se lo reprocharían probablemente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">"Tengo que resistir sus golpes, o esquivarlos, y seguir golpeándolo con magia", pensó</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alzó su vara al cielo, su extremo brilló y lo apuntó hacia él. Una serie de proyectiles mágicos volaron en su dirección. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Eran demasiados para esquivarlos todos, por lo que alguno le dio; pero su daño era menor que el de la bola de fuego anterior. Probablemente pretendía desgastarlo, más que fulminarlo, pensó el lobo. Clyven continuó avanzando hacia el mago, con el ceño fruncido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Eso es todo lo que tienes? -rodó por el suelo para evitar los proyectiles y pudo esquivar la mayor parte, y fingió ignorar el dolor que le produjeron los impactos-. No es suficiente para ganar esta batalla. Debí acabar contigo en aquella torre en lugar de montar toda esta pantomima para acercarme a vosotros... ¿De verdad has creído ese cuento de que era Sheil quien te torturaba? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El chico frunció el entrecejo al oír tal cosa, y por un momento su cara reflejó sorpresa al entender lo que quería decir. De inmediato se lo negó internamente, pero por unos instantes dejó de atacar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Había conseguido confundirlo un instante, en que el lobo había llegado hasta él. Antes de poder reaccionar, lo cogió de la ropa y lo levantó en vilo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Dime, chico, ¿Qué vas a hacer? No puedes conmigo... Estarás agotado antes de matarme... Ya apenas tienes fuerzas... ¿Y tú eres el que va a proteger a Leyren? -lo dejó caer con desprecio-. Yo no la salvé para esto. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Aquello lo molestó; apretó los dientes y fue a golpear la cara del lobo con el extremo de su vara: esperaba que no esperase un ataque físico por su parte. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y Clyven no lo esperaba, pero era más alto y mas rápido que el, y tenía mejores reflejos; por lo que pudo evitar el golpe en la cabeza y hacer que le diese en el hombro, contraatacando con un fuerte empellón. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Si esto es todo lo que tienes, ha sido un error luchar contigo. No estás a la altura, ni de mí, ni mucho menos de Falon... </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Gruñó, algo harto de las acusaciones de Clyven, quemado aún por todo lo anterior; y decidió cerrarle la boca. Se teletransportó varios metros lejos de él, a su espalda para confundirlo y darle más tiempo; y sin apartar la vista de él comenzó a recitar a toda velocidad una letanía. Si se trababa, le costaría otro golpe; pero esperaba conseguirlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven esbozó una media sonrisa y se giró buscando al mago, hasta que lo encontró. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Vamos, niño, demuéstrame que eres un hombre -murmuró para sí, sin atacar, dando tiempo a que Kael acabase su ataque.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El chico no se preguntó por qué no le atacaba inmediatamente, y una vez terminó su cántico, posó una mano en la tierra. Durante un instante nada ocurrió. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al momento después, un montículo se alzó frente a Clyven; como si del suelo saliese una burbuja compacta de tierra. El lobo retrocedió con precaución, viendo cómo una especie de enorme gusano de tierra se alzaba ante él, le miraba con sus inexistentes ojos, y se lanzaba a por él. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tan perplejo estaba que no lo esquivó totalmente, y el golpe que recibió en el costado fue brutal. Rodó por el suelo aguantando el dolor como experto luchador que era, pero sabiendo que un golpe directo le habría partido varios huesos. Apenas se levantó, aquello volvió a lanzarse contra él; pero sus reflejos y su velocidad eran los de un depredador: lo esquivó. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Vio que aquella cosa metía la "cabeza" en la tierra y todo el cuerpo se fusionaba con el suelo, sin en ningún momento llegar a ver si tenía una cola. Surgió de su otro lateral, y de nuevo lo esquivó. De pronto y antes de poder girarse, notó un brutal golpe en la espalda, que lo envió contra el suelo mientras al parecer aquella cosa desviaba su trayectoria. Por un momento pensó lo desagradable que habría sido que lo atravesara. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con las costillas doloridas, se levantó de inmediato; y al alzar la vista sus ojos se toparon con el lejano muchacho. Justo antes de otro ataque lo vio mirarle con la mano aún apoyada en el suelo; sin embargo, el detalle importante era el sudor de su frente y su respiración jadeante. Parecía que un hechizo así lo agotase a cada momento que pasaba. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Si resistía lo suficiente, el chico lo disiparía. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No era fácil. Aquella cosa era rápida y salía de cualquier lugar a su alrededor; le era imposible predecir sus movimientos. Se atrevió a dar un derechazo a la cabeza que le lanzaba contra él: la fuerza del lobo parecía ser mayor que la de la criatura de tierra, que cambió su trayectoria y fue hacia el suelo; pero en el momento del impacto notó crujir desagradablemente sus nudillos, y extenderse un increíble dolor que le informó de los daños que su propio puño había sufrido. Cuando volvió a atacar por un lateral, lo esquivo y atacó la cola que seguía a la cabeza una vez ésta pasó…</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">… y vio que la tierra se rompía como terrones secos al rozarlo con el puño. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se quedó perplejo un momento; antes de comprender que la parte que impactaba era mucho más dura que el resto. Sonrió para sí, afianzó los pies sobre el suelo y esquivó el siguiente embiste; y de inmediato estuvo listo para cargar con su puño ileso contra el lomo de la criatura mágica. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando su golpe atravesó aquel cuerpo, la parte que golpeó se deshizo; y de pronto todo lo demás también. Giró la vista y vio al chico arrodillado, con las dos manos apoyadas en el suelo y jadeando. El largo combate y el último golpe no le habrían permitido mantener aquello por más tiempo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo había herido, aunque no lo dejaba traslucir. Se alzó al constatar que la criatura no volvía y clavó sus ojos en él. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Mírate. No tienes ninguna oportunidad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Kael alzó la vista. Sus serias palabras no parecían una pulla, sino más bien una constatación. El chico frunció el entrecejo, molesto, y agarró su vara antes de levantarse. Parecía haber recuperado un poco el aliento. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Qué haces aquí? Tendrías que estar en tu casa con tus libros de brujería. No eres más que un crío que intenta jugar con los mayores. Esto está totalmente fuera de tu liga. Me daría igual si fueras tú solo, pero pretendes llevarte a Leyren y a los demás… Y se los van a cargar por tu culpa. No puedes protegerlos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Cállate -respondió el muchacho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Su respiración estaba agitada; en parte por la pelea, pero en parte por sus palabras. Aquello atacaba contra todas las dudas que había estado teniendo, y oírlo desde fuera parecía aún más real. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">"En ningún momento he podido protegeros a todos", recordaba sus propias palabras, "No puedo cuidar de mí mismo; ¿cómo voy a escudaros frente a Arnagür, mientras lo ataco con Hyandel, mientras estoy pendiente de que todos estéis bien, de que Leyren esté bien; e intentando que Arnagür y Falon no me maten por el camino…?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Me callaré cuando me salga de los cojones, niñato -respondió el lobo con todo su desprecio. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se estremeció de ira al oírle llamarle niñato una maldita vez más. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tú no eres quién para darme órdenes, ni a mí ni a nadie -continuó-. No sé por qué demonios te han dejado ser hasta ahora líder de nada, pero no has dejado de hacer el idiota. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">"Yo no soy un buen líder. No tengo experiencia, ni poder, ni habilidades…" </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Un líder debe proteger a los suyos, mantenerlos unidos para alcanzar la victoria, conocer las habilidades de cada uno de los miembros de su grupo y cómo aprovecharlas. Y tú sólo te comportas como un niño llorón que pretende huir cuando se da cuenta de que las cosas se ponen de verdad difíciles o luchas dando palos de ciego, como ahora. No te importa lo que le ocurra al elfo, ni a Namarië. Ni siquiera a Leyren y se supone que sientes algo por ella. Ja. Valiente líder -rezongó. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Kael apretó los puños con fuerza, negando todo aquello internamente; pero sabiendo que parte de sí dudaba en todos aquellos aspectos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Hace horas que podías haber acabado conmigo con algo tan simple como transportarte, coger la daga de Pallas y transportarte de nuevo para clavármela. Dos hechizos, Kael -explicó remarcando su nombre, para hacerle ver que le hablaba en serio-. Con sólo dos hechizos podrías haber ganado esta batalla. En cambio te has dedicado a desgastarte, atacándome sin ton ni son con mil hechizos que, como deberías haber sabido, no podrían conmigo. Y no porque no me hagan daño, sino porque deberías haber deducido que con los años que llevo viviendo con una bruja, algo habré aprendido sobre como evitar o contrarrestar los más sencillos o al menos estar preparado para sus efectos y adaptar mis fuerzas a ellos. Y porque soy mucho más fuerte y resistente que tú. No tengo más que dedicarme a evitar tus ataques y tú solito me darás la victoria. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">"Yo no intento matarte, maldita sea", pensó al oír la referencia a la daga de plata. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pero supo que había estado dando palos de ciego toda la batalla. Nunca había estudiado cómo luchar contra un licántropo sin plata, y no había sabido qué hacer sino ir probando cosas que realmente no le hicieran arriesgar demasiado… </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Pero no tienes en cuenta esos detalles. Tratas de controlarme en mi terreno en lugar de llevarme al tuyo y no dejarme ni respirar. ¡¡No observas!! ¡¡No piensas!! Ni sabes aprovechar tus habilidades ni conoces de verdad a los tuyos. Para ti sólo son peones prescindibles, alguien que han puesto a tu lado para parar tus golpes y que te siguen únicamente porque se les ha ofrecido un puñado de monedas, ¿me equivoco?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo miró de arriba a abajo, crítico, comparándolo con quien, para él, reunía todas las características de un líder: Víktor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡Eso no es cierto!-se defendió Kael, furioso por la repentina elocuencia del licántropo-. Tú no sabes nada. Puede que en un principio fuese así, pero las cosas han cambiado. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No, Kael. Aquí lo único que ha cambiado es que ahora tienes dos enemigos menos; pero tu actitud de niñato mimado sigue presente. Sé un hombre. Demuestra que tienes cojones y lucha de verdad. Conoce a los tuyos y deja de hacerte el héroe que va a salvarnos a todos perdiendo la vida, porque ese papel te viene grande. Me has decepcionado. Cuando decidí luchar contigo quería comprobar las posibilidades de un hombre, pero sólo me he encontrado con un chiquillo asustado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La decepción en sus ojos era más que evidente. Clyven creía estar luchando contra un nombre inteligente. Inexperto, sí, pero con la cabeza suficiente para saber aprovechar sus ventajas. Y se había encontrado con aquello. Sabía que en el fondo era fuerte, pues había sobrevivido a las torturas de Sheil y, seguramente, a las de Falon. Pero necesitaba algo más. Para sobrevivir a aquella batalla necesitaban a un líder capaz de sobrepasar sus propios límites, de cubrir las debilidades de unos con las ventajas de otros, de guiarles a la victoria.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Kael hervía de rabia. Las palabras del lobo se le clavaban como dagas en su confusa mente, pero aquella mirada… Eran casi los ojos de su padre, despreciándolo por ser tan débil, por no ser mejor, por ser suficiente. No estaba dispuesto a soportarlo, ¡no de Clyven! No era nadie para juzgarlo, y… Su furiosa mente dio con una idea con que enfrentarse a él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven seguía mirando al joven mago. Ese chico conocía al enemigo y podía trazar una estrategia... pero no conocía a sus aliados, no sabía qué les movía, más allá de la recompensa prometida. Ni siquiera era consciente del poder que poseía. Necesitaba un último empujón y, aunque fuese cruel, él estaba dispuesto a dárselo. Su vida y las de su familia estaban en juego.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Dime, Kael... ¿qué harás cuando la mitad de nosotros hayamos muerto por tu culpa? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Fuerza de Teissner -susurró el muchacho con los ojos clavados en él. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven parpadeó al ver al chico rodearse de un aura roja; la misma que había visto en él cuando le fuera a atacar por primera vez. Le vio mantener su mirada cargada de furia un instante, antes de echar a correr hacia él. Fue a su encuentro. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Un instante antes de encontrarse, se desvaneció; su puño hendió el aire mientras volvía a notar su presencia a su lado. La vara lo golpeó en la espalda, descargando sobre él una enorme cantidad de energía que lo hizo trastabillar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De pronto el lobo notó una sensación de lo más desagradable: perdió el control de sus brazos, que de pronto cayeron inertes a ambos lados de su cuerpo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">"Te van los ataques físicos… veamos qué puedes hacer sin tus brazos"</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una mano que destilaba electricidad fue al encuentro de su hombro mientras Clyven se giraba; y tras retroceder, el extremo de la vara apuntó hacia él emitiendo un rayo de luz que golpeó cruelmente su estómago. De pronto la velocidad de conjuración del muchacho se había multiplicado, sus hechizos eran más potentes y sus fuerzas parecían restituidas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo retrocedió e intentó recuperar el control de sus brazos, pero fue inútil. Con un rugido, Kael impulsó una mano abierta en su dirección y una violenta descarga de energía atravesó su pecho y su espalda, tirándolo al suelo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De inmediato lo apuntó con su vara, el extremo brillando salvajemente. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La hechicera oscura, que hasta entonces había observado la pelea en silencio, con Niké en el regazo, desvió la mirada hacia Feryn. Sus ojos habían seguido cada movimiento del lobo, cada golpe asestado, cada impacto recibido. Siempre atenta a los ojos del lobo, el mejor indicador que tenía de cuándo debía intervenir. Cuando Clyven se hallaba acorralado, pero acorralado de verdad, sin una esperanza clara de escape, su parte animal se hacía con el control, el instinto de supervivencia utilizaba su último recurso: la furia del licántropo. Y justo cuando eso ocurría, apenas unos segundos antes de que todo el poder de la bestia se desatase, los ojos de Clyven se volvían ambarinos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo había visto. Apenas un instante, pues el mercenario había logrado controlarse y sus ojos habían vuelto a la normalidad, pero la furia estaba allí, esperando el instante preciso para ser liberada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tenemos que detenerles o estaremos todos en problemas -sentenció, al tiempo que apartaba a la niña de ella, y se puso en pie-. No te muevas de aquí, cariño.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Avanzó con paso firme hacia el lugar donde Kael golpeaba a placer al guerrero isleño, con el brazo derecho extendido y la mano abierta, formando un ángulo que dejaba su mano a la altura de sus caderas. Su capa negra ondeaba tras ella a cada paso. Cerró los ojos un instante, deteniéndose, y al abrirlos, dirigió con un seco ademán la mano hacia Kael. Un brillo rojizo salió de entre sus dedos y se estrelló contra la vara del mago, siendo inofensiva para él, pero lo suficientemente certera para desviar su cayado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡¡Ya basta!! ¡¡Detente Kael!! -la voz de Feryn apoyaba los actos de la bruja, que se había colocado entre ellos, de espaldas a Kael, y envolviendo a Clyven en un cálido abrazo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pegó la cabeza del lobo contra su pecho, arrodillándose a su lado, murmurando suaves palabras en su oído. Todo había acabado y Clyven tenía que calmarse. El mercenario cerró los ojos y se relajó entre los brazos de su mujer, siendo consciente en ese instante de lo mucho que le dolía todo el cuerpo. Aquella pelea ponía fin a unos largos días en los que había traicionado a un poderoso mago durante una batalla, había pateado el boque sin descanso en busca de Niké, había cargado con Pallas y Kael de regreso al campamento, había salido a cazar y había vuelto a recorrer los alrededores con Namarië, para intentar dar con Kael. Apenas había dormido y hacía tiempo que no exigía a su cuerpo todo aquel esfuerzo físico, sobre todo el tener que controlar a la bestia que llevaba en su interior. Así pues, decidió que se había ganado un buen descanso y ¿qué mejor para relajarse que dejar que la mujer que amas te cubra de mimos y atenciones? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Leyren, Namarië -las llamó la bruja-. Necesitaré ayuda para moverlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven chasqueó la lengua con fastidio. La ayuda de Leyren y Namarië sería muy útil para curar sus heridas, pero eliminaba todo el erotismo de las manos de la bruja recorriendo su piel, limpiando sus heridas. Casi al instante, Niké corrió hacia ellos y asió la mano sana de su padre para intentar arrastrarlo. El lobo sonrió a la pequeña, se soltó de ella y le revolvió cariñosamente el cabello.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Aún puedo moverme, Pallas -murmuró el lobo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Shhh, tú sólo relájate, que vamos a limpiarte las heridas -sonrió ella, acariciándole la mejilla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Todo había acabado... y Clyven había perdido. Al menos la pelea en sí, porque el lobo estaba extrañamente satisfecho... tanto que hasta esbozó una diminuta sonrisa al cerrar los ojos y dejarse cuidar por Pallas.</span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-70659031008724656582013-03-14T13:52:00.000+01:002013-03-14T13:52:10.899+01:00JDA VII. La ciudad entre las nubes. (IV)<br />
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ninguno
pudo creerlo cuando lo escucharon. Aquellos hombres debían de estar
bromeando, aunque la seriedad de sus rostros y la solemnidad de sus
palabras parecieran indicar lo contrario.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Saltar?
Pero no podemos hacer eso –intentó razonar Klawn–. No somos
pájaros. Tal vez los habitantes de esta villa hayan logrado
aprender, pero nosotros aún necesitamos varias lecciones de vuelo
antes de lanzarnos al vacío.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es
una prueba de fe, muchacho. ¿Acaso no tienes fe? -insistió el Sumo
Sacerdote.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Cuando
se me pide que salte a una muerte segura, no.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Réplica
tras réplica, los nervios se iban crispando. Las respuestas de Klawn
eran cada vez más mordaces y, si no le interrumpían pronto,
acabaría haciendo gala de la mala educación que era capaz de
concentrar en su persona cuando se lo proponía. Seshai era la única
que se limitaba a observar, de brazos cruzados, sin intervenir.
Finalmente, la pelirroja optó por dejarles saber su opinión.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Los
humanos tenéis costumbres demasiado extrañas. ¿Qué tiene que ver
que accedamos o no con nuestra presencia en la ciudad o con lo que
vayamos a decir en el juicio de Francis? Dime –sus ojos permanecían
fijos en Anteraas, sin un atisbo de temor o de ira hacia ese hombre–,
¿te quedarás tranquilo si uno de nosotros salta desde la muralla?
Si es así, lo haremos.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero
Seshai…</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Déjalo,
Klawn. Si es la forma de hacer que nos dejen en paz y suelten a
Francis, acabemos cuanto antes. ¿Desde dónde hay que saltar?</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Anteraas
los guió con gesto satisfecho hasta la parte de la muralla que
estaba pegada al borde de la isla flotante donde se erguía Astaroth.
La unicolyan avanzaba con paso firme, ignorando deliberadamente las
palabras de sus amigos sobre el riesgo innecesario al que se iban a
enfrentar. Sad cerraba el grupo, callada, concentrada en calcular si
Tornado podría recoger a tiempo al grupo si saltaban con la
suficiente distancia.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mandrake
envió a un muchacho a buscar un grifo para tratar de evitar una
catástrofe. Sin embargo, antes de que el chico hubiese podido
alejarse medio centenar de pasos, antes de que Klawn se hubiese
acercado al borde, antes de que Sad hubiese llamado a su montura, la
larga cabellera roja de Seshai pasó como una estela de fuego ante
ellos, siguiendo la carrera de la unicolyan hacia el abismo.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Un
seco impulso, un salto al vacío, con los brazos y las piernas
extendidos, sintiendo la resistencia del aire, que parecía querer
sostener su pequeño cuerpo humano, contra la piel y moviendo con
fuerza sus ropas, como si miles de dedos invisibles tratasen de
arrancársela.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las
exclamaciones de los testigos de su temeridad le hicieron sonreír
mientras, sobre el borde de Astaroth, el comandante pedía a gritos
una montura en un vano intento de seguirla.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Fue
entonces cuando un fogonazo blanco dejó a la vista de todos la forma
equina de Seshai, con aquellas grandes y fuertes alas que la llevaron
de vuelta a la ciudad entre las nubes.
</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se
posó junto a Klawn con un relincho que casi parecía una burla. El
mercenario dibujó en su rostro una gran sonrisa y palmeó la cruz
del animal.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Qué
grande eres, preciosa! ¡Una entrada magnífica! –el brillante
estallido que envolvió de nuevo a Seshai al recuperar su apariencia
humana le hizo apartarse un poco, mientras se sacudía las ropas.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y
bien? ¿Ya estamos todos satisfechos? –los verdes ojos de la
unicolyan interrogaban al sacerdote, quien, si hubiese contenido un
poco más de rabia en su interior, habría explotado.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mandrake
trató de disimular su sonrisa al ver el congestionado rostro de
Anteraas, pero Asgaloth rió con franqueza:</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Bien,
amigo mío, Onour ha decidido.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No
ha sido la voluntad de Onour, sino magias oscuras de estos...
estos...</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Oh,
no, Anteraas, las criaturas que cambian de forma también son obra de
nuestro Señor y él ha decidido que una de ellas llegase hasta aquí
–se volvió hacia el grupo–. En fin, una vez terminada toda esta
locura, por favor, acompañadme, os buscaremos un alojamiento
adecuado. Sois libres de ir y venir por la villa.</span></div>
<div class="western" style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Echó
a andar de regreso al cuartel, seguido de los compañeros, dejando
atrás a Mandrake, que intentaba aplacar el enfado del Sumo
Sacerdote.</span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-79996164657757230932013-02-07T23:11:00.001+01:002013-03-14T14:10:10.684+01:00JDA VII. La ciudad entre las nubes. (III)<span style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Anteraas entró sin llamar en el despacho de Asgaloth. Tanto él como Mandrake clavaron los ojos en el sumo sacerdote.</span></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Anteraas, te esperábamos –el comandante le invitó a sentarse en el lugar que quedaba libre al otro lado de su mesa, junto a Mandrake.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Mis obligaciones me han impedido llegar antes –respondió el aludido secamente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Asgaloth no respondió, aunque internamente se permitió pensar que los demás también tenían obligaciones que cumplir y las habían pospuesto para acudir aquella reunión que el propio clérigo había solicitado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Entiendo –fue lo que dijo Asgaloth–. ¿A qué se debe que nos hayas convocado aquí con tanta urgencia?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tenemos que solucionar el problema que ha venido junto con Francis de Gondolak –omitió el título. A sus ojos, como reo pendiente de juicio, no merecía dicho tratamiento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Problema?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sacerdote suspiró exasperado al ver que no entendían sus insinuaciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ésos que le acompañaban.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ah. Sus amigos. ¿Qué problema hay con ellos?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No pueden quedarse aquí. ¿Un vampiro? ¿Mercenarios? Su sola presencia mancilla la Ciudad Sagrada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tampoco creo que sea para tanto. ¿Tú que crees, Mandrake?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pues creo que...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Que no es para tanto? ¡¡Estamos hablando de seres que se alimentan de personas, de magia oscura, de gente que mata por dinero!! ¡Con esa calaña se relaciona! ¡Y se autoproclaman héroes! ¡Es contra lo que luchamos en nombre de Onour!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Exageras. ¿Cuántos son? ¿Media docena? ¿Diez? Estamos en Astaroth, ni aunque lo intentasen, podrían hacernos el menor daño.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Cuando encuentres el primer cadáver, ya será tarde para hacer nada. Y yo no me haré responsable.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mandrake se mantenía en un discreto segundo plano. Asgaloth resopló.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Está bien, pondré una cuadrilla adicional a hacer rondas. ¿Satisfecho?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No. Deberíamos someterles a una prueba de su fe en Onour.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El comandante miró al mago buscando comprobar que no se había vuelto loco y, efectivamente, había oído lo mismo que él. La expresión de sorpresa de Mandrake fue suficiente confirmación.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Anteraas, ¿a qué te refieres con una prueba de fe?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–A someterlos a la Voluntad, ¿qué si no? Los colocaremos en fila en la explanada ante la muralla –colocó las manos sobre la mesa, sobre los meñiques, enfrentadas forma que las yemas de sus dedos casi se tocaban, y las separó, arrastrándolas por la lisa superficie de madera, para trazar una muralla imaginaria–. Si Onour aprueba...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tirar a alguien desde las murallas de Astaroth... ¿Te has vuelto loco? –Asgaloth buscó una vez más apoyo en el callado mago, quien pasaba la vista de uno a otro, sin variar su expresión calmada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Someterse a la Voluntad de Onour era una práctica habitual.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Hace más de cien años.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Oh, vamos, vamos –prosiguió Anteraas, restándole importancia–, para eso cada aspirante a la paladín entrenaba un grifo desde que nacía. Todavía lo hacen. Se crea un vínculo entre ellos. Esa prueba permitía reforzar su unión.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y cuántos paladines han muerto inútilmente por ello? ¿Cuántos desafortunados accidentes ha habido?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Fue la voluntad de Onour.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Me niego a que, mientras yo sea dirigente de esta Orden se lleve a cabo esa barbarie.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es una barbarie. El propio Onour lo hizo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Onour es un dios. ¡Por Asanda! Puede caminar sobre el aire si lo desea. Él subió esta ciudad a los cielos. El resto somos simples mortales. Además, los amigos de Francis no tienen grifos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Les facilitaremos uno.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No. Esos animales están para servir a Onour.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Precisamente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Asgaloth resopló, exasperado, volviendo los ojos hacia Mandrake con una expresión que suplicaba ayuda para no descargar la rabia contenida. El hechicero vio sobre él al mismo tiempo la inquisitiva mirada de Anteraas. Sus ojos claros pasaron de uno a otro varias veces antes de esbozar una leve sonrisa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Yo creo que deberíamos hacerlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La sonrisa triunfal que Anteraas no se molestó en disimular fue tan evidente como la sorpresa y la decepción en los ojos de Asgaloth. El orondo sacerdote tamborileó con los dedos en la mesa antes de levantarse, visiblemente satisfecho con el resultado de aquella reunión.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Perfecto. Decidido, entonces. Si no hay nada más que tratar, voy a prepararlo todo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ninguno de los otros dos le retuvo. Mandrake le deseó un buen día, como hacía siempre al saludar y despedirse de alguien. Asgaloth se limitó a despedirle con un gesto impaciente de la mano, como si tenerle en su despacho le alterase. Y en realidad lo hacía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas se quedaron solos, el comandante taladró al mago con la mirada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No puedo creer que tú estés de acuerdo con todo esto. Es una locura.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Y no lo estoy, amigo mío, pero ambos conocemos a Anteraas y su facilidad para conseguir que sus fanáticos y otros no tan fanáticos le sigan en sus decisiones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero esto va demasiado lejos. Tirar a alguien de las murallas…</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Asgaloth, sabes tan bien como yo que mucha gente aquí piensa como él. Tener a un puñado de mercenarios, entre los que se encuentra un vampiro, no es algo que me entusiasme. Aunque siendo amigos de Francis estaría dispuesto a dejarles hacerlo. Algo debe haber visto en ellos el muchacho y me encantaría descubrir de qué se trata. Pero hay muchas personas que les temerán y hasta podrían atacarles. Anteraas sólo pide una prueba de que Onour les acepta, aunque sea una tan extremista. Es un hombre de fe. Radical, pero fe al fin y al cabo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tú y yo también somos hombres de fe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Si nos oponemos, no se quedará de brazos cruzados. Movilizará a sus acólitos y ya hay bastante tensión en la ciudad con la idea del Concilio. Deja que se entretenga con esto y así tú y yo tendremos tiempo de centrarnos en otros asuntos más importantes. No quiero más problemas aquí y, si complacer a Anteraas nos ayuda a ello, que así sea.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No me gusta, Mandrake. Nunca he sido un hombre de intrigas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pues en este caso tendrás que serlo. Necesitas conocer todos los campos de batalla. Y éste es el de Anteraas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Anteraas ya está obteniendo demasiada diversión.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vamos, Asgaloth, esa gente es amiga de Francis. Sabemos de lo que han sido capaces en el pasado. Sabemos que tienen recursos. Estoy más que convencido de que saldrán airosos de esta situación. Nosotros centrémonos en el Concilio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El comandante meneó la cabeza, resignado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pobre Francis. Ese muchacho ya ha sufrido mucho. No se merece todo lo que le está pasando. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Francis es un hombre bueno y leal, pero esa amistad tan profunda con seres oscuros, con mercenarios, con ése que lidera los Lobos de Obsidiana... Si tú muestras un ápice de preferencia hacia él, se nos echarán encima.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No me importa lo que piensen los demás. Sabes que lo haría por cualquier otro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pues debería importarte. En nuestra posición no tienen cabida los sentimientos personales. Hay que hacer lo que hay que hacer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Y lo estamos haciendo, vamos a someterle a la Ley de Onour. ¿No es suficiente?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Onour sabe por qué hace las cosas –zanjó, levantándose para abandonar también aquel despacho–. Confiemos en él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Si yo en Onour confío, de los que no me fío tanto es de todos los hombres que dicen estar a su servicio.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2013/03/jda-vii-la-ciudad-entre-las-nubes-iv.html">VII. La ciudad entre las nubes. (IV)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-27211011426407785522013-02-01T20:40:00.003+01:002013-03-14T14:11:15.892+01:00JDA VII. La ciudad entre las nubes. (II)<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La primera jornada mantuvieron la distancia, en pos de aquellas figuras aladas que se recortaban en la lejanía, en silencio, como una sombra entre las nubes. La segunda, volaron siguiendo su estela, callados y acechantes, y se detuvieron apenas a un centenar de metros de ellos. En la tercera, ya avanzaban de cerca, como si tratasen de unirse a la formación, sin molestarse en disimular su presencia o las conversaciones que animadamente se sucedían mientras surcaban los cielos de principios de primavera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al caer la noche, apenas la formación de grifos se posó a un lado del camino principal que atravesaba la extensa pradera, que ondeaba suavemente, como un mar en calma, salpicado de color, Seshai y Tornado aterrizaron en el lado opuesto de la franja de tierra que llegaba hasta Theemin. Klawn fue el primero en desmontar, ayudando a Sad a descender de su pegaso. Elanor y Kai liberaron de su peso a la unicolyan, quien recuperó su apariencia humana y se estiró, arqueando la espalda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El alegre campamento que organizaron alrededor de una pequeña fogata contrastaba con la seriedad y el silencio imperantes en el otro lado del camino. Francis les observaba desde la distancia, callado, pero sin poder evitar que un amago de sonrisa aflorase a sus labios. El resto de paladines no parecían tan contentos. Algunos incluso habían hecho comentarios, molestos por la presencia del otro grupo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El capitán, cansado de las fuertes carcajadas del mercenario mientras molestaba a Kai, los gritos de Elanor al verse en medio de la huída del muchacho y los de Sad regañando al adulto por ser peor que el niño, decidió cruzar el camino y detenerse junto al grupo, de forma que la luz del fuego le iluminase lo suficiente para ser visto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Buenas noches.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Buenas noches, capitán –respondió Kalwn, dejando de frotar sus nudillos contra el pelo de Kai.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El pícaro corrió, apenas se vio libre, a esconderse tras Ela. El mercenario tomó asiento cómodamente junto al fuego, invitando al capitán a unirse a él y sus compañeros. Aunque la única que estaba sentada junto a las llamas era Seshai. Los demás se acercaron también ante la presencia del paladín.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Gusta? –Klawn le ofreció los restos de la cena con un ademán cordial y la mejor de sus sonrisas. La falsedad de su gesto engañó al militar, mas no a sus compañeras, que habían visto esa mueca demasiadas veces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No, gracias –declinó-. ¿Qué buscan al seguirnos? ¿Pretenden atacar para liberar a su amigo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Rescatar a Francis? ¡Qué va! Se ha entregado por voluntad propia. Si le rescatásemos, tendríamos que hacer turnos para vigilar que no se nos escape y se entregue de nuevo. Es una pérdida de tiempo. Además, capitán, si quisiéramos atacarles, ¿realmente nos considera tan estúpidos como para seguirles abiertamente y viajar haciendo tanto ruido?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Reconoce que nos están siguiendo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No les seguimos, capitán, sólo vamos por el mismo camino y hacemos las jornadas igual de largas, pero eso no es pecado según la ley de Onour, ¿verdad? –el gesto del paladín dejo claro que no le había gustado el tono sarcástico que había empleado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No. No lo es.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tranquilo, nos perderá de vista en cuanto lleguemos a Astaroth.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Quiera Onour que sea pronto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sin alargar más la conversación, murmuró una breve despedida y regresó sobre sus pasos, agradeciendo a su dios que sólo restasen dos jornadas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Dos jornadas que no se diferenciaron especialmente de las anteriores.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por fin se distinguía sobre el bosque la sombra de Astaroth, la ciudad flotante. Los grifos se posaron en la explanada de fresca hierba ante las murallas de la ciudad. Eran apenas una decena de metros los que separaban el muro de piedra del vacío, con bordes irregulares. En algunas zonas un poco más, en otras un poco menos, para mantener la línea recta en la muralla. Siempre había paladines sobrevolando alrededor de la ciudad, por si acaso alguien caía al vacío. Por mucho que la muralla se alzase una decena de metros para evitar accidentes, éstos ocurrían. Y tener a un paladín a lomos de un grifo en todo momento preparado para lanzarse en picado, podía evitar la mayoría de desgracias.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Varios jóvenes se apresuraron a hacerse cargo de los grifos mientras los paladines volvían a formar en torno al reo para escoltarle al cuartel general de la Orden. Francis miraba a todos lados con añoranza, reconociendo al paso una panadería, la herrería, una o dos tabernas... Hacía relativamente poco que había abandonado aquella ciudad, pero habían pasado tantas cosas que le parecía una eternidad. Sin embargo, apenas cruzaron la muralla y empezaron a recorrer la avenida principal, el joven caballero se percató de las miradas que iban centrándose en él y los murmullos que levantaba su presencia, escoltado por media docena de hombres, como un criminal, yendo a juicio. ¿Es que todo el mundo sabía que iba a celebrarse un Concilio contra él? La vergüenza le obligó a clavar los ojos en los talones del soldado que llevaba delante. Su mente se concentró en la forma y el color de los adoquines, en como la suela de las botas de su escolta se doblaba y estiraba sobre ellos a cada paso. Sólo elevó la vista cuando lo vio detenerse para encontrar ante sí la gran escalinata del cuartel general de la orden de Onour. Durante años había sido su hogar y ahora se le antojaba un edificio de fría y dura piedra, pero sin el calor y la grandeza que había visto en él otras veces. La ciudad entera había cambiado, sus calles, sus casas, su gente; todo era igual y al mismo tiempo distinto. Tal vez, pensó, era él quien había cambiado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Le guiaron por los pasillos del edificio, aunque no hubiese sido necesario. Conocía el camino. Cuando se detuvieron, reconoció aquellas puertas de roble, macizas, talladas, recias, cubiertas con un barniz que las hacía más oscuras que la madera en bruto. A la altura de sus cabezas, un grifo dorado en cada hoja. Tras ellas se encontraba el despacho de Asgaloth.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Exactamente igual que lo recordaba. Los mismos muebles de madera, la misma pila de papeles que parecía no tener fin, los libros encuadernados en cuero en las estanterías del fondo... Se mantuvo tal y como habían hecho el trayecto hasta allí, en el centro de la formación, dos paladines delante, dos paladines detrás. Los cinco serios y firmes, esperando una orden de su superior, quien se hallaba junto a la ventana y se volvió hacia ellos cuando entraron.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Mi señor Asgaloth -empezó el hombre que Francis tenía delante, a la derecha-, traemos ante vos a Sir Francis de Gondolak.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los ojos de Asgaloth se posaron en el que no mucho tiempo atrás había sido uno de sus mejores pupilos. Su mirada no pretendía reflejar ninguna emoción, pero Francis creyó ver en ella decepción.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Se le acusa...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Sé muy bien de qué se le acusa, yo mismo firmé los cargos. Gracias -interrumpió el comandante. El soldado guardó silencio al momento-. Lleváoslo. Bloque seis.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con un leve asentimiento, se llevaron a Francis hacia su celda.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2013/02/jda-vii-la-ciudad-entre-las-nubes-iii.html">VII. La ciudad entre las nubes. (III)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-5294373373905549902012-11-28T12:43:00.001+01:002012-11-28T13:50:44.031+01:00RP: El sacrificio de Ángel.<div style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>[Esto no es un relato, es un rol interpretativo. Para los que no lo sepan, básicamente es: yo escribo un párrafo sobre mi personaje, tú escribes uno sobre el tuyo, interactuamos y así hacemos la historia. No tiene relación con los demás relatos del blog, salvo por el hecho de que uso a Clyven. Es lo que mis amigos y yo llamamos una RP (Realidad Paralela).</i></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>La lectura puede resultar un poco rara al principio, porque cada párrafo corresponde a un personaje distinto y se va saltando de uno a otro, pero todo es cogerle el punto. Está tal y cómo ha salido, así que, me disculpo de antemano por los errores ortográficos y gramaticales que pueda haber.</i></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>Roleado los días 19 y 20 de noviembre de 2012.]</i></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i>Antecedentes: Clyven se encuentra por casualidad con una druida. Ella no le dice su verdadero nombre, pues todo el mundo la conoce como Ángel, dado que tiene un par de alas negras, pequeñas, que no le permiten volar. Tras varios encuentros fortuitos por la villa, se ven envueltos en un ataque. La druida ayuda a proteger a la familia de Clyven, ganándose así la confianza del lobo. Tanto, que hasta llega a conocer su secreto mejor guardado, las noches de luna nueva. Y precisamente, en una de esas noches…</i></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><i><br /></i></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hacía tiempo que las sombras se habían extendido por la ciudad. El sol se había puesto sobre el bosque, dejando que la oscuridad se arrastrase, devorando los adoquines, los muros, la fuente, la muralla... En las calles se encendían farolillos en las esquinas, aunque la mayoría de calles estaban sumidas en la penumbra, sólo rota por el resplandor que escapaba de las ventanas de las casas. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y la de Clyven no era una excepción. El hogar calentaba la sala principal, donde el mercenario se paseaba nervioso, como una fiera enjaulada. Se detuvo junto a la ventana, mirando al cielo. Pero nada. ¿Qué esperaba encontrar? Sabía que no estaría allí. Esa noche no habría luna y por mucho que la buscase no iba a aparecer para él. No tenía sentido alargar la espera. Sin cruzar palabra con nadie, abrió la puerta de la calle y abandonó su morada, dejando solas a las tres mujeres que allí dormían a esas horas. No se despidió de ninguna, no quería perturbar su sueño. Suficiente era que uno pasase la noche en vela. Con las manos en los bolsillos de su oscuro pantalón, se encaminó hacia el oeste, hacia la salida de la villa, hacia el bosque. El momento se acercaba.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por su parte, Ángel había estado todo el día trabajando. El bosque estaba extrañamente silencioso. De una manera siniestra. El viento soplaba suavemente, y de forma gélida. Alzó la cabeza, olisqueando el aire. Se arrancó las ropas escondiéndolas en un árbol. Literalmente. Así no olería ni lo más mínimo. Agarró los pantalones, sí, los pantalones y se los puso. Junto con una camisa blanca y holgada. Cerró los ojos y el aire se llenó de magia. Brevemente. Pallas Atenea, embarazada de unos buenos cinco meses, se encontraba allí, en medio del bosque. Su mirada escrutaba cada rincón del aquella parte del bosque. Con frialdad. Se miró la barriga y luego al cielo. Suspiro y comenzó a caminar. Tocándolo todo. Plantas, árboles... Dejando su rastro allí por donde pasaba. Lejos de su hogar. Cuanto más mejor. Y lejos de la ciudad.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven apresuró su paso hasta perderse en la vegetación. Tenía que alejarse todo lo posible de su casa. De sus hijas. De ella. Sobre todo de ella. Porque ella era su objetivo. Su presa. Su maldición. Cuando sintió la influencia de la bestia por primera vez, echó a correr, para aumentar la distancia que le separaba de la ciudad. Todo le parecía poco. Mas no pudo alejarse todo lo que hubiese querido. Una fuerte punzada le atravesó el pecho, como si un relámpago hubiese caído del cielo y le hubiese atravesado de parte a parte. Se detuvo, cayendo de rodillas al suelo. Un largo aullido escapó de su garganta. Roto, cargado de rabia y dolor. Trató de levantarse, trastabillando, para continuar andando. Aturdido, se golpeó contra un árbol, cayendo de nuevo de rodillas. Se llevó las manos a las sienes, tirándose del pelo hasta arrancarse mechones.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel seguía caminando con prisa pero sin mirar atrás. Todavía no alcanzaba a sentir el aura del lobo. Sus manos temblaban por el miedo. Se le leía en la cara. Se mordía el labio con fuerza, hasta casi hacerse sangre. Entonces se giró. Sintió un escalofrío en la nunca. Y como el viento arrastraba un aullido lastimero y lleno de ira. La caza había empezado. Y ella era el plato principal.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El licántropo se arrastró por el suelo, encogiéndose sobre sí mismo. Los codos tocaron el suelo, luego sus rodillas. Se irguió otra vez sobre las rótulas, arqueando la espalda hacia atrás, casi convulsionando. Sus músculos se tensaban Y relajaban sin sentido. Los huesos crujían y las articulaciones parecían doblarse en ángulos imposibles. Los gritos de dolor no se hacían esperar. Aquella transformación no era voluntaria, no era natural. Era impuesta y dolorosa. Una larga agonía que se prolongaría un poco más. Dejó de tirarse del pelo y bajó las manos a su pecho, aferrando la tela de la camisa, ya raída y gastada, que se rajó al segundo tirón de sus manos. Su piel parecía desgarrarse mientras se cubría de un espeso pelaje oscuro. Por mucho que intentase resistirse, no podía controlarlo, no tenía consciencia ni voluntad. Era sólo rabia e instinto. Se golpeaba contra los árboles, en un vano intento de aplacar el dolor.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A Ángel le faltó echarse las manos a los oídos. No estaba apenas cerca, pero la sensibilidad con la naturaleza era para bien y para mal. Y era horrible. No podía hacer nada más que esperar y esperar. Alejarlo todo lo posible y que así, su plan llegase a funcionar. Si Clyven no la perseguía, poco podría hacer. Se retiró un rizo hacia atrás, de un soplido. Quedándose quieta en una pequeña zona rodeada de arboles. Allí. Ese era el lugar perfecto. Con suerte lo noquearía y pasaría toda la noche atado.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyv se detuvo, mirando alrededor, olisqueando sonoramente el ambiente. Sonrió internamente, pues sus rasgos, que ahora eran animales en lugar de humanos, no le permitían hacerlo de verdad. Ahí estaba. El olor más delicioso que pudiera llegar a él. El olor de la venganza. Sin molestar en ocultar su presencia, o acechar, siguió el rastro. A la carrera, chocando con ramas y arbustos a su paso. El licántropo iba en pos del olor de la bruja. Un olor demasiado conocido para confundirlo. Y fuerte, señal de que estaba cerca. Pronto la tendría ante él. Pronto podría disfrutar una vez más de su sangre y su cuerpo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La druida miró hacia los lados. El venía. Sus pasos retumbaban en el suelo. Y ella sin armas. Bueno, las tenía pero no en aquel cuerpo. Si no escondidas en un lugar estratégico. Su intención no era matar al lobo, pero si tenía que hacerle daño, no le quedaría otra. Lo que si seguía llevando encima, era la daga de plata. Atada y escondida en el muslo. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Vamos lobito, caperucita te espera -susurró con ese humor ácido que la caracterizaba.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven no veía los árboles, los esquivaba por puro instinto. Mantenía la mirada en algún punto del infinito ante él, como un loco que sólo puede seguir sus más bajos instintos. Hasta que por fin la tuvo delante. Se relamió ante la visión de aquella mujer y, sin detenerse, se abalanzó sobre ella, para empujarla contra el árbol más cercano.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel soltó un gruñido. No lo había visto venir. ¿Cómo podía haber pasado eso? Nadie la había pillado desprevenida nunca. Sintió como el tronco se hacía astillas en su espalda, por la brutalidad del golpe. La dejó sin aire. Y soltó un gemido ahogado. Sin aire. Pero no podía permitirse perder, alzó una rodilla intentando acertar un golpe.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Bien. Ahí la tenía, a su merced, como le gustaba. Doblegada a él, a sus golpes, a sus deseos, a su voluntad. La tomó de la ropa y la levantó ante él. Inspiró su olor. Delicioso. Con la otra mano la cogió del pelo y, de un seco tirón, le movió la cabeza para descubrir su cuello.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La druida gruño. Era algo irónica la situación. Ya que en otra escena hasta lo hubiera disfrutado. Pero aquello era una lucha de vida o muerte. Al menos había conseguido atraerlo hacia ella. Como pudo, sacó su daga de plata. Si le mordía el cuello la herida podía decidir demasiado rápido aquel combate. Necesitaba espacio. Y tiempo para recomponerse. Le dolía al respirar, como si se hubiera partido alguna costilla ante el golpe. Viejas heridas aun dolían. Sujetó con fuerza la daga, intentando buscar un flanco. La tenía de tal forma sujeta, que apenas podía hacer algo más que gruñir y revolverse para que la soltara. Usaría la magia, pero en cualquiera de ambos casos, y tal como estaban. Los dos saldrían demasiado mal parados.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Joder, Clyven no me lo pongas mas difícil -a pesar de la mujer tener el aspecto de Pallas Atenea, su voz sonaba completamente diferente.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sin embargo, a Clyven le daba igual la voz o el aspecto que tuviese, no la reconocía. Ni a ella, ni a nadie. Lo único que reconocía era el olor y eso lo había imitado a la perfección. No respondió a sus palabras, no podía hacerlo, sólo era una bestia, un animal sediento de sangre. Su instinto le avisó del ataque de la druida en su costado y la soltó para alejarse un poco. Gruñó, enseñando los dientes, amenazante. Tendría que desarmarla antes de devorarla.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel se desplomó al suelo. Fue entonces cuando pudo vislumbrar la grandeza de Clyven. La tenía cuerpo a cuerpo y ella apenas tenía más que una daga y una espada escondida en algún lugar de aquella zona. Se arrancó la ropa directamente. Lo mejor era pelear así. Ya iba sin armadura así que... Se quedo en unas mínimas telas que cubrían sus partes más intimas. Sus movimientos serían más letales. Para ambos. Se inclinó levantándose, daga en mano, y con la otra preparada para lo que fuera a venir. Por físico podía matarla de una hostia. Pero quedaba mucha noche y tenía que aguantar. Lo miraba a los ojos, mientras las cicatrices de su pasado la hacían arder por dentro. Otra vez la misma escena, diferente historia. Ante los ojos de Clyven tomo las formas de la druida: 1,54m; 65kg y aquellas molestas alas a su espalda. Mantenía una expresión salvaje en el rostro, moviendo los pies descalzos sobre la hierba. Despacio, haciendo un semicírculo con el lobo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyv aulló de satisfacción. Una presa más baja y con más carne para devorar. El olor era distinto, no tan dulce, pero igualmente agradable. Aprovechando su mayor tamaño y fortaleza, saltó de nuevo sobre ella, para tratar de derribarla y rodearla. Su objetivo, aquellas alas que le habían salido a la espalda, para que no pudiese levantar el vuelo -como no era consciente de quién era, no recordaba que no le servían para volar-. Intentó agarrarlas para tirar de ellas mientras mantenía la rodilla contra su espalda.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel lo miro como para poder hacer algo. Era demasiado rápido para ser tan grande. Fue a girarse con agilidad pero algo tiró de su espalda.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡Putas Moiras! -mal hablada era un rato. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Gruñó al sentir el leve desgarro. Ya se las habían arrancado una vez, aun se podían ver las cicatrices que ahora empezaban a abrirse paso nuevamente. Aquello no dolía ni la mitad de lo que dolió la última vez. Haría lo que fuera por soltarse. Podría alcanzar bien al lobo, pero sabía exactamente donde tenía puesta la rodilla. Así que a pesar de que uno de los resultados fuera peor, echó el brazo hacia atrás con la daga, intentando hacerle un tajo en la rodilla.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven apretó la rodilla contra la espalda de la druida, para hacer fuerza en un sentido, mientas que con la mano izquierda sujetaba una de sus alas, la izquierda. Con la otra mano, con las fuertes garras que coronaban sus dedos, hendió la carne de aquella mujer, hasta el hueso, al tiempo que tiraba con fuerza hacia atrás del ala. La daga de plata abriendo un corte en su muslo, evitó que se la llevase consigo. Se alejó de ella. Tenía que quitarle el arma como fuese.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ella gritó desgarradoramente cuando mitad de sus alas abrieron su piel. Rompiendo su carne, sus músculos. Y se desplomó contra el suelo. No soltaba la daga, era su seguro de vida en aquellos momentos. Notó como la sangre que emanaba de ella embadurnaba sus plumas. Se levantó a duras penas, y de su mano salió una pequeña bola de fuego. Más pequeña que una manzana, directa al vientre del lobo. Necesitaba tiempo para levantarse.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El olor a pelo quemado no tardó en extenderse a su alrededor. Gruñó, rabioso, por el dolor de la quemadura, que dejó una calva ennegrecida en su pelaje. Rodó por el suelo para apagarlo y se levantó para volver a atacar, avanzando a la carrera, sobre sus cuatro extremidades, para tratar de tirar a la druida de un empellón y atraparla bajo él. Sus fauces iban hacia la mano que sostenía la daga, para tratar de morderle el brazo y que la soltase.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel tuvo el tiempo justo para girarse en el suelo, cuando el licántropo saltó sobre ella como los leones sobre una cebra. Se cubrió con los brazos el rostro, creyendo que iba directo al cuello. Y soltó la daga. Por suerte no fue muy lejos. Pero no tenía forma de agarrarla. Blasfemó de una manera muy poco femenina, mientras sus facciones se asalvajaban como las de un animal. Sabía que hablarle era inútil en aquel estado. Era como un bárbaro en furia berseker. No discernía ni a los amigos ni a los enemigos. Y ella era solo un tentempié. Aun quedaban horas hasta el amanecer, pero con aquella herida en la espalda era probable que en unas horas se desmayase por la pérdida de sangre. Apretaba los dientes con el brazo aprestado por los dientes de aquel lobo. Con el otro brazo y de forma traicionera uso sus dedos para metérselos con fuerza en los ojos. Intentando ahuyentarlo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Grrrr. Clyven gruño y movió la cabeza repetidas veces a un lado y a otro, para ahondar en la herida y tratar de llegar casi al hueso. El sabor de la sangre se extendió por su boca y no pudo evitar que su lengua, grande, húmeda y rasposa, lamiese lentamente la carne que quedaba dentro de sus fauces. Delicioso. Pero no tenía suficiente con unas gotas. Aquel cuerpo palpitaba, lleno de líquido rojo, caliente. E iba a degustarlo entero. Apretó con fuerza los ojos para evitar los dedos de la druida, pero era demasiado doloroso para aguantarlo y soltó su presa. Con la mano derecha, trazó un arco para apartar a la mujer de él y alejarla de sus ojos. Los abrió de nuevo, para mirarla y lanzarse de nuevo al ataque, por un costado, para lanzarla contra un árbol y que se golpease, primero contra el tronco y luego contra el suelo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ella le devolvía el gruñido. Desafiante. Porque la muchacha no sabía cuando dejar de pelear y cuando tocaba huir. Y además, estaba allí por lo que estaba. Por voluntad propia. Nadie sabía su plan. Rodó por el suelo recogiendo la daga nuevamente. Evitando el derechazo del lobo. Sin embargo, el segundo ataque no. Como un peso pluma salió volando, irónicamente, contra un roble. Se golpeó las costillas sintiendo como mas de una se resentía y se partían por el golpe. Se precipito de lado al suelo. Cara el lobo. Sangraba por la boca y se relamió. Pareció meter la mano en el árbol, del cual saco otra espada. A su mano derecha directa. Se levantó. A duras penas. No sabía cómo podía hacerlo pero lo hacía. Pensaba en el lobo y en su familia. No se iba a rendir. Agarró con fuerza las armas. Dispuesta a defender su propia vida. Y corrió hacia el lobo. Dando un salto con la intención de caer a su espalda. Si lo conseguía aquello sería como un rodeo. Pero peor.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo dejó escapar un nuevo gruñido al ver aquella espada salida de la nada. Magia. Odiaba la magia. Porque no podía defenderse ante ella. Porque permitía a su enemigo atacar a distancia y jugar con ventaja. Y le gustaba que la ventaja estuviese de su parte. De todos modos, contaba todavía con la superioridad de tamaño -bastante considerable- y de fuerza y resistencia. Corrió hacia ella, de nuevo sobre sus cuatro extremidades, aunque al ser bípedo era una forma de correr un tanto forzada, pero le hacía ofrecer menos resistencia al movimiento. Por ello, la druida pudo saltar por encima de él y caer a su espalda. Apenas notó el peso sobre él, se detuvo, derrapando unos palmos para frenar el impulso que llevaba, y se irguió para intentar hacerla caer de su lomo. Si no caía por su propio peso y la brusquedad del movimiento, trataría de hacerla caer chocando contra los árboles.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel se enganchó cual garrapata al cuerpo de Clyven. Apretando sus muslos contra el cuerpo del lobo. No era capaz de usar la magia por la fuerza que ejercía para no perder la consciencia por las heridas. Pero sus habilidades eran innatas y salían solas. Parecía una araña y aunque no podía rodearlo por completo con las piernas, parecía estar bien sujeta.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Me cago en las moiras lobo... -gruño cerca de su oreja. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tenía que noquearlo de alguna manera. Agarró la daga de plata y dirigió la puñalada directa al hombro, con toda la fuerza de la que disponía. Que no era mucha, pero menos daba una piedra.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven aulló y gruñó, notablemente enfadado. La druida no se caía, así que tendría que tirarla. Se lanzó de costado contra el árbol más cercano y fue el golpe lo que evitó que la daga de plata hendiese su carne en una zona tan vital como el cuello. Si no, estaría muerto en unas pocas horas a causa de la infección que se extendería por su cuerpo. Se separó del tronco lo justo para coger impulso y volver a lanzarse contra él. Sin descanso. Le dolían aquellos golpes, pero mejor acabar amoratado que muerto. Y tenía que quitarse a la mujer de encima para poder acabar con ella.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel sintió como las alas se hincaban en su espalda. Aquel peso tiraba de su carne rajándose en cada movimiento. Gritó de forma angustiosa y se desplazó entre el lobo y el árbol contra el suelo. Haciendo una raja en el hombro del lobo al tirar de esta y caer por propio peso. El arma se quedo semiclavada ya que no le quedó otra que soltarla. Ahora simplemente tenía una espada. Y de poco serviría. Respiraba con dificultad, tosiendo sangre. Intentaba mantenerse a cuatro patas, se agarró al tronco y comenzó a subir. No tenia garras, no tenía nada con lo que sujetarse. Pero sus manos parecían tener una ventosa la cual le facilitaba el acto. Necesitaba tiempo. Y lejanía.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se sacudió, haciendo que la daga, que había quedado enganchada en su pelaje, saliese despedida y cayese a varios metros de ellos. La herida era superficial, pero larga. Sangraba abundantemente. Y eso, en el fondo, le favorecía, porque podría expulsar la infección y sobrevivir a la plata. Pero seguramente dejaría una cicatriz. Un recuerdo de lo que había ocurrido aquella noche, ya que, al recuperar su consciencia, no habría nada en su memoria de lo que allí había pasado. Sin dilación, se irguió contra el tronco y agarró las piernas de la druida, tirando con fuerza de ellas, clavándole las garras para que el dolor le obligase a soltar las manos y cayese al suelo, ante él. Tiró y tiró hasta que la arrastró hacia abajo, sin preocuparse de si se dejaba la piel contra la corteza del tronco. Agarró las alas en cuando las tuvo a tiro para causar aún más dolor. Y, cuando la tuvo en el suelo, la vapuleó contra el tronco, la giró, empujándola contra la corteza, para que se le quebrasen las alas. Cogió con una mano su encrespada melena, con la otra la agarró del brazo, tirando violentamente en direcciones opuestas, para dejar expuesto su cuello. Hundió las fauces en el hueco, sobre la clavícula, y mordió con fuerza, hasta que sus colmillos desgarraron piel y músculo y su boca se llenó de sangre.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ángel clavo los dedos en el árbol. Dejando unos arañazos que ni dolor podía sentir. Perdiendo incluso un par de uñas que quedaron ensartadas en la corteza astillada. Su mente gritaba por dentro. Intentó usar la magia, pero de ella solo salió un chispazo que no llegó a ningún lado. Volvió a ser embestida contra el tronco, quedándose K.O. Seguía consciente, pero no podía más. El dolor la superaba y las alas apenas colgaban ya de un par de músculos. Destrozadas y casi sin plumas. Sintió aliento del lobo sobre su cuello. Donde ya moraba una fea cicatriz. Antigua. Pataleó inútilmente. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡¡Joder Clyven!! -gruñó, sin éxito cuando aquellos feroces dientes desgarraron su piel morena, arrancando músculos, partiendo aquella vena que acabaría con la vida de la druida. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sus ojos se volvieron cristalinos y apagados. Miraba al bosque mientras sentía la lengua del lobo saboreándola. Quién diría que iba a ser de ese modo. Su cuerpo con los músculos contraídos, comenzó a relajarse. Su pulso se hacía más lento bajo las fauces del lobo. Mientras su mirada iba perdiendo ese brillo verde, convirtiéndose en un bosque marchito.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> Clyven lamió con ansias aquella herida abierta sobre otra anterior. Bebió su sangre, dejó que cayese por su mandíbula, manchando su negro pelaje. Mordió con fuerza su hombro, para que no se escapase. Hasta que la sintió inerte entre sus garras. Dejó entonces de hacer fuerza y se limitó a degustar la sangre que salía de la herida, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Ya tenía su presa y ahora sólo tenía que devorarla. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No supo cuánto tiempo había pasado allí, bebiendo la sangre de Ángel. Ni cuándo se quedó dormido, apoyado sobre su cuerpo. Lo descubriría todo cuando, a la salida del sol, abriese los ojos y se viese a sí mismo desnudo, cubierto de sangre, junto al cadáver de una de las pocas personas a las que había podido considerar amiga.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La druida exhaló su último aliento. Bajo las garras del lobo. Era muy irónico lo que acababa de pasar. Pero sus últimos pensamientos se los dedicó a su reino y a la gente a la que había jurado proteger. Con aquel acto había dado una oportunidad más a Clyv y a su familia de ser felices unos días más. Y aquello merecía la pena. Tan pronto el corazón de Ángel dejó de latir, el bosque emitió un siseo, provocado por el viento, los pájaros piaron descontroladamente y todo el bosque se revolvió. De fondo, lejos, se escuchó un aullido. Fuerte, potente. Y doloroso. Un llanto. La druida había muerto, y ya nada se podía hacer.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los rayos del sol se colaron tímidamente entre las hojas de lo frondosos árboles. No era suficiente luz para despertar a nadie, pues apenas acababa de amanecer hacía un par de horas. Pero Clyven despertó, como cada día siguiente a la luna nueva, con el sabor de la sangre en la boca. Se incorporó, aturdido y dolorido. Las heridas habían cerrado durante la noche, gracias a la transformación, pero todavía tenía hematomas repartidos por la piel. Estaba desnudo y tenía la mandíbula, el cuello y el pecho manchados de sangre. Al igual que los dedos que pasó entre su pelo, hacia la nuca. Sangre reseca y oscurecida. Propia y ajena. Un olor extrañamente familiar, pero que todavía no había identificado. No recordaba nada de lo ocurrido una vez se había transformado. Se miró, comprobó que estaba vivo y de una pieza. Y se percató de un bulto que había a su lado, a su espalda. Tenso, asustado de lo que pudiera encontrar, giró la cabeza por encima de su hombro para ver de qué se trataba. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al reconocer el cuerpo. Se arrastró de rodillas hasta ella y trató de despertarla, moviéndola impetuosamente. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Pollita. No, joder, pollita, no me hagas esto. Tú no. ¡Despierta! Joder. ¡¡DESPIERTA!! </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pero era inútil, no había latido, no había respiración, no había vida. Echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un desgarrador alarido de rabia. Rabia e impotencia. Por primera vez no se sentía aliviado al no ver el cuerpo de la bruja a su lado. Porque le había costado la vida a una persona importante para él. Y llevaría esa carga siempre. Como tantas otras.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Es inútil -un gruñido a los oídos de los demás. Una frase simple a los de Clyven. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo de la druida, tan grande como un caballo, estaba sentado a unos metros de ellos. Mirando el cuerpo sin vida de su compañera. Con los ojos entrecerrados. Dejó escapar un bufido, intentando mantenerse firme. No quería asustar a Clyven. Así que habló para indicarle su presencia. A pesar de que llevaba allí horas.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por instinto, Clyv se giró rápidamente hacia el enorme animal, interponiéndose entre él y el cuerpo de la druida, al que daría sepultura más tarde. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No tendría que haber sido ella. Cualquiera servía. ¿Vienes a vengarla? -Porque si era así, lamentándolo mucho, iba a presentar batalla.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tranquilízate pequeño -sí, le había llamado pequeño. Pero por años, él le llevaba una buena ventaja. Se levanto despacio sobre sus cuatro patas comenzando a caminar muy lentamente, mirando ahora al muchacho-. No vengo a vengarla. Ella lo decidió así. Y cuando algo se le mete en la cabeza, ni a golpes se lo sacas -suspiró lobunamente. Sus gruñidos eran suaves y serenos. Casi sonrió cuando el hombre mostró ese "cariño", protegiendo el cuerpo de la que había sido su compañera-. Cuando yo era cachorro, hace mucho tiempo, arriesgó su vida por salvarme. Y eso es lo que ha hecho esta noche. Te prometió, que mientras ella viviese no permitiría que le pasase nada a tu familia -se quedo quieto. Quería acercarse al cuerpo, pero no presentar batalla. Esperaría paciente.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven le permitió acercarse, pero no perdió de vista sus movimientos. Se puso en pie. Estaba entumido, pero no se estiró, como haría normalmente. No le pareció correcto. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No tenía que hacerlo. Y menos a este precio. Sabía que no podría detenerme. Lo sabía, joder. Sabía que la furia es incontrolable. ¿Quién cojones le mandaba meterse? Podría haber sido cualquiera. ¿Por qué tenía que meterse en el puto medio?</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El animal torció el gesto arrimando el hocico al rostro de la joven, inerte.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tuvo un mal presentimiento. De que precisamente esta noche no sería cualquiera. Nunca ha usado la lógica. Su forma de vida lo demuestra -lamió su mejilla, claramente afectado. Sin embargo seguía manteniendo aquella postura serena-. No te tortures Clyven, lo ha hecho para que pudierais ser felices un mes más -alzó el mentón para mirarlo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No tenía por qué hacerlo –rezongó-. Habríamos sido felices con cualquier otro muerto. Pero tenía que meterse en medio. Es como todas las mujeres, tienen que meter las narices donde nadie les llama -reprochó al aire. Sí, le agradecía el esfuerzo, el que hubiese dado su vida por su familia. Pero no quitaba que hubiese Preferido que se hubiese estado quietecita-. Quiero despedirme de ella. A mi manera -echó un vistazo alrededor y junto un par de ramas que habían sido arrancadas durante la pelea. Iría añadiendo más poco a poco.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo asintió con la cabeza.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No puedo defender sus actos. Preferiría que fuera otra, al igual que tu. Pero ni tú ni yo podíamos impedirlo. ¿Qué pretendes hacer? -se sentó al lado del cuerpo, bastante cansado. Respiraba despacio y con profundidad, mientras observaba a Clyven con curiosidad.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Eso me tranquiliza mucho -ironizó-. En el fondo me deja a mí jodido, cargando con su muerte -se encogió de hombros-. Supongo que puedo soportar una más -se alejó unos pasos, recuperando otras ramitas para añadirlas a las primeras-. Voy a quemarla. ¿Tienes alguna idea mejor?</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Suspiró. Él moriría con ella. Lo tenía claro. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ha sido voluntaria. Eso tiene que importar algo -niega con la cabeza ante el comentario de la idea mejor. Realmente no sabía muy bien que se hacía en esos casos. Y la druida nunca había dicho nada sobre su muerte-. Me parece bien, que las cenizas bañen el bosque -notaba la crispación del hombre en sus ojos, algún día entendería aquel sacrificio.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven no respondió. Si las cenizas se quedaban en el bosque o no, le traía sin cuidado. Según sus creencias, al quemarla, su alma seguiría adelante. Y el resto le importaba poco. La respetaba y por eso quería quemarla. Punto. En silencio, reunió una cantidad de ramas lo suficientemente grande para quemar el cuerpo. Ahora faltaba encenderla. Y con lo que tenía allí, tendría que recurrir a la fricción de una madera contra otra.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Miraba cada movimiento de aquel hombre. Como iba haciendo una pira de ramas y madera. Para quemar el cuerpo. Se terminó tumbando, sin energía, apoyado en el cuerpo ensangrentado de la mujer. Gruño sin querer. Lastimeramente. Todo había llegado a su fin. De una forma irónica. Las moiras parecían reírse en aquel momento de la escena.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia sintió como una ínfima parte de ella había "muerto". Sabía lo que había pasado, sabía que la estupidez de la Druida, acabaría con ella tarde o temprano, y así había sido. Lo único que la frustraba, era no saber como la estúpida lo había hecho. Seguía sintiendo donde estaba, y en un oscuro rincón, de aquel bosque, pudo ver entre las sombras el cuerpo de Ángel. Una media sonrisa se escondió bajo su máscara, sentía algo en su interior, pero jamás admitiría que llego a cogerle algo parecido a cariño a la Druida. Oyó algunas palabras, pero solo veía a un enorme humano cubierto de sangre, y aquel compañero que había sufrido demasiado por la que fuera su Druida. No sabía que pretendían hacer, así que con cuidado, analizando la escena, se acerco levemente aprovechando las pocas sombras que daban los arboles. Sus ojos dorados se clavaron en el gigantesco varón, no lo conocía, y aquello no le gustaba.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven frotaba un pedazo de madera contra otro para que la fricción hiciese calor y, con un poco de suerte, saliese una pequeña llama. Pero necesitaría mucho tiempo. Y no era un hombre precisamente paciente. Así que no tardó en renegar y gruñir, pero sin dejar de hacer girar la rama. Impaciente era, pero cabezón más. Sin embargo, hubo algo que le hizo levantar la cabeza. Olía a alguien más allí.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El enorme lobo levantó la cabeza, gruñendo. Enseñando los dientes. Desde luego las cosas estaban peor de lo que pensaba. No se separó del cuerpo de la druida. Al contrario. Se acercó hasta el punto de casi ponerse sobre ella. Como si la pudiera proteger o algo. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tenemos visita -sabía de sobra que Clyven también habría detectado el cambio de aire en el ambiente.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia se detuvo a escasos metros de la escena clavando sus ojos en el varón. No sabía lo que era, no sabía a lo que se enfrentaba, y no se iba a jugar a perder algo suyo por la Druida, había perdido demasiadas cosas ya por ella. De detuvo observándolo, dejando que fuera él el que diera el "primer paso". No pudo evitar aun así, mirar una sola vez de reojo al destrozado lobo que había al lado de Ángel. Imitando a los presentes olfateo el aire, aun bajo la máscara, olía como a perro mojado. No pudo evitar fruncir la nariz ante eso, pero no entendía el motivo del "alboroto".</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se levantó, dejando a un lado las maderas. Sentado con las piernas cruzadas estaba más indefenso que de pie y con la guardia alzada. Pero ésta última no la armó, se limitó a quedarse de pie, desnudo y ensangrentado, mirando hacia donde creía que estaba Malicia, por lo que olía. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Lo sé. ¿Le conoces? -preguntó al animal. No sabía de qué se trataba ni si era hombre o mujer, pues todavía no le veía.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Es su dueña -se levantó en dirección a la sombra del bosque. Sin dejar de gruñir echando las orejas hacia atrás. Bastante agresivo. Aunque no podía evitar hervir de ira, sabía que no podía hacer nada por el alma de su amiga-. Creo que viene a reclamar lo que es suyo -estaba frustrado. Quería al menos, unos minutos de paz para la joven.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia enarcó una ceja bajo su máscara ante semejante bestia desnuda. Había visto a muchos varones, pero nunca tan "grandes". Aun así, guardando una sonrisa se acerco lentamente con sendas manos enlazadas en su espalda. Por su estatura, casi parecía una niña, pero sus ojos negaban todo resquicio de bondad. No podía evitar divertirse ante la escena del pequeño lobo. Pero no había venido a divertirse, solo había venido a por lo que le pertenecía. A un par de metros se detuvo observando la escena. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Vaya... -la única palabra salió de sus labios, pérfida y susurrante, como siempre.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyv frunció el ceño. ¿Dueña de quién? ¿Reclamar qué? Tampoco es que supiese el pasado de la druida. No hablaban de su pasado. En realidad no habían hablado prácticamente de nada. Pero habían luchado juntos, por casualidad. Y había salvado a su hija. Motivo más que suficiente para ser importante para él. Miró hacia la figura desconocida. Arqueó la ceja un momento, para volver a fruncir el ceño después. ¿Qué era aquello? No podía saber ni si sexo, ni su edad, al estar cubierto completamente, pero sus ojos no le inspiraban confianza. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Qué? -Parco en palabras, como siempre.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El animal clavó sus ojos amarillentos en la pequeña figura que se acercaba. El aire se cargó de maldad. O así lo sentía él. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ten cuidado -vaya que sí lo había que tener. No conocía a aquella mujer más que por los pensamientos de Ángel. Y siempre se preguntaba porque había llegado a tratar con ella. E incluso a soportar su compañía. Misterios que quedaban lejos de su entendimiento.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia notaba la tensión y eso le gustaba. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Sólo veo que la estupidez se ha cobrado la victima que venía reclamando desde hace mucho tiempo... -el tono de su voz seguía siendo igual. Se acerco unos cuantos pasos más apartando ahora los ojos del varón y clavándolos en Ángel, por un segundo una mueca de pena conquistó su rostro, pero pareció eliminarlo moviendo la cabeza. Aun con las manos en la espalda, ladeo la cabeza observando al varón-. ¿Qué ha sucedido? -sus ojos se entornaron curiosos, eso la podía. Iba cubierta por completo, y parecía situarse siempre donde no podía alcanzarla ni un mísero rayo de sol.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> -Nos pusimos a jugar y se nos fue de las manos -respondió con cierto sarcasmo. Tampoco iba a ponerse a contarle su vida al primer desconocido que pasaba. Que atase los cabos como quisiera. Aunque era sencillo hacerlo. La observó en silencio, tampoco iba a preguntarle quién era y qué hacía allí.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Como siempre, defensora de causas perdidas. Ha dado su vida por la de alguien -él sabía quién era y no valía de nada ocultar las cosas. Además mentir no serviría de nada. Seguía con las orejas hacia atrás, agresivo. Algo desafiante. Por pura naturaleza e instinto.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia ladeó la cabeza hacia el otro lado estrambóticamente. Entrecerró sus ojos analizando las palabras del varón. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Me decís que esto -señalo el cuerpo inerte de la Druida- se ha dejado domar al fin por un varón? -No pudo contener una risa-. Me gusta que me digan la verdad... -Dijo mientras ladeaba su cabeza hacia el otro lado lentamente-. Entendere que haya muerto por una estupidez... era lo que siempre hacia... -Dijo en un tono chirriante. Miro de reojo al lobo y pareció conforme con la respuesta. Suspiro pesadamente-. Tipico... Y ahora... ¿vais a dejar que los gusanos se la coman? -Pregunto divertida mirando al inmenso varón.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No. Vamos a quemarla. -Con un leve arco de la mano, indicó la pira que estaba montando. Pequeña y cutre, pero suficiente para que las llamas devorasen el cuerpo de la mujer. No se movió de donde estaba, ni se cubrió, ni nada, sólo observaba a aquella pequeña mujer, manteniendo las distancias. Desconfiaba de todo el mundo porque sí.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia observó la "simpleza" del varón, entendiendo y dejando de entender muchas cosas dentro de su cabeza. </span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Y un Varón Lustroso como vos ¿no es capaz de conseguir más que cuatro palos? -Dijo con algo de sorna-. Era estúpida, sí, pero al menos se merece un fuego digno de prender medio bosque -Malicia mastico sus palabras, no podía evitarlo. Ignoro al lobo, no entendía como el perro estúpido después de haber padecido la estupidez de su "dueña" seguía defendiéndola.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Necesitaría mucho tiempo para hacer una pira grande con las manos desnudas. Y no voy a ir a la ciudad a por un hacha. Así que tendrá que conformarse con eso -y a sus ojos, bastante era. El fuego era fuego, fuese más grande o más pequeño. Y ya alimentaría la hoguera con el propio cadáver.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Irónicas palabras. Un incendio que queme medio bosque. En el entierro de una druida -con las pocas fuerzas que tenía metió el morro bajo la espalda de Ángel y luego el cuerpo. Cargando con su peso, para llevarla hacia la pira. A él le daba igual el tamaño, solo quería terminar con aquello.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia negó con la cabeza, había tenido una triste vida, e iba a tener un triste final. Negó con la cabeza mientras se acerco a la "pira" improvisada. Se agacho y toco un pie desnudo de Ángel. De su mano broto un leve fuego negruzco con corazón verde que no tardo en extenderse por todo el cuerpo de la Druida. No sabía que iba a pasar con el lobo, pero ése no era su problema. Se alejó lo suficiente para que el fuego no pudiera "salpicarla" y clavo sus ojos en la escena. Sabía lo que iba a pasar y eso le gustaba, pero no le terminaba de convencer que tuviera que ser ella.</span><br />
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<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven miró el extraño fuego que empezaba a extenderse por el cuerpo de la druida. Desvió los ojos a los palos que había usado para intentar encenderla. Fuego. Palos. Fuego. Palos. Se encogió de hombros. A veces la magia era útil. Aunque seguía sin gustarle. Ahora se fiaba todavía menos de aquella desconocida.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El animal emitió un ronco gruñido cuando Malicia se acercó. Éste se dejo caer sobre los palos con la druida al tiempo de que le prendían fuego. Si es que aquello se podía considerar como tal. Y cerró los ojos. Su vida estaba ligada a la de la druida. Había resistido solo para poder hablar con Clyven, algo que Ángel le había pedido desde que conoció al lobo. Sabía a lo que jugaba. Así que, tumbado junto al cuerpo de su compañera, comenzaron a arder.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia contempló en silencio como el fuego empezaba a consumir la carne de Ángel, parecía que aquel extraño fuego se alimentaba de la carne. No dijo nada gracioso, y tampoco hizo ningún comentario. No solo había muerto la Druida, había muerto algo mas, que tan solo ella sabría. Por un ínfimo instante observo al lobo, y a su memoria vino el recuerdo de lobos pasados. Suspiro pesadamente.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyv se cruzó de brazos y observo las llamas, en silencio. Era todo lo que podía hacer ya, esperar a que se consumiese y volver a casa, limpiar los restos de sangre y olvidar.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las llamas seguían consumiendo ambos cuerpos. Una brisa de aire arrastró un lamento que envolvía el bosque. El lobo, yacía sin vida por fin. Junto a su amiga y compañera. Aquella vida había llegado a su fin, pero aun después de muertos. La druida dudaba de que pudiese encontrar la paz que tanto ansiaba. Estaba condenada.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Malicia susurró unas pocas palabras en un idioma que creía que sólo iba a entender ella. Del fuego una débil luz se elevo. Malicia sonrió bajo su máscara y extendió sus brazos para darle la "bienvenida". Tras recogerla entre sus manos, miro de medio lado al Varón. Un leve brillo cruzo su mirada, tras unos pocas segundos observando al monstruoso hombre, empezó a caminar lentamente hacia la profundidad del bosque. Era consciente de que el cuerpo de la Druida seguía ardiendo en su espalda, pero ahora, eso, le daba igual, tan solo era un cuerpo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven observó irse a Malicia, en silencio. Intuía lo que era aquella luz que había abandonado el cuerpo de la druida. Y no sería él quien le impidiese reclamar lo que era suyo. Sabía lo que era pertenecer a alguien.</span><br />
<br />
</div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-80767408381725642792012-10-11T09:23:00.000+02:002013-03-14T14:08:00.407+01:00JDA VII. La ciudad entre las nubes. (I)<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El solitario rayo de sol que entraba por el vetanuco de su celda dibujaba tres cuadros asimétricos en la pared y el suelo, sobre la línea que marcaba su unión, junto a la puerta de hierro que permitía el acceso. En la suave penumbra que se extendía por la estancia de piedra oscura, Sir Francis de Gondolack se encontraba sentado en el camastro que se anclaba a la pared, con las mantas pulcramente extendidas, los dedos enlazados y los antebrazos apoyados en las piernas, echado hacia adelante, pensativo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo era posible que él, que seguía al pie de la letra los preceptos de su Orden, que siempre procuraba el bien ajeno, que estaba dispuesto a dar su vida si era necesario, estuviese allí, en los bajos del Cuartel General de la Orden de Onour, esperando a que las altas esferas de la Ciudad Sagrada decidiesen sobre su pasado, su presente y su futuro?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Recordaba el día en que su calvario había empezado como si acabase de ocurrir, a pesar de que habían pasado varias semanas. Recordaba que había estado siguiendo la estela de Cyrus, que se habían enfrentado y que había perdido. Recordaba la socarrona sonrisa del imperial mientras se echaba la no-dachi al hombro y le decía altanero que no se pusiese en su camino o no habría otra oportunidad. Recordaba la superioridad y el orgullo que contenían aquellos ojos claros mientras le perdonaban la vida. Fue la peor humillación. Ver al que antes había considerado un hermano, mirarle con ese desprecio, como si fuese un gusano que elegía no aplastar bajo el peso de su pie.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En aquel momento no entendía el porqué de su derrota, pero tras haberlo meditado durante los largos días de encierro, había comprendido que los ideales de Cyrus estaban firmemente arraigados en su interior, mientras que él sentía flaquear los propios. Cyrus había luchado con todo lo que tenía, porque quería vencer, porque estaba seguro de poder hacerlo. Y él combatía en un mar de dudas. Se debatía entre lo que le indicaba su cabeza y lo que le dictaba el corazón.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Después de ese día, el universo parecía haberse conjurado en su contra. Las heridas que había sufrido a manos del imperial les habían retrasado. Los pocos compañeros que aún seguían a su lado habían tenido que desviarse del rumbo y dejar escapar a Cyrus por él, por su culpa, por su inconsciencia, porque no había estado a la altura. Había pasado demasiados días debatiéndose entre la vida y la muerte, demasiado tiempo en manos de Asanda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tanto, que apenas habían transcurrido dos jornadas desde que retomaran la marcha, dejando atrás el templo donde habían sanado sus heridas, cuando fueron alcanzados por una cuadrilla de paladines. Los reconoció sólo con ver la silueta de los majestuosos grifos recortándose en el claro cielo de la mañana de mediados de primavera. Sonrió y se detuvo a observar cómo descendían en formación, cómo tomaban tierra tan armónicamente como si fuese un movimiento demasiado ensayado para equivocarse, cómo los Soldados de la Luz desmontaban y formaban antes de avanzar hacia ellos como un solo hombre, con las lanzas apuntando a las nubes, con las espadas al cinto, con las armaduras brillando al sol.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El que abría el grupo, un capitán, como pudo identificar Francis por los galones que portaba la hombrera derecha de su armadura, se dirigió a ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Buenos días. Buscamos a Sir Francis de Gondolak –informó, como si desconociese que el paladín se encontraba entre ellos, a pesar de llevar siguiéndoles ya varias semanas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Yo soy –Francis se adelantó un paso respecto de sus compañeros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El capitán sacó un documento doblado de debajo de su pechera y se lo tendió, a la vez que le informaba de su contenido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tenemos órdenes de acompañaros hasta la Ciudad Sagrada. Se os acusa de traición a la Orden, de mantener tratos con hijos de la Oscuridad –el gesto que mostró al desviar sus ojos hacia Sad dejó muy claro que consideraba justas aquellas acusaciones– y con brujos oscuros, de rendir honores a dioses paganos y de vivir como un mercenario, exigiendo un pago a cambio del desempeño de tareas que os corresponden por rango. Seréis sometido a un Concilio. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Francis palideció y un sudor frío perló su rostro. Enfrentarse a un Concilio de Paladines era algo excepcional. Sólo se celebraban en casos muy concretos, cuando las penas sobre el reo eran tan graves que necesitaban ser consensuadas. Y, que él recordase, muy pocos habían salido completamente impunes de un juicio de ese tipo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Entregaos sin oponer resistencia y no usaremos la fuerza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Dos paladines, que permanecían en formación, se movieron, a señal de su capitán, para tratar de prender a Sir Francis, pero se toparon con el rostro ceñudo de dos mujeres, una a cada lado del caballero. Eran completamente opuestas. Una de cabellos dorados y rostro fino, con ojos almendrados y orejas alargadas, que sobresalían ligeramente entre el pelo. En sus manos, un arco dispuesto a dejar volar la saeta. A su lado, otra joven, de piel pálida y cabello tan oscuro como sus ropas, alzó la guardia, empuñando un sai en cada mano. Aquellas dagas con forma de tridente, cuyo filo central era el único perfectamente recto, medirían alrededor de treinta centímetros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Nadie va a llevarse a Francis a ningún sitio –dijo entre dientes Sad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los soldados parecían dispuestos a apartarlas por la fuerza, pero la voz de Klawn les hizo detenerse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Caballeros, ésas no son maneras de tratar a las damas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El mercenario se abrió paso desde detrás de su hermano. En su rostro, aquella sonrisa que hacía pensar que no daba importancia a nada más que al tacto de su arma entre los dedos. Fue el primero en desenvainar y, cuando lo hizo, el brillo del metal al reflejar el sol fue como una señal para el resto. Iban a defender a su amigo pasase lo que pasase.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las primeras gotas de sangre mancharon la tierra y los quejidos se mezclaron con el entrechocar de las armas, el capitán dando órdenes a sus soldados, el silbido de las flechas al cruzar el aire para dar certeramente en el blanco elegido. Un fortuito encuentro en el camino, en un punto aleatorio del mapa, que podía marcar un cambio en el destino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y así fue. Una espada cayó al suelo, dos manos se alzaron y un hombre decidió que no merecía la pena seguir peleando. No, cuando él era el responsable de la sangre vertida por sus compañeros. Tenía que elegir y lo hizo como se esperaba de un líder, anteponiendo a los suyos a sí mismo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los paladines les superaban en número, no llevaban semanas de cansancio acumuladas a las espaldas y estaban protegidos con armaduras, mientras que ellos luchaban a pecho descubierto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Todo por él, por su culpa. Él les había arrastrado uno a uno a esa locura. Había ido nutriendo un grupo de personas dispuestas a jugarse el pellejo a una orden suya, dispuestas a seguirle hasta el final, aunque implicase morir en el intento. Y, aunque ese grupo se había reducido sensiblemente en los últimos meses, él todavía se sentía responsable de los que permanecían a su lado. No podía dejar que cayesen allí, en mitad de la nada, por intentar evitar que le llevasen preso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Dejadles. Me rindo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Alto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una orden de su capitán y todo había acabado. Los paladines se quedaron estáticos, como si una repentina corriente les hubiese congelado, con la guardia alzada, por si sus adversarios no respetaban el final del enfrentamiento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ceños fruncidos, miradas cargadas de enfado, todas puestas sobre Francis, y respiraciones agitadas por el ejercicio. Pero ninguno continuó atacando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Me entrego, por voluntad propia, para ser llevado a la Ciudad Sagrada a cambio de la libertad de mis amigos –cruzó miradas con todos ellos. Una súplica sin palabras para que no intervinieran más de lo que ya había hecho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es a ellos a quienes buscamos –continuó el capitán–. Pueden seguir su camino en paz si deponen las armas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Francis, no. ¿Qué crees que estás haciendo? –le increpó Klawn, sin bajar la espada, que mantenía firmemente empuñada, levantada ante su pecho, hacia su enemigo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo correcto, hermano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El paladín más cercano a Francis recogió la espada que éste había dejado caer. El capitán bajó su lanza y se la tendió a uno de sus subordinados. Cuanto éste la tuvo, se acercó a Francis y lo cogió de una muñeca. Francis no se resistió a pesar de que sabía que iban a inmovilizarle las manos. Como si su palabra no fuese suficiente, se dijo, sin poder evitar sentirse ofendido por ello.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡¡Jamás!! ¡Suéltame, Klawn! –gritó la vampiresa, mientras intentaba librarse del abrazo del mercenario para volver a la carga.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor tuvo que ir a ayudarle a retenerla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sad, espera. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No espero nada. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras se llevan a Francis. ¿Cómo puedes tú permitirlo? ¡¡Es tu hermano!!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Francis, Sad tiene razón –concedió la elfa-. No permitiremos que te entregues. Y mucho menos por esas acusaciones tan injustas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Precisamente, Ela. Por lo injustas que son, tengo que entregarme –le explicó Francis con una sonrisa, mientras dejaba que devolviesen su espada a la vaina para arrebatársela y atasen sus manos–. Si no me enfrento a ellos, les estaré dando la razón. Iré a Astaroth, me someteré al Concilio y les expondré mis razones. Estoy seguro de que todo saldrá bien. Seguid sin mí, dad con Cyrus y detenedle a él y a sus Lobos de Obsidiana. Después del Juicio, nos encontraremos de nuevo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡No puedes hacer esto, Francis! –Sad seguía intentando que Klawn y Elanor la soltasen, aunque se negaba a hacer daño a sus amigos para conseguirlo. Puede que, en realidad, no quisiese hacerlo. Sabía que, si la soltaban, correría la sangre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero es lo que debe hacerse, Sad. Mi Orden me reclama y yo, como paladín de Onour, debo acudir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Para que te juzguen por juntarte con gente como yo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Si esa es mi falta, sí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡¿Falta?! ¡¿Eso soy?! ¡¿Una falta?!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Claro que no eres ninguna falta, preciosa –le dijo Klawn, mientras Francis era acomodado a lomos de un grifo, en el centro de la formación-. Y vamos a ir a Astaroth a dejárselo claro en sus narices –añadió al notar cómo se relajaba entre sus brazos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La formación de paladines se alejó entre las nubes, dejando en tierra al desolado grupo, todavía con la tensión contenida en cada uno de sus músculos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No podemos dejar que se lo lleven. Además, no conocemos el camino a Astaroth –la voz de Sad se había convertido en un triste susurro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-En eso tiene razón –apoyó el pequeño pícaro-. Ellos volando y nosotros a pie... Nos sacarán demasiada ventaja.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Un destello les hizo mirar a todos hacia el lugar donde estaba Seshai. La unicolyan había adoptado su forma equina y, con un enérgico cabeceo, indicó a sus compañeros que no estaban en situación de perder el tiempo en minucias.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sonrisas esperanzadas asomaron tímidamente a los rostros cansados de todos, para dar paso a unas cortas y triunfales carcajadas. A lomos de Seshai y Tornado, el pegaso negro que pertenecía a Sad, no habría problemas para seguir al escuadrón de paladines.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2013/02/jda-vii-la-ciudad-entre-las-nubes-ii.html">VII. La ciudad entre las nubes. (II)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-4807968761414723482012-08-24T19:20:00.000+02:002012-08-24T19:20:33.097+02:00Azotando el destino. (IV)<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Agitó una vez más la botella de cristal en la que habían vertido la sustancia que componía el orbe y que, en lugar de adaptarse a la forma del recipiente, mantenía su redondez, apretándose contra las paredes de cristal en el centro. Observó cómo aquella viscosa y lechosa materia se deshacía en jirones de niebla y ocupaba todo el espacio de la botella, para agruparse de nuevo y recuperar su forma original. Lo devolvió a la bolsa de cuero en la que guardaba la daga y la cerró. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ya falta poco –se dijo a sí mismo en un susurro cargado de optimismo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El viaje hasta Astéropes estaba siendo tenso. Veía a lo lejos las islas gemelas, pero, a pesar de tener la victoria a un paso y de estar haciendo lo que más le gustaba en la vida, que era volar, no se permitió hacer ni siquiera un requiebro al viento. Concentrado en su objetivo, como había hecho en las batallas que había librado en el ejército enéidico, no apartaba la vista de las columnas de humo que ascendían del volcán a través del cual se accedía al reino de Triónidas. En él las almas de todos los enéidicos esperaban para volver a la vida. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Había salido de Hárpago al amanecer y llevaba ya varias horas volando, aprovechando las corrientes de aire para cansarse lo menos posible. En unas horas más alcanzaría su meta. Llegar a esas dos islas era imposible si no se disponía de alas, puesto que estaban rodeadas de escarpadas rocas que no podían ser evitadas ni con la embarcación más ágil y pequeña. Nadar era impensable, nadie soportaría el esfuerzo y las corrientes que las rodeaban le lanzarían contra las rocas o le arrastrarían al fondo. La única opción para tratar de llegar con vida era volando, pero había que evitar los fuegos y los gases del volcán. Y a los feroces guardianes que custodiaban el cielo sobre Arges y Astéropes, no dejando que nadie se acercase al Reino de Triónidas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">._.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¡¿Qué?!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La voz de Triónidas resonó por toda la estancia principal de su templo en Arges. De piedra negra, veteada, se alzaba casi una decena de metros en su parte más alta sobre el lecho de hierba y flores que alfombraba la parte sur y oeste de la isla, la que no podía verse desde ningún otro lugar del archipiélago.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las manos del dios se apretaron con tanta fuerza contra la piedra de los brazos de su trono que parecía que iba a hacerla estallar en cualquier momento. Se puso en pie con brusquedad y se paseó de un lado a otro como una fiera enjaulada, mirando de hito en hito a su hijo, que permanecía frente a él, al pie de los escalones sobre los que estaban los asientos que ocuparan él y su esposa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Sinorian ha enviado a una de sus hijas para confirmarlo –Necreonte giró el tronco, como si fuese a cederle el paso a Une, que se encontraba a su lado-. Viene hacia aquí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La menor de las siníades soltó el extremo de una de las pequeñas trenzas que adornaban su cabello dorado, con la que había estado jugando nerviosamente, y levantó los ojos, verdes como esmeraldas, hacia Triónidas, confirmando las palabras de Necreonte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Enif.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas escuchó su nombre de boca de su señor, la arpía se postró ante él. No hizo falta que Triónidas pronunciase las órdenes en voz alta. Sabían perfectamente cuál era su deber. Nadie que no viniese acompañado de uno de los acólitos de Necreonte o una de las siníades podía atravesar las defensas de su reino. Un leve cabeceo del dios fue suficiente para que desapareciese de la sala.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">._.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Me has desobedecido, Zanthe. Puedo asumir que tú y tus hermanas toqueteéis a vuestro antojo las vidas de los mortales, que os mostréis ante ellos, que les engendréis hijos. Pero esto ha ido demasiado lejos. Esto es traición.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Pero padre...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No oses siquiera intentar justificarte –bramó Sinorian. Zanthe estaba segura de que su voz se escucharía en cualquier rincón de Naxes-. Cambiar un destino por otro más dulce podría haber tenido un pase. Habría dejado que lo hicieses. Pero decidir por ti misma a quién otorgar la inmortalidad… ¡Ni siquiera yo me atrevo a tanto sin haber parlamentado antes con los demás dioses! Y tú, una simple siníade, ¿te atreves a hacerlo? Has pasado la línea, Zanthe, y eso no te lo permito –la siníade no tuvo muy claro si lo que más encogió su corazón fue el temor a sus palabras o la frialdad en los ojos de su padre, que la atravesaban como dos témpanos de hielo-. Ve a Icarión y espera. Dentro de seis días, al alba, Alecto conocerá su destino. Y tú con él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Zante se mordió la lengua para no replicar mientras Sinorian abandonaba la estancia, dejándola sola. No serviría de nada apelar a su piedad. La decisión ya estaba tomada y nada ni nadie podría cambiar el sino que se cernía sobre el icarionte. Abandonó Naxes, convertida en viento, y recorrió la larga distancia hasta Icarión, hasta el nido de Alecto, dejándose caer en el montón de cojines sobre los que tantas veces había dormido entre sus brazos. Sólo entonces se permitió flaquear y dejar que las lágrimas cayesen.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">._.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Agitó las alas una y otra vez, intentando alcanzar la mayor altura posible. Las notaba pesadas, como si de repente todas sus plumas hubiesen sido sustituidas por pedazos de metal, como si sus huesos, huecos y ligeros, se hubiesen vuelto macizos. Le costaba aletear y sentía cómo le ardían la garganta y los pulmones con cada soplo de aire que tomaba a través de sus labios entreabiertos, secos y agrietados. Pero no iba a rendirse. No cuando veía ya, entre las largas columnas de humo negro, los fuegos del Abllos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De entre los cráteres humeantes por los que emergían de tanto en tanto borbotones de lava, vio elevarse figuras aladas. Al principio pequeñas, debido a la distancia. No las distinguía, pero sabía que se trataba de arpías. Conforme se elevaban hacia él, Alecto pudo distinguir la forma de sus alas, sus garras de rapaz, su cuerpo, mitad humano, mitad animal -o quizás lo más correcto sería decir que tenían morfología humana y exterior animal-, su rostro, de ojos grandes y ambarinos, con un fuerte pico ganchudo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tres le rodearon, entre graznidos estridentes que el icarionte no pudo descifrar. Un lenguaje que únicamente comprendían las arpías. O tal vez sólo eran sonidos sin sentido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una se detuvo, en el aire, ante él. La más grande de todas. Las otras dos se situaron a ambos lados, por detrás, completando un triángulo a su alrededor. Alecto no podía distinguir si se trataba de machos o hembras, pues nunca antes había visto uno de aquellos seres cara a cara. Y la visión no era agradable. Le parecieron los seres más horribles que había visto en su vida. Con razón los tenían custodiando la entrada al reino de los muertos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sin mediar palabra, pues aunque hubiesen intentado convencerle, no lo habrían conseguido, el icarionte trató de seguir avanzando, mas la arpía que tenía frente a él no se lo permitió. Se enganchó a su cuerpo, clavando las garras en su carne, en los hombros y la parte anterior de los muslos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El grito de Alecto rompió el silencio reinante en el cielo. Sus ropas no tardaron en teñirse de rojo en los puntos donde las garras de la arpía habían atravesado tela, piel y músculo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Dejadme. Tengo que llegar al Abllos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como respuesta, las arpías graznaron junto a su oído y aferraron sus alas, clavándole las garras entre los huesos, bajo las plumas. El icarionte apretó los dientes hasta que le sangraron las encías.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Veía ante sí el cráter del Abllos, casi parecía que podía tocar su fuego si estiraba la mano. Sentía el calor que desprendía el volcán quemar su piel. Había llegado tan lejos. Unos metros más y lo habría conseguido. Habría encadenado su alma a la inmortalidad. Habría cambiado los designios de Sinorian. Y, lo más importante, habría ganado a Zanthe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Forcejeó hasta la extenuación, sin éxito. Pero no quería darse por vencido. El premio era demasiado importante para no seguir luchando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El grito de las arpías le aturdió, pero no fue nada comparado con el inmenso dolor que recorrió su cuerpo cuando cada una de ellas se alejó en una dirección, separando su cuerpo. No necesitaba mirar hacia atrás para saber que sus hermosas alas ya no estaban unidas a su espalda. Gritó hasta que no le quedó aire en los pulmones. Apenas había tenido tiempo de asimilarlo cuando sintió un nuevo desgarro en su cuerpo. La arpía que estaba enganchada a él le soltó, dejándolo caer al vacío. Le pareció irónico ver cómo se despedía de él con la mano, mientras se reunía con las otras dos, que dejaban caer sus alas parcialmente desplumadas. Veía subir a su alrededor hilillos de su propia sangre, sentía el viento golpeando con fuerza su cuerpo en caída libre, sabiendo que esa vez no podría desplegar las alas cuando el suelo estuviese demasiado cerca y remontar, burlando a la muerte. Y la espera del duro golpe se le estaba haciendo demasiado larga. Cerró los ojos, el cargado aire de Astéropes, lleno de negro humo y gris ceniza, el cansancio acumulado y la pérdida de sangre por sus heridas, le hicieron perder el sentido. Habría sido bonito, pero uno no puede luchar contra los designios de los dioses.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Abrió los ojos, aturdido. Notaba una extraña quemazón en la piel y un entumecimiento en las alas. Y se sentía tremendamente desorientado. Intentó hacer memoria de lo que había soñado y fue cuando miles de imágenes acudieron a su mente en una fracción de segundo. La daga, el orbe, Astéropes, las arpías. Todo. Miró alrededor, lo poco que podía hacer sin moverse, pues estaba tendido en algún lugar duro. A su alrededor no había más que roca oscura y caliente. Veía columnas de humo en el cielo y, al girar la cabeza, pudo distinguir la cima del Abllos. Miró hacia el otro lado y sus ojos vieron el mar. Había caído a los pies del volcán, a medio kilómetro de la escarpada orilla, donde rompían las olas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Trató de incorporarse, pero las náuseas le indicaron que era mejor esperar unos minutos más. ¿Era eso lo que se sentía cuando uno moría? No era una sensación agradable, desde luego, pero tampoco tan horrible cómo había imaginado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Me alegra que por fin hayas abierto los ojos, Alecto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No reconocía aquella voz suave y dulce, como el susurro del viento en sus oídos al volar, pero sí reconoció a la mujer que se acercó a él. Delgada y etérea, de piel clara y largo cabello castaño, ensortijado, que se mecía esponjosamente con el viento, como si flotara en él, igual que los bordes de su vaporosa túnica celeste. A través de los pliegues de la tela pudo ver sus pies descalzos, pero limpios a pesar de pasear sobre roca y ceniza. Se arrodilló a su lado y puso una de sus manos en su frente. Fue como un soplo de brisa fresca que le reconfortó. A esa corta distancia, Alecto pudo por fin mirarla a los ojos, profundamente azules.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Si la hubiese visto inmóvil y pétrea, habría pensado que se encontraba en Icarión, frente a la estatua que se hallaba en el bosque entre los acantilados, a la entrada del templo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Mi señora –la voz apenas le salía del cuerpo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Briseida retiró la mano de su rostro y se irguió. No sonrió, pero tampoco se mostró hostil hacia él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ha sido una locura –reprendió suavemente-. No podías lograrlo y lo sabías. Triónidas podría reclamarte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto sonrió internamente ante la ironía de la situación. Había sido soldado desde los quince años y había sobrevivido a más de una batalla, pero había muerto despeñado. Él, que había hecho del viento su elemento, de volar su modo de vida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Pero no lo hará porque yo se lo he pedido. Tu amor, coraje y tu entrega me han conmovido, así que permitiré que regreses a Icarión.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas hubo acabado de pronunciar aquellas palabras, Briseida desapareció, dejándole con el lacerante dolor de todos sus huesos quebrados y el agotamiento de la falta de sangre. Tardaría horas en poder siquiera incorporarse. Para entonces, dos arpías ya se habían encargado de llevarle de regreso a Sirrah.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">._.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El carguero de Kere atracó en el puerto de Karthos cuando el sol estaba en lo más alto. Al día siguiente habría mercado y ya empezaba a haber movimiento en la playa, aunque nada comparado con el que habría a última hora de la tarde y al amanecer. Alecto fue de los últimos en descender, cojeando. Se detuvo cuando hubo salido del bullicio y miro a ambos lados, como si supiese que había alguien esperándole en la arena.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y no se equivocaba, pues apenas un instante más tarde, los zarcillos de neblina aparecieron ante él para tomar la forma corpórea de Zanthe. La siníade le miró con el horror reflejado en los ojos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Alecto… Tus alas. Tus preciosas alas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ah. Eso. Te dije que estaba dispuesto a renunciar a ellas por ti –sus dedos acariciaron la mejilla de la siníade. Incluso en aquella situación, el icarionte sentía un profundo amor por ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Pero... Tú amas volar más que a nada en este mundo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Te amo a ti más que a nada en este mundo. Lo repetí muchas veces, que estaría dispuesto a dejarme arrancar las alas por una sola de tus sonrisas, así que, creo que deberías tener una de esas que no te caben en el rostro –aunque intentaba mantenerse entero, su voz se quebró. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sus ojos se anegaron de lágrimas. Le tembló el mentón, a pesar de que apretó los labios para que no se notase. Apenas sintió los brazos de Zanthe a su alrededor, se dejó caer arrodillado ante ella, apoyando la cabeza contra su vientre y rodeando sus caderas con los brazos. Lloró. Lloró como un niño por la pérdida de sus mutiladas alas. Por la pérdida de su única oportunidad de retener a Zanthe a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando la pena y el dolor parecían haber remitido un poco, Alecto se separó de Zanthe y se irguió de nuevo, mirando los acantilados de Icarión ante él. Le parecieron más inmensos, inaccesibles y escarpados que nunca. Sintió el cosquilleo a su espalda cuando sus músculos se movieron para aletear, pero lo único que en realidad se veía era como se movían los bultos bajo su camisa, aquellos muñones cubiertos de piel arrugada y blanquecina que indicaban que, una vez, no hacía todavía suficiente tiempo como para haberlas olvidado, tuvo alas. Alas que le permitían tener el mundo a sus pies, sentir el viento y el mar de una forma que sólo los que eran como él había sido entenderían. Soltó el aire que inconscientemente había retenido en los pulmones y, con paso vacilante, se dispuso a subir, por primera vez en sus treintaiún años de vida, por el camino que discurría por el interior del acantilado. Al menos estaba vivo. Y podía seguir viendo a Zanthe. Había aprendido la lección. No todos tienen el poder de cambiar los designios de los dioses. A algunos, simplemente, les llega así, azotando, el destino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-59617432504426187042012-08-24T19:17:00.003+02:002012-10-09T19:04:14.182+02:00Azotando el destino. (III)<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas atravesó el hueco de la ventana sintió que sus pulmones se llenaban de aire de nuevo. Un aire que notó húmedo y salado, pero que alivió la presión en su pecho, que dolía como si le estuviesen apretando entre dos bloques de granito. En el interior de aquellas paredes era como si no hubiese agua. De hecho, tardó unos segundos en comprender que, efectivamente, no la había. Podía moverse con tranquilidad, caminar como hacía por la tierra e incluso mover las alas. Sus ropas, empapadas, goteaban, dejando un charquito salado en el blanco suelo. Miró alrededor. Estaba en una estancia redonda a la que se accedía por unas escaleras que bajaban a su derecha y subían a su izquierda. A lo largo de la torre, describían una espiral. En el centro de la herradura que marcaban los tramos de escalera, justo frente a él, vio un montón de cojines de colores brillantes en el suelo. Le recordó a su nido, como quedaba después de que Zanthe pasase la noche a su lado. A un lado había una mesita baja de cristal, vacía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No había ni rastro del Orbe en aquella estancia. Pero no podía rendirse, tenía que seguir buscando. Tardó un par de segundos en decidir seguir la escalera hacia arriba, hacia la última estancia de la torre. Zarek le había indicado muy bien dónde encontrar su objetivo. Apenas la escalera dejó a la vista la estancia superior, sus ojos se clavaron en su centro. Tenía la misma forma que la habitación anterior, pero su techo era mucho más alto y se iba reduciendo hasta formar el cono superior de la torre. Las paredes, blancas y desnudas, reflejaban la luz tenue, fría y ligeramente azulada que irradiaba el Orbe de Espuma, una esfera de algo menos de un metro de diámetro de ondeante y densa sustancia espumosa, borboteante, que se mantenía suspendida sobre una niebla espesa, extendida por el suelo, de forma que no pudiese verse el suelo de la estancia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto no pudo evitar pensar en que aquella neblina que se enganchaba a sus tobillos y subía hasta la altura de sus gemelos le recordaba a cuando Zanthe se presentaba ante él como viento e iba tomando poco a poco forma de mujer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se acercó hasta el Orbe, con la mirada fija en él, como si mirase las hipnóticas llamas de una chimenea, y alargó la mano, despacio, temeroso de las sensaciones que pudiese provocarle su contacto con su superficie.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-A Albórean no le gusta que nadie toque sus juguetes –escuchó una voz.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El icarionte se giró, tenso, llevando la mano que había estado a punto de tocar el orbe a su espalda, como si sintiese la necesidad imperiosa de protegerla. Ante él se hallaba un hombre. Su apariencia era la de un humano, pero, si estaba allí, era inmortal. Intentó averiguar por su aspecto de quién se trataba. Era algo más bajo que él, calculó que alcanzaría un metro setenta y poco, y pasaba ampliamente la treintena. Moreno, como la mayor parte de los isleños, con la barba y el cabello bien recortados. Sus ojos eran extrañamente claros, como la miel. No recordaba haber conocido a nadie con unos iris como aquellos. Tenía una cicatriz que le partía la ceja derecha en dos y llegaba hasta la comisura de su boca, pero no le había costado el ojo. Tenía en el brazo derecho la cicatriz de una quemadura que lo cubría casi por entero y que se extendía, aunque la camisa no dejaba verlo, por su espalda hasta la mitad del otro brazo. Por el aspecto que mostraba la piel, tenía que haber sido grave. A un mortal le hubiese costado la vida. Si tenía más marcas, las ocultaba la ropa. Por la edad, descartó a Sinorian. También era demasiado joven para ser Albórean y, además, le había mencionado y dudaba que hablase de sí mismo en esos términos. Héliades tenía el cabello como el fuego y Triónidas... Si el Señor de Arges y Astéropes tuviese ese aspecto, se habría sentido bastante decepcionado. Quedaba Necreonte. Y eso no era muy alentador. De todos los dioses que podían haberle descubierto, era tener muy mala suerte que lo hiciese aquel al que se llamaba Mensajero de la Muerte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Quién eres y qué buscas aquí?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mentir era absurdo. Los dioses lo sabían todo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Necesito el Orbe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Y para qué quiere un icarionte el Orbe que mantiene en pie este palacio? -Alecto se mantuvo callado-. ¿Cuál es tu nombre?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Alecto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Alecto –repitió-. Sabes que no deberías estar aquí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Lo sé, pero tengo mis motivos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No lo dudo, pero no puedo permitir que te lleves el Orbe. Albórean se enfadaría. Y no me gusta tener dioses enfadados a mi alrededor. No se muestran especialmente amables.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Hiperión -tenía que ser Hiperión, dedujo Alecto. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se sintió algo más relajado, tal vez por pensar que se encontraba ante un igual, un hombre que entendería sus circunstancias.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Veo que mi fama me precede –ironizó con un deje áspero en la voz.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Necesito el Orbe. Tú me entenderás mejor que nadie. Peleaste por Shyd.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Estás aquí por una mujer? Debes estar muy loco.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-O muy enamorado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-O las dos cosas. ¿Es una diosa?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Una siníade. Zanthe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ummm. Una mujer preciosa, sin duda. Disfruta del tiempo que te regale y luego déjala marchar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto frunció el ceño. ¿Cómo podía decirle que desistiese? Él, que había desafiado todo el orden establecido, que había arriesgado su vida por la mujer que amaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Voy a pelear por ella hasta el final. Como hiciste tú.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No tienes ni idea. La inmortalidad no es precisamente un regalo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Te arrepientes?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿De estar con la mujer que amo? Nunca. Pero el sufrimiento de la inmortalidad es infinito. No importa cuánto dolor sientas, nunca hallarás el descanso de la muerte. Ni siquiera de la inconsciencia. Tu cuerpo y tu mente estarán atrapados. No puedes escapar de tus actos. No puedes retener a aquellos que amas a tu lado. Verás caer a amigos y enemigos. Verás morir a tus hijos en tus brazos. A los hijos de tus hijos. A los nietos de tus nietos. Les verás sufrir y no podrás evitarlo. Hasta que tu sangre se diluya en el tiempo. Hasta que no quede nadie que recuerde tu nombre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Eso no me importa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Te importará, créeme. Te importará.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto apretó los labios y se mordió la lengua para no gritarle que no tenía derecho a poner en entredicho sus sentimientos y su voluntad. Se limitó a sostenerle la mirada, cargada de determinación. Una determinación que se transformó en súplica.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Por favor. Te lo ruego. De todos los que podían haberme encontrado, tú eres el único que entiende mis razones para estar aquí. Si me detienes ahora, todo lo que ya he conseguido no habrá servido para nada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Hiperión apartó los ojos con un profundo suspiro. Se acercó al Orbe y metió los dedos en la viscosa sustancia que lo formaba. Trazas de neblina envolvieron su brazo, como si quisieran retenerlo. Al retirarlo, en el cuenco formado por su mano quedó una parte de la espuma.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Márchate antes de que te descubran. Rápido. Y procura que no entre en contacto con el agua o se disolverá.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con un firme asentimiento, Alecto buscó dónde guardarse aquella sustancia para poder llevarla a la superficie. No tenía ningún recipiente y su ropa ya estaba empapada. Finalmente y sin saber si funcionaría su idea o no, se la metió en la boca y se dirigió hacia la ventana. Una mirada de agradecimiento fue su despedida de Hiperión. A través del arco de la ventana, mientras avanzaba braceando en el agua, vio llegar a una mujer. La inconfundible Dama de Plata.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Dentro de no mucho tiempo, él también besaría a Zanthe de la forma en que Hiperión besaba a Shyd, sabiendo que ya ni la muerte podría separarlos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Rasalhague movió con brusquedad la cola, levantando agua con fuerza. Cientos de gotitas salieron despedidas en todas direcciones. Inútilmente trató de liberar su cabeza del agarre de Zarek para volver al agua. Se veía cada vez más lejos de ésta, arrastrado por el inmortal hacia la orilla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Zarek le dejó tendido sobre la arena, girando sobre sí mismo, a un lado y a otro. La arena se adhería a su cuerpo e iba cayendo en terrones embarrados con sus bruscos espasmos. Se estaba asfixiando y no lograba regresar al mar por mucho que lo intentase. Gritó pidiendo ayuda en aquella lengua que sólo entendían las criaturas que habitaban bajo el agua. Pero fuera del mar se escuchaban como estridentes alaridos, tan agudos que se le metían a Zarek en la cabeza y reverberaban en su cerebro como si estuviese dentro de una campana.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿No era tu deseo salir del agua? –se quejó Zarek, chasqueando la lengua, sentado a su lado, observando impasible cómo se alargaba su agonía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El neptario quedó finalmente inmóvil en la orilla y Zarek se levantó para comprobar que estaba muerto y arrastrar su cuerpo al agua otra vez. No podía dejar testigos de su participación en la incursión en el Palacio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En cuanto las olas arrastraron el cadáver de Rasalhague hacia el fondo del mar, Zarek se dispuso a abandonar Hárpago. Sin embargo, un escalofrío recorrió su espalda al sentir tras él una presencia. Una fuerza que arrasaba todo a su paso. Necreonte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Vaya... Mira lo que ha traído la marea.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por la expresión que mostraba el joven dios guerrero, Zarek no podía estar seguro de que no hubiese visto lo ocurrido. Y eso le pondría en serios apuros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Necreonte –esgrimió la mejor de sus sonrisas. Aunque a leguas se notaba que era falsa. Su boca no podría estirarse más.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-La verdad es que no me sorprende verte por aquí el día que hay problemas abajo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Intentas insinuar algo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-En absoluto. ¿Debería?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-En absoluto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Bien, Zarek. Me alegra comprobar que sabes de qué lado está tu lealtad. Porque si no, ni siquiera mi tía podría evitar que me hiciese un macuto con tu pellejo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La advertencia le arrancó un largo escalofrío. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Oh, vamos. Mi piel es demasiado buena para un simple fardo. Podrías aprovecharla para hacerte ropa nueva.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Entonces olería como tú.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Si Zarek tuviese el poder de lanzar rayos por los ojos, Necreonte habría tenido uno atravesando su nuca desde el instante en que le dio la espalda para marcharse. Pero no estaba tan loco como para desafiar al hombre cuyo nombre era sinónimo de crueldad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se frotó las manos con nerviosismo cuando estuvo solo de nuevo. ¿Por qué tardaba tanto ese maldito icarionte?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto braceó y movió las piernas, intentando llegar a la superficie lo más rápido posible. Por mucho que hubiese llenado sus pulmones en el Palacio, tenía un límite y estaba a punto de sobrepasarlo. Notaba la presión en el pecho y cómo poco a poco se le iba nublando la vista. El pulso en sus sienes se aceleró y parecía que todos y cada uno de sus órganos iban a explotar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con el mayor impulso que logró conseguir, sacó la mitad superior de su cuerpo del agua para poder desplegar las alas y elevarse sobre la inmensidad azul que se abría entre Hárpago y Láquesis. Escupió en sus manos la sustancia viscosa que le había entregado Hiperión, haciendo un cuenco con ellas, y trató de recuperar poco a poco la normalidad en su respiración. Le dolía todo el cuerpo, pero había merecido la pena el esfuerzo. Un poco más y podría posarse en la arena de la playa y descansar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Miró el contenido de sus manos. Se había reducido debido a la humedad de su boca, dejándole una quemazón fría en la lengua, la garganta y el pecho. Seguramente habría tragado algo, pero daba lo mismo. En sus palmas quedaba todavía una bola del tamaño de una ciruela. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se dejó caer junto a Zarek, acezando, con las piernas, los brazos y las alas extendidas sobre la arena.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Con el aspecto de vagabundo empapado que tienes, no deberías estar sonriendo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El icarionte levantó la mano que contenía el diminuto orbe que se había formado. Una esfera perfecta, igual que la que había bajo el mar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Lo he conseguido. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Genial –su voz era de todo, menos entusiasta. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El encuentro con Necreonte todavía le tenía en tensión. Si los dioses descubrían que estaba ayudando a un mortal a levantarse contra ellos, seguramente no le recibiesen haciendo una fiesta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ahora sólo tenemos que conseguir una forma de sacar mi alma de mi cuerpo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Matarte?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto puso los ojos en blanco, todavía en el suelo. Estaba demasiado cansado para hacer cualquier otro movimiento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Conozco a un puñado de hechiceros que podrían hacer pociones de esas que permiten transmutar el alma de un cuerpo a otro. Pero esas pócimas requieren tiempo para su elaboración y no sabemos lo que durará el Orbe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Entonces tendrás que elegir “muerte”.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Supongo que da un poco igual, ¿no? Tengo que mezclar la sangre de Shyd y la mía con esto –levantó un poco la mano que contenía todavía la esfera lechosa- y arrojarlo a los fuegos del Abllos. Supongo que puedo apuñalarme el corazón y el orbe absorberá mi sangre y mi alma.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Icarionte, ves todo con demasiado optimismo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Para mañana los dioses ya sabrán lo que estamos haciendo, si no lo saben ya. No podemos esperar durante una semana o dos a que esté lista una poción que me permita transmutar mi alma al orbe. Y, si sale mal... En realidad da un poco igual, Zarek, si no lo consigo y sobrevivo, me matarán los dioses. Creo que prefiero morir desangrado que enfrentarme al Mensajero de la Muerte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Le entendía. A él le pasaba exactamente lo mismo. La sola idea de que el joven dios guerrero tuviese carta blanca contra ellos le aterrorizaba. Él podía enseñarles todas y cada una de las acepciones de la palabra dolor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Zanthe suspiró, agotada. Se pasó la mano por la frente, apartando un par de pequeños mechones que se pegaban a su piel, a causa del sudor. Había estado a punto de fallar en sus esfuerzos por mantener la bruma alrededor de los movimientos de Alecto y Zarek. Pero valía la pena el esfuerzo, no sólo porque, si el icarionte tenía éxito en su empresa, ganaría un entregado amante para toda la eternidad, dispuesto a complacerla en todo y no echarle en cara si siquiera sus infidelidades, sino que ella y Zarek cambiarían su posición. Ella podría reclamar su divinidad y el poder para gestionar los destinos en las mismas condiciones que su padre y Zarek pasaría a estar únicamente a su servicio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Su cuerpo se deshizo en neblina blanca que se diluyó en el aire para llevarla a la habitación que ocupaba en el templo de su padre.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/08/azotando-el-destino-iv.html">Azotando el Destino. (VI)</a></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-48861140127242271122012-08-24T19:15:00.001+02:002012-10-09T19:05:43.580+02:00Azotando el destino. (II)<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Lo tienes?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El inmortal le apremió a responder apenas Alecto apareció en el lugar acordado, al norte de Aqueloo, a las afueras de la pequeña villa de Denébola, a la puesta de sol. Como respuesta, el icarionte le entregó un paquetillo envuelto en cuero, de palmo y medio de largo y medio de ancho. Zarek lo abrió y a punto estuvo de dejar caer su contenido entre sus membranosos dedos. Una daga, con la hoja de quince centímetros, de hierro rojizo con vetas plateadas en la parte inferior.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Lo ha conseguido. Ese minotauro ha logrado obtener un filo y mantener el metal que le dimos casi intacto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No sé yo si ese “casi” será suficiente. Ha tenido que añadirle metal para hacer el resto de la hoja. Pero no tenemos otra cosa –las dudas acudieron al icarionte, aunque las desechó con un movimiento de cabeza mientras escondía de nuevo aquel preciado objeto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Cuál es el siguiente paso?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Según esto –su respuesta se alargó el tiempo que tardó en rebuscar entre sus ropas el fragmento de crónica sobre el que se sustentaba toda aquella locura-, Hiperión –sus ojos buscaban frenéticamente entre los desgastados renglones el punto exacto de la historia para leer textualmente- recibió de manos de Shyd el Orbe de Espuma, una esfera que le permitiría forjar su espíritu en los fuegos de Astéropes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Sí, sí, muy bonito –interrumpió Zarek-. Ahórrame los detalles, con saber qué es lo que necesitamos conseguir es más que suficiente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto chasqueó la lengua. Odiaba que le interrumpiesen cuando hablaba de algo importante. Pero Zanthe le había advertido que necesitaban a Zarek de su lado, así que tuvo que morderse la lengua.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Está bien. Ahora el problema es cómo nos hacemos de él. Está en el Palacio de Espuma. La Morada de los Dioses. No podemos llegar, llamar a la puerta y decirles “Hola, venimos a buscar un par de cosillas para hacernos inmortales, ¿os importa no estorbarnos demasiado?”.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Estúpido mortal. Deberías hablar con más respeto de aquellos a los que quieres alcanzar. Podría aplastarte como a un gusano por tu blasfemia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Y los dioses te aplastarían como un gusano a ti.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Yo ya soy un inmortal. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Pero no eres un Dios. Que esto salga bien te interesa tanto como a mí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se sostuvieron las miradas unos largos instantes. Su relación había sido tensa desde el principio y seguramente lo seguiría siendo. Pero necesitaban soportarse el tiempo necesario para acabar aquella empresa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-El camino más corto sería llegar hasta Hárpago y desde allí buscar cómo llegar al Palacio –retomó la conversación Zarek.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Yo no puedo respirar bajo el mar ni nadar como los neptarios. Bastante es que puedo levantar el vuelo desde el agua.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Yo puedo entrar sin problemas en el Palacio, pero alguien tiene que generar algún tipo de distracción y, para eso, yo tengo muchos más recursos. Podemos intentar conseguir la ayuda de algún neptario.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Dudo que se arriesguen. Son fieles seguidores de Laetania. No la traicionarían.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Tú eres un fiel servidor de Briseida y aquí estás, intentando engañar a los dioses. Ella incluida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No es lo mismo. Yo tengo motivos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ya, ya... Zanthe. Bah –les restó importancia con un ademán de la mano-. Tú déjame eso a mí. Nos reuniremos dentro de tres días en Hárpago. A mediodía, en las arenas de Sirrah. Sé puntual, icarionte –y desapareció, dejando a Alecto solo entre los árboles. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">._.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sinorian irrumpió en la estancia del Templo de Naxes donde sus hijas estaban: Ume, la menor, leía en voz alta para las demás, Akrotiri y Dekhelia, las más mayores, iban rematando los extremos del tapiz que tejían juntas. Zanthe, la tercera, únicamente se limitaba a mirar por la ventana con aire ausente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El golpe de la puerta de madera oscura contra la piedra gris de la pared, les dio una idea de la gravedad de la situación. Su padre jamás entraba así en ningún lado a menos que hubiese visto algo alarmante entre aquellas brumas plateadas que envolvían el destino. Por ello, las cuatro siníades se sobresaltaron y clavaron sus miradas en el Dios. No tuvieron tiempo de preguntar qué ocurría, cuando la voz del Señor de los Destinos llenó la estancia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Une, ve aprisa a Hárpago, al Palacio de Espuma, y avisa a Héliades. Que prepare a sus soldados. Un intruso, un incarionte, se dirige hacia allí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La siníade cerró el libro y lo dejó a su lado. Metió los pies en las sandalias y se dispuso a cumplir la orden recibida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Padre, te lo ruego, no lo hagas –la voz de Zanthe hizo que su hermana se detuviese. Sinorian la miró con gesto interrogante-. Deja que Alecto intente cumplir su sueño.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Así que Alecto... –escrutó sus ojos, entrecerrando la mirada-. He sido complaciente contigo, Zanthe. Te he dejado mostrarte a cuanto mortal has deseado. Pero no toleraré que ninguno de ellos ose levantarse contra nosotros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No parecía enfadado. Y eso fue lo que más inquietó a Zanthe. Sinorian era un hombre amable y paciente, no era fácil enfadarle, tal vez porque sabía de antemano el destino de todas las criaturas mortales de las islas. Por eso, cuando lo hacía, era terrible. Su temor respecto al icarionte se debía a que únicamente podía conocer los destinos de los mortales y, al estar persiguiendo la inmortalidad, su destino se ramificaba tanto que era imposible saber cuál era el que finalmente se impondría. Ni siquiera él podía saber a ciencia cierta si lo conseguiría o no. Y la incertidumbre no era un sentimiento demasiado frecuente para Sinorian.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Qué puede hacer un simple mortal contra los designios de los Dioses? –preguntó, en un intento de aplacar a su padre-. Permite al menos que mantenga su honor de guerrero. Deja que guarde intacto su orgullo por haber perseguido su sueño hasta el final.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-El final será el mismo. Y lo sabes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Le impedirían lograr su objetivo. Si no lo hiciesen, todos los mortales querrían ser dioses y se rompería el equilibrio. Guerras, destrucción y muerte. Todo lo que habían creado dejaría de existir. Era un horizonte demasiado negro para no poner los medios para evitarlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Hazlo por mí. Por favor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sinorian resopló. No podía negar nada a ninguna de sus hijas cuando le miraban con aquellos ojos cargados de temor. Ni siquiera cuando lo que solicitaban eran favores especiales para algún mortal. Zanthe no era tan dócil y abnegada como Une, pero tampoco tan caprichosa como Dekhelia, por lo que decidió ceder un poco ante sus ruegos. Dejaría que ese muchacho, del que su hija se había encaprichado, siguiese adelante, con la esperanza de que la dificultad de la empresa le hiciese desistir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Está bien, Zanthe. Si quieres jugar a ver hasta donde es capaz de llegar ese mortal, adelante. Dejaré que juegue, pero no voy a permitir que gane.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La siníade asintió. Al menos había un pequeño resquicio por el que escapar. Tal vez pudiera convencer a Alecto de que no continuase, ahora que habían sido descubiertos. O quizás él mismo se diese cuenta de que perseguía un imposible. Con ese pequeño plazo que había ganado, intentaría encontrar una forma de ayudar al icarionte. Ya había manipulado el destino a espaldas de su padre para que pudiese obtener el fragmento de la lanza de Necrionte en Fuente de Hierro, formar bruma alrededor de sus siguientes movimientos sería algo mucho más sencillo. O eso esperaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">._.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sol calentaba su espalda con intensidad. Tenía un ala extendida para hacerse sombra sobre la cabeza. Llevaba casi una hora esperando, pero le parecía mucho más tiempo. Tenía sed y ya había repasado varias veces a todos los antepasados de Zarek. Y no precisamente en buenos términos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Finalmente vio una figura salir entre las olas y acercase a él. La reconoció al instante: el inmortal. Unos metros por detrás, apareció la cabeza de un neptario. Ojos amarillos, saltones, que destacaban sobre la piel, escamosa y blanca, grisácea en algunas zonas. Los neptarios eran unas criaturas pequeñas, similares a los tritones, pero de mucha menor envergadura. Un individuo adulto podía medir un metro, sin contar las aletas de la cola, que podrían llegar a añadir entre treinta y cuarenta centímetros a su tamaño. Su mitad anterior, en cambio, no era similar a la humana, como ocurría con los tritones. Tenía la misma morfología, pero presentaban branquias a ambos lados de la cabeza, en el lugar donde deberían estar las orejas. Sus brazos eran finos y cortos, con una membrana en la parte inferior, hasta el tronco, que les permitía usarlos como aletas. No tenían pelo y sus ojos se situaban en los extremos de la cabeza, sobre la redonda boca, carente de lengua y dientes, que les permitía emitir aquellos estridentes sonidos con los que se comunicaban.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto calculó que aquel tendría unos siete años, basándose en su tamaño y las zonas grises que se extendían ya bajo sus ojos, como dos líneas de dos dedos de ancho que bajaban por su cuerpo hasta la cola. Cuanto más oscura fuese su piel, mayor sería su edad. Teniendo en cuenta la esperanza de vida de su especie y su ritmo de desarrollo, se trataba de un adulto en plena madurez. Tampoco pudo fijarse demasiado, porque apenas estuvo en la superficie un par de segundos. No podían respirar fuera del agua, así que no podía llegar a la orilla. Esperaría allí mientras Zarek y Alecto concretaban cómo llegarían hasta el Palacio de Espuma.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Cómo lo has conseguido? –se interesó el icarionte, apenas Zarek llegó al lugar donde se había puesto de pie para recibirle.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Todo el mundo tiene un precio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una escueta respuesta que indicaba que no quería entrar en detalles. Le había ofrecido poner a su alcance el mundo exterior, el poder para cambiar su apariencia por la de un humano y poder sobrevivir al aire. Algo que Alecto sabía que el inmortal no podía conceder, por eso Zarek prefirió mantener su trato en secreto, para evitar que al icarionte le entrase un arranque de moralidad y no quisiera involucrar con engaños al inocente neptario.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Zarek...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Qué? ¿Quieres conseguir el Orbe o no quieres conseguir el Orbe? –Alecto asintió-. Pues entonces no hagas tantas preguntas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El icarionte suspiró resignado. No tenía tampoco muchas otras opciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Cómo vas a llegar al Palacio?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No voy, vas tú. Yo ya te he allanado el camino. Está todo listo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Yo no puedo respirar ahí abajo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Dentro del Palacio podrás hacerlo. Es como si estuviese construido en tierra firme. Podrás moverte por él de la misma forma que te mueves en el aire.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Estás seguro?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Te mentiría yo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Sí. Pero supongo que no tengo elección.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Exacto. El neptario te llevará. Tienes que entrar por una ventana de la torre norte. No está lejos, no creo que mueras en el proceso, pero... Coge aire, por si acaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto puso los ojos en blanco mientras se metía poco a poco en el agua. Estaba fría y hacía que la ropa se le pegase a la piel. Nadó hasta donde estaba esperándole el neptario, se agarró dónde éste le indicó y llenó todo lo que pudo los pulmones. Al instante, se vio arrastrado con fuerza dentro del agua. Apretó los ojos y los labios. Se sentía mareado por la brusquedad de los movimientos y le dolían las alas por la resistencia que oponían al agua. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No supo cuánto tiempo exactamente estuvo bajo el agua, ni cuánta distancia había recorrido, cuando Rasalhague se detuvo. Abrió los ojos, notando el leve escozor de la sal, y miró alrededor. Estaban escondidos tras un repliegue del terreno, cubierto de algas. Al asomarse entre las ondeantes hojas negras, descubrió ante él el Palacio de Espuma. Blanco, brillante, enorme. A simple vista parecía estar realmente hecho con espuma de mar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tenía seis torres puntiagudas, de las cuales sólo tres podían verse desde la entrada. Una en el centro, la más alta, y una a cada lado. Tras la mayor, se alzaban las restantes, como si dibujasen la espina dorsal de un pez, pues las torres se unían por puentes flanqueados de centenares de lanzas blancas, separadas un metro entre sí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El icarionte y el neptario se encontraban escondidos en la parte trasera, por lo que no podían ver las puertas y la larga escalinata que permitía llegar a ellas desde la explanada que se abría delante, rodeada de columnas, donde las crónicas decían que Hiperión había luchado contra los dioses para llegar hasta Shyd. El palacio estaba protegido por una guardia de tritones, armados con horcas, apostados entre las columnas y en la parte superior de la arcada que las unía. Alrededor del palacio se repartían media docena de carros tirados por hipocampos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Rasalhague señaló una de las ventanas que se abrían en la parte superior de la penúltima torre de la parte posterior. Hacia allí tenía que dirigirse Alecto, aprovechando la distracción que generaría el neptario al dejarse ver y atraer la atención sobre sí. Se dirigió, nadando todo lo rápido que le permitían sus aletas, contra el carro que tenía más cerca. Agarró la horca del tritón y la arrancó de su anclaje en el carro, huyendo con ella y empleándola para pinchar a las monturas y crear un poco de confusión. Nadó, perseguido por el primer tritón, hasta la parte inferior del palacio, ocupada por la guardia y sus monturas. Se metió de lleno entre los hipocampos y empleó el arma que había robado para liberarlos y que huyeran en todas direcciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los tritones tiraron de las riendas de los carros para perseguir al esquivo neptario, que se habían mantenido escondido entre un grupo de monturas para evitar los ataques de la guardia, proporcionando a Alecto la oportunidad de colarse en el palacio. Ocupados en intentar evitar que se alejasen demasiado y volviesen a su redil, los tritones abandonaron sus puestos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto dudó, pero no tenía tampoco una opción mejor. Podían descubrirle y matarle. Pero quedarse ahí plantado le mataría igualmente. Y el ahogamiento le parecía una muerte mucho más terrible que las heridas que pudieran hacerle aquellas armas.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/08/azotando-el-destino-iii.html">Azotando el Destino. (III)</a></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-69574517482306623112012-08-21T10:20:00.000+02:002012-10-09T19:07:04.851+02:00Azotando el destino. (I)<div style="text-align: right;">
<span style="color: #783f04; font-family: Verdana, sans-serif;"><i>A Claudia.</i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo único que se escuchaba era el vaivén de las olas acariciando la fría arena de la playa, dejando restos de espuma plateada a la luz de luna. A lo lejos aún se veían las luces de los faroles sobre la cubierta del Achlys alejándose, siguiendo su camino hacia Láquesis. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto no había tenido demasiados inconvenientes para convencer al capitán Haidee, un viejo marinero con demasiados inviernos a las espaldas, para que se desviase un poco de su rumbo y acercarse lo suficiente a Kere como para que él pudiese alcanzar su costa volando. El puñado de monedas que le había dado había ayudado bastante.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El icarionte adoraba sentir el viento en sus alas, de largas plumas castañas, poco más claras que su oscuro cabello, casi del mismo tono que sus ojos. Más de tres metros de una punta a otra que se agitaban arriba y abajo, impulsadas por potentes músculos. Dentro de los suyos, los hombres alados de Icarión, Alecto no era alguien que llamase la atención. Rasgos simples, mandíbula marcada, nariz larga y recta, prominente, ojos pequeños, que no destacaban especialmente bajo las cejas oscuras, curvadas, descendentes hacia los laterales de su rostro, labios rosados, carnosos, enmarcados por una barba de varios días. Aunque tenía una sonrisa agradable. O eso le había dicho siempre Zanthe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">¡Ah, Zanthe! Si le hubiesen dicho seis años atrás que iba a conocer a un inmortal, se habría reído en la cara de quien fuese. Todo el mundo en las islas creía en la existencia de los dioses. Todo el mundo era consciente de la unión de las deidades con su tierra. Incluso conocían a alguien que conocía a alguien que había oído que un inmortal se había mostrado en algún lugar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La primera vez que la vio, le pareció una mujer atractiva, con el cabello largo y castaño oscuro mecido por el viento, como si flotase a su alrededor, esbelta, de piel clara, cálida, y unos ojos que le dejaron sin respiración. Era mayor que él, se le notaba en las pequeñas arrugas que se formaban junto a sus ojos y alrededor de sus simétricos labios, pero eso hacía que se le antojase aún más interesante. Se sintió afortunado únicamente con que le hablase. Sólo los dioses sabían cómo, había logrado arrancarle una risa en medio de una conversación banal.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Le cautivó. Su forma de entender la vida, su libertad, el amor que sentía por todas las criaturas. No podría precisar en qué momento le entregó su corazón, pero lo hizo sin reservas, sin pedir nada a cambio, como un chiquillo asustado que se enamora por primera vez, a pesar de que ya había conocido el amor de varias mujeres.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La noche en que le confesó que era una siníade y que su verdadero nombre era Zanthe sintió miedo. No sólo por que un inmortal estuviese ante él, sino porque las siníades, las hijas del Destino, se encargaban de que nadie escapase a los designios de Sinorian y acompañaban, a través del Mar Ardiente, a las almas de aquellos que tenían una muerte tranquila hasta la base del Abllos, en Astéropes, donde las arpías que guardaban la entrada al Reino de Triónidas les llevarían ante el Juez, quien decidiría en función de la vida que habían llevado, si les correspondía descansar en Arges o servir en sus huestes en Astéropes. Se las llamaba las Muertes Dulces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mas sus temores se habían disipado cuando había comprendido que no era su futuro el que llevaba a Zanthe a sus brazos, sino su presente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y por ella estaba en ese instante, en plena noche, posándose en las arenas de Kere, plegando las alas a su espalda y cubriéndolas con aquella capa oscura, que le colgaba hasta la altura de las rodillas. Se cubrió la cabeza con la capucha y se encaminó, dejando huellas en la arena, hacia las luces que distinguían a unos doscientos metros del lugar donde se había posado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Atada a la cintura, la bolsa de cuero donde escondía una buena suma de dinero y los pedazos de hierro rojizo que se convertirían en un arma en las fraguas del herrero al que se disponía a visitar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Demasiado tiempo de búsqueda le había costado conseguir aquellos pedazos de metal que una vez formaron parte la lanza del Mensajero de la Muerte. O eso decían las leyendas. Se contaba que Necreonte había teñido de rojo la arena del norte de Eneida, ante los restos de la ciudad de Ataleia, devorada por las llamas. Su lanza había atravesado las entrañas de muchos mortales, dejando sus cuerpos inertes repartidos por la playa, pisoteados por enemigos y aliados en la batalla más cruenta que recordaban las islas. El bautismo de sangre de un Dios guerrero, inexperto, cruel, demasiado impresionado por su propio poder, demasiado inconsciente, cegado por el fragor de la lucha, que se había visto solo en el campo de batalla, único superviviente, por su condición de inmortal. Había visto caer bajo su fuerza a soldados cuyo único crimen había sido no reconocerle como un verdadero Dios. Había visto caer a aquellos que habían luchado a su lado. Su primera batalla como general. Su primera masacre. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se decía que cuando la luna se alzó en el cielo, el joven Mensajero de la Muerte cayó arrodillado en la arena, con la lanza asida con ambas manos, descansando sobre sus muslos. Piel y ropa cubiertas de sangre reseca. Los ojos, oscuros como el abismo, fijos en el horizonte. Riendo a carcajadas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La guerra aún le bullía en las venas y no había saciado su sed de sangre. La primera criatura que se cruzase en su camino acabaría atravesada de lado a lado por su lanza. Y no tardó en hacerlo. Apenas sintió una presencia a su lado, descargó contra ella su arma, atravesando la blanda carne y la suave piel. Abrió desmesuradamente los ojos al comprobar que aquella presa no era otra que la Dama de Plata, que lo miraba con sonrisa indulgente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Arrancó de un tirón la lanza de sus entrañas, cubierta de la blanca sangre de la diosa. Y contra su propia pierna la hizo pedazos. A nadie más heriría la punta que había herido a un inmortal. Esparció los pedazos por los rincones más recónditos de las islas, para que nadie los encontrase.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Faltaban un par de horas para el alba, las calles -si es que podía llamarse calles a los irregulares espacios para pasar entre las cabañas de madera y paja seca salpicadas desordenadamente en un cerrete- estaban desiertas. Todos dormían. O casi todos. Deambuló sin saber muy bien por donde tenía que moverse. Le habían descrito la casa en la que vivía el herrero como un armazón a dos aguas, de unos cinco por diez metros de planta y otros tantos de alto en la parte central. Le parecía una construcción incómoda, pero lo mismo podía decirse de los llamados nidos icariontes y eran lo que mejor se adaptaba a su raza. Al llegar a Lacerta descubrió con cierto pesar que casi todas las cabañas se ajustaban a esa descripción. Habría sobrevolado el lugar para localizarla desde el aire, pero no quería llamar demasiado la atención.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Intentó hacer memoria de algún detalle en la descripción que Zarek le había dado que le ayudase a encontrar la correcta. No tenía más opciones que confiar en la palabra de aquel inmortal cuyo aspecto estaba más cerca del de un reptil que del de un humano, pues tenía la piel cubierta de escamas, de un tono azul verdoso, como se ve el mar en la lejanía cuando el oleaje ha arrancado las algas del fondo, un rostro sin nariz, de ojos saltones y ambarinos y membranas interdigitales en las manos y en los pies. Su cabeza parecía caer hacia adelante y no podía juntar completamente las piernas, siempre ligeramente flexionadas, como si estuviese a punto de saltar. Le ayudaba porque Zanthe se lo había pedido, pero Alecto sabía que tenía motivos ocultos. Motivos que, esperaba, no acabasen en traición. Una parte del icarionte temía que pudiese ser una treta para arrebatarle el cariño de la siníade, a pesar de que ella jamás había sido totalmente suya. Zanthe era un amor compartido, pero lo había sido desde el primer momento y él había aceptado las condiciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Había hablado de pieles rojizas cubriendo la parte superior y varios cuernos pendiendo de la entrada. En aquella oscuridad no podría diferenciar el color de las pieles, así que tendría que buscar los cuernos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Finalmente la encontró, o eso esperaba. Se dirigió al frontal triangular, contra el que colgaban al menos media docena de cuernos rotos, atados todos en el mismo lugar con tiras de cuero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Golpeó con la mano en la madera, suavemente. No ocurrió nada, parecía no haber nadie en casa. Llamó de nuevo, con más fuerza. Tampoco parecía que le hubiesen escuchado. Se dispuso a llamar una tercera vez, pero no había descargado su mano sobre las tablas cuando éstas se movieron hacia él, trazando un arco. Tuvo que apartarse para no ser golpeado. Una mitad del triángulo de madera que tenía delante se abrió, dejando a la vista a un imponente minotauro, de dos metros y medio de alto, con piel oscura, pelo corto y fuerte, más largo en las piernas, a partir de los gemelos, cayendo sobre sus pezuñas, en su cabeza y a lo largo de su columna, hasta el rabo y el final de éste, en las axilas y los genitales. Sus piernas eran grandes, musculosas, rematadas en fuertes pezuñas negras que dejaban huellas en la tierra a su paso. Sus brazos estaban muy desarrollados, casi tan voluminosos como las piernas del icarionte. Se notaba que el trabajo en la fragua había modelado cada uno de aquellos músculos. Ceñudo, de ojos hundidos, negros y brillantes, y dos grandes cuernos, simétricos, afilados, que destacaban, de un blanco sucio, contra la oscuridad de su piel y el interior de su cabaña. Bufó, mirando al icarionte con gesto poco amigable. Se notaba que le había despertado y que no le había gustado que lo hiciera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Alcíone? –preguntó con cierto recelo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Qué quieres?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El icarionte se descubrió la cabeza, dejando la capucha a su espalda, entre los bultos que dejaban sus alas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Mi nombre es Alecto. Me han dicho que tú podrías ayudarme –su explicación se redujo a sacar de debajo de su capa el paquetito envuelto en tela donde llevaba los pedazos de hierro y tendérselo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con el ceño fruncido, Alcíone tomó el hatillo y lo abrió sobre la palma de su mano. La sangre que manchaba el metal, a pesar de llevar cientos de años seca, todavía brillaba con un reflejo plateado, como la luna. Los ojos del minotauro se abrieron por la sorpresa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Esto es... –Su interlocutor asintió, con una sonrisa triunfal-. Entra –invitó regresando al interior de su cabaña. Avivó el fuego de la fragua, que tenía cubierta con cenizas para mantener el rescoldo. Mientras esperaba que prendiese de nuevo y la cabaña se tiñese de la anaranjada luz de las llamas, se dejó caer al suelo-. ¿Cómo lo has conseguido?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-En Fuente de Hierro. Es sólo uno de los muchos pedazos de Konephoros –así se llama la lanza de Necreonte- que existen repartidos por las islas. Todavía está impregnado de la sangre de la Dama de Plata.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No detalló que se la había proporcionado un inmortal, ni cómo la había obtenido Zarek. Tampoco lo sabía. No había querido preguntarlo, aunque intuía que no había sido precisamente de un modo limpio y razonable. Pero Zarek era un inmortal y no le convenía soliviantarlo. No sólo porque le estaba ayudando a seguir los pasos que se detallaban en aquel pergamino gastado y casi ilegible que había encontrado en uno de sus viajes por las islas, sino porque poseía poder suficiente para acabar con él si así lo deseaba. Y no dudaría en hacerlo si veía peligrar su posición.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Entonces debe de ser verdadero y no sólo un pedazo de hierro pintado. ¿Qué esperas que haga con él?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Me han dicho que eres el mejor forjando armas. Necesito hacer un puñal con ella, sin que pierda la esencia de la sangre de la Diosa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Eso es muy complicado, tendré que forjarlo en frío –a pesar de que en entre los herreros lo llamaban forjar en frío, simplemente se referían a no calentar el metal hasta que estuviese candente, por lo que era necesario parar más a menudo para mantener la temperatura y luego dejarlo enfriar al aire, poco a poco, sin sumergirlo en agua, como se hacía normalmente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No importa lo que tardes, ni lo que cueste. Te pagaré bien. Pero necesito que mantenga la sangre de Shyd –volvió a insistir-. Por desgracia, el fragmento no tiene filo para usarlo directamente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-No resistirá el calor y los golpes, ni siquiera aunque ponga mi mayor empeño. Suponiendo que haya sobrevivido al paso del tiempo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Es la sangre de una diosa. Inmortal, como ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Para qué vas a usarla?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Conoces la historia de Hiperión?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Todo el mundo la conoce. Un mortal que desafió a los dioses... No puedes estar hablando en serio, icarionte. Una cosa son las leyendas antiguas y otra la vida real.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Hiperión luchó por lo que quería y venció.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Hiperíon era una bestia. El primer lobo. Poseía la fuerza de cien hombres, tenía garras y colmillos afilados y no conocía el dolor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Era un hombre. Humano. Un simple cazador que descubrió a la Loba Blanca una noche. La siguió para darle caza y, cuando estaba a punto de soltar la flecha, presenció cómo la envolvía un resplandor y, donde antes había un animal, ahora aparecía ante él una mujer –ambos conocían la leyenda, pero Alecto la contaba con tanta pasión como si fuese la primera vez que se pronunciaba en voz alta-. Se enamoró de ella y, noche tras noche, la buscaba en ese mismo lugar, junto al lago de Parakalia. Al principio se escondía y la observaba, hasta que decidió acercarse a ella, cubierto con pieles de lobo, para hacerle creer que, al igual que ella, era un animal que podía adoptar la forma humana.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">>>Noche a noche, acabó por ganarse el corazón de la Dama, que se encontraba con él a espaldas de sus hermanos. Cuando los Dioses descubrieron su relación, enfadados, los separaron, prohibiendo a Shyd salir del Palacio de Espuma.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">>>A pesar de ser un simple mortal, Hiperión amaba tanto a Shyd que arriesgó su vida para llegar hasta ella y burló las defensas de los dioses. Su ira no se hizo esperar y el mismísimo Triónidas, apoyado por los demás, transformó a Hiperión en una bestia, privada de consciencia, cuya única razón de ser era matar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">>>Pero Shyd también era una diosa y escapó de su encierro para reunirse con Hiperión y ayudarle a enfrentar a los Dioses. Mezcló su sangre, como la que mancha ese metal, con el alma de Hiperión, en los fuegos de Astéropes, forjándose un nuevo corazón. Humano, mortal y bestia bajo la misma piel.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Ya, ya, por eso a los lobos se les mata con plata. No es necesario que repasemos todos los mitos sobre nuestros dioses –interrumpió Alcíone-. Pero eso son leyendas. Si es cierto que ocurrieron tal y como se cuentan, fue hace mucho tiempo. Demasiado. No podrás obtener la vida eterna con unas gotas de sangre impregnadas en un pedazo de hierro oxidado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Eso es cosa mía ¬–atajó, aunque con una sonrisa conciliadora. No quería dar explicaciones detalladas de sus motivos, bastaba con satisfacer la curiosidad del minotauro. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Como quieras. Lo tendré en una semana. Cien tamaks.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Una semana? Te daré doscientos si la tienes en tres días.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-¿Ansias la eternidad y tienes prisa por cuatro días? Tú eliges. O un trabajo rápido o un trabajo bueno.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Alecto frunció ligeramente el ceño. ¡Por supuesto que tenía prisa! El tiempo apremiaba. Cuanto más tardase, más posibilidades había de que los dioses reparasen en sus movimientos. Hasta el momento, por lo que Zanthe le había revelado, no tenían los ojos puestos en él. Y quería avanzar todo lo posible mientras así fuese. Chasqueó la lengua.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">-Una semana. Volveré entonces –se levantó para abandonar la cabaña, no sin antes dejar al alcance del herrero parte del precio acordado-. Por si me pillan con las manos en la masa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sin esperar respuesta y con aquella sonrisa entre sarcástica y resignada por lo que pudiera ocurrirle si los Dioses descubrían sus intenciones, el icarionte salió a la calle, se despojó de la capa que cubría sus alas y levantó el vuelo hacia el sol de la mañana.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/08/azotando-el-destino-ii.html">Azotando el Destino. (II)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-1898886695639810682012-06-09T15:20:00.002+02:002013-03-14T13:58:58.954+01:00JDA VI. Al fin, Astaroth. (III)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">La guerra acabó y las Tinieblas fueron relegadas al olvido durante un tiempo. Tiempo en el que Astaroth creció hasta convertirse en lo que era: una hermosa ciudad de calles amplias y adoquinadas, con casas de madera y piedra que se sucedían a ambos lados de calles rectas que desembocaban en la plaza central, donde se alzaba el templo de Asanda. Hacia el nordeste se encontraba el imponente castillo que servía de cuartel a la Orden de Onour. Era un enorme edificio de muros de piedra gris, casi blanca, de tres pisos en cuya fachada se sucedían grandes ventanas con cortinas de terciopelo cobalto. Una escalinata de, al menos, una docena de escalones llevaba hasta un gran portón, con dos hojas de gruesa madera labrada. A ambos lados, bajo el porche que cubría las escaleras, dos paladines uniformados vigilaban la entrada. Hacia la izquierda, mirando de frente la fachada, se alzaba una torre, la más alta de la villa, desde la que podía verse todo lo que abarcaban las murallas de Astaroth. A la derecha, la Sala del Concilio. Visto desde fuera era un perfecto cubo de piedra blanca, con una cúpula de oro y cristal sobre él, que reflejaba los rayos del sol. En dos lados opuestos se alzaban, desde la mitad de la pared, tres inmensas vidrieras. De uno de los otros lados surgía un pasaje de piedra y cristal, con arcadas en las que la hiedra se enrollaba, y que lo comunicaba con el edificio principal.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por lo demás, Astaroth era exactamente como cualquier otra ciudad. Tenía una calle con mercaderes, otra con artesanos, una más para los herreros, y así, agrupándose por gremios. Había multitud de tabernas, varias posadas y algún que otro burdel, mujeres haciendo corrillos en la calle, niños jugando en las plazas, cuadrillas de paladines haciendo rondas por la villa, vigilando que todo estuviese en orden. Como tantas otras.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Bajo la ciudad se encontraba un entramado de grutas, donde habitaban los grifos. A veces se les veía revoloteando bajo la isla en la que se alzaba Astaroth. Pero lo más impresionante era verlos volar alrededor de la cascada de agua que caía hacia la tierra después de una tormenta. En esos momentos, parecía que Astaroth estaba sostenida por una columna de agua. Los niños y los paladines más jóvenes solían aprovechar para volar alrededor de esa cascada, o incluso a través de ella, apostando para ver quien conseguía dejar su silueta cortada en el agua.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La muralla que rodeaba Astaroth tenía dos puertas, una al oeste y otra al sudeste. Ambas eran grandes arcos de piedra con una garita a cada lado, en la que cuatro paladines montaban guardia permanentemente. Justo bajo ellas, en el bosque que se extendía bajo la ciudad, los paladines habían despejado dos amplias zonas. Habían construido una pequeña nave en cada una de ellas, donde grupos de entre diez y veinte hombres hacían turnos para controlar quién entraba y salía de la villa, pues el uso de los poderes de los magos de Onour era la única forma de acceder a la ciudad para aquellos que no tenían cómo volar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Para completar la defensa del bastión de Onour, en las almenas de la muralla se apostaban arqueros. En días de paz eran guardias rutinarias, de un solo hombre cada diez o veinte metros, pero a la menor amenaza, las murallas se atestaban de certeros tiradores, cuyas saetas derribaban al enemigo antes de permitirle siquiera ver con claridad el emblema de Onour sobre el portón de la muralla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sonó un toque militar. Cambio de guardia. Los hombres que acababan su turno recibían con amigables sonrisas a los que les relevaban del puesto. Pura rutina. Un día tranquilo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tranquilo, hasta que algo vino a romper la paz de la tarde.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Uno de los arqueros que custodiaban las almenas de la puerta sudeste divisó algo a lo lejos, tres figuras que se acercaban. Al instante, tras dejar a otro compañero al cargo, descendió de la muralla y se dirigió con paso vivo al cuartel. En el enorme edificio, dio informe a uno de sus superiores, que se encargaría de transmitir el parte a Asgaloth, el hombre de más alto rango en el escalafón militar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Esta información era un puro formalismo, pues las órdenes ya estaban establecidas. Sin necesitar nada más que conocer que alguien se acercaba a la villa, una patrulla de paladines alzó el vuelo en sus poderosos grifos, directos a interceptarlos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Aún estaban a medio kilómetro de Astaroth cuando se vieron rodeados por siete hombres armados con lanzas a lomos de hermosos grifos. Tan iguales, tan perfectamente uniformados, que sería imposible diferenciar a uno de otro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Buenas tardes –habló uno de ellos. Educado, pero tajante–. No deseamos importunaros, pero es preciso que nos digáis quiénes sois y qué buscáis cerca de la Sagrada Ciudad de Astaroth.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor se dispuso a tomar la palabra y mostrar el documento que el propio Asgaloth le había facilitado antes de partir rumbo a las islas para reunirse con sus amigos. La firma del alto mando y el sello de Onour estampado en el papel les garantizaban una llegada pacífica a la villa. O lo hubieran hecho si, tras ella, no se hubiese desatado una pelea. Cuando la arquera elfa quiso intervenir, ya era demasiado tarde.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Uno de los paladines, al rodearlos, para que se reagrupasen sus pegasos mientras hablaban, había golpeado con la parte trasera de su lanza la grupa de la montura de la hechicera. Había dado por sentado que reaccionaría igual que sus disciplinados grifos y volvería a la formación, pero los pegasos no tenían entrenamiento militar y el golpe en sus cuartos traseros lo asustó. El animal aleteó nervioso y se elevó de manos, provocando que Pallas estuviese a punto de caer de su lomo. La hechicera se aferró con fuerza a las crines y consiguió mantenerse en su lugar. Pero un grito asustado escapó de su garganta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En apenas un instante, el paladín tenía a Clyven delante, aferrado a la madera de su lanza, dos dedos por encima de donde se anclaba el metal que la remataba. El mercenario tiró con fuerza de la pica para arrancarla de manos de aquel soldado y golpearlo con ella. Mas no tuvo oportunidad de hacerlo, ya que el joven paladín, algo inexperto, había calculado la resistencia a poner en base a la fuerza aproximada que tendría un humano de aquellas dimensiones. Pero Clyven no era humano, por mucho que nada en su apariencia lo diferenciase de uno. Y el paladín se vio arrastrado tras la lanza. Un grito. Unos dedos temblorosos que no consiguen mantener el agarre. Un cuerpo cayendo al vacío.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Un segundo hombre, a lomos de su grifo, se lanzó en picado, en ayuda de su compañero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo atrapó cuando ya había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba del suelo. El joven estaba pálido y tan nervioso que apenas logró acomodarse tras su salvador.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El mercenario se vio al instante rodeado, con lanzas apuntando hacia su cuerpo. En el mismo círculo que él se encontraba la hechicera, pero la elfa había quedado fuera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Quietos! –ordenó el líder de la patrulla–. No os haremos daño si...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No nos harás daño porque antes de que lo intentes te habré metido la lanza por el culo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyven, no empeores las cosas. Suelta eso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Bah –resopló él ante el reproche de la bruja, al tiempo que aventaba lejos de sí la lanza que había tomado de manos del paladín. El arma cayó trazando irregulares círculos hasta el suelo. El golpe fue inaudible hasta para Clyven, tal era la altura a la que estaban.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor, al ver a sus amigos rodeados, aprovechó el revuelo para sacar el documento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Esperad. Tenemos un permiso del propio Asgal... ¡¡Eh!! ¿Dónde vas, maldito papel del demonio?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ni ella ni Kai pudieron atraparlo a tiempo. El joven pícaro espoleó el pegaso que compartía con la princesa elfa y lo guió en pos del escrito. Si no lo recuperaban, seguramente acabarían metidos en un lío por culpa del mal genio de Clyven.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los arqueros de la muralla vieron venir a toda velocidad hacia ellos al pegaso. Tensaron sus cuerdas, con las saetas preparadas. Ni Elanor ni Kai prestaron atención a lo que ocurría en las almenas, centrados en recuperar su salvoconducto. Cuando los finos dedos de la joven se cerraron en torno a él, las flechas ya volaban en su dirección.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El silbido que hacían al cortar el aire les alertó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡¡Kai!! ¡¡Cuidado!! –gritó Ela–. ¡A la derecha!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El pícaro obedeció y tiró de las riendas del pegaso. El animal se desvió de su rumbo, pero no fue suficiente para evitar todas las flechas que llegaban hasta ellos. Dos de ellas atravesaron el ala izquierda del animal y algunas más, no se pararon a contar cuántas, acabaron insertadas en los fardos que habían acomodado tras ellos. El pegaso relinchó y dejó por un momento de acatar las indicaciones que Kai le proporcionaba a base de tirones de las riendas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡¿Dónde vas?! –preguntó Elanor, aferrándose a la ropa del muchacho, encogiéndose tras él para evitar las saetas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Yo, a ninguna parte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y tú eras el que quería dirigir?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Estoy intentando alejarnos de su alcance, pero no me hace caso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tira hacia atrás para que suba. Ahora.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El pícaro obedeció y el pegaso trazó un arco que los llevó de nuevo por encima de la altura de la muralla, a tiempo para ver cómo otra formación de grifos salía a su encuentro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Genial –ironizó el chico–. Esto es un comité de recibimiento y lo demás, gilipolleces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Kai! ¡Esa lengua! Que pareces Clyven.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Tonterías, mejor? –dijo él, poniendo los ojos en blanco. ¿Acaso era momento de preocuparse por los modales?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una nueva andanada de flechas se dirigió hacia ellos. Se habían puesto fuera del alcance de los arqueros que cubrían la muralla, pero los que iban a lomos de los grifos tenían un mayor espacio de tiro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Intenta acercarte a alguno de ellos para poder entregarles el documento y que dejen de atacar. Yo te cubro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tú estás loca. Nos habrán insertado como brochetas antes de que podamos decirles nada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tú hazlo –recalcó la elfa, una vez colocada su primera flecha en el flexible arco que había permanecido a su espalda hasta ese momento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Mandona.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La idea de Elanor le obligó a girar bruscamente varias veces para evitar ser certeramente atravesados. Las alas de su montura acumularon varios virotes más. No aguantaría demasiado antes de caer, arrastrándolos. Kai miró hacia abajo. No le seducía la idea de acabar hecho puré contra el suelo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Estos paladines son muy insistentes. ¿Es que no pueden dejar de atacar y escucharnos un instante? –le dijo Ela, tras varios e infructuosos intentos de que los soldados de Astaroth escuchasen sus palabras.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas y Clyven no estaban en mejor situación que ellos. Varios paladines más se habían unido a los que los rodeaban, con arcos listos para disparar al menor movimiento sospechoso. El licántropo los miró ceñudo, pero pareció aceptar de mejor grado que las armas le apuntasen a él que el que se dirigiesen hacia la bruja, ya que, en cuanto veía que una lanza o un arco se desviaba hacia ella, un gruñido amenazador salía de su garganta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Por favor, ¿podemos calmarnos todos un momento? –Intentó mediar la joven isleña, con una sonrisa conciliadora.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Por qué motivo atacáis? –Respondió el paladín que estaba frente a ella, sin dejar de apuntar con su arco hacia Clyven. La hechicera quedaba entre ambos hombres, por lo que el paladín no tendría más que mover el brazo unos centímetros para que ella se convirtiese en su objetivo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Como si se necesitase un motivo especial para querer daros una paliza –masculló el lobo. Por suerte, el viento se llevó sus palabras y los paladines apenas percibieron una seria de gruñidos que no pudieron descifrar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No atacamos, nos defendemos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Los paladines de Onour no atacan sin motivo, señora.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Entonces, me temo que todo esto no es más que un desagradable malentendido. Disculpad si nuestra reacción ha sido un poco exagerada. El viaje hasta aquí ha sido demasiado largo y duro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El mercenario la fulminó con la mirada, a pesar de que ella, al estar más adelantada y de espaldas a él, no podía verlo. De nuevo se disculpaba sin tener culpa. Eran los paladines los que tendrían que arrodillarse y suplicar que no los matase por haber puesto en peligro a su mujer y su hijo. ¿Y si se hubiesen caído del maldito pegaso? Bufó. Esa idea le había parecido descabellada desde el principio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La bruja sostuvo la mirada del arquero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Por favor, si se nos permitiese llegar a la villa para descansar un poco, solucionaríamos esto de una forma pacífica. Mis amigos y yo venimos al Concilio que se celebra contra Sir Francis de Gondolak.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los paladines se miraron entre ellos. La noticia de que iba a celebrarse un Concilio de Paladines se había extendido como la pólvora. Pocas veces un soldado de Onour debía enfrentarse cara a cara con su Orden. Y generalmente el resultado no era bueno para él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo siento, mi señora, pero el juicio no será público. De otro modo la ciudad se llenaría de curiosos, pues es verdaderamente un acontecimiento poco habitual, y es posible que más de uno aprovechase el revuelo y el gentío para sólo Onour sabe qué.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero nosotros hemos sido convocados por el propio Asgaloth. Nuestro testimonio puede ser tenido en cuenta. ¿Creéis acaso que, de no ser así, habría hecho el viaje desde las Islas Enéidicas hasta aquí, en mi estado? –levantó ligeramente los brazos, para que pudiese verse mejor su abultado vientre, como si no fuese lo suficientemente evidente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No tenemos noticias de que se estuviesen esperando forasteros para participar en el juicio –insistió el paladín, bajando su arma. El protocolo así lo ordenaba, pues estaban dialogando. Algunos de sus compañeros mantuvieron la amenaza sobre el licántropo, que era el único que se había mostrado hostil.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tenemos un salvoconducto, pero por desgracia –dijo echando un vistazo a Elanor y Kai por entre los paladines–, la persona que lo tiene en su poder tampoco parece tener muchas posibilidades de exhibirlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y así era, pues la elfa y el pícaro no podían permanecer demasiado tiempo en un mismo lugar sin que alguna flecha se dirigiese hacia ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se tensó y, al hacerlo, hizo revolverse a su montura. El olor a sangre había llegado hasta él. Kai estaba herido y él no podía saber desde allí si era o no lo suficientemente grave para justificar la muerte de uno o dos paladines.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El pícaro soltó las riendas al sentir cómo una de las flechas se clavaba en su brazo izquierdo, en la parte exterior de su bíceps. Llevó la mano contraria a la herida y apretó con fuerza los dedos sobre ella, al igual que los dientes, para no proferir un grito de dolor. El mástil de la flecha sobresalía, casi perpendicular a su brazo, y la sangre manchó automáticamente su ropa. Trató de recuperar con la otra mano las riendas para controlar de nuevo al pegaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Kai... –Elanor puso la mano sobre el hombro del muchacho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es nada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La elfa entrecerró sus almendrados ojos. Asió con una mano la saeta, lo más cerca que pudo de la herida, dejando un par de centímetros para colocar la otra mano sobre ella y ejercer presión. De un seco tirón, la arrancó del brazo del chico. Su grito no pasó desapercibido para el lobo, aunque la bruja no alcanzó a escucharlo a causa de la distancia y de la conversación que mantenía con el paladín, intentando convencerle de que les dejasen entrar pacíficamente en la ciudad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El arco élfico se tensó y la ensangrentada flecha surcó el cielo, haciendo diana en el hombro de otro arquero, a lomos de un grifo, en la parte que la armadura no protegía. Los arqueros prescindían de algunas piezas para facilitar sus movimientos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El soldado se llevó la mano a la herida y tocó algo más que tela ensangrentada. Un documento pendía de la flecha, mecido suavemente por el viento y empapando parte de la sangre que brotaba de su hombro. Lo tomó, desgarrándolo, y se lo tendió a un compañero para poder deshacerse de la saeta. El paladín que recibió el documento lo observó con detenimiento y levantó la mano para que los demás detuviesen el ataque.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Alto! </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Como si la orden hubiese sido dada a todos y cada uno de los soldados, éstos dejaron el acoso y mantuvieron las armas listas, esperande nuevas instrucciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tienen permiso de entrada. El propio Asgaloth lo ha firmado. Bajad las armas, debemos acompañarles de inmediato a su presencia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De nuevo acataron la orden sin mediar palabra. Se replegaron, completando una apretada formación en la que las alas de un grifo apenas distaban unos pocos centímetros de las del animal contiguo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Les ha costado darse cuenta –comentó Kai cuando los reunieron entre las dos mitades en las que se habían dividido los grifos. Seguía apretándose la herida con la mano sana. Dolía, pero apretaba los dientes. Quería demostrar que podía con eso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué te han hecho? –gruñó el mercenario a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Kai! –la bruja se dio cuenta entonces de que el muchacho estaba herido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Nada, Clyv, tranquilo. Sólo ha sido una flecha, estará bien en cuanto le lavemos la herida –informó la elfa en tono suave al ver cómo el ceño del licántropo se fruncía y éste apretaba los puños en torno a las riendas del pegaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyven, por favor, ya que hemos conseguido que se calmen los ánimos, no empieces otra vez–. pidió Pallas, al tiempo que echaba un ojo a la herida de Kai desde su pegaso, mientras Ela se la observaba de cerca.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es profunda, apenas ha entrado unos centímetros. Ni siquiera entró la punta completa. Te pondrás bien, enano –explicó la elfa, revolviendo al final los cabellos del chico.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo resopló. Parecía que él era el único con suficiente sentido común allí. Aquellos paladines eran demasiado cuadriculados, tenían las órdenes demasiado aprendidas y las ejecutaban pasase lo que pasase. Si la orden decía "atacar a todo lo que se mueva cerca de Astaroth", ellos disparaban hasta a los pajaritos del campo. En solitario, algunos tenían pase, pero ¿juntos? Juntos eran tan disciplinados que se convertían en una masa estúpida que no atendía a razones, sólo cumplía órdenes, pensó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y así, rodeados de soldados, Clyven, Pallas, Elanor y Kai cruzaron por fin la puerta de la Ciudad Sagrada de Astaroth. El momento del juicio se acercaba y en la mente de los cuatro resonaba la misma pregunta: ¿Cómo acabará esto?</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/10/el-juicio-de-astaroth-capt-vii-la.html">VII. La ciudad entre las nubes.</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-45671581949514955452012-06-09T15:18:00.000+02:002013-01-28T22:49:57.587+01:00JDA VI. Al fin, Astaroth. (II)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">Apenas había caído al suelo el cordón, enrollándose sobre sí mismo junto a la ropa del mercenario, cuando éste se puso en pie, sujetando a la joven por los brazos. La violencia del agarre la sorprendió. Clyven la alzó en vilo y la dejó caer sobre la cama. La joven se incorporó, frotándose los brazos para intentar calmar el dolor, emitiendo un suave quejido. </span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Iba a increparle por el apretón cuando vio que el mercenario caía al suelo, retorciéndose de dolor, apretado la mandíbula para no dejar salir los gritos que nacían en su garganta. La joven se encogió, escondiéndose al otro lado de la cama, asustada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Os encontráis bien? –preguntó asomándose, aunque era obvio que no.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se quedó tirado en el suelo, desnudo y dolorido, sin poder moverse o hablar, únicamente se escuchaba su agitada e irregular respiración. El dolor había remitido unos instantes, pero el licántropo sabía que no era más que una corta tregua, la calma que precede a la tempestad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Esperad –escuchó que decía la mujer–, iré a buscar ayuda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Oyó el sonido de la fricción de la tela cuando la joven se puso como pudo el vestido, mientras se dirigía hacia la puerta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Intentó abrir, pero no pudo. Lo intentó de nuevo, pero obtuvo el mismo resultado. Levantó la vista para encontrarse la mano de Clyven presionando la hoja para impedirle la huida. Lo miró a los ojos y comprobó que sonreía, con una mueca macabra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qu...? –intentó decir, pero el miedo la paralizaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Vas a alguna parte, preciosa? –preguntó apoyando la espalda en la puerta y apartando un mechón de pelo de su rostro, convirtiendo el gesto en una suave caricia delineando su rostro y bajando por su cuello–. Tú y yo aún no hemos acabado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ella lo miró, temblaba, sus ojos suplicaban que la dejase marchar, pero el licántropo no tuvo compasión de ella. Uno de los dos moriría en aquella habitación y Clyven había decidido no ser él quien lo hiciese.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sintió que la bestia volvía a atacar. Ahogó el grito de dolor y se encogió sobre sí mismo, contra la puerta, para evitar que su presa escapase.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ella trató de golpearle, pero el lobo descargó toda la fuerza de su brazo contra ella, como un latigazo que la envió contra la cama. La tela del vestido, a medio poner, se le enredó en las piernas y facilitó su caída contra el mueble. Aturdida, trató de levantarse, pero el dolor del golpe era demasiado intenso y apenas pudo moverse. Por un instante, su mente tuvo la certeza de que aquel hombre no era humano. Se lo negó a sí misma, en un vano amago de no sucumbir al pánico.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando su cuerpo se repuso y volvió a responderle, se levantó, trastabillando, y volvió a intentar abandonar la estancia, pidiendo ayuda. Clyven la cogió del vestido, asiendo por puro azar algunos mechones de su larga melena, y la tiró de nuevo sobre el lecho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Deja de gritar! –ordenó entre dientes, acercándose lentamente, como acechando a su presa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La joven lloraba y, con palabras casi inaudibles, suplicó por su vida. Pero Clyven no se apiadó. No podía hacerlo aunque quisiera, pues su consciencia humana era, en ese instante, tan inexistente como la luna en el cielo. La morfología de su cuerpo había cambiado. Había ganado altura y sus músculos se estaban desarrollado proporcionalmente, pero quizá lo más aterrador fuese su rostro, deformado y cubierto con el mismo pelaje oscuro que el resto de su cuerpo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La mujer se quedó muda de espanto. Sus ojos permanecían clavados en la cara de Clyven, cuyos rasgos seguían perfilándose mientras avanzaba hacia ella. Le pareció que aquel diminuto instante se alargaba una eternidad. Quiso apartar los ojos, pero no pudo. La morbosidad de la escena se lo impedía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sus miradas se cruzaron y supo que iba a morir. Las fuerzas le fallaron y cayó de rodillas, aferrándose a la tela del vestido, impotente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El licántropo la cogió del pelo y la levantó de un brusco tirón, sujetándola con el otro brazo por la cintura, ignorando los golpes que la joven le propinaba desesperadamente para liberarse de él. Tiró hacia atrás de la melena para facilitarse el acceso a su blanco cuello y mordió, directo a la yugular, atacando por debajo de la mandíbula, de modo que le impedía gritar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Bebió su sangre a placer, hasta que el acelerado corazón de la mujer se detuvo y sus dedos dejaron de jalar su pelaje. La dejó caer al suelo. Un pequeño charco de sangre comenzó a formarse junto a ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se dejó caer de rodillas, con la cabeza oculta entre los brazos, echado hacia delante, sobre sus piernas, y así se quedó hasta que se calmó por completo, respirando profundamente. El olor a sangre lo inundaba todo. No recordaba nada a partir del momento en que se había deshecho del cordón que ataba el vestido para desnudar a su víctima, pero no había que ser demasiado inteligente para saber qué había ocurrido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando su apariencia y consciencia humanas estuvieron completamente presentes de nuevo, el mercenario se incorporó, se limpió la sangre más visible con una de las sábanas y se vistió. Haber dejado que lo desvistiese le había permitido hacer creíble que pretendía contar con sus servicios y, al mismo tiempo, mantener enteras aquellas prendas que, de otro modo, habrían acabado hechas jirones cuando su cuerpo hubiese empezado a crecer. Una vez vestido y calzado de nuevo, el lobo cogió el saquito que la joven llevaba colgando de la muñeca cuando se encontraron y lo vació en la cama. Había un puñado de monedas, un pequeño espejo y un par de botecitos que no se paró a ver de qué estaban llenos, algunas horquillas para el pelo y un pañuelo bordado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cogió las monedas, no era mucho, probablemente la paga de varios clientes anteriores, pero le ayudaría a llegar a Astaroth. Se guardó también las alhajas que llevaba la mujer, supuso que no conseguiría gran cosa empeñándolas, pero menos daba una piedra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cubrió el cuerpo de la joven con la misma sábana que había empleado para limpiarse la sangre. Antes de cubrirle la cabeza la miró y murmuró:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es nada personal. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se escabulló por la ventana y huyó perdido entre las sombras, para alejarse todo lo posible de la villa antes de que su crimen fuese descubierto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tres jornadas remontando el curso del Numénessë y luego al norte, siempre al norte, hasta llegar a Astaroth. Ésas habían sido las indicaciones que les habían dado en el pueblo al que habían llegado, Dérthales, situado cerca de la desembocadura del largo río que surcaba la mitad oriental del continente. El Odiseo podría servirles una jornada, jornada y media a lo sumo, pero quedaría encallado antes de la segunda. Un barco preparado para alta mar no se adaptaba al curso de un río y, por muy pequeño que fuese el Odiseo, no les serviría para remontar la corriente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Bien, ya está todo –indicó Elanor sacudiéndose las manos tras atar las provisiones a lomos de uno de los pegasos–. Con esto nos dará para llegar a Astaroth. Ya he preguntado cómo llegar a la ciudad de los paladines y creo que llegaremos sin demasiados problemas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Perfecto –asintió Kai–. ¿Dónde está Pall?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿No ha subido aún? –inquirió la elfa al tiempo que sus ojos se dirigían hacia las escaleras que acceso a la bodega del Odiseo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No. Apenas ha salido de la habitación desde que Clyven se marchó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Voy a ver cuánto le falta. Tú quédate aquí con los pegasos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor bajó los peldaños que conducían al interior del barco y tocó en la puerta de la bruja con los nudillos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Pallas? Ya está todo listo para seguir con los pegasos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No obtuvo respuesta hasta pasados unos largos segundos, cuando la puerta se abrió para dejar salir a la hechicera enéidica. Tenía aspecto de cansada y las ojeras que rodeaban sus ojos revelaban que apenas había dormido la noche anterior, y posiblemente, la anterior a esa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Estás bien? –dijo Ela preocupada, cogiendo el pequeño hatillo que su compañera había sacado de su alcoba. Pallas asintió, aunque la princesa del Reino Dorado dudaba que fuese cierto–. Clyven estará bien, ya lo verás –sonrió frotando suavemente uno de los brazos de Pallas–. ¿Qué es esto? –preguntó para cambiar de tema.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ropita para el niño, por si nace antes de que regresemos –informó esbozando una sonrisa cargada de ternura, que contrastaba con suave tono de su voz–. ¿Ya está todo listo para partir?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sí, Kai y yo nos hemos encargado de todo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Gracias –dijo quedamente antes de subir los escalones hacia la cubierta. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor la siguió con la mirada. Era extraño verla tan abatida, aunque supuso que se debía a la ausencia del licántropo y a la preocupación que su marcha había añadido a las que ya tenía por su hijo, por el viaje y por Francis. Decidió estar pendiente de ella, sin dejárselo ver demasiado, y salió a la cubierta para abandonar el barco.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La hechicera se colgó al cuello una fina cadenita con varias llaves, con las que había cerrado las tres puertas que había en la bodega del Odiseo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En el fondo sabía que tanto el echar las llaves como las protecciones arcanas con las que contaba el barco serían inútiles si de verdad alguien quería entrar y saquearlo, pero lo hacía más por costumbre que por otra cosa. Tampoco poseía nada de verdadero valor material, salvo las armas de plata que escondía en el arcón de su habitación.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Partieron. No podían detenerse a esperar a Clyven. Ni siquiera sabían si el licántropo tomaría ése u otro camino para llegar a Astaroth. El sentir el aire contra el rostro, subida a lomos de un pegaso, y los recuerdo que esa sencilla acción traía a su mente, unidos a la despreocupada conversación que Kai había conseguido entablar con Elanor, levantaron un poco el ánimo de la hechicera y antes de que la noche cayese sobre ellos, la princesa elfa y el pícaro habían conseguido arrancarle alguna que otra sonrisa. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Había llegado el momento de abandonar el curso del río y desviarse al norte. Pero antes de eso era necesario hacer una escala más. Pallas no se había encontrado muy bien aquella mañana y se detuvieron en una villa cercana al río para comprar una poción o algunas hierbas con las que hacer una infusión para calmar el malestar de la bruja. El dinero se les había acabado hacía ya tiempo y Elanor estaba intentando negociar un trueque. Exasperada ante la falta de resultados, la princesa elfa estaba ya tentada de cargar una flecha en su arco y conseguir la poción por la fuerza cuando una moneda aterrizó tintineando entre ella y el hombre con quien trataba, captando la atención de ambos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Yo que tú haría lo que dice la orejas picudas. Tiene muy mal genio cuando se le lleva la contraria.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El curandero, o eso decía ser, levantó la vista hacia la puerta de su casa, donde se encontraba discutiendo el intercambio con la elfa, para encontrarse con la imponente figura de un hombre, alto y robusto, y con una enigmática sonrisa en el barbado rostro. No lo conocía, pero estaba claro que la joven que intentaba comprarle una de sus pociones sí, pues apenas escuchó su voz abrió los ojos desmesuradamente y, apenas había acabado la frase, ya se había abalanzado sobre él, abrazándose a su cuello.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡¡Clyven!! Maldito idiota. Nos has tenido muy preocupadas. Temimos lo peor al ver regresar al pegaso solo. ¿No se suponía que ibas a reunirte con nosotras en la desembocadura del río? ¿Y por qué llevas esas pintas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Mejor no preguntes, dejémoslo en que surgieron algunas complicaciones con el rumbo –alegó él–. Y vosotros también podíais haberme esperado en el barco –acusó entrecerrando los ojos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sí, hombre, y a saber cuándo te da por aparecer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Dónde está Pallas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–En la entrada de la villa, con Kai. ¿No les has visto?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo negó con la cabeza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No, yo llegué ayer. Me dijeron que el mejor modo de llegar a Astaroth era venir aquí y seguir hacia el norte. Ya me disponía a partir cuando sentí tu rastro y lo seguí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sí, a nosotros nos habían mandando por el río, pero es casi lo mismo. Ha sido una afortunada casualidad, porque no teníamos pensado parar, pero he venido a comprar algo para Pallas. Hoy no se encontraba muy bien.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Entonces démonos prisa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ambos se volvieron hacia el curandero, que había aprovechado su conversación para buscar la moneda que había rodado por el suelo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Bien –empezó la elfa–, mi amigo ya os ha dado el dinero, por lo que no es necesario negociar un cambio, dadnos la poción, por favor, tenemos algo de prisa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El curandero comprendió que no podría sacar nada más que aquella moneda a cambio del tarrito con hierbas. Era lo que obtenía habitualmente y lo que había demandado a la joven en un primer momento, por lo que no podía quejarse. Pero el objeto que le había ofrecido la elfa a cambio podría haberlo vendido por dos. Se arrepintió de no haber cedido al trueque más fácilmente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor cogió la poción que el hombre le tendía y salió con Clyven a la calle, para reunirse con Kai y Pallas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La hechicera y el pícaro se habían quedado a la entrada de la villa, a un lado del camino, bajo la sombra de unos árboles. El sol de principios de verano apretaba con fuerza a esas horas de la mañana. Pallas se había sentado con ayuda de Kai, apoyándose contra uno de los troncos. Aquella era una de las cosas que peor llevaba de su embarazo: el necesitar ayuda de los demás para algo tan simple como sentarse en el suelo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Mira, Pall, ahí viene Ela –dijo el chico con una sonrisa, señalando hacia las primeras casas que bordeaban el camino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La bruja giró la cabeza para mirar hacia allí y entonces lo vio. Si hubiese podido, habría echado a correr hasta él y se habría colgado de su cuello. Pero no podía siquiera levantarse. Y él parecía querer alargar su agonía, torturándola con aquellos pasos tan lentos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Kai, ayúdame, por favor –pidió alargando una mano hacia el muchacho y apoyándose con la otra en el tronco del árbol para poder levantarse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas había logrado ponerse en pie cuando sintió los brazos de Clyven sosteniéndola y aguantando su peso para que no se esforzase demasiado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No deberías hacer movimientos bruscos, Pall –aconsejó el mercenario con una sus sonrisas, que para ella nunca eran escasas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyv. Gracias a los dioses estás bien –se alegró ella, abrazándole.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es a los dioses a quienes debes dar las gracias, Pall. Siento haberte preocupado –susurró acariciando su mejilla con una ternura impropia de un hombre como él–. ¡¡Pero no llores!! ¡Joder, que no me he muerto! –exclamó al darse cuenta de que la hechicera estaba hecha un mar de lágrimas y le miraba como si temiese que fuera a desaparecer en cualquier momento–. Tsk. Bruja idiota –le reprendió suavemente, envolviéndola en un tierno abrazo que aún sorprendía a sus compañeros, a pesar de haberlo visto ya en más de una ocasión. Cuando se trataba de Pallas, Clyven era una persona totalmente diferente a como era con el resto del mundo–. Te dije que no te preocupases por mí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sol apenas se había elevado sobre sus cabezas cuando la divisaron. Astaroth. No era más que un punto oscuro que se recortaba contra el azul del cielo y el blanco de las nubes, que iba creciendo conforme la distancia descendía. Elanor fue la primera en distinguir sus formas. Llegarían antes del mediodía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La sola mención de la ciudad volante de los paladines ya impresionaba, pero ver su silueta perfilarse en la lejanía y su sombra proyectándose sobre el bosque que crecía bajo ella era aún más impactante. Siglos de magia la mantenían suspendida, alejada de todo aquel que no contaba con el beneplácito de Onour para pisar la Ciudad Sagrada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La leyenda decía que el propio Onour la había subido a los cielos. Se contaban muchas versiones del por qué el Dios decidió esconder la ciudad entre las nubes, aunque a Pallas y Clyven les gustaba aquella que decía que, durante la Primera Guerra, aquella que aconteció cuando los dioses aún pisaban este mundo, el propio Onour dirigía sus filas de paladines, cubiertos con armaduras doradas que reflejaban el sol, avanzando por la llanura donde se levantaba la villa como una brillante marea, cuyo vaivén remarcaba el rítmico sonido del metal entrechocando a cada paso. En ese entonces, Astaroth, no era más que una pequeña aldea donde se había improvisado durante la campaña un lugar para que Asanda atendiese a los heridos. Las mujeres y los niños le ayudaban y así, poco a poco, batalla a batalla, el Dios del Bien iba ganando la guerra a la Oscuridad y sus huestes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sin embargo, tras una batalla que les pareció demasiado sencilla, Onour y sus hombres se volvieron hacia la villa, y la encontraron envuelta en llamas. El enemigo se había dividido y el enfrentamiento había sido un mero señuelo. Habían muerto mujeres y niños. Los paladines, heridos, no habían podido protegerlos a todos y muchos vieron caer a sus familias aquel día. Aun así, ninguno de ellos dejó en un momento de luchar, de proteger a los que podían, de evitar que las fuerzas oscuras llegasen hasta Asanda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los paladines batallaron incluso sin fuerzas, sin flaquear, sin darse tregua, hasta que el enemigo se retiró. La sangre manchaba la tierra, los cuerpos caídos se repartían por doquier, los que aún se mantenían con vida lloraban a los suyos, o descargaban la rabia y la impotencia contra los restos de las casas de madera, que humeaban todavía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y la diosa Asanda lloró esa noche, encerrada en una de las pocas casas que habían quedado en pie. Ese lugar sería años después su morada, su Templo, erigido sobre la sangre de aquellos que habían dado su vida por protegerla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Onour no acompañó a su amada esposa esa noche. Se alejó de Astaroth solo, en medio de la oscuridad, rodeado de silencio. Y tomó una decisión.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Con el primer rayo de sol, todos salieron de las casas que no habían ardido, asustados unos, gritando otros, pálidos como la cera y desesperados al notar la tierra temblar bajo sus pies. Era demasiado intenso, como si el suelo se desgarrase y fuesen a caer a lo más profundo del abismo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se reunieron en la plaza, buscando una explicación de aquel suceso. En el mismo centro de la ciudad, donde ahora se erigía su estatua, se hallaba entonces Onour, en pie, con los ojos cerrados y envuelto en un aura dorada que competía con el sol de la mañana. La magnificencia de todo un dios. Si escuchó las voces y los ruegos de cuántos le rodeaban, no pareció prestarles atención, pues no se movió ni un ápice hasta que el temblor cesó. Únicamente entonces el Dios del Bien abrió los ojos y sonrió antes de desplomarse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los paladines recorrieron la ciudad para comprobar las consecuencias de aquel temblor y descubrieron entonces que Astaroth ya no se hallaba anclada a la tierra, sino suspendida entre las nubes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es mi voluntad –había respondido Onour al caer el sol, cuando abandonó la casa en la que Asanda había velado su sueño, tomado de la mano de su amada esposa. –Astaroth, será el bastión de mi ejército, alejado de las huestes de la oscuridad, que nos permitirá mantener a salvo todo aquello que nos importa. Nadie volverá a manchar nuestra tierra de sangre inocente. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero, mi señor –se alzó una voz–, si nos aislamos del mundo, ¿no estamos dejando a miles de inocentes indefensos?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Onour sonrió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tranquilos. Saldremos al encuentro del Mal y le plantaremos cara, con más fuerza que nunca. Con esto –sentenció, acompañando sus últimas palabras con un ademán de la mano, como si le indicase a alguien que se acercase.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Segundos más tarde, entre las nubes surgió un imponente grifo, de alas doradas y fuertes garras, con un robusto pico y ojos sagaces. Se posó, orgulloso, junto al Dios, aunque su pose se descompuso cuando notó las suaves manos de Asanda acariciar su cuello, facilitando a la dama el acceso a su cabeza. Y no llegó solo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/06/el-juicio-de-astaroth-capt-vi-al-fin_3477.html">Al fin, Astaroth. (III)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-68737968271616760872012-06-09T15:15:00.001+02:002013-01-28T22:50:17.144+01:00JDA VI. Al fin, Astaroth. (I)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">Despertó al notar algo frío contra sus labios entreabiertos, cayendo en el interior de su boca y desbordándose hacia sus barbadas mejillas, en dirección a su nuca. Una mano pequeña y áspera secó suavemente sus labios. Una caricia desconocida. Alguien se levantó a su lado, como delataba el sonido de una silla al arrastrarse unos centímetros y unos pasos lentos que se dirigieron al a puerta. Cuando la escuchó cerrarse, abrió los ojos. Ante él había varias vigas de madera horizontales que sujetaban el techo de tablas transversales. Bajó los ojos recorriendo la pared de su derecha, la que llegaba hasta el lecho en el que estaba. Madera y piedra, pero nada de ornamentación. Despacio, buscó la otra pared. La única diferencia con la anterior era una pequeña ventana con contraventanas oscuras. Una de ellas estaba rota y dejaba entrar un intenso rayo de luz, suficiente para dejar la estancia en penumbra. Se levantó, apoyándose sobre los codos, para observar el resto de la alcoba. Simple y sencilla, amueblada con la estrecha cama en la que estaba, una silla y un ropero. Olía a mar, la costa debía de estar cerca. Retiró la sábana que lo cubría y se sentó. Le dolía la cabeza y tenía hambre. Lo último que recordaba era estar girando, llevado por las olas, rodeado de agua por todas partes, algún que otro golpe y el frío calando sus huesos. No recordaba en qué momento había recuperado su apariencia humana, ni cómo había logrado alcanzar la orilla. No sabía si lo habían encontrado tirado en la arena o si lo habían rescatado de entre las olas. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Intentó ponerse en pie, con movimientos lentos que no lograron impedir que se desequilibrase y estuviese a punto de caer. Al segundo intento logró mantenerse erguido y, unos largos segundos más tarde, se atrevió a comenzar a caminar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estaba descalzo y con una ropa que no era la suya. Debía pertenecer a alguien menos corpulento y más bajo que él, pues el pantalón apenas llegaba a sus tobillos y la camisa parecía no ser capaz de contener su cuerpo. A los pies de la cama estaban sus botas, pero las ignoró y continuó su camino hacia la puerta de salida de aquella estancia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La abrió y casi al instante se arrepintió de haberlo hecho. La luz que lo envolvió de repente, contrastando con la penumbra de la que salía, le deslumbró hasta tal punto que le dolían los ojos y tuvo que cubrirse con los brazos, cerrando los párpados con fuerza. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Mi señor, estáis despierto –dijo una voz a su lado, fina, un tanto infantil. De mujer, dedujo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Dónde estoy? –Indagó apretando los ojos y forzándose a abrirlos poco a poco para acostumbrarse a la luz.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–En Baleris, mi señor –dijo la voz, más cerca de él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyven –interrumpió–. Sólo Clyven. Deja el "señor" para los ricos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Garlán y yo os encontramos al amanecer en la playa. Estabais inconsciente, con la ropa destrozada y algunas heridas que, milagrosamente, parecen haber sanado casi por completo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–El agua del mar ayuda –fue todo lo que dijo, a pesar de saber que su mayor capacidad de curación se debía a su propia naturaleza más que al efecto del agua salada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Queréis comer algo? –indagó aquella voz de nuevo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven observó la figura que poco a poco se iba volviendo nítida entre los destellos que se iban disolviendo en su campo de visión. Era una chica, joven, como mucho un par de años mayor que Kai, calculó. Bastante más baja que él, apenas le llegaba a la altura del pecho, delgada y no demasiado guapa, con el cabello largo y encrespado, de un rubio pajizo, y los ojos verdes. Le sonreía amablemente, esperando su respuesta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El licántropo asintió y obedeció las indicaciones de la mujer, sentándose en una de las cuatro sillas que rodeaban la mesa de madera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Paseó los ojos por la sala en la que se encontraba, tan sencilla como la anterior, que debía ser la pieza principal de la casa. Era pequeña y en ella se apiñaban la mesa y las sillas, el hogar, un armario y varios sacos en un rincón.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La joven puso ante él un cuenco lleno de algo humeante y lechoso. Por el aspecto y el olor debía de ser algún cereal. No era muy apetecible a la vista, pero no estaba en condiciones de elegir, y el sabor era aceptable.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–La ropa pertenecía a mi hermano, podéis quedárosla –dijo ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven observó las gastadas prendas que cubrían su cuerpo y dudó que las palabras de la joven fuesen del todo ciertas. Aquella ropa podría aguantar aún algunos usos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Seguro?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Claro –asintió–. Además, ¿qué ibais a poneros si no? Vuestra ropa necesitaría demasiados remiendos. Por suerte vuestras botas aguantaron algo más. Las he limpiado esta mañana, estaban llenas de sal y barro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No era necesario que te molestases.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No es molestia. Así me entretengo hasta que Garlán regrese de faenar. ¿Os importa si sigo con esto mientras hablamos? –preguntó señalando un cesto de mimbre que contenía una red de pesca y una lona que, según dedujo Clyven, sería una vela–. Necesito acabarlo para mañana.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El licántropo asintió y acabó de comerse el contenido del cuenco.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Cuál es tu nombre? –preguntó dejando el recipiente vacío a un lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vialia –respondió ella levantando la vista de la parte de la red que tenía en el regazo–. Mi señor, no es nece... –empezó al ver como Clyven se acomodaba frente a ella y cogía la red, acallándola de un chisteo. Los oscuros ojos del mercenario, fijos en los suyos, silenciaron cualquier réplica y le hicieron bajar la mirada de nuevo a la red, con las mejillas sonrojadas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Gracias –murmuró el lobo pasados unos silenciosos minutos, sin estar seguro de que la muchacha escucharía sus palabras–. Por todo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No hay de qué –respondió ella igual de suavemente, con una sonrisa, mientras ambos continuaban buscando las roturas de la red.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sol estaba casi oculto en el horizonte cuando Clyven entró en una taberna, elegida al azar entre las tres que había en la villa. Necesitaba demasiadas cosas que Vialia y Garlán no podían facilitarle: información sobre cómo llegar a Ataroth, un puñado de monedas para costearse el viaje y un medio para sobrevivir a esa noche.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Serio, como siempre, el licántropo ocupó una de las mesas que encontró vacías, a medio camino entre la puerta y el fuego de la chimenea que ardía en un rincón. Observó el local. No había nada destacable. Una taberna como tantas otras: sillas, mesas, parroquianos vaciando jarras, risas, gritos en la cocina... Pidió una jarra de cerveza, a pesar de que no tenía dinero para pagarla, e intentó comportarse como cualquier otro forastero, ignorando algunas miradas se posaban sobre él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Dio un trago a su bebida y se dejó resbalar por el asiento de la banqueta hasta que notó el borde de la madera clavarse en sus piernas. Las separó, con las rodillas flexionadas, para acomodarse con la parte superior de la espalda y la cabeza apoyadas en la pared del local. Se miró un instante y frunció el ceño. La ropa que le habían dado era demasiado pequeña su gusto. La camisa parecía estar a punto de rajarse debido a la tensión de sus músculos y los pantalones se le ajustaban tanto que apenas podía sentarse con comodidad, acostumbrado como estaba a ropas más holgadas. Al menos había podido conservar sus botas, un pequeño detalle en su improvisado atuendo que no conseguía borrar la vergüenza que le producía tener que pasearse por el lugar con unas prendas tan pegadas a su piel que no era necesario verlo desnudo para conocer las proporciones exactas de su cuerpo. Después de todo, bajo su ruda apariencia y su orgulloso carácter, Clyven no dejaba de ser un hombre un tanto tímido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Paseó la vista por el local, intentando borrar de su mente el, según su criterio, ridículo aspecto que tenía, y entonces la descubrió. Una mujer le observaba desde uno de los taburetes de la barra. Sus miradas se cruzaron y ella sonrió, satisfecha de haber captado por fin su atención. Clyven la recorrió con la mirada sin molestarse en disimular, una vez superada esa diminuta punzada en el estómago que le asaltaba cuando se veía forzado a socializar. Era guapa, con una larga melena rubia que caía a su espalda describiendo suaves ondas al final de cada mechón y unos grandes ojos castaños, de espesas pestañas. Sus labios, carnosos y de un intenso rojo sangre, regalaban sonrisas a todos los presentes. Su largo cuello estaba decorado con una gargantilla de terciopelo negro, con un pequeño broche dorado, redondo, con un rubí en el centro. Tal vez la joya fuese tan falsa como su apariencia de muñeca de porcelana, pero no era en eso en lo que la mayoría de los presentes se fijaba. Sus ojos estaban puestos un poco más abajo de la perfecta línea que trazaban sus clavículas, en sus grandes senos, que parecían querer escapar de aquel estrecho vestido de tela morada y encajes negros que se apretaba a su talle.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Era algo mayor que él, ocho o diez años, calculó, o quizás la mala vida que llevaba la hacía parecer mayor de lo que realmente era. No importaba. Se le estaba ofreciendo con cada gesto. A él y al resto de hombres del local, junto con otras dos mujeres que llegaron un poco más tarde y se sentaron a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven las vio cruzar un par de frases, pero no prestó atención para entenderlas. Risas despreocupadas llegaron a sus oídos, como si aquellas tres mujeres estuviesen en aquella taberna única y exclusivamente por diversión, y no tratando de ganarse el sustento a costa de vender sus favores no siempre al mejor postor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La jarra de cerveza volvió a posarse con un suave golpe en la mesa de madera cuando Clyven apuró el último trago, convirtiéndose en el mudo testigo de cómo la joven rubia se sentó sobre la mesa, inclinándose ligeramente hacia delante, para ofrecer una casual perspectiva de su escote al que había elegido como cliente potencial y de la escueta conversación que mantuvieron la prostituta y el licántropo antes de que ella lo tomase de la mano, entrelazando sus dedos, y lo guiase escaleras arriba, hacia la habitación donde más de un hombre compartiría la cama con ella esa noche.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se quedó de pie, a escasos tres pasos de la puerta, mientras la joven la cerraba, asegurando el cerrojo para que nadie viniese a importunar su trabajo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Nunca antes os había visto –comentó ella mientras pasaba a su lado para retirar la colcha de la cama. Clyven se preguntó cuántas veces al día llegaba a realizar aquella sencilla acción–. Vos no sois de por aquí, ¿me equivoco? –se giró para mirarle, Clyven no respondió. Ella se movió hasta colocarse entre él y la puerta y, dando a su voz un tono más cálido y sensual para envolver sus palabras, añadió– Relajaos. Os aseguro que os gustará.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Lo empujó suavemente hasta que las piernas del mercenario tocaron la cama. Clyven se dejó caer, apoyando las manos para sostenerse, ligeramente inclinado hacia atrás, sin decir una sola palabra, sin hacer el más mínimo gesto de aceptación o rechazo. Únicamente, se dejó hacer. La joven se subió el vestido para poder acomodarse a horcajadas sobre sus piernas, y comenzó a desabrochar lentamente la camisa, hasta que el cuerpo del guerrero quedó al descubierto. Sus blancas manos contrastaban con la morena piel del isleño mientras recorrían el camino desde su abdomen hacia sus hombros, para deslizar la tela por sus musculosos brazos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando la camisa estuvo arrugada en sus muñecas, la joven volvió a centrar toda su atención en acariciar los brazos de su nuevo cliente. Le obligó a levantar la cara para tener un mejor acceso a su cuello y comenzó a repartir por él el rojo de sus labios. Clyven gruñó e hizo ademán de apartarse, pero, para cuando sus brazos quisieron moverse, ya era tarde. Los labios de aquella mujer se paseaban a placer por su cuello y la presión de aquel primer mordisco sobre su clavícula había arrancado un ronco gemido de su garganta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Era un hombre duro, pero no de piedra. Y tenía a una mujer bonita repartiendo caricias por su cuerpo, deshaciéndose de sus botas y subiendo las manos rozando suavemente la tela que aún cubría sus piernas, rumbo al cierre del pantalón, mientras lo miraba con fingida inocencia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Noto entonces la punzada de dolor dentro de los ajustados pantalones, cuando el ya escaso espacio en ellos se hizo del todo insuficiente, y supo que su cuerpo no atendería a razones. Y menos en una noche como aquella, en la que su consciencia era dominada por los instintos más primarios. Subió las manos dibujando el talle de aquella mujer, cuyo nombre ni siquiera se había molestado en preguntar, hasta el borde de la tela y dejó que sus expertos dedos desatasen el cordón que mantenía unidos los dos lados del corpiño, permitiéndole aflojar su escote y tener acceso a aquellos blancos senos.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/06/el-juicio-de-astaroth-capt-vi-al-fin_09.html">Al fin, Astaroth. (II)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-59059954201001782742012-05-20T10:14:00.003+02:002013-01-28T22:50:36.890+01:00JDA V. El Odiseo zarpa de nuevo. (IV)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">El vuelo siguió varias horas más, hasta que el sol estuvo en lo más alto. El inicio de la tarde marcó el final de su tranquilidad. El pegaso batía las alas con cada vez más dificultad, el cansancio acumulado hacía mella en sus músculos y los párpados le pesaban. Cuando Clyven quiso darse cuenta, en lugar de volar cerca de la superficie, el animal se había metido hasta el pecho en el agua. La humedad y el frío supusieron un alivio para su cuerpo después del calor del sol, mas no duró demasiado. Ese sentimiento fue rápidamente sustituido por la desazón. Estaba en mitad del océano, no veía aún la costa y las probabilidades de que alguien les encontrase eran prácticamente inexistentes. Clyven aguantó a flote como pudo, atando los aparejos de la montura a su cuerpo para evitar que se hundiese. La necesitaba para llegar a Astaroth. Nadó de espaldas, sosteniendo con un brazo, junto a su pecho, la cabeza del animal. Era difícil moverse con el pegaso atado a él y las alas extendidas, a pesar de ayudarle a mantenerse a flote, ofrecían una mayor resistencia para avanzar en el agua.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No sabía cuánto tiempo había pasado ni cuánta distancia había recorrido ni en qué dirección cuando, de repente, el animal despertó. Asustado, el pegaso batió las alas y coceó. Clyven recibió varios golpes de aquellos potentes cascos, que ni siquiera la resistencia del agua podía amortiguar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los pegasos enéidicos eran animales singulares. Eran fuertes y resistentes y sabían ser dóciles si eran entrenados para ello. Pero quizás su característica más peculiar fuese su capacidad para levantar el vuelo desde cualquier lugar, incluida el agua. Era una cualidad innata, el instinto de supervivencia. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y fue ese instinto el que llevó a la montura del mercenario a agitar desesperadamente las alas, hasta que logró despegar, arrastrando con él a su jinete, que seguía atado a los aparejos. Sin embargo, Clyven lo logró erguirse sobre el lomo del pegaso. Quedó colgado a un costado, bajo el ala, con la gruesa cincha apretándole bajo las costillas, provocándole una punzada al respirar. Masculló varias maldiciones, intentando soltarse, pero los cierres quedaban fuera del alcance de sus manos. No sabía en qué dirección volaban, tenía que llegar a la costa como fuese antes de que el siguiente día muriese y la presión en su tórax empezaba a resultarle realmente molesta. Intentó romper de un tirón las tiras de cuero que lo sujetaban al cuerpo del animal, reprochándose a sí mismo el haberse afanado tanto en evitar que se soltase. Desesperado al no conseguir quebrarlas, Clyven se sirvió de sus garras para liberarse. Su transformación asustó aún más al ya alterado pegaso, que aleteó más rápido para alejarse de él, golpeándolo en la espalda con uno de sus cascos cuando el licántropo cayó al vacío. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El agua estaba más lejos de lo que habría deseado. El golpe contra la superficie hizo que le picase la piel y se hundiese varios metros, aturdido. Braceó hacia arriba hasta que pudo notar de nuevo el aire en su rostro mojado. Respiró a grandes bocanadas para llenar sus pulmones y tosió con fuerza hasta que logró deshacerse de la sensación de ahogo. Sentía la garganta y las fosas nasales rasposas a causa de la sal y la sed aumentaba por momentos, aunque no tenía con qué calmarla. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Miró en rededor. Agua, agua y más agua. No tenía más referencia que el sol y ni siquiera sabía si se hallaba subiendo por el este o si ya se dirigía hacia el ocaso. Sopesó sus escasas opciones y, finalmente, decidió intentar avanzar siguiendo el mismo rumbo que traía, dejándose guiar por las olas, hasta que el cansancio y la deshidratación le vencieron y todo se volvió oscuridad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué es eso? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué es el qué?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Aquello –Elanor señaló hacia algún punto en el cielo–. Algo se acerca volando. A lo mejor es Clyven de regreso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Yo no veo nada –rebatió el pícaro–, ¿y tú? –preguntó a la hechicera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas meneó la cabeza en una suave negativa, ella tampoco podía distinguir nada a esa distancia y, aunque confiaba en la palabra de la elfa, dudaba que se tratase de Clyven. Lo conocía y no regresaría hasta pasada la luna nueva, cuando no hubiese peligro para ellos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Conforme la figura se iba definiendo en el cielo, los almendrados ojos de Ela perfilaron la silueta del pegaso. Se volvió hacia sus compañeros, que miraban el cielo con los ojos entrecerrados, en un vano intento de alcanzar hasta donde los ojos de la elfa podían ver.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es un pegaso –murmuró atrayendo las miradas de los otros hacia ella–. No lleva jinete. Pero no sabemos si es o no el que se ha llevado Clyven –se apresuró a añadir al ver la expresión que había adquirido el rostro de la hechicera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tenemos que cazarlo –sentenció Kai.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las dos mujeres miraron al muchacho y éste les devolvió alternativamente la mirada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sólo tenemos dos y el que se ha llevado Clyven. Si cazamos ese tendremos uno para cada uno, ¿no? Además –añadió frunciendo ligeramente el ceño–, Clyv me ha dejado al mando y yo digo que vayamos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Claro, enano. ¿Y qué más? –contradijo Elanor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es verdad. Clyven me lo dijo mientras preparábamos su pegaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero si apenas eres un crío.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡¡No es verdad!!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Seguramente Clyven te diría eso para que tuvieses la boca cerrada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Mentira. Él me lo dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ya basta –intervino Pallas, alzando la voz–. Kai, si Clyven te dejó al mando es porque confía en ti –explicó suavemente, al tiempo que puso la mano en su hombro–. Y ya sabes que Clyven no confía en cualquiera –sonrió nerviosa. Estaba intentando complacer al chiquillo, pero inconscientemente deseaba comprobar que ese pegaso sin jinete no era el que se había llevado el licántropo y calmar así aquella sensación de ahogo que se había adueñado de su pecho–. Cacemos ese pegaso. Así al menos nos entretendremos un rato.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tú no puedes cazar nada –atajó el pícaro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–En eso le doy la razón –secundó Elanor–. Además, sólo tenemos dos monturas más, así que tú te quedas en el barco. Kai y yo nos vamos de caza –sonrió revolviendo el pelo del muchacho–. Venga, ¿a qué esperas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas los siguió con la mirada mientras Elanor y Kai aparejaban rápidamente los animales. La elfa desató las sogas con que mantenían sujetos a los pegasos al palo del velero. Se elevaron sobre la cubierta y se acercaron hacia la figura del pegaso que volaba en dirección contraria a ellos. El animal, al verlos acercarse desvió el rumbo, ellos le persiguieron. Avanzó lo más rápido que pudo, pero no se había recuperado del agotamiento que el día anterior le había hecho caer al agua y volvió a precipitarse hacia el océano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En la cubierta del Odiseo, Pallas observaba los movimientos de sus compañeros en la lejanía. Se habían alejado demasiado para que ella pudiese acercarse con el barco, por lo que únicamente veía sus figuras moverse, pero no distinguía cuál era cada una, ni lo que hacían exactamente. Aun así, no despegó los ojos de ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una punzada atravesó su pecho cuando el pegaso se precipitó hacia el agua. ¿Y si eso mismo le había pasado a Clyven? No, tenía que esperar. Tal vez él estuviese ya a salvo en tierra firme, esperando que cayese la noche sin luna.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Toma, cógelo –Elanor se situó junto a Kai y le tendió las riendas de su pegaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El pícaro las sujetó mientras la elfa se dejaba caer al agua con las sogas. No le costó mucho atarlas a los restos de los aparejos del animal y bajo su cuerpo, procurando hacerle el menor daño posible. Estaba tan agotado que ni opuso resistencia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Kai, acércate. Cógelo –pidió la joven al tiempo que le lanzaba uno de los cabos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tras varios intentos fallidos, el pícaro logró hacerse con la cuerda y sujetarla con firmeza a su propia montura.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ata éste a mi pegaso para que pueda subirme a él –Elanor le lanzó el otro extremo de la cuerda y se mantuvo a flote mientras Kai se encargaba de procurarle un anclaje para su escalada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una vez a lomos de su montura, Elanor deslió uno de los extremos que se había enrollado al brazo y se lo tendió al chico.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Listo. Ya podemos regresar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas se apartó para dejar que se posasen en la cubierta. El pegaso capturado quedó entre ellos, tendido sobre las tablas y con las alas semiextendidas. La hechicera palideció al verlo. Era el mismo animal que se había llevado Clyven. Su estado era lamentable, empapado, inconsciente, en una postura visiblemente incómoda y respirando con dificultad a juzgar por el ruido que hacía. Pero lo peor eran los aparejos destrozados y aquellas marcas tan características en el cuero. Tres cortes largos y uno más corto, paralelos, separados un par de centímetros del siguiente. Eran las inconfundibles garras del licántropo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No fue consciente de nada más a su alrededor hasta que sintió a Elanor abrazarla y obligarla a esconder el rostro en su hombro mojado, aunque ella mantuvo sus ojos fijos en el cuerpo del pegaso. La ropa de la elfa estaba fría y olía a mar. Aquello la hizo temblar. O tal vez ya estaba temblando antes de que la abrazase.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pallas –la voz de Elanor se le antojaba tan lejana, tan suave, tan irreal, igual que las caricias que la princesa elfa prodigaba por su pelo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Cly... Clyv... –murmuró la bruja con la voz quebrada, incapaz siquiera de completar su nombre–. ¡¡Clyven!! –estalló al fin, intentando sin éxito liberarse del abrazo de Ela.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tranquilízate, Pallas –Elanor alzó la voz para hacerse oír por encima del grito de la hechicera–. Clyven es un hombre fuerte. Seguramente ya estará en la costa, tomándose una cerveza –y de verdad deseaba que fuese así.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Kai las observaba desde el mástil mientras ataba de nuevo a los pegasos. No se sentía con fuerzas para acercarse pues no se le ocurría qué decir en una situación como aquella. El licántropo le había dejado a cargo de su barco, de Elanor, de Pallas y de su hijo. Y había aceptado esa responsabilidad. Era sencillo. Sólo tenía que limitarse a llegar a puerto y Clyv volvería a estar al mando, porque desde el momento en que se habían encontrado con él, Kai lo había considerado el líder indiscutible de aquella travesía. Pero ¿qué haría si no lo encontraban? ¿Y si de verdad le ocurría algo? ¿Sería el encargado de llegar a Astaroth? ¿Debería hacerse cargo de la seguridad de Pallas y su hijo? ¿Acaso era eso lo que el licántropo esperaba de él? No lo sabía y la sola idea le asustaba. No se sentía con fuerzas para asumir ese cometido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Permaneció junto al grueso poste de madera, observando a las dos mujeres, sumido en un completo silencio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas había acabado sentada en la cubierta con la ayuda de Elanor, quien se hallaba arrodillada a su lado, consolándola contra su pecho. La bruja lloraba angustiada, repitiendo una y otra vez que no tendría que haber dejado a Clyven marcharse, a pesar de que todos sabían que nada lo detenía una vez que algo se le metía en la cabeza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pasaron unos minutos hasta la elfa consiguió convencerla para que se echase a dormir un rato. La acompañó a la habitación que compartía con el lobo y le ayudó a desvestirse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vamos, Pall –le dijo con una sonrisa un tanto forzada, sentada en el borde de la cama–. Lo más probable es que el pegaso se haya escapado y regresase en busca de los demás. Por eso lo hemos encontrado, si no, hubiese sido imposible dar con él en la inmensidad del mar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y si tiró a Clyven al agua, Ela? ¿Y si estaba demasiado lejos de la costa? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tranquila, Clyv es demasiado cabezón para dejarse vencer por un puñado de olas –intentó sonar animada–. Estoy segura de que está bien.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero nada –atajó poniéndose en pie y dirigiéndose a la salida–. Kai y yo estaremos por aquí por si nos necesitas, ¿de acuerdo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas asintió y dejó que se marchase, acurrucándose bajo las sábanas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tú no lo entiendes, Ela –murmuró para sí–. Clyven no sobrevivirá a esta noche si está en mitad del océano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La imagen del licántropo luchando por mantenerse a flote, mientras su cuerpo se retorcía entre espasmos de dolor por el influjo de la luna, torturaba sus sueños. Clyven necesitaba sangre para sobrevivir a la luna nueva y en la inmensidad del mar, nada ni nadie podía proporcionársela. Le sería arrebatada su consciencia y, si conseguía no ahogarse durante la lenta y dolorosa transformación y sobrevivir a una larga noche marcada por la sed, lo que ya sería un auténtico milagro, su locura le llevaría a hundir sus colmillos en su propia carne al llegar el alba, a desgarrar desesperadamente su pecho por conseguir lamer unas míseras gotas de sangre. La sal escocería en cada herida, pero el dolor únicamente le llevaría a hacerse más daño, a arrancarse la piel, a maltratar su cuerpo. Y finalmente, cuando el sol despuntase en el horizonte, lo único que quedaría de él sería un cuerpo inerte hundiendose en el reino de Laetania, dejando un largo rastro de sangre en su caída que atraería a miles de criaturas que devorarían su carne antes de que el sol se escondiese de nuevo.</span></div>
<div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y Pallas no podría soportarlo.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/06/el-juicio-de-astaroth-capt-vi-al-fin.html">VI. Al fin Astaroth.</a> </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-6627757559239454792012-05-20T10:13:00.001+02:002013-01-28T23:47:34.572+01:00JDA V. El Odiseo zarpa de nuevo. (III)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">Bajo las tablas de la cubierta, Clyven se sentó en el borde de su cama, donde Pallas se había recostado un rato, y acarició la mejilla de la bruja.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Te encuentras mejor ya?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas asintió. Tanto tiempo sin adentrarse en alta mar, acostumbrada a la quietud de la tierra firme, hacían que el vaivén del Odiseo le resultase molesto. Sabía que los mareos pasarían un par de días después, en cuanto su cuerpo se acostumbrase al mecer de las olas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sí, pero no he podido dormir nada. Tu hijo no se estaba quieto. Se mueve más que tú... Y ya es decir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tomó con suavidad la mano del mercenario y la colocó sobre su abultado vientre para que pudiese sentir los movimientos del bebé. Con cada patadita, la sonrisa del licántropo se iba haciendo un poco más grande y embelesada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyv, vas a inundar el barco con tanto babear –bromeó la bruja, pasando varias veces la mano por la barbilla de Clyven, como si de verdad necesitase que le limpiasen. Él frunció el ceño.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué pasa? Es mi hijo, ¿no?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Se supone.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Cómo que se supone? No empieces a tocarme la moral a estas horas, Pallas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Eres un tonto celoso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Y tú una bruja tocahuevos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo sé, pero te encanta –dio por concluida la conversación sacándole la lengua, como hacía cuando eran niños. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se adelantó un poco hacia ella, dando una enorme dentellada al aire, como si quisiese arrancarle la lengua de un mordisco, pero quedando demasiado separado de ella para hacerlo. Acto seguido se puso en pie y se encaminó a la puerta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿A dónde vas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ela y Kai tiene problemas con las velas. ¿No los oyes?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Los oigo, pero no llego a descifrar lo que dicen. Tengo orejas de humana, ¿recuerdas? ¿Necesitas que suba a echarte una mano?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tranquila, creo que podremos apañarnos sin ti. Duerme. El viento es bueno, tal vez toquemos tierra antes de lo que pensábamos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas asintió y trató de dormir de nuevo. Le tranquilizó saber que había esperanzas de que para la siguientes luna nueva no iban a estar Elanor, Kai y ella solos y encerrados en un cascaron de nuez con Clyven.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El mercenario cerró la puerta y subió los pocos peldaños que llevaban a la cubierta. Elanor y Kai estaban discutiendo sobre la mejor forma de amarrar el cabo que tenía la princesa elfa entre las manos. El licántropo no entró en la disputa. Se limitó a coger la soga y atarla en el lugar que correspondía para aprovechar mejor el viento. Luego pidió a Kai que cambiase otro de los cabos y a Elanor que anclase el timón para mantener el rumbo. Él mismo cambió la última cuerda y observó que todo estuviese como correspondía. Haber nacido en un lugar donde la mayoría de trayectos debían hacerse por mar tenía sus ventajas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Listo –informó sacudiéndose las manos una contra otra–. Ya podemos bajar a dormir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y ya está? ¿No nos quedamos ninguno por si acaso? –dijo ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Para qué? Las velas están listas y el timón anclado. Ahora únicamente dependemos del viento. No te preocupes, si pasa algo te aseguro que os despertaré con tiempo suficiente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Está bien. Buenas noches, chicos –murmuró Ela bajando a la bodega para acomodarse en la habitación que solían emplear las mujeres. Ahora que estaba ella sola le parecía más grande.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Kai la siguió, entrando por la puerta que quedaba a su derecha, y se tiró sobre el montón de mantas que había apilado. Ya que no tenía que compartirlas, las usó todas para hacer más mullido el improvisado colchón.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven se quedó un poco más en cubierta, disfrutando del olor a mar que tanto había extrañado lejos de las islas. Unos minutos más tarde bajó de nuevo a la habitación donde dormía la hechicera y, despojándose de la camisa, el pantalón y las botas, se echó a dormir a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Tienes alguna idea mejor?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">De nuevo aquella conversación. La misma que las dos últimas noches, ya en la cama, antes de dormir. Pallas le planteaba su inseguridad y Clyven le atajaba con aquella pregunta. La hechicera no tenía un plan mejor para afrontar la luna nueva, pero eso no hacía que el que había concebido el mercenario le pareciese adecuado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Podemos intentarlo. En el Refugio salió bien.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Elanor y Kai nos ayudarían.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No. Ellos ni siquiera tienen que saberlo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Por qué? No te importó que Esthia te ayudase. ¿Por qué no confías en ellos de la misma manera?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es diferente –respondió Clyven–, Esthia es como yo. Es fuerte y resistente. Mucho más que Kai, muchísimo más que ela. Y estaban Níoster y Celeno allí. No es lo mismo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No te entiendo, Clyv, de verdad –murmuró la joven, pero él pareció no escuchar sus palabras.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo más probable es que sólo falten un par de días a lo sumo. Llevamos navegando casi cuatro semanas; no podemos estar a más de tres días, por mucho que nos hayamos desviado del rumbo. Con un pegaso puedo hacerlo sin problemas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Pero Clyven! ¡No sabemos a qué distancia está la costa! No puedes estar volando tres días y tres noches sin descanso. El pegaso no lo aguantará.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pues tendrá que hacerlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas suspiró abatida. Intentar razonar con Clyven cuando se le metía algo entre ceja y ceja era tan productivo como hablarle a las piedras.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Por qué no quieres que lo intentemos? –Susurró intentando aportar calma a aquella conversación, que ya empezaba a crisparle los nervios–. Y no me digas que porque no, como me has estado diciendo estos días, porque eso no me vale.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El lobo la miró intensamente a los ojos un instante. No le gustaba revelar sus miedos ante nadie, ni siquiera frente a ella, la mujer que jamás los utilizaría en su contra, la que le ayudaba a enfrentarlos, la que compartía su dolor. Pallas le sostuvo la mirada. Las palabras no eran necesarias entre ellos, pero no estaba dispuesta a ceder. Quería escucharlo de sus labios. Clyven apartó la mirada con resignación y habló.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Porque no quiero despertarme a la mañana siguiente en cualquier rincón de la bodega, cubierto de sangre, y seguir el rastro de mis propias pisadas para encontraros descuartizados en la cubierta. Porque sabes que es lo que ocurriría, Pall –sus pupilas se encontraron de nuevo–; tú no puedes hacer magia, Elanor y Kai tampoco tienen fuerza suficiente para detenerme y, te conozco, sé que no usaras las armas de plata –sus oscuros ojos se dirigieron un instante hacia el arcón que había a los pies de la cama, donde, bajo su ropa, se escondían un puñal y un hacha de mano que el hermano mayor de Pallas le había dado a la joven hechicera cuando ella decidió abandonar las islas para seguir al licántropo hacia sólo los dioses sabían dónde.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Esto no deja de ser una huida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y qué? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tú no eres de huir y esconderte hasta que pase la tormenta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo hago cuando tengo que hacerlo, Pall. No es la primera vez ni será la última. No soy un caballero de brillante armadura, y lo sabes; sólo soy un superviviente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Está bien –se rindió la bruja–. Pero prométeme que nos veremos en tierra firme. Prométemelo aunque sea mentira.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Te lo prometo –sonrió atrayéndola hacia sí y besando su cabeza cuando la notó sobre su pecho desnudo–. Y sabes que haré todo lo que esté en mi mano para cumplir mi palabra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por toda respuesta, la joven hechicera se acurrucó a su lado, delineando los músculos de su abdomen en silencio, hasta que se durmió acunada por el mar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sol calentaba sus cuerpos en la cubierta del Odiseo mientras preparaban los aparejos del pegaso que Clyven iba a llevarse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ya está –dijo el lobo cuando hubieron acabado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Kai lo observó un instante. No comprendía por qué Clyven le había pedido ayuda para preparar al animal si luego lo había hecho prácticamente todo él solo y la única misión del chico había sido tener en la mano la camisa del hombre lobo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Por qué no vamos todos juntos?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Porque no nos queda ni una sola moneda. Hemos gastado todo lo que teníamos Pallas y yo y todo lo que Elanor y tú habíais traído. Aprovecharé la ventaja que puedo sacaros con el pegaso para intentar conseguir un poco de dinero con el que pagar los víveres que necesitaremos y puede que alguna que otra noche en una posada en el camino hacia Astaroth.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Yo puedo conseguir dinero fácilmente –murmuró, casi pensando en voz alta, un instante antes de notar la mano de Clyven en su hombro, apretándole suavemente. Siguió su brazo con los ojos, hasta encontrarse con la oscura mirada del licántropo, que fruncía el ceño con desaprobación.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Deja que yo me encargue de eso, ¿de acuerdo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El muchacho asintió y abrió la boca para añadir algo más. Sin embargo, la llegada de las dos mujeres a la cubierta interrumpió su conversación. Traían en sus manos dos paquetes, que le dieron nada más llegar hasta ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Éste tiene comida para ti y éste para el pegaso –indicó la elfa señalando los paquetes–. Supongo que tendrás bastante para llegar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas se limitó a mirarle, arqueando la cejas. Ya no le quedaba nada que decir y el silencio era su mejor opción.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Nos veremos en un par de días –dijo a modo de despedida, revolviendo el cabello del muchacho con la mano que había posado en su hombro. Kai fue consciente en ese momento de cuánto pesaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven besó a su mujer, se puso la camisa que Kai le entregó y subió a su montura mientras el pícaro la desataba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ten cuidado –dijo la hechicera, alejándose con Elanor para que el animal pudiese desplegar las alas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Por respuesta obtuvo un leve asentimiento con la cabeza, un instante antes de que los cascos del pegaso golpeasen la cubierta, trotando hacia la proa unos muy escasos metros antes de elevarse sobre la inmensidad azul del mar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Faltaban pocas horas para la salida del sol. El trayecto era mayor de lo que había calculado y tanto Clyven como su montura estaban agotados. No habían tenido descanso, pero tampoco podían permitirse parar. El frescor que precede al alba refrescaba el cuerpo del mercenario, calmando la quemazón provocada por la larga exposición al sol. En la oscuridad no podía verse, pero su piel se había enrojecido, incluso a pesar del oscuro vello que la cubría. Sus ojos buscaron la luz de la luna e, inconscientemente, soltó un quedo suspiro de alivio al descubrir que aún quedaba un hilo de plata en la oscuridad del cielo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sueño había intentado vencerle en más de una ocasión, pero él se había mantenido firmemente despierto. Estaba exigiendo mucho del animal que lo llevaba cabalgando sobre los vientos y permanecer despierto para proporcionarle alimento cada cierto tiempo era su modo de demostrarle agradecimiento. En el silencio de la noche, el mercenario y su alada montura había establecido un código: cada vez que el animal giraba el cuello, Clyven alargaba la mano hasta colocar la comida a su alcance. El volar sin descanso había hecho que las exigencias de alimento fuesen cada vez más cercanas. El licántropo volvió a llenarse la cavidad de la mano con grano y se lo acercó al hocico al pegaso, como hacía algo menos de una hora, pensando que a ese ritmo, no tendría comida suficiente para legar a tierra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Espero que te guste la carne en salazón, porque es lo que te va a tocar comer de aquí en adelante –murmuró, rompiendo por primera vez el silencio que los había acompañado todo el día, a excepción del murmullo de las olas.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: </span><a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/05/el-juicio-de-astaroth-capt-v-el-odiseo_9636.html" style="font-family: Verdana, sans-serif;">El Odiseo zarpa de nuevo. (IV)</a>
</div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-25427775294931790862012-05-19T21:50:00.001+02:002013-01-28T23:48:02.705+01:00JDA V. El Odiseo zarpa de nuevo. (II)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">El viento soplaba propicio aquella mañana, la tercera tras la llegada de Elanor y Kai a Icarión, y la mar estaba en calma, ideal para navegar. Apenas hacía unas horas que había salido el sol, pero el Refugio ya era todo un hervidero de actividad. Las cuatro mujeres empaquetaban y apilaban provisiones en la cocina. En realidad, sólo tres de ellas empaquetaban y una se dedicaba a mirar, puesto que cada vez que intentaba levantarse para llevar un paquete junto al montón en el que estaban poniendo los demás, al lado de la puerta, o para coger nuevas provisiones que empaquetar, una de sus compañeras le arrebataba de las manos lo que quiera que llevase en ellas y hacía el trabajo en su lugar.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Chicas, me parece que os estáis pasando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vais a estar casi un mes en alta mar, necesitareis mucha comida –dijo Níoster con su habitual tono amable.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyv es bueno cazando –rió Celeno, apoyando a su compañera–, pero la pesca se le da así, así. Es mejor que llevéis de más, por si acaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero os vais a quedar casi sin nada vosotros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Bobadas –le quitó importancia la alegre licántropo de ojos verdes, dejando el último paquete que había cerrado junto a los demás.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Nosotros podemos comprar más, vosotros no –añadió la otra loba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Al menos dejaréis que os lo paguemos, ¿verdad? –Las palabras de la bruja sonaban a advertencia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Este... No –rió Celeno.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Cómo que no? Es mucho dinero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y qué? –Celeno se encogió de hombros–. Siempre se ha hecho así. Cuando seamos nosotros los que estemos en vuestra casa, vosotros nos daréis provisiones para el camino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Provisiones para el camino. Una costumbre que Pallas había encontrado raramente en el continente, pero que en las Islas Enéidicas estaba muy arraigada. Cuando un enéidico acogía un huésped en su casa, corría con todos los gastos de su manutención durante su estancia y, además, cuando partía de su morada, se le obsequiaba con alimentos para una jornada de viaje, lo que normalmente se tardaba en llegar al siguiente puerto, donde el viajero podría aprovisionarse por sus propios medios. Se consideraba una ofensa tanto el no ofrecerlas, como el no aceptarlas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Una cosa son provisiones para el camino –rebatió la bruja señalando el montón– y otra que nos llevemos todo eso. Me niego –cruzó los brazos sobre su abultado vientre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No puedes rechazarlo. Nos estarías ofendiendo –Celeno sonrió ante la mirada entrecerrada de la hechicera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor las miró alternativamente. No conocía todos los detalles de la cultura enéidica, pero coincidía con Pallas en que era un abuso llevarse tantos alimentos sin dejarles siquiera un puñado de monedas para poder reponerlos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No lo estoy rechazando, te estoy diciendo que no voy a considerar todo eso como un regalo. Separaremos una parte y el resto os lo pago.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y, tras mucho insistir, ése fue el acuerdo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La bodega del Odiseo estaba cargada y los dos pegasos que había usado para bajar los fardos se hallaban atados a uno de sus palos con sogas lo suficientemente largas para permitirles volar y demasiado gruesas para que pudiesen partirlas. Clyven se acercó a uno de los animales, el que había decidido que montaría él, y le pasó la mano por el cuello. El equino se removió, como cada vez que el mercenario estaba cerca, y, de no haber estado sujeto por aquella soga, se habría encabritado. Lo único que pudo hacer fue abrir las alas para intentar alejar al licántropo de él una vez más. Su instinto lo reconocía como un depredador. El hombre lobo sonrió y palmeó el cuello del animal suavemente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tranquilo. Esto me gusta tan poco como a ti, así que vamos a llevarnos bien. Tú y tus amigos nos lleváis hasta Astaroth y no volvéis a vernos en lo que os queda de vida –Sus negros ojos sostuvieron la mirada ambarina del pegaso, que se removió un poco y replegó las alas, como si en verdad hubiese entendido sus palabras–. Buen chico.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Celeno ayudó a Pallas a acomodarse en el último de los pegasos, una hembra parda que había demostrado ser el más dócil de los tres. Ni siquiera la presencia de cuatro lobos parecía alterarla. Descendieron por el sendero de tierra, en el que se marcaban dos franjas hundidas a causa del habitual tránsito de personas y carros desde la ciudad portuaria hasta las icariontes. Atravesaron el tramo de vegetación que se extendía entre la pared rocosa y las primeras casas karthienas y entraron por fin en la ciudad. Las calles estaban en pleno apogeo de gente caminando de un lugar a otro, niños jugando y marineros que buscaban una taberna donde refrescarse después de cargar y descargar las bodegas de sus barcos. La dura tierra que formaba las calles dio paso a la blanda arena de la playa, donde los cascos del pegaso dejaban redondas huellas, rodeadas de las pisadas del resto del grupo. Clyven les esperaba al inicio de la pasarela de madera que llevaba al Odiseo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Hola –dijo pasando entre sus amigos para llegar hasta la hechicera, tomándola por la cintura para bajarla de la montura y sostenerla entre sus brazos, todo lo cerca que le permitía su hijo entre ellos. –¿Cómo estás? ¿Has hecho bien el camino hasta aquí?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Estoy embarazada, Clyv, no enferma –sonrió ella, dándole un suave beso en los labios, sonriendo indulgente–. Te preocupas demasiado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No podré convencerte de que no viajes, ¿verdad? –Insistió por última vez en su oído mientras caminaba a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No, no puedes –aclaró sin perder la sonrisa–. Además, ¿qué pasaría si a tu hijo le da por nacer y tú no estás? No querrás perdértelo, ¿no?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El hombre lobo negó con la cabeza con resignación y caminó junto a ella los escasos metros que le separaban del Odiseo, murmurando entre dientes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tsk. ¿Por qué siempre tengo que acabar salvándole el culo al gilipollas del paladín? Más le vale que no pase nada o no tendrá ciudad para correr.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Ya está todo? –Quiso asegurarse Níoster antes de que subiesen al barco. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Eso parece –confirmó Esthia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–En ese caso será mejor que nos vayamos. Cuanto antes partan, antes llegarán.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Gracias por todo –Pallas sonrió a los tres licántropos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Para eso están los amigos, preciosa –le devolvió la sonrisa Esthia, pasándole el brazo izquierdo por los hombros y apretándola contra su pecho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Eh! Las manos donde yo pueda verlas, Esthia, que te conozco –gruñó Clyven por detrás de ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las risas acompañaron el estrecho abrazo de los lobos. El más joven de ellos escondió el rostro contra el pecho del mayor para que nadie pudiese ver su gesto de dolor, pero el olor a sangre no pasó inadvertido para sus congéneres.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No deberías haber venido –susurró Clyven sin soltarle.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tonterías, estoy perfectamente. No muerdes tan fuerte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Gracias por todo –añadió, remarcando su última palabra para hacer referencia a sus heridas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vamos, vamos. No te me pongas sentimental, que no va contigo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se separaron. Esthia le guiñó un ojo y se apartó para que Níoster y Celeno pudiesen despedirse de su amigo y trató de ocultar la sangre que empezaba a manchar su ropa. La noche anterior había sido luna nueva y el motivo por el que Clyven había querido retrasar su partida hasta ese día con la excusa de tener una vela que arreglar. Habían apurado el tiempo. Ahora únicamente les restaba rezar para que los vientos les permitieran llegar a tierra antes de la siguiente noche sin luna, pues no había escapatoria sobre las tablas del Odiseo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ya desde la cubierta, Clyven y Esthia cruzaron silenciosas miradas mientras el barco hinchaba sus lonas para sacarlos del puerto. La primera intentaba mostrar agradecimiento y, quizás, un poco de arrepentimiento; la otra sólo era el reflejo de la gran sonrisa que adornaba el moreno rostro de Esthia, bajo su negro cabello.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Que Briseida os guíe entre los vientos, que Héliades ilumine vuestro camino y nunca os falte su calor, que Laetania mantenga las aguas en calma a vuestro paso... –murmuró Níoster mientras el barco se empequeñecía en el horizonte; aquella vieja letanía en la que uno a uno se nombraba a todos los dioses enéidicos, con la que siempre se despedía a los barcos y que a lo largo de los siglos había quedado reducida a tres pequeñas frases–. Que Shyd nunca te abandone, Clyven –añadió como un deseo personal de que la Dama de Plata protegiese a aquel hombre que era como un hermano para ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Luego se dio la vuelta y echó a correr para alcanzar a sus compañeros, que ya habían emprendido el camino a casa.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/05/el-juicio-de-astaroth-capt-v-el-odiseo_20.html">El Odiseo zarpa de nuevo. (III)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-29713439947626783742012-05-19T11:08:00.001+02:002013-01-28T23:49:22.152+01:00JDA V. El Odiseo zarpa de nuevo. (I)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">El
sol caía tras Icarión cuando regresaron, cubriendo Karthos y la playa con la
sombra del alto acantilado. La fresca brisa del mar hacía ondear su ropa,
acariciando su piel. Clyven había bajado al puerto a revisar que todo en el
Odiseo estuviese listo para la marcha. No quería tener ninguna sorpresa
desagradable una vez hubiesen zarpado. Comprobó los cabos, las velas, incluso
bajó a la bodega para cerciorarse de que no hubiese filtraciones de agua, tabla
por tabla. Tenían por delante varias semanas de navegación en mar abierto, sin
ningún lugar en el que poder atracar en caso de que surgiesen complicaciones y,
aunque se consideraba una persona con recursos para la supervivencia, no iba a
arriesgarse innecesariamente.</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
casco del Odiseo se dividía en dos partes, separadas por un estrecho pasillo
donde desembocaban las escaleras que descendían de la cubierta, tan bajas que
no podía usarlas sin inclinar la cabeza. A la izquierda, según se descendía,
había dos puertas. La primera de ellas daba a un pequeño cuarto, que Pallas y
él usaban como dormitorio y en el que apenas había una cama con un baúl a los
pies, una mesa y dos sillas de madera, todo ello anclado al suelo. La segunda
puerta daba a una estancia aproximadamente el doble de la primera, donde solían
acomodar una parte de las provisiones y que había servido de habitación a las
mujeres del grupo durante sus travesías a bordo. En el lado derecho había una
única puerta, situada frente a la primera. Tras la hoja de madera se abría una
habitación en la que iban el resto de provisiones. En ella, además, tenían un
rincón con los útiles de cocina y un montón de mantas apiladas, con las que los
hombres se apañaban para dormir.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando
había abandonado por primera vez el archipiélago, aquel navío le parecía
inmenso, una acogedora casa flotante para compartir con ella, Pallas. Fue el
primer sitio que sintió verdaderamente como un hogar, un lugar al que, pasase
lo que pasase, siempre desearía volver.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Luego
vinieron ellos, aquellos desconocidos cuyos caminos se cruzaron con el suyo,
fruto de la casualidad, un guiño del azar. Una apresurada huida que no le
permitió oponerse a que todos ellos se acomodaran sobre las tablas del Odiseo y
tantas cosas compartidas después, insignificantes la mayoría, palabras junto al
fuego, silenciosas guardias, trozos de comida que escaseaban pero que, aun así,
llegaban a todos los estómagos, una palmada en el hombro, una broma a su costa,
o a costa de otro... Batallas perdidas, guerras ganadas. Y aquellas personas se
habían acomodado no sólo en la cubierta de su nave, sino también en sus vidas.
Entonces el Odiseo le pareció demasiado pequeño. Y en verdad lo era para acoger
a todo aquel pintoresco grupo. Tal vez por ello únicamente abandonaban el
exterior para dormir y poco más. Sin embargo, a pesar de las incomodidades de
viajar apiñados, de dormir en el suelo o de tener que compartir el escaso
espacio con las provisiones, ninguno de ellos se había quejado. Ahora que lo
pensaba, él era el único que dormía aparte, con Pallas, en una cama, y ninguno
de sus compañeros había cuestionado el derecho de la pareja a conservar su
intimidad. Sonrió. Sonrió como hacía cuando nadie lo veía. ¿Cuánto hacía que
les conocía? ¿Poco más de un año? No podía precisarlo, pero estaba casi seguro
de que no llegaba a dos. Aunque tal vez se equivocase... Habían pasado tantas
cosas que parecía toda una vida. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Si
lo sopesaba fríamente, no tenía ningún motivo para apreciar a esas personas,
para correr a ayudarlas si se hallaban en peligro, para querer compartir con
ellas la felicidad de tener en sus brazos a su primer hijo, pero, como decía
Pallas, los sentimientos no se razonan, surgen de la nada y cuando eres
consciente de ellos, ya es demasiado tarde para borrarlos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se
alegraba. Se alegraba muchísimo de que construir una nueva vida para Pallas
lejos de las Islas hubiese resultado tan sencillo. Él era un lobo solitario y
no le hubiese importado acabar así sus días, pero ella no habría sido feliz.
Ahora se daba cuenta de que los lobos nunca están solos, van en manadas. El
vagar separado de un grupo no era más que el tiempo necesario para pasar de ser
un cachorro en una familia a formar la propia. Y ya había dado ese paso. Había
abandonado una manada al dejar las islas, pero había formado otra. Más extraña.
Con humanos, elfos y hasta un vampiro. Pero suya. Puede que nunca lo supiesen,
pues Clyven no era hombre de demasiadas palabras, muy pocas veces expresaba sus
sentimientos, ocultos bajo la fría expresión del impasible mercenario, bajo sus
malas formas, sus comentarios hirientes, pero les quería. A su modo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Revisó
la última habitación. Todo estaba bien, podrían partir al día siguiente.
Regresó a cubierta y observó las velas, desplegó una de ellas, sin tensarla
para que no ofreciese resistencia al viento. Estaba bien, la lona era fuerte y
aguantaría el viaje. Se tocó el bolsillo, en el que tintineó un puñado de
monedas. Las sacó y contó aproximadamente cuánto tenía.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–El
arreglo no podrá ser demasiado complicado –murmuró mirando a Esthia, que se
hallaba de pie, a su lado–. Pero al menos tardará un par de días.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo
justo para que vuelvas a empotrarme contra una pared. Pero no me dejes marcas
profundas, que luego Cessy se muere de celos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Idiota.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero
me adoras –sentenció, llevándose las manos al pecho en un exagerado gesto, entrelazando
sus dedos. Sin poder evitarlo, estalló en carcajadas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
lobo blanco asintió. Clyv devolvió las monedas a su pantalón y asió con ambas
manos la vela desplegada, que se rajó ante un seco tirón de sus fuertes brazos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ilo.
La ciudad icarionte que coronaba la isla. Situada al norte, la más alta de
todas. Desde ella se podían ver las otras tres ciudades, el valle que acogía el
bosque en el cráter del acantilado y el mar. Un vasto y profundo océano al
norte y al este, un impoluto e intenso azul hasta la línea del horizonte, y al
sur y al oeste, más agua y espuma coronando las olas. Y tierra. Otras islas.
Eneidia, Aqueloo, Telxiepia. Pequeñas manchas terrosas entre el vaivén azul.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven
avanzaba en silencio, seguido de Kai y Celeno, que hablaban sin parar. Hacía
tiempo que había dejado de prestarles atención, pero ellos se reían y
correteaban por el camino sin importarles. El mercenario los miró con media
sonrisa. No tenía muy claro cuál era más infantil de los dos. Seguramente
Celeno, a pesar de ser bastante mayor que Kai, pues era la que parecía más
ilusionada con la idea de subir a la cima del acantilado y disfrutar de las
vistas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas
no iba con ellos. Ilo estaba demasiado lejos para hacer el camino a pie en su
estado y no disponían de montura. A pesar de lo mucho que le hubiese gustado
volver a una de las ciudades icariontes, la hechicera tuvo que ceder. No se
podía ganar siempre.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al
salir del último tramo del camino, excavado en el acantilado, el sol cayó sobre
ellos, deslumbrándoles. Justo delante se alzaba Ilo, con sus casas que parecían
nidos al revés, sus caminos de arena en los que hacía días que no se marcaba
una huella y un constante ir y venir de sombras sobre sus cabezas. Los
icariontes muy pocas veces caminaban. Decían que, si la Diosa les había dado
alas, era para que pudiesen sentir el viento en ellas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Avanzaron
en silencio, dejándose guiar por su olfato, buscando criadores de pegasos. No
habían alcanzado la mitad de la calle principal, la que continuaba el camino de
subida y llegaba hasta el borde mismo del acantilado, cuando vieron elevarse
media docena de animales por detrás de varias casas. Encaminaron sus pasos
hacia allí.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una
explanada de hierba se abrió ante ellos. En algunas zonas estaba rala, señal de
que había llenado estómagos. No había cercas ni vallados. No servían para
contener animales que podían cabalgar sobre el viento. En su lugar había
fuertes postes anclados al suelo con largos cabos con los que atar las bridas
que les colocaban cuando los dejaban sin vigilancia.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Las
sombras describían aleatorios giros en el verde suelo. En el centro, un
icarionte los miraba desde abajo, con los brazos cruzados sobre el pecho y las
alas plegadas a su espalda. De un oscuro marrón terroso, el plumaje reflejaba el sol cuando se movía. Era un
hombre alto y fuerte, que ya había superado con creces los cuarenta. Su cabello
tenía el mismo color que sus alas, como si éstas fuesen una continuación de los
mechones que morían en su nuca. Si pudiese librarse de ellas, nada lo
diferenciaría de un humano, más allá de su característica nariz, grande, larga
y aguileña y sus ojos de halcón.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al
principio no pareció hacerles demasiado caso, dando órdenes a algunos
icariontes más jóvenes para que soltasen al resto de pegasos y vigilasen que no
se disgregase la bandada demasiado. Cuando comprobó que todos estaban haciendo
a la perfección su trabajo, se giró para mirarlos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Magníficos,
¿verdad? –Señaló con un cabeceo los alados caballos que aún permanecían volando
bajo–. Es necesario dejar que ejerciten las alas de vez en cuando.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Magníficos,
sí. Buscamos tres –atajó Clyven.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
icarionte esbozó una sonrisa complacida.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Para
carga o para pasajeros?<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pasajeros
y bultos para cuatro días.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Entiendo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–La
carga no será demasiada, pero necesito que sean resistentes y rápidos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tengo
algunos que puede que os sirvan –se llevó los dedos a los labios y silbó. Uno
de los icariontes más jóvenes, que volaban junto a los pegasos lo miró, asintió
a sus gestos y fue a buscar un pegaso en concreto. Negro, de crines largas y
brillantes, músculos fuertes. Elegante. Magnífico–. Éste, por ejemplo –acarició
el morro del animal cuando se detuvo a su lado, replegando sus alas–. Es fuerte
y muy rápido. Quizás un poco rebelde, pero estoy seguro de que sabréis domarlo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No
– negó con los ojos fijos en el animal–. Necesito que sean tranquilos. Muy
tranquilos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
icarionte pareció sorprenderse. No era habitual que un hombre de la talla de
Clyven se quejase porque su montura tuviese un punto salvaje. De hecho, lo más
habitual era que eligiesen ejemplares sobre los que demostrar su destreza y
superioridad.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Puedo
proporcionaros una hembra, son menos briosas, igualmente rápidas, pero algo
menos resistentes. Ideales si es la primera vez. Por desgracia sólo tengo una
que pueda venderos. Sin embargo, puedo recomendaros animales de carga, que
están entrenados para que, ocurra lo que ocurra, no pierdan lo que hay sobre su
lomo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
mercenario asintió. Por supuesto que en otras circunstancias hubiese aceptado
el reto de montar a aquel hermoso pegaso negro, pero ahora tenía que pensar que
no se trataba de una competición, sino de hacer un viaje largo. Un viaje en el
que cualquier medida para garantizar la seguridad de su hijo le parecía poca.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Perfecto,
entonces.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
icarionte se giró hacia el muchacho que había bajado al pegaso y cruzó unas
cuantas frases con él. El joven, en apariencia un adolescente, de la edad de
Kai, rubio, con ojos verdes y unas pequeñas alas doradas que resaltaban con su
piel tostada al sol, asintió a cada frase del adulto. Aún le faltaba cambiar
las plumas una vez más para que adquiriesen el tamaño de las de un adulto, pero
le permitían moverse con velocidad. Dejó al pegaso junto a ellos y se marchó
volando hacia la otra punta de la ciudad.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Esperaron
unos minutos hasta que el chico regresó, acompañado de otro icarionte de alas
negras y piel oscura y cuatro pegasos atados con largas tiras de cuero. Se
posaron junto a ellos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Permitid
que os presente a Nessla –habló el primer icarionte–. Él tiene los mejores
pegasos de carga de Ilo. No son tan rápidos como los míos, pero si lo que
buscáis son animales dóciles, no los encontraréis mejor entrenados.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–El
chico me ha dicho que necesitáis tres –El licántropo asintió–. He traído
algunos, pero si no os complacen puedo ofreceros más.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Cuánto?
–fue la escueta respuesta del mercenario.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Veinte
tamaks cada uno. Veinticinco con los aparejos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
tamak era la moneda local y equivalía a tres monedas de plata.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Dieciocho
cada uno con aparejos incluidos –rebatió el lobo, fiel a la costumbre enéidica
de regatear. Si no lo hacía, su interlocutor podría ofenderse.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El
precio final, alcanzado en tres o cuatro frases, fue de veintidós, con
aparejos. Un trato justo y beneficioso para ambos. Nessla entregó a Clyven tres
de los pegasos que había llevado con él.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven
se alejó tras una escueta despedida, con las riendas de las tres monturas en
una mano. Los animales parecían intranquilos e intentaban mantenerse todo lo
lejos de él que le permitían las tiras de cuero con las que los sujetaba el mercenario.
Sentían que aquel hombre no era humano. O al menos era algo más que un humano.
Pero se acostumbrarían.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ya
había desaparecido tras las casas icariontes cuando Celeno y Kai lo alcanzaron
a la carrera, contándole casi a gritos las extraordinarias vistas que habían
disfrutado al acercarse al borde del acantilado y cómo se les había encogido el
estómago por la altura, repitiéndole una y otra vez que querían bajar volando
sobre los pegasos, como dos niños pequeños que le piden a su padre que les
compre un dulce antes de comer. El mayor de los lobos se negó en rotundo la
primera vez y no volvió a prestarles atención hasta que dejaron de insistir.<span style="font-size: x-small;"><o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/05/el-juicio-de-astaroth-capt-v-el-odiseo_19.html">El Odiseo zarpa de nuevo. (II)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-26090254801739597342012-05-17T14:30:00.001+02:002013-01-28T23:54:34.124+01:00JDA IV. Paladines y reglas estúpidas. (III)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">Clyven se puso en pie.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Moveos, entonces. Tenemos mucho que preparar si vamos a ir a sacar al paladín de ese agujero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sí –apoyó la bruja–, necesitaremos provisiones y revisar que el barco esté en condiciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? –El lobo se volvió hacia ella cuando se puso trabajosamente en pie para seguirle–. ¡Tú no vas a ninguna parte!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y eso por qué?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Porque te vas a quedar aquí con ellos –señaló a los otros tres licántropos– hasta que yo regrese.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pallas, falta poco más de un mes para que des a luz –por primera vez Níoster intervino en la conversación–. Es demasiado peligroso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Faltan aún seis semanas –rebatió la bruja.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Seis semanas? –se extrañó Ela–. Creía que faltaban aún tres meses.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La princesa elfa intentó echar cuentas, ayudándose de los dedos, intentando averiguar en qué momento se había quedado embarazada su amiga si le faltaba tan poco para alumbrar al bebé.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Si fuese humano sí faltaría ese tiempo –le explicó Níoster–. Pero al ser hijo de Clyven, será un licántropo, y nuestro tiempo de gestación es bastante menor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Aahh –la elfa desconocía ese dato. Estaba convencida de que todos los embarazos eran de nueve meses.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y cómo estás tan segura de que va a ser un licántropo y no un humano como Pall? –preguntó el pícaro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Porque los hijos de lobos enéidicos siempre son lobos –explicó Esthia–. Nosotros no convertimos a otros en hombres lobo cuando les mordemos, como se cuenta por ahí, sino que nuestra raza se transmite por línea de sangre. Lo demás son cuentos para asustar a los niños.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pallas, quédate –pidió Clyven.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No puedo permanecer de brazos cruzados, Clyv.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Por favor. Si vinimos a las islas, fue por algo, ¿no?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vamos, Lobito, soporté el viaje para llegar aquí y entonces era mucho más peligroso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero si el niño nace antes de tiempo y nos coge en alta mar... Si surgen complicaciones... Es casi imposible que sobreviva. Puede que ni tú lo logres –sus fuertes y largos dedos apartaron un rizo sobre los ojos de la hechicera y bajaron por su sien hasta perderse dibujando la línea de su mandíbula.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Si surgen complicaciones dará igual en el lugar en el que estemos y yo me sentiré mucho más tranquila si estoy contigo –sonrió la bruja acariciando la barbada mejilla del mercenario–. Además, no tiene por qué pasar nada. Y el viaje hasta el continente nos llevará, como mucho, cuatro semanas. Si todo va bien, menos. Nos quedaremos en Astaroth hasta que nazca el bebé y asunto arreglado. ¿Qué lugar puede ser mejor para nacer que una ciudad repleta de sacerdotisas de Asanda?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven no parecía aún demasiado convencido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pero necesitaréis otros ocho o nueve días para llegar a Astaroth –comentó Níoster, calculando las distancias–. ¿Crees que sea prudente arriesgarse a ir con el tiempo tan justo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Podemos hacerlo en menos tiempo si llevamos monturas –Pallas no estaba dispuesta a permitir que la dejasen atrás.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Vale, pero aunque llevásemos caballos y fuésemos a marchas forzadas no podríamos hacerlo en menos de siete días... como mucho seis –calculó Elanor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Cuatro. Podemos hacerlo en cuatro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es imposible, Pall, es una distancia demasiado larga, las monturas no aguantarán.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sí, si son pegasos enéidicos –corrigió Celeno–. Si no van demasiado cargados pueden recorrer ese espacio en cuatro días sin problemas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La hechicera la miró con una sonrisa satisfecha en los labios y asintió levemente. La joven loba castaña había dicho exactamente lo que ella estaba pensando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No vas a montar en un pegaso, Pallas –gruñó Clyven–. Ya es bastante peligroso un caballo normal como para dejarte subir a uno con alas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyv, llevo subida a un caballo desde los cuatro años...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Montar con tu padre no cuenta –sus palabras se mezclaron con las siguientes que dijo su mujer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–... Y en pegasos desde que abandoné Láquesis. No va a pasarme nada. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Me vas a obligar a atarte y dejarte bajo vigilancia. ¡Eres terca como una mula!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo aprendí de ti –sonrió victoriosa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Haz lo que te dé la gana –espetó con desesperación y se marchó a grandes zancadas hacia otra de las grutas dejándolos en un incómodo silencio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Tal vez deberías quedarte... ¿no? –sugirió Níoster en un susurro, como si pretendiese que su voz no se escuchase.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Sé que es peligroso, chicos, pero también sé que Clyv no dejará que me pase nada y yo... Yo quiero que él esté conmigo cuando nazca nuestro hijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven observaba el ir y venir de las olas, ignorando el movimiento que había empezado en el refugio. Ya habían empezado a organizar su partida. Por la tarde, cuando el sol cayese un poco, bajaría con Esthia a Karthos a comprobar que el Odiseo estuviese listo para navegar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Supo que había entrado mucho antes de que llegase hasta él. Sentía su aroma, oía sus pasos y su respiración. Pero no se giró hacia ella. Sus ojos se perdieron entre la espuma blanca que el viento arrancaba de las crestas de las olas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lobito –susurró deteniéndose a su lado. Se hubiese dejado caer al suelo, junto a él, pero su cuerpo no se lo permitía–. ¿Me ayudas? –pidió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En el más absoluto silencio, el mercenario se puso en pie y la cogió en brazos, para depositarla suavemente en el suelo. Luego, volvió a su posición original, mirando el agua, respirando el olor a sal, con el brazo extendido, el codo apoyado en la rodilla flexionada sobre la otra pierna cruzada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿No vas a decir nada?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Serviría de algo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No, pero no estaríamos aquí, mirando al infinito.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué es lo que quieres oír? ¿Que me parece perfecto que vayas? Pues no pienso decírtelo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Quiero oír lo que piensas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ya lo sabes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Y que escuches mis motivos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Dame uno solo, uno, que compense el riesgo que pretendes correr.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Quiero estar contigo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Es peligroso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo sé. Navegar es peligroso, montar a caballo es peligroso... Vivir es peligroso. Clyven, dormir cada noche a tu lado es peligroso. Haber subido aquel día al Odiseo para dejar todo atrás fue la decisión más temeraria que tomé en mi vida. Y ha sido la mejor. Confía en mí, en tu hijo. Los dos somos fuertes y podemos hacer ese viaje. Pero no me prives de tenerte a mi lado cuando nazca. No le prives a él de que el primer rostro que vea, sea el de su padre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Si es eso lo que quieres, me quedaré aquí. Elanor y Kai lo entenderán. Y, si no lo hacen, es su problema.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Francis nos necesita.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Me importa más mi familia que el paladín.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Lo sé, no es eso. Yo voy a estar contigo, aquí o allí, me da igual. Y nuestro hijo nacerá igual en las Islas que en Astaroth. Ya hice el viaje hasta aquí estando embarazada. Puedo hacer el de regreso. Todo va a salir bien. Hasta ahora todo nos ha salido bien –Clyven alzó la ceja, en desacuerdo–. Sí, Lobito, de una u otra manera, siempre nos sale bien. Somos personas con suerte. Además, es una reunión de paladines, como mucho tendremos que hablar. No creo que sea nada especialmente peligroso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven suspiró, derrotado. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro, acariciando su brazo sobre la tela de la camisa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Está bien, Pall. Haremos lo que tú quieras.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Todo saldrá bien, ya lo verás. Mientras estemos juntos, podremos superar todo lo que nos venga.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Un beso sobre sus rebeldes rizos la hizo sonreír de nuevo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Te quiero.</span></div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Y yo a ti.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
<div style="text-align: justify;">
Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/05/el-juicio-de-astaroth-capt-v-el-odiseo.html">V. El Odiseo zarpa de nuevo.</a></div>
</span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-597994010402013954.post-69840734950486956692012-05-09T18:28:00.003+02:002013-01-28T23:55:08.551+01:00JDA IV. Paladines y reglas estúpidas. (II)<span style="font-family: Verdana, sans-serif; text-align: justify;">–Veréis... Íbamos hacia Astaroth, después de que os marchaseis vosotros por lo del embarazo de Pallas... Al principio todo parecía ir bien. Se suponía que alcanzaríamos la Ciudad de los Paladines sin apenas contratiempos, pero la cosa se complicó un poco. Llevábamos un par de semanas de camino, íbamos a buen ritmo y, según nuestros cálculos, sería un tercio del trayecto. Pero, al llegar a una aldea cercana a nacimiento del río Numénessë, nos enteramos de que los Lobos de Obsidiana habían estado por la zona.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Y el paladín se fue de cabeza a por ellos, ¿no es así? –dedujo Pallas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor asintió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Quiénes son esos Lobos de Obsidiana? –preguntó Celeno.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Unos amigos con los que ya hemos tenido alguna que otra fiesta –respondió Clyven antes de explicarle someramente que se trataba de un grupo de guerreros y mercenarios, liderados por Cyrus, quien había sido compañero suyo con anterioridad, y con los que se habían enfrentado en varias ocasiones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Os encontrasteis con él? –indagó Pallas para retomar el curso de la conversación tras el inciso del mercenario. No hacía falta especificar que se refería a Cyrus.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Elanor asintió de nuevo antes de retomar su relato.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Francis y él –parecía que ni quería pronunciar su nombre- acabaron peleando. Ya sabéis cómo son. Era un asunto entre ellos y no querían que ninguno se metiese. Así, que tanto los Lobos de Obsidiana como nosotros, nos limitamos a mirar. Francis hizo lo que pudo, pero llevábamos varios días caminando a marchas forzadas para alcanzarles, apenas habíamos dormido y...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–El samurai le dio una buena paliza al paladín –acabó la frase Clyven con una sonrisa sarcástica.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Clyv, no es momento para bromas –le reprendió la hechicera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–En realidad sí que se la dio –intervino el pícaro–. Casi lo mata.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Así es –la voz de Elanor parecía indicar que su mente la había transportado de nuevo a ese momento–. La pelea se estaba alargando demasiado. Cyrus empezaba a poner en serios problemas a Francis. Después de un rato entrechocando espadas, Francis cayó. Cyrus estaba de pie, frente a él, mirándolo con esa socarrona sonrisa que pone siempre. Ambos estaban heridos, pero Francis se había llevado la peor parte. Intentó atacar desde el suelo, pero Cyrus golpeó su hoja con la no-dachi y la mandó algo más de un metro más allá, con la misma facilidad que si espantase una mosca de la comida. Todos pensamos en intervenir. Sobre todo Sad, que había estado conteniéndose y, la verdad, no sé ni como; estuvo a punto de saltar sobre Cyrus. Pero entonces, él simplemente se echó la espada al hombro, nos dio la espalda y se marchó caminando tan tranquilo seguido de los suyos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Jajajajaja –rió Clyven–. Si no hiciese algo así, no sería Cyrus.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Tú de parte de quién estás? –frunció el ceño la elfa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Yo? De ninguna, Elanor. Conocí a Francis y a Cyrus a la vez, he vivido exactamente lo mismo con cada uno de ellos y confío en ellos en la misma medida. De acuerdo que el trato es diferente. Pero ellos también son como la noche y el día. Yo no tengo motivos para ponerme de parte de uno u otro en esta guerra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué? –Elanor se puso en pie, apoyando las manos en la mesa de madera–. ¿Me estás diciendo que no te importa una traición?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Clyven sonrió antes de responder.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Una traición sería si su objetivo fuese destruirnos, matarnos a todos y cada uno de nosotros. Pero no es así.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Ah, no? ¡Entonces, ¿por qué cada vez que nos encontramos con él y sus Lobos de Obsidiana acabamos medio muertos?!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Cyrus tiene una meta y quiere conseguirla a toda costa. Nosotros no somos más que una piedra en su camino. Si nos mantenemos al margen, no nos hará nada –alegó, encogiéndose de hombros–, pero si nos interponemos, no dudará en teñir la no-dachi con nuestra sangre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ha sido un error haber venido hasta aquí –espetó la princesa elfa tras sostener la mirada del hombre lobo unos intensos segundos. De repente su rostro había adquirido la frialdad del mármol y su mirada se había vuelto más autoritaria que de costumbre. Realmente sí que parecía una orgullosa princesa degradando a un oficial de su ejército por no haber acertado a colocarse la espada con el ángulo adecuado. Inclinó levemente la cabeza ante sus anfitriones, pero en ningún momento bajó la mirada–. Muchas gracias por vuestra hospitalidad. Kai –añadió saliendo de entre la mesa y la silla– nos vamos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Queréis dejar de comportaros como niños? –La voz de Pallas detuvo los pasos de la joven y borró la sonrisa del rostro de Clyven. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ambos la miraron. Su ceño fruncido indicaba que no era buena idea intentar llevarle la contraria, así que los dos esperaron en silencio a que la hechicera dejase de mirarlos alternativamente y hablase de nuevo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Elanor, siéntate, por favor. Y escucha. Clyven tiene razón. Que nosotros entendamos la postura de Cyrus no quiere decir necesariamente que aprobemos lo que hace o cómo lo hace ni que nos hayamos puesto en contra de Francis. Simplemente no consideramos a Cyrus un enemigo. No puedes obligarnos a sentir lo mismo que tú o a ver las cosas del mismo modo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La elfa le sostuvo la mirada, orgullosa. ¿Cómo era posible que no se sintiesen traicionados? ¿Cómo podían hablar de él como si el samurai tuviese motivos legítimos para hacer lo que hacía? ¿Acaso no importaban los enfrentamientos con los Lobos de Obsidiana? ¿Es que Clyven y Pallas podían pelear un día con ellos a muerte y al siguiente actuar como si nada hubiese pasado? ¿Tan volubles eran los mercenarios? Según su lógica, deberían estar de parte de sus amigos, de su parte. Y eso implicaba estar en contra de Cyrus. ¿Es que pretendían estar a favor de ambos bandos?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ela –continuó Pallas, suavizando su tono–, Cyrus es tan importante para nosotros como lo es Francis, o tú o Kai o cualquiera de los otros. No se deja de querer a una persona porque alguna vez te haga daño –los ojos de la bruja se cruzaron con la mirada del lobo y le dedicó una sonrisa. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La joven enéidica sabía muy bien lo que era querer hasta las últimas consecuencias. En el lateral izquierdo de su cuello estaba la marca permanente de los colmillos del lobo. Una cicatriz que indicaba que prefería arriesgarse a morir entre sus fauces a vivir lejos de él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Se supone que los amigos no se hacen eso –insistió Elanor, para quien aquellos detalles seguían siendo desconocidos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–No. No se supone nada –corrigió Clyven–. Los amigos son amigos y punto. Yo confío en Francis, lucharía junto a él hasta la muerte si fuese preciso. Pero también confío en Cyrus. Exactamente de la misma manera. Es así de sencillo –sentenció cruzando los brazos sobre el pecho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Ela –retomó Pallas–, Cyrus no es la cuestión, sino Francis. No habéis hecho todo el camino hasta aquí sólo para preguntarnos de parte de quién estamos, ¿verdad? Olvídate del samurai y cuéntanos qué es lo que os ha traído hasta aquí, por favor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La joven elfa suspiró. No tenía más opciones. Había arrastrado a Kai a un largo viaje únicamente porque confiaba encontrar ayuda y no podía marcharse de allí ante el primer golpe. Habían estado dando tumbos de isla en isla durante días hasta que habían encontrado el Odiseo y, con él, una esperanza. Francis les necesitaba. A todos. Pallas estaba en lo cierto, se dijo, Cyrus no era lo importante ahora. Regresó sobre sus pasos y se dejó caer pesadamente en la silla; todo lo pesadamente que puede dejarse caer un elfo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Está bien. ¿Por dónde iba?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–La paliza al paladín –recordó el pícaro con una sonrisa que le valió un gesto de enfado de la joven elfa, quien se tomó unos largos segundos antes de continuar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Francis estuvo días enteros debatiéndose entre la vida y la muerte. El agotamiento físico y las heridas no ayudaban en su recuperación. Buscamos un Templo de Asanda, un curandero, lo que fuese, pero no había manera de detener la infección. Sus poderes de paladín lograban frenarla un poco, pero lo dejaban exhausto. Y no había mucho que los demás pudiésemos hacer –sus ojos pasaron de los del lobo a los de la bruja. Él permanecía serio, como siempre, como si nada ni nadie pudiese perturbar su semblante. Ella había fruncido ligeramente el ceño, como hacía siempre que algo le preocupaba–. Finalmente llegamos a otra aldea donde había dos o tres sacerdotisas de Asanda. Al saber que se trataba de un paladín de Onour parecieron afanarse un poco más y Francis se recuperó en algo más de una semana.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La hechicera enéidica soltó el aire que había estado reteniendo en sus pulmones, aliviada por la recuperación de su amigo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Creímos estar a salvo entonces –continuó la princesa del Reino Dorado–, pero los problemas no habían hecho más que empezar. Una patrulla de paladines nos interceptó cuando nos disponíamos a abandonar la villa. Llevaban siguiendo nuestros pasos varias semanas, puede que incluso pudiese contarse por meses, y el tiempo que Francis estuvo convaleciente les permitió alcanzarnos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Que os seguían paladines? –Quiso asegurarse Clyven, como si no pudiese creer a los soldados de Onour capaces de perseguir a uno de los suyos–. ¿Y qué cojones querían?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Llevarse a Francis –explicó Kai en un corto inciso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas y Clyven se miraron en una muda y recíproca pregunta que no halló respuesta hasta que Elanor habló de nuevo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–La Orden de Onour había puesto a Francis en busca y captura. Lleva ya más de un mes en un calabozo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Qué? ¿Pero cómo coño van a meter al paladín entre rejas? –preguntó el licántropo–. Si no da un paso sin sopesarlo primero y estar seguro de que su dios no va a encabronarse con él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pues lo han hecho. Llegaron con un documento firmado por los tres dirigentes de la Orden, con el sello de Onour lacrado y todo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¿Y lo aceptasteis así, sin más? –se extrañó Pallas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡Por supuesto que no! Nos cerramos todos en torno a él, dispuestos a luchar, pero estábamos en clara desventaja. No nos importó. Hemos salido de situaciones peores. Kai y yo nos ocupamos de un par de ellos, Sad de otro... Como siempre. Pero nos redujeron –su voz reflejó la rabia contenida que le hacía arrugar la frente y apretar los dientes al hablar–. Parecían saber todos y cada uno de nuestros puntos débiles. Y, casi sin darnos cuenta, estábamos derrotados. Los paladines dijeron que no tenían órdenes de arrestarnos al resto y que, si Francis se entregaba sin oponer resistencia, nos dejarían marchar. Y como el paladín es tan estúpidamente noble, se entregó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Dí más bien que es noblemente estúpido –gruñó el lobo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Pallas sonrió. Aquella reacción era tan típica del paladín que, si no la hubiese tenido, habría pensado que no se trataba del verdadero Francis.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Obviamente, no íbamos a dejarlo solo. Después de todo, nos dirigíamos hacia Astaroth desde un principio. Allí las cosas no están bien para él –siguió Ela–. Se le acusa de convivir con seres oscuros, ayudar a vampiros, licántropos, demonios y demás familia. Y creo que han añadido también el vivir como mercenario, pues acepta dinero a cambio de ayudar a los demás.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–¡No pretenderán que lo hagamos por amor al arte, ¿no?! –Gruñó otra vez Clyv, con una expresión más seria de lo que era habitual en él, señal de que estaba empezando a enfadarse–. ¡Por los fuegos del Abllos! Estos paladines no son más anormales porque no se entrenan para ello. ¡¡Menuda gilipollez!!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–Pues por esa gilipollez van a juzgar a nuestro amigo. Van a someterlo a un Concilio de Paladines. Es una especie de tribunal supremo, cuyas decisiones son inapelables. Podrían expulsarlo de la Orden o incluso... –la voz de la elfa se quebró y no pudo seguir hablando. Sus ojos se llenaron de lágrimas de impotencia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Todos los presentes entendieron, sin embargo, las implicaciones de aquella frase dejada en el aire. Los paladines, no sólo los de Onour, se caracterizaban por la rectitud de sus actos y por una defensa a ultranza del orden y la ley. No importaba cuál fuera, no admitían excepciones. Parecían pensar que, si ellos no defendían la ley de los dioses por encima de todo, nadie lo haría. Con el resto del mundo se permitían ser piadosos, como un privilegio que se concede a aquellos que no puede evitar desviarse del camino correcto. Pero entre sus filas eran demasiado intransigentes. Era todo o nada. No se perdonaban errores, no se permitían faltas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">A pesar de que en los últimos años muchas de esas estrictas exigencias se habían relajado, enfrentarse a un Concilio era estar cara a cara con la ley de los dioses, desarmado, con el alma desnuda, pues ninguno de tus actos encontraría una justificación lo bastante fuerte para rozar el perdón.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">–El juicio estaba previsto para hace tres semanas –Elanor rompió el tenso silencio que se había adueñado de la gruta, perturbado únicamente por el romper de las olas del mar en el exterior–, pero logramos convencer a los dirigentes de la Orden para aplazarlo un poco más. Queríamos reunir toda la ayuda que pudiésemos. Tenemos que interceder por él. Estoy segura de que si, en lugar de ser nosotros, Francis viajase con un puñado de aprendices de paladín o, simplemente, que fueran humanos, nada de esto estaría pasando. No es justo que se enfrente a un Concilio sólo porque no aprueben a sus amigos.</span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Continúa en: <a href="http://islaseneidicas.blogspot.com.es/2012/05/el-juicio-de-astaroth-capt-iv-paladines_17.html" target="">Paladines y reglas estúpidas. (III)</a></span></div>
Pallas Ateneahttp://www.blogger.com/profile/12357106652498526759noreply@blogger.com2