jueves, 25 de agosto de 2011

LVDLL Epílogo. Regreso a casa.


- Al fin una posada - sonrió Pallas al ver la luz del fuego escapando por las ventanas de las casas de la aldea cercana y los hilillos de humo subiendo hacia el cielo desde las chimeneas - Esta noche no dormiremos a la intemperie.
- ¿Desde cuándo te has vuelto tan exigente? Pegarte la vida de gran señora te ha malacostumbrado, ¿eh? - se burló amistosamente el samurai.
- Claro que no. A mí me da igual, pero Niké va a pillar un buen tabardillo - rebatió la bruja volviendo a colocar por enésima vez la capa de Clyven sobre el cuerpo de la niña, que se había quedado dormida sobre la espalda de su padre, que la llevaba a caballito.
- Ya seguro. Ahora me vienes con el cuento de madre preocupada.
- Soy una madre preocupada - remarcó haciendo énfasis en el verbo, fingiéndose ofendida.
Sus pasos les llevaron, por el camino de tierra hasta la entrada de la villa, donde preguntaron al primer transeúnte dónde podían hospedarse. El lugareño les indicó una posada que se alzaba al final de la segunda calle que se abría a la izquierda. Y hacia allí se dirigieron.

El local no estaba lleno a rebosar, pero sí concurrido. La mitad de las mesas estaban ocupadas y completamente cubiertas de platos y jarras con muy diverso contenido. Cyrus eligió una mesa al azar y juntó dos de las sillas. Cogió con cuidado a Niké de la espalda de su padre y entre ambos la acomodaron en los dos asientos, para que siguiese durmiendo. Mientras tanto, Pallas fue a tratar con el tabernero sobre las dos habitaciones y la cena que iban a consumir.
El posadero le entregó las llaves y de una voz ordenó a una de las personas que estaban en la cocina que saliese a atenderles. La joven salió a los pocos segundos, con gesto de fastidio. La entrada de nuevos clientes había interrumpido su actividad en la cocina que, a juzgar por el tono que empleaba y la rapidez que se daba en atender sus quehaceres, le resultaba más gratificante que el trabajo.
- ¿Os pongo algo?
- Pues sí, bastante - sonrió el samurai mirándola de arriba abajo, con especial atención a las curvas de su pecho.
La muchacha puso los ojos en blanco. Aquella respuesta ya estaba demasiado gastada para su gusto. Trabajar en una taberna por la que pasaban decenas de hombres al cabo del día y en la que la mayor parte de ellos acababan borrachos ya la había acostumbrado a ese tipo de comentarios.
- Tendrás que ponerte a la cola entonces, guapo. Medio pueblo va antes que tú. ¿Quieres comer algo mientras esperas? Hay estofado de buey y pollo a la brasa.
- No te esfuerces, Cyrus. Ésta ya tiene quien le caliente la cama y me da en la nariz que les hemos interrumpido - espetó Clyven en voz baja, intentando que únicamente lo escuchase el samurai, pero su voz llegó hasta oídos de ambas mujeres. Una se sonrojó y la otra le dio un puntapié por debajo de la mesa.
- Yo quiero pollo - pidió la bruja para cambiar de tema.
- Yo también - se sumó el licántropo - Uno entero - puntualizó.
- Pues pollo para todos, ¿qué le vamos a hacer?
La camarera se marchó tras escuchar también las bebidas que debía servir: dos jarras de cerveza y una copa de vino. Trasladó el pedido al tabernero y volvió a perderse en la cocina, donde empezó a escucharse el trajín de los platos y las cazuelas. El posadero les llevó las bebidas sin abrir la boca y no volvió a acercarse hasta que los platos estuvieron listos.
El jaleo de la taberna despertó a la pequeña Niké, que se sentó en una de las sillas sobre las que estaba tendida, frotándose los ojitos. Comió un poco de carne que le picó Pallas, entre cabezada y cabezada, y volvió a quedarse dormida usando la pierna de Clyven a modo de almohada.

Cuando ya no quedaba nada en los platos y sus jarras se habían vaciado por tercera vez, Cyrus se desperezó estirando los brazos hacia arriba con un bostezo.
- Bueno, creo que yo me voy a ir a dormir - dijo tendiéndole la mano a Pallas para que le diese una de las llaves - Buenas noches - concluyó guardándola en el bolsillo, poniéndose en pie y cogiendo a Niké en brazos.
- ¿Qué haces? - preguntó el lobo.
- Me voy a la cama.
- Con la niña - especificó.
- Me la llevo - sonrió Cyrus al ver que el lobo alzó la ceja; no le seguía el juego.
- Si vas a usarla para dar pena y llevarte a una mujer al huerto, como haces siempre...
- Vamos a ver, pecholobo - interrumpió el oriental - Esto es como en los cuentos. ¿Quién ha rescatado a la princesa? Yo. ¿Quién se la queda? Yo. Tú confórmate con la bruja - sonrió guiñándole un ojo a la pareja enéidica y subiendo las escaleras hacia la habitación de la posada.
Hacía cuatro días que habían salido de Gyenhäll. Era la cuarta noche en su camino y las tres anteriores Clyven no había hecho otra cosa que dormir abrazado a su mujer, con la niña entre ambos.
Pero Cyrus sabía que el lobo y la bruja necesitaban algo más. Un reencuentro menos concurrido. Una noche para hablar y no hablar. Para aclarar todos aquellos detalles pendientes que la separación había dejado entre ellos y prodigarse besos y caricias hasta el agotamiento. Una noche en pareja. Así que sólo por esa vez, sin que sirviera de precedente, él, Cyrus Zeal, iba a renunciar a seducir a alguna mujer de la aldea y hacerse cargo de la pequeña Niké.
Abajo, aún junto a la mesa, Pallas tomó la mano de Clyven y echó a andar hacia las escaleras. El licántropo la siguió sin abrir la boca hasta que la hechicera lo hizo entrar en la habitación y cerró la puerta, apoyándose en ella. Clyven se acercó para acorralarla contra la madera, apoyando su antebrazo junto a la cabeza de la bruja y esbozando una media sonrisa.
- ¿A qué me has traído aquí, preciosa?
- A dormir, por supuesto.
- Ya, claro. Pero yo no estoy cansado.
- Lo estarás, créeme, lo estarás - aseguró ella en el ultimo segundo antes de que sus palabras murieran entre los labios de Clyven.
El licántropo le rodeó la cintura con los brazos y la apretó contra sí hasta notar cómo los talones de la hechicera se despegaban del suelo. Sin dejar de besarla, caminó con ella hasta el borde de la cama y la hizo caer bajo él sobre el colchón.
Rompió el beso para mirarla a los ojos, muy cerca, a horcajadas sobre sus caderas, mientras sus expertas manos iban aflojando el cierre del corpiño, abriéndose paso hacia la suave piel de la bruja. Recorrió con las yemas de los dedos las curvas de sus senos, notando como se erizaba la piel de su mujer ante el calor que la suya. Bajó por su vientre hasta sus caderas y aflojó las tiras de cuero que cerraban el pantalón, que había sustituido al vestido negro con el que saliera de Gyenhäll en cuanto tuvo oportunidad de cambiarse.
Tiró con suavidad de la tela para deslizarla por los brazos de Pallas y la dejó caer al suelo cuando dejó de cubrir su cuerpo. Las botas y el pantalón de la hechicera corrieron la misma suerte. Y la observó. Con detalle, como si fuese la primera vez en su vida que la veía desnuda.
- Hacía mucho que no me mirabas así, Clyv.
- ¿Así, cómo?
- Como ahora, como si fuese una presa que vas a devorar.
Por toda respuesta, el licántropo apresó sus manos a ambos lados de su cabeza y se recreó mordiéndole el cuello. El sabor de aquella piel le embriagaba y sabía que, si había algo que de verdad desatase la pasión en su mujer, era su forma de morder cada resquicio de su cuerpo.
Pallas liberó sus manos de los dedos del mercenario y empezó a despojarlo de su ropa, con la dificultad que conllevaba tenerlo sobre ella. El lobo gruñó cuando le obligó a dejar su cuello para quitarle la camisa, pero el mal humor se esfumó cuando las manos de la hechicera bajaron de nuevo hacia sus pantalones.
- Veo que te alegras de verme - rió ella, empujándolo de los hombros para quedar sobre él antes de continuar jugando.
El lobo aprovechó para dejar caer sus pesadas botas de cuero a los pies de la cama, donde el resto de su ropa no tardó en acudir a hacerles compañía.
- Y más que me voy a alegrar - respondió al notar el primer roce de los labios de la bruja por su piel.

Despacio, con cuidado de no despertarla, el samurai tiró de la manta para arropar a la pequeña. Apartó un mechón de pelo que le caía sobre los ojos cerrados y lo dejó caer por el otro lado de su cabeza. Varios cabellos le hicieron cosquillas y la obligaron a arrugar la nariz, como un conejito que olisquea una sabrosa zanahoria, pero no llegaron a despertarla. El hombre sonrió mirando el dulce rostro iluminado por el tenue resplandor de la luna. No era la habitual sonrisa que mostraba siempre, pícara, traviesa y un poco lasciva. Ésa que dedicaba a todas y cada una de sus amantes. Aquella era una sonrisa tierna, fraternal. Acomodó la cabeza en la almohada y murmuró sin dejar de mirar el rostro de la persona con quien compartía la cama.
- Creo que eres la primera mujer con la que me dedico única y exclusivamente a dormir. 
Se dio la vuelta y se colocó mirando al techo, con una mano tras la nuca. Su movimiento sacudió un poco la cama y su acompañante se removió, recolocándose. Ocupaba más de la mitad del lecho, dejando al rubio guerrero oriental casi fuera de él, pero por ser quien era, se lo permitía. Después de todo, para eso estaba él allí, para malcriarla y consentirla.
Sus ojos pasearon por la habitación de la posada hasta clavarse en la pared que tenía a la derecha. Sabía lo que estaba pasando tras ese muro de madera, aunque era lo suficientemente grueso para evitar que le llegasen los detalles, había sonidos que no podía ocultar y menos para alguien con tanta experiencia como él. Al otro lado había quienes tenían que recuperar el tiempo perdido. 
Alzó la ceja cuando escuchó un golpe contra la pared y giró la cabeza para mirar a la persona que casi lo tiraba de la cama.
- Desde luego es bruto para todo - murmuró, aunque no esperaba obtener respuesta - Si es que... menos mal que te he traído conmigo. ¿Qué ibas a haber hecho tú hoy sin el tío Cyrus, eh?
Volvió a apartar el mechón de pelo de los ojos de Niké, pensado fugazmente en que se alegraba de que estuviese allí, con él, en vez de muerta, como había creído hasta hacía muy pocos días. Sacudió la cabeza desechando esa idea y, antes de que el sueño lo venciese, el último pensamiento de Cyrus Zeal fue para recordar fugazmente cómo había llegado hasta allí.

Muchos días de camino se sucedieron hasta que divisaron por fin las murallas de Camelot.
- Mira, mamá. ¡Es casa! - exclamó Niké señalando con el dedito la colina sobre la que se alzaba la fortificada ciudad antes de echar a correr por el camino.
- Niké, no te alejes demasiado - le advirtió su madre.
- ¡¡Corre, tío Cyrus!! ¡¡Vamos a casa, que voy a enseñarte mi espada!!
- Ahora voy, preciosa. Adelántate tú y vete preparando para perder.
- Te voy a ganar, porque mi espada es mejor que la tuya - canturreó la niña, haciendo burla al samurai, antes de continuar su carrera hacia la capital del reino.
Tal era su deseo de alcanzar su destino que apenas se detuvieron lo justo para comer, de modo que a la caída del sol tenían Camelot al alcance de la mano. Niké no pudo resistir durante más tiempo las ganas de enseñarle a su tío Cyrus su juguete preferido y aceleró el paso, tirando de la mano del samurai. Sin embargo sus ilusiones quedaron reducidas a cenizas, al igual que había quedado la mayor parte de su casa.
- Hala. ¿Qué le ha pasado a casa?
- Se quemó cuando mamá y tú fuisteis al castillo ése, sobre el río, ¿te acuerdas? - Niké asintió con la cabeza, pero su rostro revelaba a Cyrus que no era cierto, que esperaba encontrar su casa tal y como ella la recordaba - Por eso papá y mamá te han dicho que vais a pasar unos días en la taberna, hasta que la arreglen.
- Y entonces... ¿no puedo coger mi espada? - indagó señalando el hueco de la puerta, taponado con escombros.
- Seguramente también se haya quemado.
Los ojos de la niña se tornaron vidriosos y su boca se contrajo como siempre que iba a empezar a llorar. Llevaba todo el camino de regreso a casa ilusionada con la idea de enseñarle a Cyrus su espada y jugar con él hasta el agotamiento. Y ahora no podía.
- ¡Eh! No llores, Niké - la consoló el samurai acuclillándose para quedar a su altura y acariciando su carita para limpiar las lágrimas - ¿Sabes qué? Vamos a ir tú y yo ahora mismo a la Calle de los Artesanos a comprar una espada mucho mejor que la de antes, ¿vale? Y veremos si con ésa eres capaz de ganarme.
La lobezna asintió y se abrazó al cuello de su tío Cyrus, quien se levantó con ella en brazos y echó a andar hacia la calle donde solían instalarse los artesanos, rogando que alguno de ellos estuviese dispuesto a venderle a aquellas horas una espada de madera.
Niké se entusiasmó en seguida eligiendo su nuevo juguete. Quiso probarlas todas y debido a su fuerza de licántropo, Cyrus tuvo que pagar tres para llevarse una.
- Con ésta me ganas seguro, princesa - sonrió el samurai pagando el juguete y saliendo con la niña de la mano.
- De que lleguemos a la plaza peleamos, ¿vale? - insistió la pequeña, ansiosa por jugar.
- Claro, preciosa, a ver si de verdad eres tan buena como dices.
- Al tío Francis le gano y a papá también.
- Pero el tío Francis y papá no son el tío Cyrus, ¿verdad? - rió guiñándole un ojo.
Ella negó con la cabeza y lo siguió con una gran sonrisa en la cara. Al llegar a la plaza central, donde se alzaba la taberna "Excálibur", Pallas y Clyven los estaban esperando junto a la fuente.
- Mira mami - saludó Niké, enseñándole la espada de madera - Me la ha regalado el tío Cyrus.
Pallas se acuclilló a su lado acariciándole el pelo.
- ¿En serio? ¿Y le has dado las gracias?
Niké se abrazó a las piernas del samurai.
- Gracias, tío Cyrus.
El rubio oriental acarició la cabecita de la niña mientras su otra mano soltaba la no-dachi de su cinto.
- Veamos si sabes usarla tan bien cómo dices, Niké - retó separándose de ella y alzando la guardia, con la hoja de su katana bien protegida dentro de la vaina.
La pequeña licántropo asintió y alzó su espada, imitando la pose de su rival. En él resultaba inquietante, en ella demasiado cómica. Cyrus esperó a que ella diese el primer paso y se dedicó a detener los golpes que podían ser demasiado certeros. Hizo a Niké girar a su alrededor entre estocada y estocada y, cuando consideró que la lucha había durado suficiente, dejó que la espada de madera golpease su muslo, reduciendo su impulso con la vaina de la katana.
- Ahhhh - fingió retorcerse de dolor, apoyando la rodilla en el suelo - Me has dado. Me rindo, me rindo.
Niké sonrió triunfal y canturreó su victoria dando alegres saltitos alrededor de su vencido rival. Cyrus se puso en pie y se sacudió el hakama, volviendo a colocar en él la no-dachi.
- Venga, Niké, vamos a celebrar que me has ganado.
- ¿Con cerveza? - preguntó ella feliz de demostrar que podía vencer a cualquiera de sus tíos, sin percatarse en su inocencia de que siempre la dejaban ganar.
- Claro que sí. Ya eres toda una guerrera así que tienes que beber cosas de mayores.
Y con la niña de la mano, echó a andar hacia la taberna, siguiendo a Pallas y Clyven.

El sol brillaba ya alto en el cielo cuando Cyrus acabó de atar el último de sus fardos.
- ¿Estás seguro de que no quieres quedarte más tiempo? - insistió Pallas, a pesar de que ya había recibido muchas negativas la noche anterior.
- Si fuese en vuestra casa, sabes que me quedaría, pero últimamente prefiero no pasar demasiado tiempo en las ciudades. Y menos en ésta.
-Si es por el dinero, no lo hagas. Nana nos dio suficiente para poder pagar la taberna durante un mes.
-¿Por dinero? Pall, los tres sabemos lo que hay. Además, aquí ya conozco a todas las mujeres guapas -sonrió altanero-. No dudo que todas quieran repetir, pero hay muchas otras mujeres hermosas que necesitan que les enseñe lo que es bueno. Jajajaja. En fin -dijo echándose el más pesado de sus bultos al hombro y cogiendo el resto en la mano-, me he alegrado mucho de haberos encontrado y todo eso. Ya nos veremos -se despidió, echando a andar hacia la puerta de la habitación que había ocupado.
-Cyrus -el oriental se giró para mirar una última vez a la hechicera, esperando que continuase-. Tú nunca has dejado de ser parte de esta familia. Haya pasado lo que haya pasado. Lo sabes, ¿verdad?
-Por supuesto -respondió guiñándole un ojo-. Soy demasiado guapo para que puedas prescindir de mí, Pall. Algún día reconocerás que te mueres de ganas de pasar de Clyven y tener una noche de lujuria y pasión conmigo.
-Más quisieras -rió el licántropo.
-Ya lo verás, pecholobo. El día que menos te lo esperes te levantarás con un bonito par de cuernos en la cabeza, con mi cara en ellos.

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