miércoles, 24 de agosto de 2011

LVDLL VII. Hasta que la muerte nos separe. (II)

- Eso significa que el hechizo sólo se romperá si las mato a ellas - pensó en voz alta el licántropo, girándose para encarar a Althía, que abrazaba a la niña con fuerza contra ella, tapándole la cara para que no viese la terrible situación en la que se encontraba su padre, pero incapaz de marcharse de allí y dejar sólo a Ëleon.
- O... - respondió Cyrus animando al lobo a seguir con sus deliberaciones.
- O a él - sentenció el lobo clavando de nuevo su mirada en Ëleon - Llévatelas, Cyrus. No quiero que Niké vea esto.
- Vale - el samurai se encogió de hombros y envainó la No-dachi.
Apenas había alcanzado, llevándose de allí a Pallas y Niké, el arco contrario a aquel por el que había entrado el comandante cuando Ëleon asió su espada con ambas manos y la descargó hacia Clyven, intentado aprovechar que los ojos del mercenario seguían al samurai, pero no tuvo opción de matar a su oponente pues lo que tenía ante sí no era ya un humano. Casi a la misma velocidad que la hoja de su espada cortaba el aire, el cuerpo de Clyven había cambiado, revelando su condición lupina. Había aumentado de tamaño. Era por lo menos veinte o veinticinco centímetros más alto y su musculatura se había doblado. Ëleon no pudo determinar con exactitud hasta dónde llegaba su cuerpo, pues el pelaje negro que lo cubría no le permitía apreciar qué parte se debía a músculo y cuál al largo y espesor del pelo.
El filo abrió un corte en el brazo de Clyven, largo y sesgado, pero no profundo. La sangre apenas resbaló por su piel, frenada por el pelaje. El gruñido del lobo casi lo hizo caerse al suelo, aterrado. Había luchado contra hombres, elfos y vampiros, contra orcos, contra trolls y goblins, e incluso con alguna que otra criatura de la que no conocía el nombre, pero era la primera vez en su vida que tenía a un licántropo tan cerca. Había visto que era un luchador experimentado, demasiado fuerte e incluso demasiado ágil para su tamaño. Ahora todo tenía explicación. El miedo era patente en los ojos del comandante y supo que su juramento iba a cumplirse. Hasta que la muerte nos separe. Y esa muerte llegaba en forma de Clyven.
El licántropo agarró a Ëleon del cuello con la mano izquierda, sin prestar atención a si sus garras hendían o no la piel de su enemigo. Sería rápido. Niké y Pallas estaban cerca y no quería que ellas viesen el sufrimiento innecesario de aquel hombre. Sus fuertes garras se hundieron en el estómago del soldado, dejando cuatro perfectas líneas paralelas, profundas, por las que salía sangre en abundancia.
- ¡¡Ëleon!! ¡¡NO!! - la mujer quiso correr y detener a aquel que estaba a punto de acabar con la vida de su esposo, pero Cyrus se lo impidió, sujetándola con firmeza por los hombros y la cintura. Su voz gritando el nombre del comandante resonó en por el corredor - ¡¡ËLEON!!

Clyven lo soltó tras un segundo desgarro, realizado para asegurarse que nada ni nadie arrancaba aquella presa de su viaje al Reino de los Muertos. Necreonte se encargaría ahora de él. Ëleon cayó de rodillas, con la mirada perdida y el gesto contraído por el dolor. Se llevó las manos al vientre, pero nada podía evitar la salida a borbotones de la sangre. Empezó a notar un sabor amargo en la boca y un hilillo rojo escapó de la comisura de sus labios para correr hacia su cuello. Clyven le dio la espalda y se alejó unos pasos de él.
- ¡¡ËLEON!! - chilló desesperadamente su mujer escapando del abrazo del samurai.
El comandante cayó hacia un lado con un golpe sordo, completamente inerte. Aferrando el último aliento a sus pulmones. Althía se dirigió hacia el asesino, que había recuperado su apariencia humana y la miraba en silencio, y comenzó a golpear con furia con los puños contra su pecho, mientras le gritaba sin cesar y gruesas lágrimas bañaban sus sonrojadas mejillas.
- ¡¡Bastardo!! ¡¡Malnacido!! ¡¡Desgraciado!! ¡¡No eres más que un asesino!! ¡¡No mereces vivir!! ¡¡Te odio!! ¡¡TE ODIO!!
Clyven aguantó todos y cada uno de los golpes sin moverse, todas y cada una de las palabras, que no eran tan fuertes como los que usaba generalmente Pallas, pues aquella mujer no era ella. Y, sin embargo, no soportaba ver llorar aquellos ojos oscuros. Esas lágrimas le dolían más que cualquier contusión, más que cualquier herida, más que regarle la sangre con plata. Y lo que más daño le hacía era que caían por otro hombre. En el más absoluto de los silencios, el lobo abrazó a la mujer que tenía frente a él y que continuaba gritándole y golpeándole sin descanso. La abrazó con firmeza, rogándole sin palabras que, aunque fuese por un instante, volviese a ser sólo para él. Pero era inútil.
Althía dejó de golpearlo y rompió en un profundo y amargo llanto, apretando entre los dedos los jirones de su camisa, dejándose caer entre sus brazos, de modo que sólo la fuerza de Clyven la sostenía en pie.
El mercenario cerró los ojos y, pasados unos segundos, aflojó el abrazo. Ëleon había muerto, pero nada había cambiado. ¿Acaso eso iba a ser todo? ¿Tenía que resignarse a perderla de nuevo después de haberla encontrado?
Dejó salir el aire que le ardía en los pulmones, como si fuese su último aliento. Sin darse cuenta llevaba aguantando la respiración desde que Althía había empezado a golpearlo.
No tenía sentido seguir aferrándose a un imposible. Aquella mujer que tenía delante únicamente era Pallas en apariencia, pues el alma de la hechicera ocupaba el lugar que correspondía a la mujer del comandante.
Había muerto. La había perdido. Y tenía que sobrevivir con ello.

De repente notó cómo las manos de la joven subían hacia su cuello, cómo pegaba su cuerpo contra él, cómo sus labios, cálidos, húmedos y salados por las lágrimas, buscaban los suyos con avidez. Y respondió. La agarró con firmeza, rodeando su cintura con ambos brazos, levantando sus talones del suelo, y la besó hasta quedarse sin resuello. Aquellos besos eran demasiado embriagadores para él como para rechazarlos. 
- Clyven - susurró la hechicera rompiendo el beso para mirarlo a los ojos, con las manos en sus mejillas y sus narices casi tocándose - Estás aquí... Mi Lobito... 
Se mordió el labio inferior con una sonrisa. Aquella enorme y limpia sonrisa que le devolvía la vida al mercenario. Seguía llorando pero el brillo de sus ojos había cambiado. Buscó refugio contra el pecho del licántropo y allí permaneció, escondida entre los fuertes brazos que volvían a rodearla por los hombros, escuchando el acelerado latido del corazón del asesino, hasta que él la separó para besarla de nuevo, dejando la marca ensangrentada de sus dedos en la mejilla de la hechicera.

Cyrus sonrió al sentir la manita de Niké agarrando sus dedos y tirando de ellos para llamar su atención.
- Tío Cyrus - el samurai no sabía muy bien por qué, pero aquel apelativo le sonó mejor que nunca - Esto no es casa.
Se acuclilló para quedar a su altura y le revolvió pelo. La pequeña miraba todo desorientada. Lo último que recordaba era que su madre le había dicho que iban a regresar a casa, pero aún no habían vuelto.
- No, enana, no es casa. Es un sitio muy feo del que vamos a irnos pronto.
- No es un sitio feo. Es la casa de la niña enferma. ¿Has venido a verla? Mamá dice que hemos venido a verla para que se ponga contenta. Pero yo me aburro. Quiero volver a Camelot y jugar en el bosque y en la plaza y echar carreras y jugar al escondite. ¿Sabes que siempre gano al escondite?
- Claro, porque tienes muy buen olfato - rió dándole con el dedo en la punta de la nariz y hundiéndosela suavemente - Pero no, no hemos venido a ver a nadie, Niké. Tu padre y yo hemos venido para llevaros a casa.
- ¡¡Bien!! - festejó ella ilusionada - ¿Y cuándo nos vamos? Yo quiero ir a casa y enseñarte mi nueva espada. Ya verás, es así de grande - exageró estirando mucho los brazos.
- ¿En serio?
- Sí - asintió ella con rotundidad y un enérgico cabeceo - y vamos a pelear y te voy a ganar.
- Eso ya lo veremos, preciosa - concedió guiñandole un ojo.
- Pero vayámonos ya - dijo ella quejosa tirando de la mano del oriental.
- No podemos irnos hasta que tus padres dejen de comerse la boca - respondió resueltamente el oriental, poniéndose en pie y cogiendo a la niña en brazos, que arrugó la naricilla por el fuerte olor a sangre que desprendían las ropas del guerrero.
La hechicera y el licántropo se separaron riendo al escucharlo y miraron a su hija, que olisqueaba al samurai.
- Hueles raro - indicó ella sin ningún reparo.
- ¿Sí? Pues espera a oler a tu padre.
- Su padre huele perfectamente - contestó Clyven llegando hasta ellos con el brazo sobre los hombros de Pallas, pegándola contra su cuerpo.
La bruja se soltó y cogió a su hija de manos del samurai, echando a andar con ella encajada sobre la cadera.
- La verdad es que os hace falta un buen baño a los dos.
Y ambas empezaron a reír.

- Shh - chistó Clyven y las dos callaron al instante - Alguien viene.
Una persona se acercaba. Humano, identificó el fino olfato del lupino. Con un cabeceo le indicó a Cyrus que tomará posiciones. El samurai se escondió tras una de las columnas que franqueaban el arco por el que habían entrado, justo delante del cuerpo de Ëleon. Desenvainó lentamente la katana para evitar que el leve sonido metálico pudiese alertar al recién llegado.
Clyven se apostó frente a él, lo suficientemente lejos de la columna para que no pudiesen verlo a través del arco, pero intentando quedar lo más cerca posible para abalanzarse contra su enemigo, agazapado en el suelo.
Pallas pegó la cabeza de Niké contra su hombro. La pequeña tenía muy bien aprendido que cuando alguno de los adultos la cogía así tenía que estarse muy quietecita y en silencio.
Apenas unos pocos segundos más tarde, una mujer hizo su aparición a través del arco del patio. Pallas la reconoció al instante. Era una de las sirvientas de Ëleon, aquella a la que llamaban Nana. Llevaba en las manos cesto de mimbre lleno de ropa para lavar, que cayó al suelo cuando la mujer vio venir hacia ella la espada oriental y los puños del mercenario. Gritó asustada e intentó cubrirse, aunque sabía que sería inútil intentar frenar una espada con los brazos desnudos.
- ¡Clyven, no!
Pallas los detuvo con una tajante orden, que dejó al licántropo a punto de descargar su brazo contra los huesos de la pobre mujer y a Cyrus con tanto impulso para hacer girar su espada que le fue imposible detenerla a tiempo y lo único que pudo hacer para evitar degollar a la sirvienta fue soltarla y que la No-dachi acabase clavándose en las enredaderas que cubrían la celosía de uno de los arcos. Fuese lo que fuese lo que la traía hasta allí, no representaba peligro alguno y Pallas no iba a permitir que sufriese un innecesario daño. El mercenario y el samurai la miraron interrogantes. La hechicera se acercó.
- Nana, ¿estáis bien?
La sirvienta asintió todavía asustada y se agachó para recoger el cesto y las prendas que había salido de él. Antes de que sus manos asiesen la tela, sus ojos se fijaron en uno de los surcos entre las piedras del suelo, por el que poco a poco se iba extendiendo un filo de sangre. Fue entonces cuando descubrió el cuerpo caído de Ëleon y ahogó un grito cubriéndose la boca con una mano. Dio un par de pasos sin llegar a incorporarse y se arrodilló junto a él.
- ¡¡Por Onour bendito!! ¡¡Por la Diosa Asanda!! Mi señor Ëleon...
- Él solo se lo buscó, por tocar mujeres ajenas - rezongó Clyven, ganándose una mirada de reproche de la hechicera. En silencio dio gracias a la diosa Shyd por devolvérsela - ¡Eh! No me mires así, Pallas, era necesario para romper el hechizo.
- Pallas - repitió Nana aguantando la respiración un instante. Se giró hacia la hechicera, mirándola como si de un fantasma se tratase - Por los Dioses... ¿de verdad sois vos?
- Así es.
- Y... ¿mi señora? ¿La niña Altaír? - preguntó mirando a ambos lados, con la esperanza de verlas aparecer por algún punto del patio.
- No sabemos si están vivas en algún lugar, pero es poco probable - informó Pallas, intentando decirle la triste noticia del mejor modo posible.
Nana escondió el rostro entre las manos. Respiró con profundidad varias veces para recuperar la compostura y se descubrió, recogiendo el bulto del suelo antes de levantarse.
- Mi señora no quería esto ocurriese - dijo en un susurro - Sufrió mucho cuando descubrió que no era ella, sino vos - Pallas le puso la mano en el hombro, animándola a continuar. Nana se tomó unos segundos para evitar el llanto antes de añadir - Se había convertido en una persona triste. Más de una vez la descubrí llorando. Incluso el señor y ella dormían separados. La señora Althía decía que sería así hasta que encontrasen un remedio a esta situación. Pero sobre todo sufría por la niña. Vos sois madre, señora... pensad por un momento cómo sería mirar a vuestra hija y comprobar que no es ella. Me apena tanto saber que ya nunca volverán a ser felices - logró balbucir entre sollozos antes de cubrirse de nuevo el rostro con las manos, dejando salir el llanto sin reparos.
- Tienes suerte de que no le haya pasado nada, Pall - intervino Cyrus tomando con devoción la No-dachi en las manos tras recuperarla de entre las hojas de la enredadera donde había quedado enganchada, examinando cada centímetro de su filo para ver si había sufrido el más mínimo daño - Si se llega a estropear por tu culpa te mando de una patada al Imperio a traerme otra. Pecholobo - añadió girándose hacia Clyven - ¿Has pensado cómo salir de aquí? No creo que decirles a los de la puerta "oid, amigos, acabamos de cargarnos a vuestro jefe, así que tenéis el día libre" nos facilite el paso.
- El cambio de guardia será dentro de muy poco - informó Nana levantando la cabeza para mirarles, secándose las lágrimas con los dedos - No tendréis tiempo ni de cruzar el puente.
- ¿Y si nos la llevamos de rehén? - sugirió el lobo señalando con el pulgar a Nana, hablando como si ella no estuviese presente.
- Ni se te ocurra, Clyven - atajó la bruja al ver la palidez que de repente había adquirido el rostro de la sirvienta - No vamos a hacerle daño.
- Yo... conozco una salida - susurró Nana - Desde la habitación del señor hay un pasadizo que va a dar fuera de las murallas. Los soldados no lo conocen.
- ¿Y por qué ibas a decirnoslo? - preguntó el desconfiado mercenario.
- He cuidado a la señora Althía desde que era una niña. La conozco. Sé que ella querría que os ayudase, aunque únicamente fuese por compensar mínimamente el daño que os ha causado.
- ¿Sólo eso?
- Por favor, señora - se dirigió a Pallas, pensando que tal vez ella fuese menos reticente a sus palabras - No hay demasiado tiempo. Vos habéis tratado conmigo antes de que todo este horrible suceso tuviese lugar. Sabéis que no os deseo ningún mal... y mucho menos a la niña. Confiad en mí, os lo ruego. Si los soldados os encuentran aquí no dudarán en atacar y yo no podría soportar que le pasase algo a la niña. La señora Althía y la niña Altaír eran muy importantes para mí. Ya que por ellas no puedo hacer nada, al menos dejad que lo haga por vos.
La hechicera enéidica dejó a su hija en el suelo, a su lado y sostuvo la mirada de la mujer durante unos segundos.
- Esta bien, llévanos hacia esa salida.
- Pero Pall... - quiso oponerse Clyven.
- No tenemos más opciones, chicos. Vosotros estáis ya heridos y yo no voy a arriesgarme a que lleguen los soldados y le hagan algo a Niké.
- ¿Esto? - dijo el samurai examinando la sangre que manchaba su ropa como si acabase de percatarse de su existencia - ¡No son más que rasguños! ¡Con cosas peores hemos peleado! No son más que un puñado de soldados.
- Si hay una posibilidad de escapar sin derramar más sangre, la tomaremos. Nana, llevadnos, por favor - pidió tomando a Niké de la mano.
La sirvienta los guió por el mismo camino que había seguido el comandante para bajar de la biblioteca, pero al llegar a, pasillo no lo recorrió hasta el final, sino que se detuvo en la primera puerta a la derecha. La abrió y entró a la habitación. Era un salón amplio, decorado con tapices en las paredes y con una gran chimenea en el centro de la pared que quedaba a su izquierda. Había muchas butacas repartidas aleatoriamente y una mesa en la que alguien había estado jugando con naipes. Nana la recorrió con paso ligero, seguida de Pallas y Niké, que tenía que correr para poder seguir el ligero paso de los adultos, Cyrus y Clyven, que cerró la puerta tras él.
Salieron por la puerta que estaba justo enfrente de aquella por la que había entrado, para dar a un pasillo similar al anterior, donde se encontraban las habitaciones. Nana abrió la tercera puerta de la derecha y entró. Se dirigió al armario que allí había y lo abrió de par en par. Sacó ropa e hizo un hatillo con una de las sábanas que llevaba para lavar. 
- Tened. He puesto la ropa que llevabais al llegar y unos cuantos vestidos de la señora Althía y la niña Altaír - informó poniendo el bulto en manos de Pallas. Acto seguido se dirigió al escritorio y sacó un tintineante saquito de cuero, que también entregó a la bruja - y aquí hay un puñado de monedas, para el viaje.
Pallas sopesó el dinero y abrió el saquito para comprobar que eran monedas de oro y plata. Allí había más de lo necesario para el viaje. Con un poco de suerte hasta podrían pagar una pequeña parte de la reconstrucción de su casa. El dinero le venía de perlas, pero aún así, no se sentía cómoda cogiéndolo. Sobre todo considerando que Clyven y Cyrus había hecho una pequeña masacre.
- Esto es demasiado, no puedo aceptarlo. Y menos después de...
- Cogedlo, señora. Ese dinero pertenecía al comandante. Ahora él no lo necesita y no queda nadie que vaya a reclamarlo. Sé que si las cosas hubiesen sido diferentes él mismo os lo habría proporcionado. El señor era un hombre bueno... amaba a su esposa y su hija por encima de todas las cosas, por eso se dejó llevar por la esperanza y accedió a emplear artes que los dioses no aprobaron.
- Está bien - aceptó la bruja sin hacerse de rogar demasiado. Su educación le decía que tenía que rechazarlo, pero si insistían, tampoco podía despreciarlo - Muchas gracias, Nana.
La aludida sonrió y salió de nuevo al pasillo para entrar en la siguiente alcoba. 
- Por aquí - indicó la sirvienta avanzando hasta un tapiz con escenas de caza que cubría la pared contigua. Al destapar la piedra dejó a la vista un panel de madera camuflado con trozos de piedra para simular la pared, que se deslizaba a un lado, dando paso a un estrecho pasillo, completamente a oscuras. La mujer se hizo a un lado para dejarle pasar hacia su libertad.
- ¿Y cómo sabemos que esto no es una trampa? - desconfió de nuevo Cyrus, pronunciando en alto las palabras que resonaban en la mente de Clyven.
- Podéis no confiar en mí si no queréis, señor. Pero el cambio de turno está a punto de llegar y los soldados que estaban rondando por la ciudad no tardarán en regresar. Si descubren a cuántos habéis matado, no dudarán en pagaros con la misma moneda.
- Bien, así que las opciones son esperar aquí a que vengan más soldados o meternos ahí a ver qué sorpresa nos encontramos. ¡Vale! ¡Yo iré primero! - dijo Cyrus entrando resueltamente en el pasadizo, con la  no-dachi preparada, por si acaso.
- Yo también quiero ir primero - alegó Niké entrando rápidamente tras el samurai, pegada a su hakama.
Pallas sería la siguiente en entrar y Clyven el último, cubriendo la retaguardia. La bruja ya tenía un pie en el pasadizo cuando se volvió para dirigirse una última vez a la sirvienta.
- ¿Por qué hacéis esto, Nana?
La mujer sólo sonrió y respondió.
- Porque es lo correcto, señora.
Pall le sostuvo la mirada con un profundo agradecimiento y se perdió por el corredor. Clyven dedicó a la mujer una ligera inclinación de cabeza, a modo de despedida, y cruzó la puerta, cerrándola tras él para reunirse con su familia en el exterior de las murallas, bajo la luz del sol de las primeras horas de la tarde.


Continúa en: Epílogo. Regreso a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario