miércoles, 24 de agosto de 2011

LVDLL VII. Hasta que la muerte nos separe. (I)

El tiempo parecía haberse detenido, como si los dioses hubiesen querido plasmar una escena de la historia en un lienzo. Un instante eterno en el que todos intentaban comprender qué era lo que ocurría a su alrededor, pero ninguno daba con la respuesta correcta. Clyven quería matar a Ëleon, Ëleon llevarse a Althía, Althía despertar de aquella pesadilla de miedo y muerte, Edhuarein deseaba conservar a su familia y Cyrus recuperar a su amiga y a la pequeña Niké para acabar celebrando en un burdel.
- Creo que necesitamos una buena explicación para aclarar esto - comentó el alocado oriental con su habitual tono despreocupado, atrayendo sobre sí las miradas de los dos contendientes.
- No hay nada que aclarar - gruñó Clyven y se giró de nuevo hacia Ëleon, entrecerrando los párpados, para añadir - Sólo una cabeza que arrancar antes de largarnos.
- Dejad que mi esposa y mi hija se vayan - pidió Ëleon.
- No son tu esposa y tu hija - murmuró Clyv entre dientes. Su voz se había vuelto más ronca, como un amenazador gruñido.
- Claro que lo son.
- ¿Y por qué son tan exactamente iguales a Pallas y Niké? - insistió Cyrus cruzándose de brazos - Porque que tu mujer se parezca a Pall, me lo podría creer, pero la enana es igual que su padre.
Ëleon bajó la mirada hacia la pequeña Altaír, que permanecía a su lado, y volvió a clavar los ojos en el licántropo. En verdad se parecía a él. Tenía los mismos ojos oscuros, la misma forma en las cejas, más finas y despobladas en el rostro de la pequeña, la nariz más chata, pero exactamente con la misma forma, el contorno de los labios... Hasta aquella sonrisa nerviosa que le había dedicado la niña cuando le miró era similar a la mueca sarcástica que había visto en el rostro del mercenario. 
La realidad golpeó entonces a Ëleon con mayor contundencia que la que minutos antes había empleado Clyven en sus ataques. La única persona que podía poner en peligro su felicidad estaba allí, justo delante de él. Y no lo había descubierto hasta que no había sido demasiado tarde.
- Diles la verdad, Ëleon - se escuchó la voz temblorosa de Edhuarein.
- Eso. Haz caso al viejo por última vez en tu vida - gruñó el lobo - Lo mismo, si me convences, te mato sin hacer que sufras.
- Ellas... estuvieron aquí... Althía y Altaír estaban enfermas y Pallas intentó sanarlas...
Althía no podía articular palabra. Sabía que tanto su hija como ella usurpaban las vidas de otras dos personas, de las que no había querido conocer ni el nombre. Había enterrado ese remordimiento consagrándose al servicio de la Diosa durante un año y había acallado su conciencia convenciéndose a sí misma de que nadie llegaría hasta allí buscando la Gema y, por tanto, nadie descubriría lo ocurrido. Pero ahora, tener delante al esposo de la mujer que veía cada día en el espejo, al padre de la pequeña a la que abrazaba cada noche antes de dormir, le hacían desear que nunca hubiesen puesto un pie en Gyenhäll.
- Fue un accidente - interrumpió a su esposo, intentando explicar la situación basándose en los escasos detalles que le había transmitido Ëleon - Usaron un conjuro para salvarnos y no salió como debía. Éstas son las consecuencias.
- La magia de Pallas no sirve para curar ningún tipo de enfermedad ni herida - rebatió Clyven - Ella no pudo hacer ese hechizo.
- Fue otra mujer - continuó la explicación Ëleon - Pallas únicamente la ayudaba, pero algo falló.
- ¿Y Pall no hizo nada para impedirlo? - quiso saber Cyrus, extrañado de que la hechicera no hubiese tomado cartas en el asunto antes de acabar así.
Ëleon asintió con un cabeceo.
- Sí, pero no sirvió de nada. Dijo algo sobre el libro que empleaba Lya, la mujer que lo hizo. Algo de hechizos prohibidos.
- ¿Prohibidos? - Clyven avanzó hacia el comandante, que retrocedió un par de pasos. La niña se encogió tras él asustada por la cercanía del asesino - ¿Y aún sabiendo que eran prohibidos te atreviste a usarlos con mi mujer y mi hija?
- Yo... no sabía...
- ¿Dónde están ellas ahora? - Clyven empezaba a impacientarse.
- No sabemos...
- ¡¿Dejasteis que se marcharan por ahí atrapadas en unos cuerpos que no eran los suyos?! - bramó, provocando que Altaír empezase a sollozar - ¡¿No intentasteis revertirlo?!
- Desaparecieron sin más - insistió Edhuarein - No pudimos hacer nada. No había ni rastro de ellas ni de la otra mujer.
- ¿Cómo era ese libro? - atajó el lobo, ignorando la intervención del anciano. Los motivos de aquel suceso no le importaban lo más mínimo. Solamente quería saber cómo deshacer el conjuro y recuperar a su familia.
- ¿Qué pasa, pecholobo, de repente te ha dado por la cultura?
- Contesta - impuso arrastrando las sílabas con la mirada fija en Ëleon, obviando el comentario irónico de Cyrus.
- Era viejo, de pastas negras... muy usado. ¿Qué... qué importa cómo sea el libro?
- ¿Ahora sabes de magia?
Clyven giró la cabeza para mirar a Cyrus antes de responder a su pregunta.
- Llevo ocho años viviendo con una hechicera, Cyrus. No soy tan estúpido como para no haber aprendido nada en todo este tiempo. No puedo ejecutarla, pero sí saber de qué tipo es y si se puede o no dar marcha atrás.
- ¿Y vas a descubrir todo eso sólo sabiendo cómo es el libro?
- Pallas dijo algo sobre un libro rojo... - comentó Ëleon, con un deje de indecisión en su voz.
- El Libro Rojo de Sinorian - murmuró Clyven dando un paso atrás.
- ¿El qué? - alzó la ceja el samurai - Pero ¿no ha dicho que era un libro negro?
- Es uno de los libros del Destino. Se llama así porque sus páginas están escritas con sangre. No había vuelto a saber de él desde que Pallas y yo abandonamos las Islas. Se suponía que se había perdido.
- Ah. ¿Y para qué se supone que sirve?
- Contiene magia muy poderosa. Tanto que puede enviar a alguien a Astéropes [1] con unas pocas palabras... o hacerle salir de él. Y una vez que se hace, ya no hay vuelta atrás.
- Entonces, milord, ¿qué ganáis con toda esta masacre? - intervino Althía, aferrándose al brazo de Clyven - Vos ya no podéis recuperar a vuestra familia... ¿por qué no dejáis que la nuestra siga en pie?
Clyven la tomó por los brazos con fuerza y la zarandeó, mirándola fijamente a los ojos. Althía sintió el miedo recorrer su cuerpo ante aquella mirada, fría como el hielo, sedienta de sangre. Soltó un quejido. La presión de los dedos del licántropo en sus brazos era brutal. De no haber sido por la oscura tela que los cubría, habrían podido apreciarse las marcas enrojecidas que habían dejado y se irían volviendo moradas a medida que pasasen las horas. Sin embargo, el pánico superó al dolor nada más oír la respuesta del isleño.
- Porque prefiero verla muerta a mis manos que viva en brazos de otro.
Era el momento, pensó Ëleon. Tenía que aprovechar la distracción que había supuesto la cercanía de Althía para el licántropo y sacar a Altaír de la habitación. La dejaría a salvo con alguno de los criados, si quedaba alguien con vida, pues a juzgar por las manchas de sangre que teñían la ropa de Cyrus, más de uno había caído bajo el filo de su espada aquella mañana.
Cogió a su hija en brazos, dirigiéndose hacia la puerta de la estancia. Altaír se aferró a su cuello, escondiendo la cabeza en el hombro del comandante. Lloraba asustada y buscaba la protección de su padre, al que, como todos los niños, consideraba capaz de protegerla de cualquier peligro.
El samurai le cerró el paso, sujetando firmemente la vaina de su katana con la mano izquierda y la empuñadura con la derecha. Flexionó un poco las rodillas, listo para desenvainar y atacar en el mismo movimiento. Si Ëleon intentaba abandonar aquel lugar no lo haría con vida, pues la No-dachi se encargaría de arrebatársela. Tiró con firmeza del mango de la katana y su hoja se deslizó suavemente fuera de la vaina. Sin embargo, apenas había descubierto una cuarta parte del filo cuando su dueño desistió de su ataque. Altaír cubría la parte del cuerpo del comandante que Cyrus tenía al alcance, de modo que no podría herirle a él sin matarla a ella. Dudaba. El fin justificaba todos los medios, era su lema, pero... ¿sería capaz de llevarlo a cabo aún cuando el medio era Niké? Ese fugaz instante de incertidumbre permitió a Ëleon alcanzar la puerta, aunque algo lo retuvo unos segundos antes de cruzarla...

Clyven aflojó el agarre al ver el gesto de dolor en el rostro de Pallas. Nunca le había gustado verla sufrir, y menos por su culpa.
- ... - pareció que iba a decir algo, una disculpa, pero se arrepintió y las palabras murieron entre sus labios. La verdadera Pallas no habría necesitado más que mirarle a los ojos para saber lo que quería decirle.
Althía se dejó caer el suelo, de rodillas, con los ojos bañados en lágrimas. Clyven la miró perplejo. Humillada, llorosa y suplicante... no la reconocía. Pallas no era así y menos con él. Estaba acostumbrado a que fuera enérgica y autoritaria en sus discusiones, más obstinada incluso que él, dulce y cariñosa en los momentos buenos y apasionada en la intimidad. Alguna vez la había visto rendirse por salvar a Niké, ambos lo habían hecho, pero en sus ojos seguía aquel tinte indomable que salía a la luz a la más mínima oportunidad para acabar con el enemigo de un solo golpe. Pero aquella mujer que se aferraba a él estaba entregada a su voluntad, sin esperanza de salvación. Y la rabia inundó sus venas. Cada palabra que dibujaba la voz de Althía encendía un poco más su ira y sus ganas de acabar con todo. Si la mujer que tenía delante no era Pallas y no había manera de recuperarla, no tenía sentido seguir con aquella farsa.
- Por favor - suplicó agarrándose al pantalón ensangrentado de Clyven - no nos hagáis daño, os lo ruego. Haré lo que queráis, lo que sea, pero dejadnos vivir... aunque únicamente sea a mi hija. Por favor, no le hagáis nada, es sólo una niña.
- Haberlo pensado antes de arrebatarme a la mía.
Apenas había puesto el punto y final a su sentencia cuando la ejecutó. Sus garras se abrieron paso a través de la tela, la piel y los músculos. Notó su antebrazo envuelto por la viscosidad de las vísceras y el húmedo calor de la sangre. Apretó con fuerza la mandíbula. El corazón que palpitaba a toda velocidad junto a su mano se detuvo y supo que estaba condenado. Su dulce venganza se convertía en el bocado más amargo.
El infierno empezaba para él en aquel mismo instante. Demasiadas vidas robadas, demasiado crímenes cometidos. Y aún faltaba el último, el más difícil: Niké.
Cyrus no pudo articular palabra. Había visto otras veces matar a Clyven en el fragor de la batalla. Lo había visto acabar con una vida a sangre fría. La muerte ya no le impresionaba, pues la conocía demasiado de cerca. Pero aquella víctima no era como las demás. Era Pallas. Su amiga, su compañera, la mujer a la que amaba por encima de todas las cosas, la madre de su hija.
- ¡¡Althía!! - exclamó Ëleon desde la puerta - ¡¡No!!
- ¡¡Mamá!! - chilló la pequeña Altaír.
A los pies del licántropo, un cuerpo sin vida cayó con un golpe sordo, sobre un creciente charco de sangre.

La voz de la niña evitó que el comandante se lanzase hacia su mujer. Ëleon comprendió que ponerla a salvo era su prioridad y escapó a la carrera de la biblioteca, sin mirar atrás y sin darse cuenta de que no todo era lo que parecía.
Escapó por las escaleras que daban al comedor y se dirigió hacia el patio de la fuente en la que se hallaba la Gema de Asanda. Necesitaba curar sus heridas o no llegaría demasiado lejos. Bebería todo lo que pudiese, sin entretenerse demasiado, y escaparía por la parte trasera del castillo, la que daba a la brecha de terreno en la que nacía el río. Era una opción menos accesible, pero si lograba llegar a los túneles que el agua había excavado en la roca, podría esconderse en ellos y descansar.

Althía no supo reaccionar a tiempo. La mirada asesina de Clyven la había dejado petrificada. Vio venir hacia ella la mano del asesino, desnuda, sin arma alguna. Algo en su interior le dijo que sería su fin, pero no hizo nada por evitarlo. Cerró los ojos con fuerza y esperó la llegada de la muerte. El grito ahogado por la sangre, las manos que aferraban temblorosas sus hombros y el sentir la caricia de los húmedos dedos del lobo en su cuerpo la hicieron abrir los ojos para encontrarse cara a cara con el horror.
Edhuarein cayó muerto entre sus brazos, con el torso atravesado de parte a parte por las fuertes garras del hombre lobo, bajo las costillas, de la espalda al vientre y de arriba a abajo.
- Padre - logró balbucir la joven sin quitar ojo de las ya vacías pupilas del anciano, cuyo rostro reflejaba una mueca de dolor.
Cyrus contuvo la respiración un instante, hasta que el cuerpo inerte cayó a los pies de Clyven, sobre las rodillas de Althía, desangrándose. Sonrió meneando la cabeza. En el fondo el lobo era incapaz de hacer el más mínimo daño a su mujer aunque estuviese poseída por un extraño hechizo. Era un sentimental. Sus pies dejaron pegajosas huellas en la sangre que teñía el suelo cuando se acercó a su amigo, pero no le prestó atención.
- Clyv...
El licántropo ni siquiera lo miró. Tenía los ojos fijos en el cuerpo de la persona que acababa de matar, mirándolo como fuese la primera vida que segaba. Los sollozos de Althía eran lo único que interrumpía el sepulcral silencio que se había adueñado de la habitación. La joven, arrodillada en el suelo y cubierta de sangre, se abrazaba al cuerpo sin vida de su padre. Edhuarein se había interpuesto entre ella y Clyven y había recibido el mortal golpe en su lugar.
Sin embargo, Clyven parecía dispuesto a repetir. Su mano derecha se elevó de nuevo hasta la altura de su hombro y comenzó su descenso. El samurai la detuvo, sujetándola por la muñeca. O más bien Clyven paró su brazo al notar el contacto de Cyrus, pues el samurai no poseía en una sola mano fuerza suficiente para detener un golpe del mercenario.
- Clyven, ¿se puede saber qué cojones estás haciendo? ¿Te ha caído mal el desayuno o qué? Hombre, a todo el mundo le sientan mal los cuernos, pero ¿no crees que lo más lógico sería matarlo a él en vez de a ella?
Por respuesta recibió un bufido. ¿Qué sabía él? se decía Clyven, no tenía ni idea de lo que significaba todo aquello. Cyrus no sabía qué era el Libro Rojo. No sabía lo que implicaba tener acceso a él, el precio que había que pagar y el compromiso que había que adquirir. Empeñabas tu palabra, tu vida, tu alma... y era imposible no cumplir tu parte del trato, pues había demasiado en juego. Si la mujer que tenía delante no era Pallas, tenía que matarla. Era así de sencillo y complicado a la vez. No podía echarse atrás. Hacía ocho años había recurrido al poder del Libro del Destino. Había estampado su firma con sangre en sus páginas y había obtenido lo que tanto anhelaba... y una maldición para recordarle cada noche de luna nueva que el plazo para cumplir su parte del acuerdo se acortaba. Ni siquiera la hechicera conocía esa parte de su vida y no era el momento de entrar en confesión con Cyrus.
Un solo golpe, sólo uno más... 
¡El pacto! pensó Clyven de repente, como si en la tormenta de pensamientos que sacudía su cabeza se hubiese colado un diminuto rayo de sol, ¿cómo podía haber pasado por alto algo tan importante? Los conjuros del Libro Rojo siempre estaban condicionados. Ëleon tenía que haber firmado su parte del trato. Si descubría qué era, si conseguía que no se cumpliera, el acuerdo se rompería y todo volvería a ser como antes. Un nuevo atisbo de esperanza surgió para el lobo. Su propia condena era ahora su tabla de salvación.
- ¡Eso es! - exclamó de repente el mercenario, golpeándose la frente con la base de la mano, tirando hacia arriba del brazo del samurai, que seguía asido a su muñeca.
- ¡Animal, que casi me lo arrancas! ¿Qué maravillosa idea has tenido ahora? - preguntó con un deje de sarcasmo, sobándose la muñeca que el rápido movimiento de Clyven había luxado. Si la siguiente ocurrencia del licántropo era como la anterior, iba a ser de todo, menos maravillosa.
- No hay tiempo para explicaciones, tenemos que coger al comandante antes de que se lleve a mi hija.
- Pues nos lleva ya una considerable ventaja, además de que él conoce este sitio al dedillo y nosotros no.
Los ojos de Clyven se desviaron hacia la cristalera que daba paso al balcón.
- Creo que conozco un atajo - comentó, cogiendo otra de las sillas y tirándola con fuerza contra la cristalera, que se rompió más de lo que ya estaba, dejando hueco suficiente para que pudiesen salir por allí.
Cyrus hubiese dicho algo en contra, pero el mercenario no le dio tiempo. Lo cogió de un brazo y una pierna y se lo echó sobre un hombro.
- Bájame, idiota - murmuró el samurai lanzando una mirada asesina a la nuca del hombre lobo, que era lo máximo que podía ver forzando el giro de su cuello.
Pero en lugar de eso, el asesino isleño estaba ocupado en proporcionarle compañía. De un seco tirón apartó el cuerpo de Edhuarein y lo lanzó a un lado. Cogió a Althía del bazo y tiró de ella para ponerla en pie. La soltó el segundo imprescindible para tomarla por la cintura.
Corrió la distancia que lo separaba de la cristalera y la atravesó. No se detuvo a pesar de que el hueco no era lo suficientemente amplio y varios picos se habían clavado en sus piernas. Cyrus agachó la cabeza, protegiéndola tras la espalda del licántropo. Su armadura se encargaría de proteger el resto. Althía se cubrió el rostro con los brazos, aunque Clyven tuvo la precaución de protegerla, pegándola contra su cuerpo y la joven apenas sufrió unos rasguños.
El lobo aprovechó las patas de la silla que había lanzado y que se había detenido al chocar contra la barandilla de piedra como escalera. Se subió a la barandilla y se dejó caer. Althía gritó asustada, mas su voz se interrumpió cuando las pesadas botas de Clyven cayeron sobre las tejas del tejado que coronaba las columnas que rodeaban el patio, sirviendo de techo al corredor.
Las tejas no aguantaron su peso, sumado el de sus dos improvisados pasajeros, y se salieron de su lugar, provocando que el mercenario resbalase manteniendo precariamente el equilibrio hasta el borde del tejadillo. Las tejas salieron disparadas y acabaron hechas pedazos contra la fuente, hundiéndose en el agua.
Clyven se acuclilló para amortiguar el golpe, llegando incluso a apoyar una de las rodillas en el suelo. Cyrus notó las puntas de sus pies tocar el suelo y se incorporó apoyándose en la espalda de su compañero. Althía no se movió. Sólo cuando Clyven se hubo incorporado de nuevo y la hubo liberado de su abrazo, la joven pareció darse cuenta de que podía tenerse en pie.

Ëleon bajó las escaleras a la carrera con la pequeña en brazos. Abrió la puerta que daba al patio. Desde allí no tendría más que cruzar el espacio donde se hallaba la fuente en la que había estado jugando la niña y escapar de aquellos dos hombres.
Dio un paso y se paró en seco. Y suerte que lo hizo, pues de haber dado un sólo paso más habría perecido con la garganta atravesada por la katana de Cyrus, que lo esperaba con el arma desnuda y gesto impaciente, como quien que lleva horas aguardando a que acudan a la cita. El comandante desvió la vista hacia arriba, intentando averiguar cómo había podido llegar el rubio guerrero oriental a cortarle el paso si no conocía el camino que iba a tomar. El samurai esbozó una media sonrisa sarcástica, de superioridad. Junto al samurai estaba Clyven. Su rostro, generalmente impasible, mostraba ahora rabia y una férrea determinación. 
Pero no todo eran malas noticias. Althía estaba también allí, detrás de los dos hombres. Ëleon sintió un gran alivio al verla de una pieza.
- Creo que ninguno de los dos queremos que te corte el cuello delante de la niña ¿verdad? - comentó Cyrus sin que la sonrisa se borrase de su pálido rostro, cortando sin la menor consideración el instante de felicidad del comandante - Déjala en el suelo.
Ëleon obedeció, permitiendo que Niké volviese a esconderse tras su madre.
- No vais a parar hasta matarnos a todos, ¿verdad?
- No - respondió despreocupadamente Cyrus.
El comandante retrocedió un poco cuando vio acercarse a Clyven con la mirada fija en él.
- ¿Cuál fue el trato? - preguntó sin rodeos. El tono más grave de su voz indicó al samurai que su amigo estaba empezando a perder la poca paciencia que tenía.
- ¿Trato? ¿Qué trato?
- El que hicisteis esa bruja y tú. Escribiste algo en el libro ¿no es así? ¿Qué fue? Y más te vale que me digas las palabras exactas.
- Yo no escribí nada en el libro. Lo... lo único que tenía era un trozo de papel quemado. Dejad que ellas se vayan y os contaré todo lo que recuerde.
Clyven frunció el ceño. Que supiese, era necesario firmar el Libro con sangre. Al menos fue lo que le exigieron hacer a él.
- Tsk, tsk, tsk. Mira Ëleon, puedo llamarte Ëleon, ¿no? - intervino Cyrus - No tenemos tiempo para jueguecitos, y tú no estás en situación de exigir nada ¿sabes? Mi amigo tiene que recuperar a su familia y, para serte sincero, yo preferiría estar en cualquier otro lugar, disfrutando de una mejor compañía, no sé si me entiendes...
Ëleon asintió. Sabía que no había escapatoria posible, que lo iban a matar. Pero tal vez, si les decía lo que querían, pudiese haber una pequeña esperanza para su mujer y su hija.
- Os digo la verdad. A mí lo único que me pidieron escribir fue un papel y luego ella le prendió fuego y me entregó las cenizas. Yo no sé nada de magia, no sé qué sentido pueda tener eso.
- ¿Qué escribiste en el papel? - insistió Clyven. 
- Mis votos. Aquella mujer dijo que tenía que ser algo que yo quisiese decirle al Althía, que era necesario para el conjuro.
- ¿Y cuáles eran?
Ëleon dudó. La situación era demasiado surrealista para ser verdad. Dos completos desconocidos llegaba de improviso a su casa para acabar con su vida, tenía la punta de una espada en la garganta... ¿y le pedían que se pusiese a recordar literalmente lo que había escrito en un papel quemado siete meses atrás?
- Los habituales en un matrimonio: amor, fidelidad y todas esas cosas - dijo intentando ganar un poco de tiempo, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad, intentando traer al presente la imagen de aquellas palabras escritas con su cuidada caligrafía.
- El plazo... - murmuró Clyven entre dientes. Le importaba muy poco lo que ese hombre sintiese por su esposa, lo único que para él tenía valor de toda aquella palabrería era la posibilidad de conocer el tiempo que duraría el conjuro.
- ¿Qué plazo? - preguntó Ëleon. Su voz revelaba nerviosismo y desesperación.
- Si es el típico voto que hace todo el mundo, habrá puesto un "hasta que la muerte nos separe" - dedujo Cyrus.
- ¿Eh? Sí, eso puse al final, pero... 
- Eso significa que el hechizo sólo se romperá si las mato a ellas - pensó en voz alta el licántropo, girándose para encarar a Althía, que abrazaba a la niña con fuerza contra ella, tapándole la cara para que no viese la terrible situación en la que se encontraba su padre, pero incapaz de marcharse de allí y dejar sólo a Ëleon.
- O... - respondió Cyrus animando al lobo a seguir con sus deliberaciones.
- O a él...


Continúa en: Hasta que la muerte nos separe. (II)

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