domingo, 7 de agosto de 2011

LVDLL II. Orcos y goblins. Una pista (II)

Cyrus se colocó de nuevo en guardia, con las piernas ligeramente flexionadas, la derecha más adelantada que la izquierda, y ambas manos sobre la empuñadura de la No-dachi, esperando el envite de su adversario. El orco se lanzó a por él con fuerza. Una fuerza que el humano no podía igualar ni contrarrestar, pero sí aprovechar. Esperó a que el orco estuviese lo bastante cerca como para poder tocarlo y desvió la espada hacia su costado, manteniendo la hoja paralela a su pierna izquierda y la empuñadura junto a la cadera. Se agachó para esquivar la cimitarra y giró sobre su pie derecho para quedar de espaldas al orco, con los hombros pegados a su pecho. Agarró el brazo del orco con su brazo derecho, bajó la cabeza para evitar lastimarse y tiró con fuerza hacia delante, a la vez que estiraba las piernas, para impulsar a su rival, que notó como sus pies se despegaban del suelo y su cuerpo rodaba sobre la espalda del oriental para caer estrepitosamente contra el suelo. Entre la sorpresa y el aturdimiento causado por el golpe en la cabeza, el orco no pudo sino ver cómo la punta de la katana bajaba en vertical hacia su garganta. Cerró los ojos, resignado a morir. 

El samurai descargó su hoja contra el orco con una sonrisa triunfal adornando su rostro. Era un hombre apuesto, cuyos rasgos orientales aportaban un punto exótico a su presencia, incluso estando serio. Pero cuando sonreía, y más cuando lo hacía de aquel modo, era imposible no pensar que poseía la sonrisa más hermosa del universo. Sin embargo, en aquella ocasión, el gesto de satisfacción por la batalla ganada fue efímero. Su No-dachi se hundió en el suelo, atravesando la hierba y la superficie blanda de la tierra. Parpadeó perplejo buscando al orco que un segundo antes había estado en la trayectoria de su arma y que ahora, sin explicación aparente, había desaparecido. 
- ¿Dónde lo habéis encontrado? - escuchó gruñir a Clyven a su espalda. 
Cuando volvió la cabeza para mirarlo, vio al hombre lobo, aún con su aspecto de fiera, sujetando en vilo al orco, apretándole el cuello y zarandeándolo con violencia. 
El oriental frunció el ceño; no estaba bien meterse en peleas ajenas. Avanzó con furiosas zancadas hasta ellos. 
- ¡¡Eh tú, pedazo de chucho hiperdesarrollado!! ¡¡Ése orco es mío!! 
- ¡¡Contesta!! ¡¡Maldita sea!! - insistió el aludido volviendo a menear al orco, sin prestar atención al samurai, que se sujetaba a sus garras para intentar facilitar la entrada de aire a sus pulmones - ¿De donde venís? ¿A quién pertenece ese escudo? 
Cyrus alzó la ceja. ¿Que escudo? Dejó a su compañero de armas "interrogando" al orco y se acercó al otro, el que Clyv había dejado atravesado por su propia cimitarra. Sus azules ojos estudiaron el cuerpo cubierto de sangre y encontraron el escudo al que se refería el lupino. Sobre el pecho de la ropa que vestía el orco caído, manchado de sangre, había un escudo de armas bordado. Un trabajo demasiado fino para ser obra de orcos, por lo que la prenda debía ser robada. Seguramente a algún desdichado que hubiese muerto a sus manos. El dibujo representaba a una espada, clavada en la tierra, con una hierba enredada en su hoja, y coronada con una flor azul sobre la cruceta. Aquel escudo... Se dio la vuelta para mirarlo al contrario. Sí, se parecía mucho al grabado del medallón que Clyven le había enseñado antes del ataque de aquel grupito de saqueadores. Sólo que lo que ellos habían pensado que era la parte inferior, había resultado ser la superior. 
- Clyven - le llamó caminando de nuevo hacia él - Déjame a mí el interrogatorio, ¿quieres? Tiene que estar vivo para que pueda responder.
El licántropo gruñó y lanzó al orco contra los árboles que quedaban detrás del samurai. Cyrus se apartó para dejarlo pasar y encogió ligeramente el cuello cuando el orco se estampó contra el tronco y cayó al suelo con un golpe sordo. Considerando la fuerza de Clyven, aquello tenía que doler. 
Clyven recuperó su forma humana. Su aspecto era lamentable, como siempre tras una pelea. Tenía varias contusiones, que cuando llegase el mediodía estarían amoratadas, pequeños cortes, arañazos y marcas de dientes de goblin en el brazo. Por el lateral de su cuello se veían los restos de un hilillo de sangre reseca, que procedía de la brecha abierta en su cabeza y en su costado la ropa empezaba a empapar la sangre que seguía brotando, ahora lenta pero constantemente, de la herida de la cimitarra. 
El mercenario se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y se levantó la ropa para ver la herida. Arrugando el ceño por el dolor, Clyven se quitó la camisa y se taponó con ella la herida. En un par de días no tendría la más mínima señal de la escaramuza. Ni cicatrices, ni hematomas, ni cortes, ni marcas de dientes. Su resistencia y su capacidad de regeneración eran superiores a las de un humano, por lo que solía dejarse hacer alguna que otra herida para obtener una victoria, aunque no era inmune al dolor y aquella noche apenas podría moverse. 
- ¿Duele? - preguntó Cyrus con una sonrisa divertida. 
- Hace cosquillas ¿no te jode? ¬¬ 
- Tsk. Encima de que me preocupo por ti - meneó la cabeza - Eres un 
desagradecido. 
- ¿Tú no ibas a encargarte de las preguntas? Pues tira - alegó señalando con un movimiento de la cabeza al orco, que seguía inmóvil en el suelo, entre quejidos e incapaz de moverse - que como lo dejes mucho se intentará escapar y no me apetece tener que corretear para cogerlo. 
Las palabras adecuadas eran "no puedo dar un paso más", pero Clyven era un hombre demasiado orgulloso y obstinado para reconocerlo. 
- Bah. Con la hostia que le has dado tú y lo que ya le había dado yo tardará un rato en moverse - comentó Cyrus alegremente. 
De todos modos, el oriental se dirigió hacia el orco y con la punta del pie lo meneó para que supiese que tenía que empezar a responder. El orco se incorporó con mucho trabajo y apoyó la espalda en el tronco del árbol contra el que había chocado. El joven humano se acuclilló para mirarlo a los ojos y sonrió. 
- Mi amigo y yo estamos esperando una respuesta. ¿Vas a dármela por las buenas o tengo que pedírtelo de otro modo? 
- Muérete, escoria humana - masculló el orco, echando sangre. 
Cyrus ladeó la cabeza, provocando que algunos mechones de su rubio cabello cayesen hacia delante. Su sonrisa se amplió un poco más, pasando de irónica a sádica. Un segundo de silencio sepulcral recorrió el claro, como si la brisa que mecía las briznas de hierba borrase cualquier sonido. El silbido de la No-dachi surcando el aire dio paso a los alaridos del orco, que se sujetaba la mano derecha contra el regazo, apretándose con la izquierda. 
Junto a su pierna derecha, la hoja de la katana reposaba sobre el suelo y, pegados a su filo, en el lugar donde éste estaba manchado de sangre, se hallaban las falanges superiores de tres de los dedos del orco. 
- ¿Te gusta este juego? - preguntó poniéndose en pie - Por cada respuesta incorrecta que me des te quitaré un trocito. Así que ve espabilando. ¿De quién es ese escudo? 
- ¿Tengo pinta de saberlo? 
La punta de la espada de Cyrus acarició la barbilla del orco para abrirse paso hasta su garganta, sin atravesar su piel. 
- Tienes pinta de ir al Infierno pronto. ¿Dónde y cómo conseguisteis esa ropa? ¿Cuándo y de quién? 
- No llevo la cuenta de los tipos a los que mato. 
- Porque no sabes contar, entre otras cosas - ironizó el humano. 
- Córtale los huevos a ver si así canta - sugirió Clyven desde donde se encontraba sentado. 
- Ummm... No es mala idea - apreció el oriental con un ligero asentimiento. 
El orco lo miró asustado. Dudaba de si sería o no capaz de hacerlo. Aunque viendo cómo había cercenado sin el menor remordimiento sus dedos, lo más probable es que sí lo hiciese. Era mejor hablar si quería conservar el resto de partes de su cuerpo donde estaban. 
- Se... se la... quitamos a unos ti... tipos a los que asaltamos hace unas semanas. ¿Qué importancia tiene eso? Están... están todos muertos. 
- Si están vivos o muertos me la pela bastante - alegó el licántropo - Sólo quiero saber dónde encuentro al resto para poder cargármelos yo. 
- Los matamos a todos - alegó el orco. 
- Eso es un escudo de armas. Pertenecerá a alguna familia, orden o grupo de algo. Ni siquiera alguien como tú puede ser tan idiota como para pensar que no quedan más - bufó Clyven. 
- ¿Dónde los encontrasteis? - insistió Cyrus.
- Al norte... no, al sur... no, espera... - dudó el orco, que ni siquiera sabía hacia qué punto cardinal estaba mirando - fue... fue cuando veníamos subiendo el río, por la otra orilla. 
- ¿Hace cuánto? 
- No sé... un mes y medio, puede que dos... 
- Tsk. No me están gustando tus respuestas. Tal vez tenga que insistir un poco más - susurró el guerrero moviendo la espada para dar a entender al orco que estaba dispuesto a usarla. Como advertencia, deslizó la punta de la katana sobre la pierna del orco, haciéndole un corte en el lateral, desde la rodilla hasta debajo del gemelo. No era profundo, sólo un rasguño para dejar salir unas gotas de sangre. El orco se encogió y ahogó un grito. 
- Ya... ya os he dicho todo lo que recuerdo... 
- No se tarda un mes y medio en remontar el río - objetó Clyven. 
- Estábamos unos días en un sitio, otros días es otro... no teníamos un destino fijo así que íbamos y veníamos por la zona. 
Cada palabra que salía de la garganta del orco sonaba más cargada de miedo que la anterior. Tartamudeaba hecho un manojo de nervios y oteaba a un lado y otro buscando desesperadamente una vía de escape.
- Creo que de éste no vamos a sacar mucho más, Clyv - comentó con un deje de fastidio el samurai.
- Pues mátalo de una vez y larguémonos de aquí.
El orco los miró alternativamente, con la boca entreabierta y los ojos desorbitados por la sorpresa. No podía articular palabra. ¿De verdad iban a matarlo así sin más? Si les había dicho todo lo que recordaba...
Cyrus le dio la espalda y, como si no existiese, se alejó de él para acercarse a Clyven. El orco quiso aprovechar para escapar y se puso en pie para alejarse trastabillando lo más rápido que podía. Sin embargo, nunca llegó a abandonar el claro. Una cimitarra surcó el aire a su espalda y golpeó su cabeza. El golpe lo hizo caer estrepitosamente y de mala manera. 
- ¡¡Pero mira que eres bruto!! - reprochó Cyrus - ¿No tenías otra cosa que tirarle? ¡¡Casi me das!! - llevó la mano derecha hacia el hombro contrario, para coger fuerza y soltar un buen golpe, mordiéndose el labio inferior y con una mirada asesina.
- No haberte puesto en medio - alegó el mercenario encogiéndose de hombros e ignorando las claras intenciones de su amigo de darle un pescozón.
- Bah - Cyrus bajó la mano y se dejó caer a su lado, con las piernas flexionadas, mirándose las heridas - Malditos cabrones. Mira lo que me han hecho.
- Cyrus, no son más que un par de rasguños.
- Hablo de mi kimono - le enseñó el corte en la manga, sujetando cada lado con una mano y abriéndolo para que parezca más grande - y mi hakama - hizo lo mismo con el pantalón - ¡Joder! ¡Que eran de los buenos! ¡Y encima mira cómo me han puesto de sangre!
- Si no fueras cortando todo lo que se pone por delante no estarías así.
- Mira quien habla. ¿Tú te has visto?
- Pero yo no me estoy quejando.
Cyrus entrecerró los ojos unos segundos, mirando al lobo.
- ¿Y qué se supone que vamos a hacer ahora? - preguntó al fin.
- ¿Dormir? - preguntó sarcástico mientras se ponía en pie - En cuanto se haya cerrado esto - bajó los ojos hacia la herida de su costado, que ya había dejado de sangrar pero aún seguía abierta - pienso ir a por ellos, sean lo que sean. Me da igual que sean soldados, que monjes o margaritas del campo.
- ¿Y no vamos a adelantar nada hoy? - se extrañó Cyrus, levantándose también, pues sabía que Clyven no era de los que dejaban las batallas para el día siguiente. Acababan de encontrar una pista hacia su destino y, en lugar de seguirla, ¿decía que quería dormir?
- Llevo esperando demasiado tiempo como para lanzarme ahora sobre ellos así, sin más. La venganza es un plato que se sirve frío. Y éste tengo que saborearlo.
Y así, en mitad del bosque, rodeados de sangre y muerte, sin contarse qué habían estado haciendo en todo aquel tiempo que habían estado separados, sin preguntas, sin respuestas, con la misma naturalidad que si hubiesen visto el día anterior, Cyrus y Clyven se dispusieron a buscar otro lugar en el que dormir hasta que los rayos del sol los sacaran de su sueño.


Continúa en: III. El camino hacia la venganza.

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