sábado, 6 de agosto de 2011

LVDLL II. Orcos y goblins. Una pista (I)

Los goblins rodearon el montículo y se acercaron despacio, siguiendo las órdenes de los orcos que avanzaban entre ellos. Hablaban en voz muy baja, convencidos de que los humanos no podían escucharlos debido a las voces que se estaban dando el uno al otro. 
Cyrus y Clyven cruzaron miradas y siguieron discutiendo con más vehemencia. Cuando el primer goblin se acercó para agarrar al que a su entender era el menos peligroso puesto que no llevaba armas ni armadura alguna, el hombre lobo se giró hacia él y lo encaró. El goblin sonrió pensando que le había facilitado el proceso al poner el pecho al alcance de su arma, pero su sonrisa no duró mucho. Nada más enarbolar la espada corta que portaba, notó como las fuertes manos de su "víctima" aferraban su brazo y, tirando de él con violencia, lo lanzaban montículo abajo, contra uno de sus compañeros. Era como si una decena de hombres lo hubiesen empujado a la vez. 
- ¡ESTAMOS HABLANDO! - gruño Clyv - ¿OS IMPORTA ESPERAR UN POCO PARA QUE OS MATEMOS?? 
- Tsk... Vamos a tener que enseñarles modales, Lobito - sonrió Cyrus empuñando de nuevo su No-dachi. 
Un rápido giro separó la cabeza del goblin que tenía tras él de su tronco. El corte de la hoja era tan limpio que el cuerpo tardó varios largos segundos en caer, regando la tierra con roja sangre que reflejaba la luz de la luna. 
Clyven saltó del montículo sobre los dos goblins que estaban más abajo. Tras el impacto de uno contra otro habían perdido sus armas, por lo que la lucha debería hacerse cuerpo a cuerpo. Un tercer goblin se subió de un salto a la espalda del mercenario, que estaba arrodillado, a horcajadas sobre una de las dos criaturas contra las que estaba luchando y se afanaba en golpear la cabeza de la otra, sin darse cuenta de que al sujetarla sobre la cabeza del goblin que tenía inmovilizado bajo sus piernas, lo estaba asfixiando. El repentino peso en su espalda le hizo perder el equilibrio  y se vio obligado a soltar al goblin que estaba golpeando para apoyar las manos en el suelo. El magullado ser aprovechó para alejarse un poco y recuperar su arma.

Uno de los orcos, el que estaba más cerca de Cyrus, a espaldas del samurai, decidió intervenir. Levantó su oxidada cimitarra de hoja zigzagueante e intentó atravesar con ella el cuerpo del humano, que aún mantenía el brazo extendido hacia el lateral, con la espada como si fuese una perfecta prolongación de su extremidad, tras haber asestado un certero golpe.
Sin embargo, el sonido de sus pesadas botas de cuero y hierro sobre la hierba y las finas ramitas que el viento había arrancado de los árboles alertó al oriental, que giró sobre las puntas de sus pies, interponiendo la katana entre la cimitarra y su cuerpo, en una perfecta defensa de experimentado esgrimista.
El orco empujó con fuerza para hacer caer al humano, pero éste contaba con la ventaja de encontrase en una parte más elevada de la pequeña colina en la que estaban y pudo afianzar sus plantas al suelo, aunque sus brazos cedieron un poco, dejando su rostro entre la cruz que formaban las espadas. 
La potencia del orco era superior. Cyrus no podría aguantar demasiado el empuje de su oponente, quien contaba además con el apoyo de cuatro goblins que habían desnudado sus armas para acudir en su ayuda. El samurai hizo gala de su destreza y su experiencia y, aplicando su filosofía de "el fin justifica los medios", soportó todo el peso de su cuerpo en una de sus piernas el instante justo para propinar una patada al orco. No se fijó en el lugar exacto donde impactó su rodilla, pero fue lo suficientemente doloroso como para que el orco aflojase el envite y le permitiese atacar.
Los goblins lo habían rodeado y sus espadas cortas se elevaban sobre sus cabezas para caer sobre el rubio oriental, pero sólo una de ellas alcanzó su objetivo. Con la rapidez del viento, Cyrus Zeal había desarmado a sus oponentes. Dos de ellos tenían cortes en los brazos que casi habían servido para separarlos del resto de sus cuerpo y se retorcían de dolor, desangrándose en el suelo. El tercero había recibido un tajo en el pecho, pero su armadura de cuero había evitado que la katana se hundiese más allá de la piel. El último había logrado descargar el arma contra el cuerpo del samurai. La espada chocó contra la muslera de la armadura de Cyrus y resbaló hasta cortar su hakama y abrir una herida en el gemelo izquierdo del muchacho.

Recuperándose del empujón, Clyven intentó quitarse de encima al último goblin que se había unido a su pelea, pero antes de que pudiese hacerlo, éste le golpeó con fuerza en el lateral de la cabeza, haciéndolo tambalearse. Un hilillo de sangre bajó por su cuello. Había abierto brecha, pensó, pero al menos se ahorraría el hematoma. Para evitar un segundo golpe, el mercenario se dejó caer hacia un costado, atrapando el goblin bajo su cuerpo, tendido sobre su cintura. El goblin pataleó y le golpeó en la espalda, pero Clyven no lo soltó. Esperó a que aquel al que había estado golpeando en primer lugar se acercase con su recién recuperada espada, y con claras intenciones de degollarle, y se apartó en el momento justo en que dejaba caer la hoja hacia el lugar donde había estado su cuello. La hoja atravesó las ropas del goblin que pataleaba en el suelo, su piel y sus entrañas. Para asegurarse de que no volvía a atacarle por la espalda, Clyven empujó hacia abajo la hoja de la espada, hasta que notó como se hundía en la tierra.
El goblin que tenía ahora frente a él, aún apoyado en el arma, lo miró como si no fuese capaz de creer que se había apartado. El licántropo se puso en pie, colocó las manos a ambos lados de la cabeza del goblin y, de un seco tirón, le partió el cuello, dejando caer su cuerpo sobre el otro cadáver. 
Tres goblins más corrieron hacia Clyven, obedeciendo la orden de uno de los orcos,  para ayudar al que se había estado bajo las piernas del mercenario a acabar con él. Los cuatro, dos armados con garrotes de maciza madera, uno de ellos con una espada corta y el último con las manos desnudas, rodearon al hombre lobo y lo acosaron a golpes.

- ¡Eh! ¡Que era nuevo! - se quejó el joven manteniéndose en pie y bajando la mirada hacia su hakama, manchado de sangre, como si el orco y los dos goblins que subían el montículo gruñendo para atacarle de nuevo no existiesen. 
Clavó sus claros iris, apenas visibles entre sus párpados entrecerrados, en las tres criaturas. Su sonrisa divertida había dado paso a un gesto serio. Sus golpes fueron certeros y veloces. Parecía que el samurai se hubiese fundido con las sombras del bosque. Lo único que se veía de él era el reflejo de la luna en su No-Dachi en movimiento, una secuencia hipnótica, como si la espada bailase sola sin que nadie marcase sus pasos, al ritmo de los gritos de sus enemigos. 
Cuando su figura volvió a alzarse, altiva, sobre el montículo, su alrededor estaba regado de sangre y los cadáveres de un orco y cuatro goblins se recortaban contra la hierba.

Cansado de dar y recibir golpes por los cuatro costados, Clyven decidió que era hora de pasar a cosas serias. Sus garras se hundieron en el pecho de uno de los goblins, que cayó muerto con un gorjeo. Se giró hacia otro, que lo miraba con los ojos abiertos como platos, como si le pareciese imposible que aquella criatura que superaba los dos metros de alto, cubierta de un espeso pelaje negro, con fuertes garras y colmillos afilados, fuese apenas segundos antes un humano. No tuvo mucho tiempo para filosofar sobre la transformación del lupino, pues éste avanzó hasta él y con un seco movimiento clavó las garras bajo su mandíbula, levantándolo en vilo para dejarlo caer muerto cerca del otro. 
Los dos que aún quedaban con vida intentaron escapar hacia la espesura, pero Clyven fue más rápido y se abalanzó sobre ellos, tirando al más cercano al suelo. El goblin chilló y pataleó como un chiquillo asustado bajo la mirada ambarina de la bestia, pero suplicar no le sirvió de mucho. Clyven acabó con él de un mordisco en el cuello. 
El último había escapado, pero el licántropo no lo persiguió. Quedaban aún dos orcos y la perspectiva de una pelea contra ellos era más interesante.

Cyrus bajó de un salto del montículo, soltando una maldición al apoyar su pierna izquierda. La herida en el gemelo no era grave, pero sí molesta. Caminó hasta colocarse junto a Clyven, espalda contra espalda, aunque con el cambio de tamaño del mercenario, la mitad de la espalda de Cyrus coincidía con la cola del lobo. 
- Umm. Dos contra dos... No me parece justo - comentó despreocupadamente Cyrus - ¿Estás seguro de que no quieres ponerte de su lado, Clyv?
- ¿Y dejarte la diversión a ti solo? - resonó la voz del híbrido, mucho más gutural y grave que en su forma humana.
- No hay suficiente para los dos - protestó Cyrus con un tonillo de fastidio infantilón.
- Tranquilo, que luego te compro caramelos - respondió el lobo, con las mismas palabras que usaba cuando quería que su hija dejase de dar la lata - ¿Cuál quieres? - añadió señalando con un cabeceo a la pareja de orcos que se habían agrupado frente a ellos, con las cimitarras preparadas. 
Sabían que si huían hacia el bosque, el lobo los alcanzaría, así que si querían sobrevivir tendrían que luchar. Los orcos eran guerreros feroces, pero no estrategas. Su victoria o derrota dependía únicamente de su fuerza y la de su rival, de quién daba el golpe más fuerte o abría la herida más profunda. Ellos dos estaban en perfectas condiciones mientras que sus rivales estaban ya tocados: el humano tenía un corte en la pierna, pues la armadura lo había protegido de otras heridas más graves, el licántropo presentaba una brecha en la cabeza, algunos cortes sangrantes en las extremidades, que se descubrían porque el negro pelaje estaba cubierto de sangre, pero ese mismo pelaje impedía determinar cuan graves eran, y contusiones que no podían apreciarse en su forma híbrida. Aún así, no les convenía confiarse demasiado.
- Yo me pido el de la derecha - se apuntó Cyrus.
- ¡Eh! Ese es el más grande, no es justo. Deberías quedarte el pequeñito. Va más contigo.
- ¿Qué quieres decir con eso? - el samurai entrecerró los ojos.
- Pues eso, que cojas el de tu tamaño.
- Te jodes, no haberme dado a elegir.
Clyven resopló, resignado a quedarse con el más pequeño de los dos que quedaban. Tampoco podía quejarse. Había tocado a más goblins. 
Los orcos se miraron, dudando si debían aprovechar el momento de discusión entre ellos para escapar, pero no tuvieron ocasión de tomar una decisión, pues el samurai y el mercenario corrían ya hacia ellos. 

Cyrus avanzó con la espada al lado, con la hoja hacia atrás. Con el penúltimo paso, el oriental levantó la No-dachi hasta sostenerla con ambas manos sobre la cabeza. Con el último, descargó la hoja sobre el orco, que interpuso su cimitarra, dando un paso atrás, para impedir que lo partiera en dos. Cyrus echó atrás su pie derecho y se impulsó con el izquierdo para dar un rápido giro, que siguió su No-dachi hasta impactar en el costado del orco. La katana no pudo cortar la carne del enemigo, una armadura de metal robada a un caballero le cortaba el paso, pero el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hacerle perder el equilibrio. El samurai completó la vuelta apoyando el pie izquierdo lo suficientemente lejos del derecho para incrementar su superficie de apoyo y mantener mejor la estabilidad. El orco rodó varias vueltas por el suelo y se sacudió antes de ponerse en pie una vez más para contraatacar. 

El más pequeño de los dos orcos vio correr hacia él al híbrido y afianzó los pies en el suelo, asiendo firmemente la espada frente a él. Si aquella bestia quería alcanzarle, tendría primero que pasar por ella. Sin embargo al lobo no parecía importarle recibir un tajo a cambio de acabar con su vida. Cuando su impulso fue suficiente, saltó sobre el orco, recorriendo varios metros en el aire antes de caer sobre él. Éste aprovechó la fuerza del movimiento del licántropo para hundir la cimitarra en su costado. La zigzagueante hoja se abrió paso en su cuerpo hasta sacar la punta por el lado opuesto. La sangre salió a borbotones cuando tiró de ella, cubriendo al orco, que había quedado bajo el cuerpo de Clyven y no había tenido más remedio que soltar la espada para no ser aplastado. El mercenario aulló de dolor, pero al instante sus ojos ambarinos se volvieron hacia el orco que se revolvía debajo de él, intentando escapar. Pasó uno de sus musculosos brazos por detrás del cuello del orco, apretando su costado contra el de su oponente, casi subido a su pecho, y sujetándole el otro brazo pegado a su cintura. La flexión de sus piernas frenaba cada intento del orco por escaparse, pues le permitía hacer la presión necesaria para que no pudiese empujarlo y quitárselo de encima. 
Con la única mano que tenía libre, el inmovilizado orco intentó recuperar su espada, palpando la hierba, pero sólo alcanzaba a rozar la empuñadura con la punta de uno de sus dedos. Viendo que no podría defenderse con el arma, intentó tirar del pelaje del lobo para liberarse, pero lo único que conseguía era malgastar el poco aire que llegaba a sus pulmones. 

Cyrus y el orco cruzaron las espadas. Ninguno quería ser el primero en ceder, pero el humano tenía menos fuerza y acabó con ambas hojas a los lados del cuello. El orco dio un fuerte tirón con la idea de decapitarlo aprovechando las dos espadas, pero su ataque se redujo a un corte en un lateral, sangrante, pero no mortal, pues la armadura redujo el contacto con la cimitarra y la katana, al contrario de lo que esperaba el orco, sólo tenía un filo, y se hallaba del lado contrario al que Cyrus tenía contra su piel. El oriental sujetó con fuerza la No-dachi, para que no le cortase al deslizarse y se apartó de la trayectoria de la cimitarra. 
El orco atacó de nuevo, trazando un arco con su espada a la altura de su cintura, que el humano detuvo interponiendo su arma en vertical, con la mano derecha en la empuñadura y la izquierda tras la hoja, para aumentar la presión. Tras detener la cimitarra, Cyrus dio un rápido giro a su espada, que hizo ondear los bajos de su hakama, para dejarla caer sobre el hombro derecho del orco. La armadura robada no estaba completa, y no protegía los hombros del saqueador, quien se alejó de un salto del samurai tras notar la mordedura de su katana. 
Cyrus notó un escozor en el brazo. El airecillo de la noche contra su piel le indicó, sin necesidad de mirar, que aquella criatura que tenían enfrente había cortado su kimono y arañado su piel con el último movimiento antes de apartarse. Sus ojos se entrecerraron un instante y contraatacó. Veloz y directa, una estocada sin demasiadas florituras, pero efectiva, que atravesó el muslo del orco de parte a parte, cerca del hueso. La mayor longitud de la katana evitó que el orco estuviese lo suficientemente cerca de Cyrus para devolver el golpe. El rubio guerrero del Imperio del Amanecer arrancó la No-dachi de un fuerte tirón, empujando al orco en el estómago y haciéndolo caer hacia atrás y quedar tendido en el suelo unos segundos.

Clyven tiró del brazo que tenía contra su cintura, luxando el codo del orco, que se removió y pataleó. Con el otro brazo apretó un poco más el cuello del orco contra su pecho, cortándole la entrada de aire. Ni importaba cuanto golpease el orco su espalda o tirase de su pelaje con la mano libre, ni los infructuosos esfuerzos por alcanzar la cimitarra. Clyven no aflojó el agarre y, con varios espasmos, el orco murió asfixiado. Cuando dejó de moverse, el mercenario lo soltó. Se incorporó y empuñó la espada que el orco no había podido recuperar, atravesándole el pecho. Entonces sus ojos observaron algo que hasta entonces había pasado desapercibido...


Continúa en: Orcos y goblins. Una pista (II)

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