jueves, 17 de mayo de 2012

JDA IV. Paladines y reglas estúpidas. (III)

Clyven se puso en pie.
–Moveos, entonces. Tenemos mucho que preparar si vamos a ir a sacar al paladín de ese agujero.
–Sí –apoyó la bruja–, necesitaremos provisiones y revisar que el barco esté en condiciones.
–¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? –El lobo se volvió hacia ella cuando se puso trabajosamente en pie para seguirle–. ¡Tú no vas a ninguna parte!
–¿Y eso por qué?
–Porque te vas a quedar aquí con ellos –señaló a los otros tres licántropos– hasta que yo regrese.
–Pallas, falta poco más de un mes para que des a luz –por primera vez Níoster intervino en la conversación–. Es demasiado peligroso.
–Faltan aún seis semanas –rebatió la bruja.
–¿Seis semanas? –se extrañó Ela–. Creía que faltaban aún tres meses.
La princesa elfa intentó echar cuentas, ayudándose de los dedos, intentando averiguar en qué momento se había quedado embarazada su amiga si le faltaba tan poco para alumbrar al bebé.
–Si fuese humano sí faltaría ese tiempo –le explicó Níoster–. Pero al ser hijo de Clyven, será un licántropo, y nuestro tiempo de gestación es bastante menor.
–Aahh –la elfa desconocía ese dato. Estaba convencida de que todos los embarazos eran de nueve meses.
–¿Y cómo estás tan segura de que va a ser un licántropo y no un humano como Pall? –preguntó el pícaro.
–Porque los hijos de lobos enéidicos siempre son lobos –explicó Esthia–. Nosotros no convertimos a otros en hombres lobo cuando les mordemos, como se cuenta por ahí, sino que nuestra raza se transmite por línea de sangre. Lo demás son cuentos para asustar a los niños.
–Pallas, quédate –pidió Clyven.
–No puedo permanecer de brazos cruzados, Clyv.
–Por favor. Si vinimos a las islas, fue por algo, ¿no?
–Vamos, Lobito, soporté el viaje para llegar aquí y entonces era mucho más peligroso.
–Pero si el niño nace antes de tiempo y nos coge en alta mar... Si surgen complicaciones... Es casi imposible que sobreviva. Puede que ni tú lo logres –sus fuertes y largos dedos apartaron un rizo sobre los ojos de la hechicera y bajaron por su sien hasta perderse dibujando la línea de su mandíbula.
–Si surgen complicaciones dará igual en el lugar en el que estemos y yo me sentiré mucho más tranquila si estoy contigo –sonrió la bruja acariciando la barbada mejilla del mercenario–. Además, no tiene por qué pasar nada. Y el viaje hasta el continente nos llevará, como mucho, cuatro semanas. Si todo va bien, menos. Nos quedaremos en Astaroth hasta que nazca el bebé y asunto arreglado. ¿Qué lugar puede ser mejor para nacer que una ciudad repleta de sacerdotisas de Asanda?
Clyven no parecía aún demasiado convencido.
–Pero necesitaréis otros ocho o nueve días para llegar a Astaroth –comentó Níoster, calculando las distancias–. ¿Crees que sea prudente arriesgarse a ir con el tiempo tan justo?
–Podemos hacerlo en menos tiempo si llevamos monturas –Pallas no estaba dispuesta a permitir que la dejasen atrás.
–Vale, pero aunque llevásemos caballos y fuésemos a marchas forzadas no podríamos hacerlo en menos de siete días... como mucho seis –calculó Elanor.
–Cuatro. Podemos hacerlo en cuatro.
–Es imposible, Pall, es una distancia demasiado larga, las monturas no aguantarán.
–Sí, si son pegasos enéidicos –corrigió Celeno–. Si no van demasiado cargados pueden recorrer ese espacio en cuatro días sin problemas.
La hechicera la miró con una sonrisa satisfecha en los labios y asintió levemente. La joven loba castaña había dicho exactamente lo que ella estaba pensando.
–No vas a montar en un pegaso, Pallas –gruñó Clyven–. Ya es bastante peligroso un caballo normal como para dejarte subir a uno con alas.
–Clyv, llevo subida a un caballo desde los cuatro años...
–Montar con tu padre no cuenta –sus palabras se mezclaron con las siguientes que dijo su mujer.
–... Y en pegasos desde que abandoné Láquesis. No va a pasarme nada. 
–Me vas a obligar a atarte y dejarte bajo vigilancia. ¡Eres terca como una mula!
–Lo aprendí de ti –sonrió victoriosa.
–Haz lo que te dé la gana –espetó con desesperación y se marchó a grandes zancadas hacia otra de las grutas dejándolos en un incómodo silencio.
–Tal vez deberías quedarte... ¿no? –sugirió Níoster en un susurro, como si pretendiese que su voz no se escuchase.
–Sé que es peligroso, chicos, pero también sé que Clyv no dejará que me pase nada y yo... Yo quiero que él esté conmigo cuando nazca nuestro hijo.

Clyven observaba el ir y venir de las olas, ignorando el movimiento que había empezado en el refugio. Ya habían empezado a organizar su partida. Por la tarde, cuando el sol cayese un poco, bajaría con Esthia a Karthos a comprobar que el Odiseo estuviese listo para navegar.
Supo que había entrado mucho antes de que llegase hasta él. Sentía su aroma, oía sus pasos y su respiración. Pero no se giró hacia ella. Sus ojos se perdieron entre la espuma blanca que el viento arrancaba de las crestas de las olas.
–Lobito –susurró deteniéndose a su lado. Se hubiese dejado caer al suelo, junto a él, pero su cuerpo no se lo permitía–. ¿Me ayudas? –pidió.
En el más absoluto silencio, el mercenario se puso en pie y la cogió en brazos, para depositarla suavemente en el suelo. Luego, volvió a su posición original, mirando el agua, respirando el olor a sal, con el brazo extendido, el codo apoyado en la rodilla flexionada sobre la otra pierna cruzada.
–¿No vas a decir nada?
–¿Serviría de algo?
–No, pero no estaríamos aquí, mirando al infinito.
–¿Qué es lo que quieres oír? ¿Que me parece perfecto que vayas? Pues no pienso decírtelo.
–Quiero oír lo que piensas.
–Ya lo sabes.
–Y que escuches mis motivos.
–Dame uno solo, uno, que compense el riesgo que pretendes correr.
–Quiero estar contigo.
–Es peligroso.
–Lo sé. Navegar es peligroso, montar a caballo es peligroso... Vivir es peligroso. Clyven, dormir cada noche a tu lado es peligroso. Haber subido aquel día al Odiseo para dejar todo atrás fue la decisión más temeraria que tomé en mi vida. Y ha sido la mejor. Confía en mí, en tu hijo. Los dos somos fuertes y podemos hacer ese viaje. Pero no me prives de tenerte a mi lado cuando nazca. No le prives a él de que el primer rostro que vea, sea el de su padre.
–Si es eso lo que quieres, me quedaré aquí. Elanor y Kai lo entenderán. Y, si no lo hacen, es su problema.
–Francis nos necesita.
–Me importa más mi familia que el paladín.
–Lo sé, no es eso. Yo voy a estar contigo, aquí o allí, me da igual. Y nuestro hijo nacerá igual en las Islas que en Astaroth. Ya hice el viaje hasta aquí estando embarazada. Puedo hacer el de regreso. Todo va a salir bien. Hasta ahora todo nos ha salido bien –Clyven alzó la ceja, en desacuerdo–. Sí, Lobito, de una u otra manera, siempre nos sale bien. Somos personas con suerte. Además, es una reunión de paladines, como mucho tendremos que hablar. No creo que sea nada especialmente peligroso.
Clyven suspiró, derrotado. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro, acariciando su brazo sobre la tela de la camisa.
–Está bien, Pall. Haremos lo que tú quieras.
–Todo saldrá bien, ya lo verás. Mientras estemos juntos, podremos superar todo lo que nos venga.
Un beso sobre sus rebeldes rizos la hizo sonreír de nuevo.
–Te quiero.
–Y yo a ti.



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