No tengo ganas de editarlo. Es un rol, para matar el aburrimiento, y va tal y como sale.
Clyven: Tsk. Allí estaba de nuevo, caminando hacia el bosque, como una sombra envuelta en tela oscura. Con el ceño fruncido, más de lo normal. Habían vuelto a discutir, como cada vez, pero iba allí, a su lado. ¡¡Y cómo la odiaba en ese momento!! Por ser tan obstinada y cabezota, por no atender a razones, por preocuparse de cosas insignificantes como la vida de otro. ¿Qué importaba la vida de otro, quién fuera, si había que elegir entre esa y la propia? Resopló frustrado, demasiado. Y soltó el puño contra uno de los árboles al pasar.
-No sigas por ahí, Clyv. Ya lo hemos hablado. Demasiadas veces.
-Y tú te empeñas en seguir con esto.
-Ajá.
-Grrrr. Eres odiosa.
-Vaya, gracias, yo también te quiero. Pero deja de gruñir, eso no va a cambiar nada.
La discusión siguió mientras se alejaban cada vez más de las murallas, hacia lo profundo del bosque, donde los demás podían estar a salvo.
Thorsteinn caminaba hacia el bosque, las manos en los bolsillos, distraído, silbando una melodía con tintes nostálgicos. Normalmente no se internaba en el bosque a esas horas de la noche, pero tenía ganas de pasear, de estar a solas con sus pensamientos y poder escucharse a sí mismo. Estaba harto de la muralla, de la gente y el bullicio de la ciudad, quería estar en un sitio donde sólo se oyera el correteo de los animales, la brisa moviendo las hojas y el alegre cantar del agua de los arroyos. Pronto alcanzó los primeros árboles y se metió entre ellos con decisión, un largo paseo y quizá un chapuzón en el lago le servirían para relajarse. En cuanto se hubo alejado lo suficiente comenzó a silbar más alto, daba zancadas largas, como si supiera adónde se dirigía, aunque no tenía un destino concreto, caminaba por caminar.
Clyven: La vegetación era cada vez más espesa, los árboles se apiñaban más y crecían enredando sus ramas unos con otros.
-¿Cómo vas?
-Jodido. ¿Tú qué crees?
La hechicera puso los ojos en blanco, estaba más que acostumbrada a aquella situación. No era un trance agradable, pero era algo que tenían que sobrellevar juntos.
-Vamos -forzó una sonrisa, deteniendose en un lugar aleatorio-, va a salir bien, siempre sale bien.
El hombre se le acercó y la atrapó contra uno de los árboles.
-Lo sé, pero eso no hace que me guste -sus dedos acariciaron la cicatriz en el cuello de la mujer-. Ojalá pudiera ser diferente.
-Pero no lo es.
La conversación acabó, como siempre, con un beso. Intenso y salvaje, que sabía a amor, a lujuria, a esperanza, a despedida.
Thorsteinn llegó a un pequeño claro, de los pocos que habían en el bosque, pues era muy frondoso y los árboles eran muy altos. Decidió tumbarse en la hierba y mirar al cielo, con las manos tras la cabeza, dejando de silbar, notando cómo el profundo silencio del bosque inundaba sus oídos, roto de vez en cuando por el ulular de algún búho o el correteo veloz de algún zorro persiguiendo una liebre o algo similar. Sonrió, pensando en lo curiosa que era la vida. Los humanos no eran tan diferentes de los animales, en un aspecto o en otro, todo se reducía a cazar o ser cazado, unas veces se era el cazador y otras tocaba ser la presa, pero siempre era lo mismo.
Clyven: La abrazó con fuerza, con un sentimiento de absurda protección, pues él estaba allí precisamente para hacerle daño. Impotente y frustrado, sentía ganas de arrasar todo a su alrededor. Todo menos lo que albergaba en sus brazos. Pero los errores se pagan y él los pagaba de la peor forma posible. La empujó para separarla se llevó las manos a la cabeza. El cambio comenzaba.
-Huye -le dijo, aunque sabía que no lo haría, que esperaría allí, a su lado, viendo cómo su cuerpo cambiaba, sin moverse ni un ápice.
Cayó de rodillas en el suelo, agarrándose con fuerza el pelo, tirando de los mechones entre sus dedos, intentando paliar el dolor que le atacaba desde dentro, que bullía en sus venas. Echó la cabeza hacia atrás y aulló. Un aullido largo, profundo, cargado de furia y al mismo tiempo con un deje lastimero.
Thorsteinn oyó el aullido, sonaba lejos pero no lo suficiente para estar tranquilo. Se incorporó, apoyándose sobre los codos y mirando a su alrededor, algo totalmente inútil, pues no veía lo que tenía cerca más allá de un metro. Inquieto, se levantó, quizá no hubiera sido buena idea ir al bosque, al menos sin un arma, ahora se encontraba cerca de un lobo, sin nada con lo que defenderse en caso de ser atacado. Intentó orientarse y salir de allí, pues no se había fijado muy bien por dónde iba.
Clyven: La piel se le desgarró y los huesos le crujieron. Dolía. Demasiado. Apretó los dientes y se pasó las manos por el pecho, como si tratase de arrancarse la carne para liberar así a la bestia. No había vuelta atrás y lo sabía. El hombre había desaparecido. Allí sólo estaba él, el licántropo. Grande, fuerte, imponente y poderoso, con garras y colmillos afilados, destacando contra el negro pelaje. No había sentimientos, no había consciencia, sólo instinto. Y el instinto le pedía algo. Una presa. Una presa deliciosa que ya olía, demasiado cerca, al alcance de su mano. Una presa que adoraría masacrar y someter. Porque él era el macho, el líder, el alfa, el que ostentaba todo el poder allí y podía hacer con ella lo que quisiera. La agarró y no tuvo resistencia. La empujó contra el árbol contra el que antes habían compartido un beso. Buscó su pulso, sobre la cicatriz que tantas veces había reabierto. Pasó la lengua por su cuello en una lenta y tortuosa caricia que hizo que se estremeciera bajo sus manos, y mordió con fuerza. Lo que desgarró el silencio no fue un aullido, sino el grito de la hechicera.
Thorsteinn oyó un grito de mujer y corrió hacia el lugar del que provenía, haciendo caso omiso de lo que le ordenaba su instinto de supervivencia. No era tonto, sumando dos y dos le daban cuatro, el aullido y el grito de la mujer estaban íntimamente ligados. Cuando los encontró, la imagen fue dantesca, la criatura la tenía aprisionada contra un árbol y la mordía en el cuello. Pensando a toda velocidad, miró alrededor, sopesando opciones, quería que la dejara para así facilitarle la huida, que se centrase en él, aunque dudaba que saliese vivo de aquella. Localizó una piedra de un tamaño considerable y se la lanzó, dándole de lleno en el lomo.
Clyven: Los ojos de la bruja estaban cerrados con fuerza, mientras notaba cómo la rugosa corteza del árbol se le clavaba en la espalda a través de la ropa. Los abrió, atónita, cuando sintió que la criatura aflojaba el agarre sobre ella. La dejó caer y las piernas no pudieron sostenerla. Se llevó la mano a la herida, incapaz de hacer cualquier otro movimiento. Todo el cuerpo le dolía. El licántropo, sin embargo, parecía enardecido por la sangre. Se relamió el hocico teñido de rojo, brillante, y encaró al intruso. Aulló, amenazante, y se lanzó a por él, con las garras por delante, buscando echarle mano y retenerse a su merced.
Thorsteinn echó a correr en dirección contraria para alejar a la bestia de allí, esperando que la mujer tuviese la cordura suficiente como para huir de allí tan rápido como le permitiesen las piernas. La bestia no tardaría en darle alcance, por lo que se resignó a su suerte y cuando se hubo alejado lo que estimaba suficiente, se detuvo, encarándolo, desafiante, para infundirse coraje de alguna forma, aunque estaba lejos de sentir valor.
Clyven: La carrera se volvió frenética. No parecía importarle que le golpeasen las ramas de los árboles o tropezarse con las raíces. No había nada a su alrededor más que lo que tenía delante, ese cuerpo lleno de sangre caliente. Podía escuchar su respiración agitada, su corazón desbocado, sus pasos presurosos. Y le excitaba la idea de sentirle morir bajo sus fauces, la idea de ser él quien detuviera ese corazón palpitante, drenando cada gota de su sangre, sintiéndola bajar caliente y húmeda, espesa, por su garganta. Sus ojos oscuros se entrecerraron, aguzando la vista. Corrió tras Thorsteinn, sin descanso, sin cuartel. Dispuesto a saltar sobre él a la menor oportunidad de derribarle.
Thorsteinn cogió una rama gruesa con ambas manos para enfrentarse al animal, quizá muriera en el intento, pero vendería cara su piel. Con una sonrisa, le animó a ir hasta él, preparado para golpearle con el trozo de madera que sujetaba como si en ello le fuera la vida.Vamos, bestia, ven, quiero ver de lo que eres capaz.Movió los pies sin desplazarse, inquieto, esperando hacerle daño para no morir sin hacerle daño también, un parco consuelo, dado que, una vez muerto, lo mismo daba.
Clyven: Saltó los pocos metros que le separaban de Thorsteinn, llegando hasta él desde arriba, arrollándole con su mayor peso y la fuerza del impulso. Rodaron por el suelo apenas medio metro, hasta chocar contra un árbol. Clyven había quedado debajo, lo que le permitiría a Thorsteinn hacer uso de la madera que había cogido y golpearle. Pero también le dejaba demasiado cerca de sus garras y colmillos. Era una elección, protegerse o atacar. Y el licántropo lo tenía demasiado claro. Para él sólo había un sentido, hacia adelante. Hasta el final, hasta sentir la muerte de todo a su alrededor o la propia. Una lucha por la supervivencia. Intentó, claramente, hacer presa sobre el brazo armado.
Thorsteinn trató de defenderse pero no pudo, el peso del animal era excesivo, además estaba empezando a morderle el brazo con el que sujetaba la rama, haciéndole imposible toda defensa, por lo que optó por cubrirse como pudo, esperando el final.
Clyven: Sin más, decidido a no dar coba al asunto, el licántropo agarró con una mano cada una de las muñecas de Thorsteinn y tiró de ellas para hacerle caer, sin preocuparse lo más mínimo de la presión que ejercían sus dedos en la herida que ya había abierto. Se relamió, le miró a los ojos un instante, dejándole ver cuánto disfrutaba con aquello, cómo le invadía su olor, su miedo, y cómo iba a degustar cada gota de su sangre. Bajo su cuerpo, rendido, así le tenía ya cuando le agarró del pelo, por la coronilla, y de un seco tirón descubrió su cuello. Bajó la cabeza, sus fauces cerniéndose sobre la piel caliente. Lamió, con pasmosa lentitud, disfrutando el estremecimiento que provocaba, y clavó los colmillos, con fuerza, profundamente, desgarrando la carne, dejando salir la sangre que recogía con avidez. El tenso silencio del bosque les envolvía. Lejos de la ciudad, sin más testigo que dos ojos oscuros entre la vegetación, Clyven había cumplido una vez más con la maldición de la luna. Aulló, bañado en sangre, gritando en un mundo de sordos su propia desgracia.
[16-12-2014]
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